SOBRE LA MUERTE DE
LUIS DUHALDE
LUIS DUHALDE
Luis Duhalde fue uno de los principales ejecutores de los juicios contra militares y civiles que actuaron en la guerra antiterrorista de las décadas del sesenta y setenta.
Nombrado por Kirchner en la Secretaría de Derechos Humanos, su tarea central consistió en burlar y violar, hasta el asco, esos mismos derechos que debía tutelar.
De todos modos habrá quienes lo extrañen durante las parodias judiciales, esa aberrante rareza a la que suelen llamar “juicios”. “Juicios” a los que no faltaba, sentado en primera fila. Su presencia destacada por los medios, sobresalía en las fotos por la rigurosa barba blanca, como de tribuno en el exilio, y por la “humanitaria” compañía de las madres y las abuelas.
De todos modos habrá quienes lo extrañen durante las parodias judiciales, esa aberrante rareza a la que suelen llamar “juicios”. “Juicios” a los que no faltaba, sentado en primera fila. Su presencia destacada por los medios, sobresalía en las fotos por la rigurosa barba blanca, como de tribuno en el exilio, y por la “humanitaria” compañía de las madres y las abuelas.
Duhalde, imperturbable, escuchaba la lectura de las sentencias condenatorias a los militares, sentencias que él mismo ya había redactado, mucho antes del comienzo de la primera función. La Carlotto en un comentario radial se limitó a decir que “no había nada que reprocharle”.
Una frase que, en tanto evocación de un compañero de ruta muerto hace un rato, suena algo escueta, pero si ella así expresa sus sentimientos, habremos de creerle, porque es mujer de una sola palabra: la oficial.
Tampoco la verborrágica Cris mostró mayor desvelo al recordarlo, pues se limitó a repetir el gastado “fue un luchador”. El asunto es que, como la palabra luchador en sí no define la bondad o la malicia del acto de nadie, podría tratarse ya sea de uno que luchaba para que la cocaína se vendiera libremente, o de un luchador de “los Titanes”, o —por el contrario— de uno que luchaba por la verdad y el bien. Ninguna de esas posibilidades lo comprende.
Lo que sí es indudable es que persiguió y encerró, sin una sombra de vacilación, a muchos centenares de hombres dignos e inocentes, en la desolación de la cárcel, y de una cárcel deliberadamente sórdida, simplemente para satisfacer el odio más recalcitrante. Es difícil imaginar cómo en la intimidad se sobrevive encerrado en esos oscuros afanes de venganza sin fin.
Lo real es que más de cien viejos —y no tan viejos— hombres de armas, que estaban enfermos o que enfermaron en la cárcel, murieron en el ambiguo lecho de la prisión, en clara situación de abandono. En todos los casos, las organizaciones de derechos humanos, bajo su tutela, celebraron qu se les hubiera negado lo más elemental de la asistencia médica. Tal vez, enaltezca aún más su memoria recordar que, ni siquiera en el GULAG, Solzhenitzin dejó de recibir cuidados médicos cuando estuvo enfermo…
No podríamos olvidar a los familiares de los perseguidos y encarcelados, que han visto cómo en sus hogares avanzaban la oscuridad, el dolor y la desesperanza, haciendo de sus vidas sombras dolientes. Sus peregrinajes a las cárceles son como los retratos de la humillación y de la indignidad que deben soportar en cada visita, de acuerdo a las órdenes dadas por Duhalde. Sólo pueden entenderse esas imágenes espeluznantes, recordando que el que las organizó de esa manera, dirigía allá por los setenta, la revista “Militancia” donde en una sección “cárceles del pueblo” se describían parecidas y peores bestialidades de los muchachos del E.R.P., sin una mínima señal de misericordia.
Todo indicaría que, casi al final de la vida, su cabeza seguía siendo la de un terrorista. A pesar de que hizo todo el daño que pudo, sus socios en el espanto, los antiguos asesinos del E.R.P. y los siniestros ladrones del progresismo K, como las hienas, apenas se detuvieron sobre su cadáver. Dios, en su infinita misericordia, se apiade de su alma.
Tampoco la verborrágica Cris mostró mayor desvelo al recordarlo, pues se limitó a repetir el gastado “fue un luchador”. El asunto es que, como la palabra luchador en sí no define la bondad o la malicia del acto de nadie, podría tratarse ya sea de uno que luchaba para que la cocaína se vendiera libremente, o de un luchador de “los Titanes”, o —por el contrario— de uno que luchaba por la verdad y el bien. Ninguna de esas posibilidades lo comprende.
Lo que sí es indudable es que persiguió y encerró, sin una sombra de vacilación, a muchos centenares de hombres dignos e inocentes, en la desolación de la cárcel, y de una cárcel deliberadamente sórdida, simplemente para satisfacer el odio más recalcitrante. Es difícil imaginar cómo en la intimidad se sobrevive encerrado en esos oscuros afanes de venganza sin fin.
Lo real es que más de cien viejos —y no tan viejos— hombres de armas, que estaban enfermos o que enfermaron en la cárcel, murieron en el ambiguo lecho de la prisión, en clara situación de abandono. En todos los casos, las organizaciones de derechos humanos, bajo su tutela, celebraron qu se les hubiera negado lo más elemental de la asistencia médica. Tal vez, enaltezca aún más su memoria recordar que, ni siquiera en el GULAG, Solzhenitzin dejó de recibir cuidados médicos cuando estuvo enfermo…
No podríamos olvidar a los familiares de los perseguidos y encarcelados, que han visto cómo en sus hogares avanzaban la oscuridad, el dolor y la desesperanza, haciendo de sus vidas sombras dolientes. Sus peregrinajes a las cárceles son como los retratos de la humillación y de la indignidad que deben soportar en cada visita, de acuerdo a las órdenes dadas por Duhalde. Sólo pueden entenderse esas imágenes espeluznantes, recordando que el que las organizó de esa manera, dirigía allá por los setenta, la revista “Militancia” donde en una sección “cárceles del pueblo” se describían parecidas y peores bestialidades de los muchachos del E.R.P., sin una mínima señal de misericordia.
Todo indicaría que, casi al final de la vida, su cabeza seguía siendo la de un terrorista. A pesar de que hizo todo el daño que pudo, sus socios en el espanto, los antiguos asesinos del E.R.P. y los siniestros ladrones del progresismo K, como las hienas, apenas se detuvieron sobre su cadáver. Dios, en su infinita misericordia, se apiade de su alma.
Miguel De Lorenzo
2 comentarios:
Entiendo, como Católica, eso de pedir que Dios se apiade de un obrador de la maldad. Pero, ¿cómo se calmará el hambre y la sed de justicia, si no es por medio de la Justicia Divina en la otra vida?
Concretamente a este admirador del crimen lo forrearon y a nadie le importa porque estan en otra fase del comunismo : EL AFANO. Tristísimo destino les espera a estos falsarios y trágicos payasos.
CD
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