jueves, 10 de mayo de 2012

In memoriam

CANTOS DE CIELO Y TIERRA

  
Debe ser cierta aquella frase que reza que aquello a lo que amamos solemos considerarlo como si fuera nuestro. Dándole crédito a esta afirmación, no alcanzará, pues, con recordar que el 11 de mayo de 2008 falleció Ángel L. Salvat. Aquel día se nos murió don Ángel.
  
No hace falta volver a glosar sus muchos y valederos méritos, que tan bien conocidos son por todos. Valga mejor el recuerdo de la oración por el amigo querido, la sonrisa nostalgiosa ante cada anécdota, cada vivencia que retorna bajo la especie de rememoración llena de cariño. Como quería Manrique, su vida ha quedado en nosotros.
  
Así que, para tenerlo más presente todavía, repasemos nueva vez en esta hora —como solía glosar Ignacio B. Anzoátegui— algo del cancionero de nuestro camarada perito en la Orden Artística del Buen Acorde.
  
Música, maestro. Y siga pidiendo, por su patria —que es también la nuestra— y por nosotros —que seguimos siendo de los suyos—.

  
Bien podría haber sido un melodioso jilguero;
tal vez una calandria, o ¿por qué no? un zorzal.
Lo suyo no eran trinos: era un canto especial
que volaba con alas de ángel arcabucero.

Cantares de rosario engarzados de acero
o almas de pie de gallo batiendo al temporal:
bajo su signo hay notas de ara, de misal,
de bicicleta eterna por eternos senderos.

Ahora ya habrá llegado a contemplar sin velos
al Amor que en su vida entonaba rimando
y su voz ha vencido la nostalgia y los duelos.

Silencio aquí en la tierra. Hay melodía sonando.
El angelical coro va llenando los cielos
y nuestro Ángel querido y cantor sigue cantando.
      

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