PARA LAS CALENDAS PATRIAS
El patriotismo es algo que debemos: amor y servicio a la Patria. Como deuda, en sentido estricto, debemos colocarlo como parte de la justicia. Así lo concibieron los romanos, Santo Tomás y la doctrina católica.
Por su abolengo latino, patriotismo viene de pater, padre. El concepto de patria no es solamente territorial, sino que comprende todo lo que recibimos de los padres: costumbres, tradiciones, bienes espirituales y materiales; todo lo heredado de nuestros mayores.
Al decir que no es solamente territorial, no queremos subestimar la integridad territorial; el patriota no entrega parte de su casa al enemigo.
“Por el patriotismo ofrecemos —dice Cicerón— un servicio y culto diligente a quienes estamos ligados por la sangre y el amor a la patria” (Ret., 2, 53).
El motivo por el cual ofrecemos este servicio es la deuda de justicia inherente a la filiación: somos hijos de quienes nos han dado el ser. Dice Santo Tomás: “El hombre se hace deudor de los demás, según la excelencia y los beneficios que de ellos ha recibido” (“Suma Teológica”, IIa. IIæ., 101, 1).
El patriotismo, y los deberes para con la patria, están vinculados a la justicia. Es una virtud, no un simple sentimiento. El sentimiento viene y se va, no compromete nuestro modo de obrar. En cambio, la virtud es algo permanente, y compromete nuestro modo de obrar.
El patriotismo obliga. Pero al contemplar el panorama de nuestras tradiciones históricas, bienes recibidos de nuestros mayores, beneficios y también maleficios, no podemos tener un criterio acumulativo, sino selectivo. La madurez del patriotismo debe saber y reconocer a qué podemos tributar honor, exaltar y transmitir a las generaciones venideras: y lo que la misma piedad exige enmendar, frente a los errores del pasado.
En la hora actual, el patriotismo nos exige recoger y actualizar el catolicismo tradicional de nuestro pueblo, plantado por misioneros y soldados en la primera etapa de la colonización hispánica. Es el catolicismo que debemos defender contra el laicismo inveterado, y contra la invasión de las sectas protestantes, amparadas por la inacción e incuria de nuestras autoridades civiles y eclesiásticas.
No hay argumento válido, ni conciliar ni preconciliar, ni antiguo ni moderno que justifique el tomar posesión de mi casa al enemigo de la Fe y de la Patria. Más claro: No podemos abrir las puertas a la herejía por un falso concepto de la libertad religiosa. El signo de la paz no es la presencia del enemigo en mi casa.
Reitero lo que alguna vez se dijo, que somos un país ocupado: invasión de mormones, locales de cultos de sectas norteamericanas, música en las radios, letreros en inglés, reiteradas peregrinaciones de nuestras autoridades a los Estados Unidos, el yugo de los usureros impuesto por la avaricia apátrida, la bandera de un pacifismo sin honor: todo revela que somos un país ocupado.
Eso es lo que vemos en estas calendas mayas. Pero la mano de Dios construye y construirá más con el “resto de Israel” (Isaías, 4, 3).
No queremos ser del todo pesimistas. Venimos arrastrando una larga tradición de desaciertos; hay muchas cosas que enmendar en silencio; tampoco podemos pactar con un conformismo suicida. La Patria, mejor la Providencia, nos llama a afrontar una tarea heroica.
En un terreno más conocido para nosotros, es seguro que no podemos pactar con la difusión de la herejía, obra de las sectas, o bien con la apostasía inculcada desde nuestras aulas universitarias. La docencia naturalista de nuestras casas de estudios, es una docencia apóstata, al negar la totalidad de la Revelación.
Hemos sabido combinar para la muerte excelentes valores de vida. Entre la paz, la “civilización del amor”, los “chicos de la guerra”, etc., hemos creado una mentalidad blandengue, timorata, apátrida, destruyendo la conciencia de nación, y los deberes para con la Patria.
Lo contrario de la paz no es la guerra. La guerra puede tener causas justas, y realizarse por hombres pacíficos que se ven agredidos en sus derechos. Es lo que ocurrió en las Malvinas. Lo opuesto a la paz, es el desorden interior en la persona, o el mismo desorden en el interior de los pueblos: ambición de riquezas, de poder, egoísmo. La lucha contra estos desórdenes trae la paz, o sea la tranquilidad en el orden, según la clásica definición de San Agustín.
Contra aquella realidad del 25 de mayo, teñido por los postulados de la Revolución Francesa, hemos visto surgir muy cerca nuestro, la limpia empresa de los Cursos de Cultura Católica de Buenos Aires (1920-1930), que sometieron a examen los postulados de un libertinaje político, social y económico que pedimos a Dios desaparezca de la realidad argentina. Como dice Donoso Cortés: “Por el catolicismo entró el orden en el hombre, y por el hombre en las sociedades humanas”. Y después añade: “El orden pasó del mundo religioso, al mundo moral y al político”.
Agreguemos por nuestra cuenta: esto es cierto, pero el mundo religioso tiene que ser católico, no pluralista. Entonces pasa el orden, sin gérmenes patógenos.
Fray Alberto García Vieyra, O.P.
1 comentario:
Para la antología. Debería estar en los manuales escolares...pero estamos tan lejos !!!
Es verdad, la Patria esta ocupada, estamos " en relaciones carnales" con el imperio plasticolandia, pero, criollos y católicos, estamos obligados a "hacer pata ancha a los vientos " y contamos nada mas y nada menhos que con la ayuda de la Reina del Cielo, quiere decir esto una sola cosa : LA VICTORIA ES NUESTRA Y POR SIEMPRE JAMÁS-
García Vieyra, maestro, en el mayor y mas alto sentido del término.
CD
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