— ¿Hay procesión? — dijo Sancho.
— Señor, son los Católicos de la Ínsula que vienen a ponerse a sus órdenes.
— ¿Tan pocos católicos hay en mi Ínsula?
— No somos tan pocos. ¿Y las otras dos delegaciones?
— Yo creía que casi todos eran católicos en mi Ínsula.
— De nombre lo eran todos — dijo el avispado muchachón que dirigía—; y con el nombre mercaban y granjeaban algunos falsos; de corazón hemos quedado nosotros.
— ¿Y mi amigo el Doctor Pedro Recio, que yo busco infructuosamente entre los nobles?
— Hace mucho que se pasó, señor, a los enemigos.
— ¿Y el Bachiller Carrasco, que debía estar entre los sabios?
Todos los delegados callaron tristemente.
— ¿Y el Capellán? — prorrumpió de golpe Sancho, levantándose templón y desesperado y alzando las manos al cielo—. ¿Y el Capellán, Santo Dios, que debería estar entre vosotros?
Los Católicos se miraron entre ellos y al fin dijo uno de ellos titubeando:
— Estaba con nosotros ahora mismo. Cuando entramos en el castillo y el cerco enemigo se cerró del todo nadie lo ha vuelto a ver de nuevo.
Sonrió tristemente Sancho y meneó la cabeza murmurando no sé qué refrán o dístico; mas de repente se puso y preguntó ansioso:
— ¿Y la descomunión? ¿No existía la descomunión?
— Existía pero no se usaba. Todos tenían el derecho de llamarse católicos y bastaba reclinarse contra una barandilla para que los sacerdotes les diesen la hostia, aunque sea a un criminal y a un loco.
— ¿Pero no se conocían por las obras?
— Señor, bastaba hacer un dinner danzante en honor de los leprosos y un bridge de caridad por las provincias pobres para ser católica distinguida; bastaba hacer un discurso en el tercer Centenario de la Compañía de Jesús para ser archicatólico y Ministro de Educación.
— Entonces —dijo Sancho con animación— se ve que no había jerarcas prácticos.
— Todos los jerarcas eran prácticos —dijo el joven adalid—, grandes truchimanes en juntar plata, llevar libros, hacer altares y aplicar el derecho canónico al prójimo. Los que faltaban eran gobernantes teóricos.
— ¿Gobernantes teóricos?
— Sí, señor, gobernantes teólogos.
— Pero yo creía que los hombres inteligentes no servían para gobernar.
— Esa voz hacen correr los mediocres engreídos, cuando les entra la angurria del mando. Al revés, sólo al inteligente le toca regir. El que no sabe es como el que no ve — dijo el joven.
R. P. Leonardo Castellani, S.J.
1 comentario:
¡Que visionario el Padre Castellani!
Ya habia advertido que el no admitir a los inteligentes en el poder nos iba a llevar a la ruina actual.
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