Así, pues, dominando nuestra vida entera hay una imagen venerada que sonríe, pacifica y consuela… Es a la vez una estrella matutina en el cielo de nuestra existencia, es flor del paraíso en el erial de este mundo, es arco iris de paz en las tempestades del alma, es la sonrisa de Dios sobre la tierra, ¡es María!…
El corazón humano es como la hiedra, necesita a quien adherirse para vivir. Y nosotros, pobres hiedras tristemente aisladas sobre la tierra, buscamos siempre un apoyo, y mejor no podemos encontrarlo que en el corazón de nuestra Madre. Por eso cuando pronunciamos ese nombre tan dulce, tan puro, tan santo, ¡María!, un rayo de luz divina ilumina nuestra alma, la esperanza renace en nuestros corazones y bálsamo suavísimo cura nuestras almas.
¿Quién podrá comprender lo que es María, sobre todo para los que no tienen otra madre sobre la tierra? ¡En la vida se sufre tanto! La juventud jubilosa no la comprende aún: los años se encargarán de enseñárselo inexorablemente. Pero Dios Nuestro Señor, que es tan bueno, que todo lo compensa sobre la tierra, ha puesto en nuestro camino ese apoyo que nunca flaquea, ese corazón que nos comprende siempre, esa Madre en cuyo regazo encontramos el perdón, el consuelo y la paz.
Por algunas de sus fibras, quizá la más delicada, el corazón humano permanece siempre niño. Me parece que es la que en nosotros vibra tan hondamente al escuchar este nombre, ¡María!
Cuando estamos tristes, cuando nos vemos enfermos y solos, cuando el corazón tiene frío, cuando los hombres nos humillan o, lo que es peor, nos desprecian, y en tantas circunstancias dolorosas de la vida, ¡cómo echamos de menos la solicitud, la abnegación, la fidelidad, el cariño de una madre!
Estimados feligreses que se han tomado la molestia de leer estas pocas líneas, si tienen madre, ¡qué felices son! Explótenla acuciosamente, pues es un tesoro riquísimo, embriáguense en esa ternura incomparable y hagan previsión de ella para los días de soledad que quizá no estén muy lejanos… Pero si ya la perdieron, si llevan en tu alma ese vacío que nada puede llenar, si sus corazones han sangrado por esa herida que su partida abrió y que nunca llega a cerrarse, si ya caminan solos por los senderos de la vida, entonces, hermanos míos, levanten los ojos al cielo y consuélense, aunque nos falte el calor santo de un hogar y el regazo dulcísimo de una madre, no somos del todo huérfanos: hay en el cielo una Madre que nos ama, que nos acaricia y nos consuela… ¡María!
¡Consolatrix Afflictorum! ¿Hasta dónde estamos persuadidos de esta gran verdad?Sólo su amadísimo Hijo, que sondea hasta lo más profundo de nuestro corazón y conoce todos nuestros pensamientos, sabe a ciencia cierta lo profundo de esta convicción.
Pero con mucha tristeza vemos como el enemigo va desvaneciendo esta convicción de ser ¡Consuelo de los afligidos! Es preciso que esta verdad se grabe profundamente en nuestros corazones y hay que ser, por así decirlo, los que encarnemos en nuestra alma estas dulcísimas palabras para que vean los demás en nuestras acciones, operaciones etc., el rocío celestial que de ellas se desprende. Solamente así contrarrestaremos la acción nefasta del enemigo contra nuestra Madre del cielo.
¿Queremos saber cómo se encuentra nuestra alma en el orden sobrenatural, si adelantada o atrasada, si en el fervor o en la tibieza? Examinemos nuestra devoción hacia nuestra Madre del cielo y así llegaremos a descubrir el estado general de nuestra alma.
Porque como para saber si una persona está viva o muerta examinamos su corazón; si no late de amor por María, perdamos la esperanza: está muerta…; pero si ese fuego sagrado alienta todavía, a despecho de todas las frialdades aparentes, no hay nada que temer.
Y de las mismas almas a quienes el pecado ha alejado completamente de Dios podemos esperarlo todo, si con el pecado no se ha extinguido la devoción a nuestra Madre Inmaculada. ¡No es algo grande, admirable y misteriosa la última afirmación! Me podrían tachar de exagerado, pero también no fue una gran “exageración” de su Hijo al dárnosla como Madre al pie de la Cruz. Fruto de esa dádiva tan hermosa el buen ladrón sacó su pasaje para la vida eterna y, ¿el mal ladrón? Yo no lo sé, sólo Dios lo sabe.
Estimados feligreses, seamos fieles a nuestras prácticas de piedad en honor a la Santísima Virgen, es el tributo diario de nuestro amor. Desterremos de ella la rutina, que es la muerte de la verdadera devoción, el formulismo vano que nace de un espíritu farisaico, y hagamos que siempre vaya acompañada y animada de la devoción interior.
Quiera Dios Nuestro Señor que en este nuevo año, nos renueve la devoción a la Santísima Virgen y nos haga crecer en el amor que como buenos hijos le debemos.
Un Sacerdote Fiel
1 comentario:
Bella y piadosa nota. Cuando la terminé de leerla al ver quien la firmaba la comprendí mejor. Solo un sacerdote fiel puede tener tan pulcros sentimientos.
¡Qué importante es tener prelados fieles en tiempos de apostasía! ¡Cuando papas y cardenales se quitan la cruz para orar en mezquitas y sinagogas!
¡Cuando aparecen peligrosos nuevos dogmas de fe, sostenidos por la espada de los vencedores!
¡Cuándo hay muchos que ya no traicionan por 30 monedas de plata sino por un plato de lentejas!
Sacerdote fiel: habemos muchos fieles, que seguimos como Ud., fieles. Tenemos una gran necesidad de un fiel pastor.
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