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REALIDAD, MITO Y DOGMA
REALIDAD, MITO Y DOGMA
La subversión argentina no es otra cosa que una punta de un movimiento continental marxista liderado por la Cuba de Castro y que sigue en sus avatares los vaivenes de su política. El marco ideológico en que se desenvuelve está perfectamente delimitado dentro del “oportunismo político” del barbado dictador, y de él toma los rasgos de una aventura sangrienta injertada artificialmente en nuestra sociedad y que sólo sirve a sus intereses. El grado demencial que cobra la subversión en nuestra historia no lo parece así, visto desde la perspectiva de un Castro que con ésta y otras maniobras se mantuvo en el poder de la isla contra viento y marea, atravesando intacto la tormenta del siglo XX.
Nuestra historia de peones en el tablero internacional pierde sentido aislada de la comprensión de los intereses en juego. Rojas pone las cosas en su punto en lo que a esto respecta. Las condiciones histórico culturales que hacen que esta violencia de importación “prenda” en nuestro país están bien vistas, y no esquiva el tema —que Acuña dejaba planteado para otro análisis— de la importante influencia que la confusión mental originada en el Concilio Vaticano II ejerció sobre una sociedad, que como la de aquellos tiempos, sobrellevaba un catolicismo endeble en sus cimientos intelectuales, pero arraigado en las costumbres sociales de la gente “como uno”, sirviendo de perdición tanto a Tirios como a Troyanos. Desde las parroquias tercermundistas, que formaron un semillero para el reclutamiento de tropa, hasta las parroquias conservadoras, que desarmaron moralmente a la clase media cuando el embate tomó ribetes democráticos.
Sin embargo, el autor se prepara para las conclusiones padeciendo del mismo mal que en los otros acusa. Entiende que el Proceso privó de basamento moral a su accionar, al utilizar “medios” inicuos para la eliminación de las bandas castristas. En concreto, le enrostra la utilización de la tortura en los interrogatorios, aún a pesar de reconocer que no había otra manera, y que de no hacerlo así, nuestro destino hubiera sido el caos colombiano.
Veamos la cita en la página 251: “Los militares debieron organizar la represión de manera tal que en el menor tiempo posible se pudiera obtener la mayor información sobre el enemigo, de modo de operar sobre los blancos también con la mayor rapidez y eficiencia y sin escatimar medios bélicos para la derrota del oponente. Esto no estaba mal en absoluto y en sí es una de las premisas del arte militar, y más en la guerra contrarevolucionaria, en la que el enemigo se mueve con sigilo y en el secreto. Pero, la cuestión moral fue dejada de lado.
“Así para obtener información de forma rápida se recurrió a la aplicación de tormentos a la gran mayoría de los capturados. De esa manera se realizaban nuevos procedimientos sobre los blancos que marcaban o delataban los torturados, volviéndose a proceder con las mismas acciones sobre los que se capturaba, si es que se los capturaba vivos. Volveremos sobre esto”.
Y vuelve en la página 376: “No es necesario que aclaremos aquí nuestra absoluta repulsa por la aplicación de tormentos, no porque sean condenados por la ONU (…) Nos basamos en la doctrina tradicional de la Iglesia: (trae una cita de Pío XII que desaconseja la tortura física a los fines de «la instrucción judicial», pero no referida a un procedimiento policial o militar en progreso de la cesación del delito) y el Catecismo de la Iglesia Católica, que dice en su Ap. 2297: La tortura que usa la violencia física o moral para arrancar confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen, satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona y la dignidad humana”.
En suma, el apartado citado de ese documento de factura posconciliar lo deja desarmado para defender el todo social en pos de no pecar, no ya contra Dios, sino contra Maritain.
Si siguiéramos el curso de esta dialéctica rebosante de personalismo y lo juntáramos con ciertos recuerdos que conservamos de la época, debemos concluir que los cuadros de la baja oficialidad del ejército, que fueron los que ejecutaron en el detalle y en lo concreto la guerra antisubversiva, actuaron de forma inmoral y son reos de la repulsa social.
Las vías de la democracia, perdón o castigo, son las que se imponen. Por el contrario, podría excusarse a los altos grados militares que estaban en el gobierno y ausentes con visa de turista en la cuestión de la guerra. Estos sólo pueden ser imputados de error político.
Con esto tenemos que esta obra es la más aguda de las condenaciones recibidas por la guerra referida; es el claro reconocimiento del propio bando, de que se comportaron como cerdos y que los perdonamos porque de última nos vino bien, y gracias a ello siguen funcionando el cajero automático y los semáforos. En el fondo, no somos mejores que Alfonsín o Menem.
Vaticano II de por medio, el autor podría haberse ahorrado lo de Tradicional, si se acordara que la Iglesia, en mucho menor medida de lo que se dice, no tuvo tantos reparos en entregar reos al suplicio. Santo Tomás en la cuestión LXV artículo II de su Suma Teológica expresa: “Así como la ciudad es una comunidad perfecta, así también, el príncipe de la ciudad tiene potestad perfecta de represión, y por consiguiente puede imponer penas irreparables, esto es, la muerte o la mutilación”. Dando por supuesta en el contexto la verberación. Si se acordara asimismo que el acto moral es un acto singular por el que Juan o Pedro hace mal en tal circunstancia y no una categoría ideológica por la que son inmorales todos aquellos “que intimidan a los que se les oponen y faltan el respeto a la persona y la dignidad humana”, aunque la sociedad toda se vaya al barranco.
Más allá de la coloratura de los casos particulares, en buen y tradicional romance, debe reconocerse la potestad que tiene el ordenamiento político para aplicar la represión a quienes ataquen el bien común, en la medida que indique la prudencia política y que exija la necesidad de los hechos, sin dejarnos influir por la babosería del Catecismo citado, que ha llevado a estas sociedades a quedar cautivas de minúsculas bandas delictivas, porque ha sido minado su sistema inmunológico desde usinas ideológicas (no siendo la menor de ellas el Vaticano, tan a la par de la ONU).
En suma, la obra deja un sabor lamentable porque en el juicio que pretende hacer sobre la represión de las bandas prima el ideólogo sobre el historiador, y lejos de avocarse al análisis de las razones que hicieron que se produjera el hecho, abandona el objeto de su ciencia y juzga a partir de una premisa personalista haciendo tabla rasa. Por este defecto “el bando” militar se convierte en un cuerpo amorfo y sin vida en el relato, desluciendo el mosaico que había pintado con bastante holgura del “bando” castrista. Permanece el estereotipo del militar, caricaturizado como el obediente amoral, de bigotes y en un Falcon que sirvió de verdugo. Alguien nos debe todavía la pintura de ese drama.
Dardo J. Calderón
3 comentarios:
Muy acertado el comentario del Sr. Calderon. En efecto, el autor de la obra cae tambien en la trampa que la propaganda marxista sinarquica, viene utilizando desde la epoca del desagradable Alfonsin.
Poca gente recuerda que fue una guerra contra un adversario cruel, solapado e hipocrita.
Y que ahora se ha insertado en los estamentos gubernamentales.
Excelente comentario del Sr. Dardo Juan Calderón.
La influencia del Concilio Vaticano II fue altamente nefasta en Hispanoamérica y constituyó un elemento de primordial importancia en la estrategia subversiva marxista.
Todo el aparato terrorista que actuó en el ámbito eclesiástico, ya sea en la acción directa clandestina como los curas Carbone, Puigjané y los cinco palotinos o los que actuaron en funciones mas de superficie haciendo propaganda y reclutamiento como Angelelli, Podestá, Devoto, De Nevares y un largo etcétera, estaban profundamente imbuídos por el nefasto Concilio Vaticano II.
La reprobación de la tortura que hace Rojas es verdaderamente infantil. En la realidad la tortura es un método de obtener información usual en los países centrales, ampliamente tolerado y permitido y terminantemente prohibido, cuando así conviene, en los países periféricos.
EE.UU, la utilizó ampliamente durante la Segunda Guerra Mundial. Corea, Vietnam y la Guerra Fría. Hoy la realiza en Irak, Afganistán y en campos clandestinos de detención ubicados fuera de su territorio nacional.
Inglaterra hizo lo propio en durante la Segunda Guerra Mundial y en distintos conflictos colonialistas africanos.
Francia en Indochina, Argelia y Tchad. Ahora todos estos países hipócritamente a través de distintos medios, incluso los judiciales, persiguen hipócritamente a las Fuerzas Armadas argentinas acusándolas de haber realizado lo que ellos han hecho en el pasado y repiten en el presente.
Mientras tanto los postconciliares, mudos ante la tortura de los países centrales, son cómplices de sus intervenciones ilegales en los asuntos internos de nuestro país. Alguno de sus mas descarados representantes incluso, llega a la temeridad blasfema de intentar canonizar a terroristas marxistas
La crítica llega con cuatro años de atraso. Este libro es hoy inencontrable. Yo lo compre justamente por haber leído de “ojito” en una librería el extraordinario prologo del Dr. Caponetto.
Por lo demás la critica creo que es reduccionista e inapropiada. Reduccionista por que descalifica toda la obra (deja un sabor lamentable dice) por el contenido de dos paginas e inapropiada por que el objetivo que tuvo Rojas no fue reivindicar a los militares del Proceso como pretende el Sr Calderón. A diferencia de otras obras similares, este tema le importa poco al autor. Su propósito ha sido dejar al descubierto el proceso que convirtió a la temática de los desaparecidos en algo similar al Holocausto. Cosa que esta palmariamente demostrada en la misma y cosa que hoy podemos apreciar en ante nuestros ojos todos los días.
Con referencia a la tortura, la misma cita que trae de Santo Tomas desmiente al crítico. Santo Tomas dice que el tormento o la mutilación puede aplicarse como pena, establecida por un acto del Príncipe lo que implica una legislación que así lo establezca o una disposición jurisdiccional del mismo, no habla de atormentar como un medio de investigación policial en forma clandestina. Tampoco podemos comparar lo del Proceso con lo que hacia la Iglesia durante la Inquisición, la cual era una institución legal de Derecho Publico donde hasta el mínimo daño que podía hacerse al reo estaba reglamentado y controlado por sacerdotes prestos a ejercer la misericordia sobre los encartados. La Iglesia jamás hubiera permitido el tormento a la sombra del ocultamiento y de la irresponsabilidad. Los procesos de la Inquisición tenían responsables y sus resoluciones, por duras que fueran, estaban firmadas. No así lo que hacia el gobierno militar en muchísimos casos. Por ello, entre otras cosas y más allá de los embustes y de la justicia amañada e ideológica, hoy pagan justos por pecadores.
Por otro lado recuerdo que esta odiosa comparación (Inquisición-Proceso) es común en la pasquineria bolchevique referente al tema. Podría haberse ahorrado el crítico esta justificación mediante la apelación a lo que hacia la Iglesia antiguamente y basarla en otras cosas.
Para ir finalizando diré que el Catecismo de la Iglesia Católica no es una “babosería” ni el Vaticano una usina ideológica, (pese a los mercenarios y lobos que pueda haber allí infiltrados) como en forma absolutamente impropia afirma el critico.
En referencia a los que acotan comentarios decir que Rojas fue engañado por la dialéctica alfonsinista denota que ni leyeron el libro y que juzgar la moralidad o inmoralidad de algo por lo que hacen en los países centrales es cuanto menos un argumento propio de los programas de TV basura.
Felicito al Dr. Caponetto por el blog y la revista y le agradezco por dejarme participar.-
Ricardo Damaso Sagasta
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