miércoles, 21 de enero de 2009

El Pajarito macanea hasta morir


LA VERDAD
DE UN “NO”
HISPANOAMERICANO


Semanas atrás el Dr. G. A., dilecto amigo y vecino de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, puso en nuestras manos un libro de Rogelio García Lupo, titulado: “Últimas noticias de Perón y su tiempo”, recientemente publicado por Vergara; cuando abrimos el tomo de 313 páginas recordamos que hace años un viejo Maestro nos dijo: “Lee, lee y entérate de quién es el autor, porque como decía Carlyle, los grandes hombres del pasado nos llaman afectuosamente”.

Aquel sabio mentor nos invitaba a bucear en las vidas de los autores hasta encontrar enseñanzas más ricas que las que dejaron en los impresos. No era éste el caso porque conocíamos que el escritor que nos ocupaba, al margen de otros galardones, es columnista de “Clarín”, corresponsal de “Prensa Latina” de La Habana y lo fue de la fenecida revista “Marcha”, de Montevideo. Esta publicación uruguaya, durante decenios, y cuando nadie hablaba de Gramsci, era la gran usina de la “inteligencia” marxista que con su “cultura” alienadora de la juventud, preparó nuestros años sesenta y setenta ahítos de sangre y locura nihilista.

Sin que se nos arrugara el entrecejo y dejando de lado la reseña biográfica de García Lupo, nos adentramos en la lectura del libro. Ya en la primera carilla el autor señala que esas páginas están “secretamente inspiradas” (sic) en la afirmación de Jorge Luis Borges: “Si hay algo fácil de modificar es el pasado”. En contradicción a su numen, estampa en la línea siguiente: “No tan fácil”. Y trata de explicarlo con un aserto en el que con modestia muestra su ímprobo trabajo: “La recopilación de los hechos que respaldarán más tarde un escrito siempre requiere más esfuerzo que escribirlo. Por eso el lector encontrará anexos documentales…” Muy pobres por cierto. Luego señala: “La ilusión de un periodista de investigación es que a su trabajo no se le pueda encontrar un error de base que haga tambalear sus conclusiones”.

Como en la primera lectura no encontramos cuáles son las que intenta hacernos conocer el periodista de marras, nos reafirmamos en un fundamento clave. Para un autor la más difícil tarea consiste en el armazón de los capítulos que como un tejido conjuntivo unifique y coordine hasta formar el todo armónico. Esto, García Lupo no lo consigue. La lectura de las carillas muestra cuán inexacta es la afirmación referente a que las “historias reunidas giran alrededor de la persona y los actos del gobierno del general Perón”. No basta librificar 19 crónicas. Se necesita mucho más.

Tomemos un ejemplo. El capítulo 4, titulado: “El Bombardeo virtual de Buenos Aires”, que nos interesa particularmente a los Orientales, ya que en su desarrollo se plantea la intriga diplomática preparada en 1940 por los Servicios Británicos en confluencia con el Pentágono y la Casa Blanca. Fue una “historia” de amenazas del Eje Roma-Berlín para dominar a la República Oriental con los residentes ítalo-germanos y lanzarse luego hacia la Republica Argentina y el sur del Brasil. La rocambolesca fábula creció como una bola de nieve con una campaña de prensa y radios de los Estados Unidos. El Presidente Delano Roosevelt —que entonces preparando su tercera reelección, ocultaba su decisión de participar en la Guerra— lanzó la propuesta de bases militares en el Uruguay.

Contra ellas se levantaron como el heráldico león rampante Luis Alberto de Herrera y el Nacionalismo, con tradición sustentada en aquellos mojones de dignidad que fueron Manuel Oribe y Juan Manuel de Rosas. La ofensiva propagandística norteamericana fue imponente. Diarios, revistas, cine y todos los recursos del poder se pusieron a las órdenes del delirio. Pronto se aprobó una ley de “Asociaciones Ilícitas” creándose la “Comisión de Actividades Antinacionales”, circulando desde esos días las Listas Negras de personas y empresas que estarían operando contra los Aliados. Aparecieron en escena lo que el viejo Caudillo llamó “Tribunales Venecianos” estableciéndose el delito de opinión en nombre de la tolerancia democrática liberal. Se prohibió la llegada a Montevideo de “El Pampero”, periódico nacionalista de gran tiraje que aparecía en Buenos Aires y dirigía Enrique Osés.

Amansarse para vivir pareció ser la consigna de la prensa en general, que no expuso disonancias. La única excepción fue el cotidiano herrerista que mantuvo sus campañas e independencia. La tensión llegó al rojo vivo cuando el 10 de noviembre de 1940 “La Nación” de Buenos Aires publicó una nota tomada del “The New York Times” donde el corresponsal yankee daba cuenta de negociaciones entre el gobierno uruguayo y Washington para la instalación de bases militares en nuestro territorio. En un párrafo decía el belicista escriba rooseveltiano: “Por lo que respecta a la base naval… debería construirse cerca de Punta del Este, pues ese punto domina la entrada del Río de la Plata, hay allí aguas profundas e islas como la de Lobos y Gorriti que presentan condiciones ideales para el emplazamiento de cañones de largo alcance…”

Desde su diario “El Debate”, que se imprimía con enormes dificultades por carencia de papel y tinta, Herrera todos los días marcaba a fuego a los metecos vernáculos. Veamos el párrafo de uno de sus editoriales: “¿Quiénes administrarán esas peligrosas fortalezas? Encarando el tema desde nuestros fraternales vecinos, Argentina y Brasil, ¿quién puede pensar que ellos admitirían semejante caballo de Troya? El Brasil que descongestiona sus riquezas por los ríos Paraná y Uruguay, o la Argentina que drena su producción extraordinaria de Entre Ríos y Corrientes por esas mismas vías fluviales ¿van a tolerar por ventura que se bloqueara el Río de la Plata con la boca de los cañones «evangélicos»? Bases extranjeras serían ¡eso sí! Bases de nuestra inconmovible y futura esclavitud…”

El 21 de noviembre junto a sus diez Senadores, el Jefe Civil dio una batalla victoriosa y definitoria en la política internacional de Hispanoamérica. He aquí algunos conceptos de su intervención en la Cámara Alta: “Esas bases‚ serán para los Estados Unidos. Se harán con nuestros recursos para ellos, señor Presidente. Eso es lo que quería subrayar. Precisamente por proyectarse y por pensarse que esas bases‚ son para Estados Unidos, tengo mayores motivos como latino y como filial de españoles y sudamericano para temerlas […]

“Cada día siento, comprendo más a nuestra raza. Nosotros somos latinos-ibéricos y también bastante italianos —en este Senado la mitad de sus componentes llevan esa sangre magnífica—. Nosotros no pertenecemos a las razas rubias, somos rama de las ibéricas y a mucho honor […] De manera que aquí tenemos que defender lo hispano, lo que vive en nosotros, en nuestra memoria, contra las penetraciones. Me asilo y refugio en mi raza; no tengo interés que vengan otras a imponerse corporativamente con plan ulterior —cuanto más plutocráticas más temibles— en el campo de nuestros sentimientos…”

La política obsecuente cayó pulverizada. El rotundo NO del Caudillo conmocionó a los hispanoamericanos, “que no querían ser peones en el ajedrez ajeno”. La Patria Grande lo saludó de pie. En este sentido y con gran nobleza el 29 de diciembre de 1940 una delegación argentina encabezada por el general Juan Bautista Molina lo visitó para homenajearlo. Hasta aquí el episodio que pese a su importancia es omitido evidentemente de ex profeso en el libro comentado. Hace sonreír que se lo presente como periodismo de investigación.

Sin embargo queda algo por decir. La continuación de la lectura nos condujo a una nueva comprobación de la verdad mediatizada. Veámosla haciendo un planteo lineal. El comienzo debemos ubicarlo cuando en el contexto ideológico internacional los hechos estaban cambiando. El contubernio liberal-bolchevique campeaba victorioso en una guerra que tocaba a su fin.

Se dieron entonces sucesos en la vida interna argentina, que adquirió una nueva tonalidad con motivo de la Revolución que, encabezada por militares nacionalistas, estalló el 4 de junio de 1943. La afrentosa instalación de “bases” intentada años antes quiso hacerse realidad con el fin de evitar la consolidación de un régimen que se ubicaba lejos de los cánones del “Orden” de quienes se estaban preparando para repartirse el mundo. Para ello el mejor situado geopolíticamente era el gobierno de Montevideo que presidía el Dr. Amézaga (1943-47), ex abogado de la británica empresa de tranvías y ferrocarriles. Otra vez las negociaciones secretas para una instalación militar en Laguna del Sauce. Y otra vez Herrera con las antiguas rotativas de “El Debate” presentó batalla. Así decía: “Sin una sola vacilación toda nuestra simpatía con la República Argentina tan injustamente atacada…”

Mientras, en los demás ámbitos sociales y políticos, el nacionalismo incansablemente martillaba: “esas bases de Laguna del Sauce no pueden ser instaladas frente a los canales del Plata porque sofocan toda la red fluvial y la autonomía y la independencia de la Argentina mil veces hermana…”

La segunda intentona finalmente abortó su engendro por la oposición y el coraje de un Héroe antiguo. Esta es la verdad histórica y NO la que nos relata Rogelio García Lupo presentando a “Marcha” y a su director Carlos Quijano como fundamentales en la resistencia a las “bases malditas”.

Se ha dicho que cuando el pájaro abandona la rama en que ha cantado deja en ella un estremecimiento. Del mismo modo un libro al cerrarse deja en nosotros un torbellino de ideas. Son nuestras resonancias de lector. En este caso no ha sucedido lo previsto, porque la rama ha sido abandonada por un Pajarito sin plumas ni canto.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

1 comentario:

Fernando José dijo...

Reconforta esta nota al describir conductas como la de Luis Alberto de Herrera o la del General Juan Bautista Molina en una época en que no hay políticos y los generales en actividad se dedican a descolgar cuadros.

Ahora sobre Prensa Latina conviene puntualizar que fue creada para ser un servicio de inteligencia cubano, especializado en reunión de información, desinformación, contrainformación y acción sicológica.

Su fundador y primer director fue un típico agente de inteligencia, Jorge Ricardo Massetti que luego fue destacado en el Norte Argentino donde felizmente terminó con su vida y fechorías. Otro co-fundador fue el "criptógrafo" de Bahía de los Cochinos y luego jefe del servicio de inteligencia montonero "Ancla", Rodolfo Walsh, quien también alternaba la máquina de escribir con la bomba y la metralleta.

García Lupo fue otro de los cofundadores, estaba presente en La Habana en aquella época.

Otros agentes tuvieron misiones menos violentas y se dedicaban a reunir información y a desinformar.

Son los sobreviviente. Por todo esto no sería arriesgado afirmar que Prensa Latina no tuvo corresponsales y sí agentes. Agentes al servicio de una potencia extranjera que desató un baño de sangre y violencia en su propia Patria. Servidores del extranjero impunes, por supuesto.