ARQUIDIÓCESIS
Parecería ser costumbre que en ocasión de una celebración trascendente, la Arquidiócesis de Buenos Aires inaugure alguna palabra. Esta vez hablan de “santuarizar”, como en otras ocasiones fue el turno de “asamblear”, “misericordear”, etc.
Claro que, como nuestro idioma tiene abundancia de términos para expresar ajustadamente las circunstancias aludidas, es difícil comprender cuál es el sentido preciso de tales innovaciones; tal vez pudiera ser que, en consonancia con los tiempos en los que todo lo importante depende de la novedad, el Arzobispado no quiera desentonar ni quedar atrás en la vorágine de las primicias, ofreciéndonos entonces estas delicadas creaciones semánticas.
Al cabo de alguna sesuda reflexión, nos aventuramos a entender que santuarizar no sea del todo diferente de peregrinar, pero el colorido del acertijo sigue en pie.
No obstante, nobleza obliga a reconocer que gracias a la azarosa aparición de estos resabios verbales, en un territorio de minuciosa mudez, no faltarán quienes sostengan que aún quedaría algo mínimamente vital en el consumado paisaje arquidiocesano.
Acorde con tal afán de la Jerarquía y en vistas de alguna próxima festividad se nos ocurrió sugerir para la lista de laboriosos desvaríos el término “arzobispear” que sería algo así como: dícese del que asume la responsabilidad de conducir como guía y pastor a los sacerdotes y a los fieles de la arquidiócesis orientándolos por la fe y la doctrina hacia caminos ciertos enseñando, evangelizando, dando testimonio.
Naturalmente para “arzobispear” se requiere en primer lugar la existencia de un Arzobispo, exigencia que debe atravesar la mera posibilidad difusa y convertirse en presencia real, no como uno más en el subte, en el que ya somos multitud indefinida, sino como el que cuida con amor y orienta firme y claramente, el que se planta y protege, el que no vacila en anunciar la verdad a tiempo y destiempo.
Aunque pensándolo más, esto nos expondría a descifrar un enigma tan arduo, tan sin respuestas que… en fin, en el mientras tanto y a fin de estabilizar la desesperación inminente, el buen sentido aconseja retirar nuestro neologismo de la consideración pública, por falto de sentido, ya que en Buenos Aires por ahora y desde hace años, “arzobispear” es una palabra completamente absurda.
Miguel De Lorenzo
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