UN PRIMER MINISTRO
EN SERIO
Por algunas noticias procedentes de medios extranjeros, y que circularon a través de internet, supimos tardíamente que el pasado 13 de febrero, el primer ministro australiano, John Howard, les dijo a los musulmanes que quieran vivir bajo la Sharia islámica que se marchen de Australia.
En principio, la decisión pareció estar vinculada a cuestiones de seguridad, concretamente para evitar presuntos ataques terroristas. Seamos sinceros: nos temíamos encontrar con una vuelta más de las trilladas argumentaciones yankis contra el fundamentalismo, o con las habituales y fariseas impugnaciones israelíes, siempre prontas para ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Pero Howard fue más lejos, e hizo una defensa vibrante del nacionalismo y del cristianismo, del derecho de una patria a proteger su identidad de Fe y de Tradición; del deber consiguiente de controlar las oleadas inmigratorias indiscriminadas e invasivas, y de la obligación moral de los gobernantes de preservar el patrimonio físico y metafísico de una nación. Sus palabras resultan hoy gloriosamente disonantes y atípicas, y ya quisieramos oírlas pronunciar aquí, fueran en boca de algún pastor, de algún soldado o de algún hombre público. Y no dirigidas con exclusividad a los mahometanos,sino a todos aquellos que conspiran contra la Argentina Católica: “Si Cristo los ofende” —dijo Howard— “entonces les sugiero que busquen otra parte del mundo para vivir, porque Dios y Jesucristo son parte de nuestra cultura”.
No necesitamos aclarar las muchas diferencias que nos separan o pueden separarnos de este Primer Ministro en otros órdenes de consideraciones doctrinales. Pero haciendo ahora abstracción de las mismas, reproducimos sus palabras con admiración y legítima nostalgia:
“Los que tienen que adaptarse al llegar a un nuevo país son los inmigrantes, no los australianos. Y si no les gusta, que se vayan. Estoy harto de que esta nación siempre se esté preocupando de no ofender a otras culturas o a otros individuos (…) Nuestra cultura se ha desarrollado sobre siglos de luchas, pruebas y victorias de millones de hombres y mujeres que vinieron aquí en busca de libertad (…) Aquí hablamos inglés fundamentalmente. No hablamos árabe, chino, español, ruso, japonés ni ninguna otra lengua. Por lo tanto, si los inmigrantes quieren convertirse en parte de esta sociedad, ¡que aprendan nuestro idioma! (…)
La mayoría de los australianos son cristianos. Esto no es un juego político. Se trata de una verdad, de hombres y mujeres cristianos que fundaron esta nación basados en principios cristianos, lo cual está bien documentado en todos nuestros libros. Por lo tanto, es completamente adecuado demostrar nuestra fe cristiana en las paredes de las escuelas. Si Cristo les ofende, entonces le sugiero que busquen otra parte del mundo para vivir, porque Dios y Jesucristo son parte de nuestra cultura (…) Toleraremos vuestras creencias, pero tienen que aceptar las nuestras para poder vivir en armonía y paz junto a nosotros (…)
Éste es nuestro país, nuestra patria, y éstas son nuestras costumbres y estilo de vida. Permitiremos a todos que disfruten de lo nuestro, pero cuando dejen de quejarse, de lloriquear y de protestar contra nuestra bandera, nuestro compromiso nacionalista, nuestras creencias cristianas o nuestro modo de vida. Les recomiendo encarecidamente que aprovechen la gran oportunidad de libertad que tienen en Australia. ¡Aquí tienen el derecho de irse a donde más les convenga! (…) A quienes no les guste cómo vivimos los australianos, tienen la libertad de marcharse. Nosotros no los obligamos a venir. Ustedes pidieron emigrar aquí, así que ya es hora de que acepten al país que los aceptó”.
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