jueves, 21 de diciembre de 2017

Editorial



CUANDO LOS PECADORES
TIRAN LAS PRIMERAS PIEDRAS
 
Y si lo hirió con una piedra en la mano, por la cual pueda morir,
y muere, es un asesino; al asesino ciertamente se le dará muerte”.
(Números, 35, 17)
 
En tanto los hechos, por su propio peso, se tornan evidencias, escaso o nulo es el margen que queda para la duda. Todo se vuelve certidumbre válida.
 
‒ Es evidente que Macri tiene tres ciudades paradigmáticas que guían su gestión gubernativa. Cartago, Sodoma y Sión. En la primera –según nos lo dice Aristóteles en la Política‒ se valoraba más la riqueza que la virtud. En la segunda, los pecados contra natura eran política de Estado. La tercera es el símbolo de la Sinagoga rampante. Símbolo y garantía a la vez del destronamiento intencional de Jesucristo. Menos la Civitas Dei, todo remedo babilónico dará la medida de su polis ejemplar.
 
‒ Es evidente que, para sus opositores, las tres ciudades poseen el mismo encanto; y que la materia que los diferencia ocasionalmente no es el funesto abanico de las predilecciones, sino el que puedan ser los regidores de aquellas urbes siniestras o sus meros secuaces. Idolatran sustantivamente lo mismo porque son lo mismo. Se pelean por la alternancia en los puestos de madame o de ramera, pero todos trabajan para el éxito del mismo lupanar.
 
‒ Es evidente que las izquierdas, con sus tentáculos múltiples, hacen ostentación de actos vandálicos, criminales y delictivos, cada vez que se les ocurre; demostrando que la gimnasia terrorista sigue siendo su apuesta, su fuerte y su curso de operaciones preferido.
 
‒ Es evidente que nadie se atreve a llamar al accionar de esas izquierdas por su verdadero nombre: Revolución Marxista; y hasta se comete el delirio semántico de acusarlas de fascistas por una supuesta obstaculización que ejecutarían del institucionalismo regiminoso.
 
‒ Es evidente que las principales testas crapulosas del oficialismo –del de hoy y del de ayer nomás‒ utilizan a las fuerzas armadas y de seguridad como meros fusibles, para que sobre ellos se descargue todo el odio y la vesania de esas izquierdas pluriformes pero unánimemente asesinas. La consigna emanada de los más altos poderes políticos es que los garantes de la seguridad permitan la consumación de los más graves actos delincuenciales, antes que osar la conjugación del verbo prohibido: reprimir. Y que permitan ser apaleados a mansalva antes que atreverse a conculcar el derecho humano al desmán que posee, de mínima, todo miembro de las troikas nativas.
 
La orden de la lenidad para los cien rostros del salvajismo rojo, se cumple a rajatablas. Su triste consecuencia inmediata también: destrozo de vidas y de bienes, escarnio del orden y victoria del caos. La sangre de un policía o la herida de un gendarme se vuelven invisibles. La más superficial magulladura de un forajido será tenida ipso facto por genocidio. Un vulgar piropo callejero es ahora violencia de género. Lapidar a mujeres uniformadas es protesta social. Los mismos que gritan ni una menos, tienen permiso para usar de blanco mortal a las mujeres de las fuerzas públicas.
 
‒ Es evidente que la Iglesia en la Argentina –que acaba de llevar en andas y en olor de multitud a dos representantes episcopales de la clerecía villeril, ideologizadora del resentimiento y del rencor del lumpen‒ ha tomado partido por el progresismo; herético en lo teológico, subversivo en lo político, insurreccional en lo social y desquiciado en todo. Del Cardenal Primado para abajo, la casi totalidad de los pastores son funcionales, ya no a la apostasía, que es la máxima expresión de su infidelidad, sino al programa revulsivo de las izquierdas dominantes. Su declamada opción por los pobres, no es porque les importe de ellos el bienestar ordenado al Reino de Dios, sino la rebelión social permanente.
 
Bergoglio –en quien se cumple el neodogma de la infalibilidad para el mal‒ sólo le ha insuflado un tinte más ramplón y plebeyo a este cuadro literalmente apocalíptico, pero no lo ha inventado. Su culpa, seamos francos, es atizar hasta el escándalo los carbones del averno, pero el averno ya estaba funcionando hace rato. De todos modos, en el campeonato de los renegados difícilmente le emparde alguno su puesto en la avanzada.
 
Y así podríamos seguir enunciando evidencias, tan palmarias cuanto desgarradoras. La llamada “batalla del Congreso” o “De las piedras”, acaecida el pasado 18 de diciembre, quedará como cifra y epítome de esta patencia de la iniquidad sin freno.
 
Lo que, por culpa del lavado de cerebro colectivo, del pensamiento único dominante y de la execrable corrección política, no se quiere tornar evidente, es que todo esto que ocurre se llama democracia. Se llama triunfo de la mitad más uno, dictamen del sufragio universal, imposición de la deificada soberanía del pueblo, vigencia plena de la partidocracia, constitucionalismo de cuño iluminista, tripartición del poder, representantes del pueblo y todo el repertorio de vejámenes al bien común, fraguado en el aborrecible molde del liberalismo.
 
Sí; lo diremos hasta con nuestro último aliento: la gran culpable es la perversión democrática; intrínsecamente endemoniada, inherentemente pérfida, connaturalmente enferma y nefanda. Toma entre nosotros, rotativamente, los nombres ruines que se han vuelto infamemente familiares: peronismo, radicalismo, socialismo o macrismo, lo mismo da. En sí mismos y en sus caciques son la nada absoluta, la fraseología insustancial, la praxeología aterradora, el activismo oportunista, la corrupción generalizada. Pero en tanto rostros y brazos rotativos de la perversión democrática, su enemistad con la salud de la patria se vuelve absoluta.
 
Que todavía haya supuestos amigos o próximos que no se den cuenta, sólo prueba la eficacia de aquel mentado lavaje de cerebro. Pero que haya otros, capaces de quebrar lanzas por la justificación del sistema imperante, ya no es simple miopía sino culposo contubernio. Son los católicos libeláticos y los argentinos perduéllicos. Libeláticos eran llamados los creyentes cobardes, que para evitar las persecuciones de los poderosos de la tierra, bajo el imperio romano, procuraban tener un libellus o certificado de que habían echado incienso a los dioses. Perduéllicos, en el mismo horizonte cultural romano ya mentado, eran los enemigos internos de la nación. Se lleven ambos grupos nuestro mayor desprecio. Unos y otros, de consuno, trabajan para probar la licitud y la conveniencia de legitimar la inserción en el sistema democrático. Que es trabajar para legitimar la conculcación del Decálogo.
 
Nuestro Señor enseñó, para ejercitar un acto real y concreto de misericordia, que el que estuviera libre de pecado arrojara la primera piedra a aquella desdichada mujer adúltera. Y apaciguó la iracundia del fariseísmo. Hoy, la hez de los pecadores y viciosos, de los crápulas e indecentes de la peor ralea, de los que no se diferencian en nada de una náusea o de un esputo, han invertido el mandato de Cristo. Sus piedras arrojadas a mansalva y con la anuencia despiadada de todos los poderes políticos, claman al cielo pidiendo justicia.
 
En esta nueva Navidad doliente, se nos conceda la gracia de ser los artífices de aquello que imploró y que prometió Isaías (9, 10): “Los ladrillos han caído, pero con piedras labradas los reedificaremos; los sicómoros han sido cortados, pero con cedros los reemplazaremos”.
 
Que otros tengan vocación de sufragistas, de congresales, de demócratas con encuestas al tope y estadísticas a favor; de módicos funcionarios del macrismo, del peronismo u otras subpurulencias derivadas. Se sumarán al infierno.
 
La patria necesita varones y mujeres con vocación de cedro y de piedra labrada. Se sumarán a ese paraíso, joseantonianamente concebido, con ángeles portadores de colosales mandobles en los aguilones de la puerta.
 
Antonio Caponnetto
 

2 comentarios:

CabildoAbierto dijo...

Querido Profesor:

A los 9 años, mi abuelo me comenzó a regalar unos fascículos semanales, que por entonces se vendía en todos los kioscos de revistas. Eran la historia de un gallego, tan galaico como él, pero más importante. El título de estos fascículos era “Francisco Franco, un siglo de España”. El autor, Ricardo de la Cierva.
Por ellos, aquel nene de 9 años comenzó a maravillarse con ese joven comandantín que le recriminaba a los moros que no tuvieran puntería y le hicieran volar su vasito de café. Y no sabía como esperar que llegara cada jueves, para que apareciera un nuevo número de aquella colección.
Promediando ésta, recuerdo un romance que glosaba al Desfile de la Victoria en aquel Madrid tan hermoso de 1939. Y hablando del pueblo español y de ese comandantín devenido en Generalísimo a perpetuidad por la Gracia de Dios, cuyo último verso decía algo así (cito a golpe de memoria): “Oh, Dios, el buen vasallo ya tiene buen señor”.
Claro, aún no había leído el Poema del Mío Cid, que los pequeños aspirantes a peritos mercantiles de la Buenos Aires de los 70 y 80 leían al cumplir 13 años, como requisito para aprobar Castellano de primer año secundaria. Hoy podría citar el original verso, en castellano más actual: “Oh Dios, qué buen vasallo si hubiera buen señor” luego de leer sus consideraciones siempre proclives a un optimismo a pesar de todos los pesares.
Pero aquel jovencito de secundaria devino en un caballero derrotado, que ya de vuelta, sin peto y sin espaldar, cargado de amargura va de retorno a su lugar. Y permítame entonces responderle:

‒ Las izquierdas hacen erupción en un cuerpo que no se cuidó. Una querida y muy sabia Doctora (homeópata ella) enseñaba ya años ha que el cuerpo cuenta con una especie de policía llamada SAP (Sistema Antiblástico Permanente), que se encarga de patrullar por todas partes, destruyendo las células cancerosas que en él aparecen. Y cuando este SAP se debilita o deja de funcionar bien, entonces las células enfermas, sin ser atacadas por nadie, se reproducen y forman congregaciones, que llamamos tumores.
Células degeneradas que se unen, formando tumores que han tomado ya órganos enteros, en asombrosa metástasis democrática, entonces, las banderas rojas ondean en buena parte porque el SAP de la Argentina se ha debilitado. La defección de nuestras fuerzas de seguridad, vueltas antros de generación de “zonas liberadas” y centros de cobrado de coimas, les dio vía libre a los descastados de toda especie y laya. Para ser más abarcador aún: si la reserva de la Patria, que hace años ha dejado de jurar defenderla, para en cambio jurar por la democracia, es nuestra última barrera, todo está perdido. Nada bueno puede esperarse del Sindicato Armado de Descolgadores de Cuadros a Pedido de Tuertos y Otros Bandidos. Que sigan desfilando delante de la Comandante Teresa.

‒ Hoy es 22 de diciembre. Pregúntele a los supuestos (es una ironía) camaradas bienpensantes y filósofos del malminorismo si en lugar de votopartidar a Macri se acordaron de algo de cuanto enseñó, no con globos ni cátedras infatuadas, sino con la ofrenda de su propia vida, don Carlos Alberto Sacheri, mártir de Cristo y de la Patria.

‒ Es evidente que si la sal no sala, sólo sirve para ser pisada por las gentes. No podemos dudar de esto, por provenir de Quien proviene. Salitrales enteros que devienen de todos los semiasnarios del país están como felpudos en cada templo, de ésos que el Padre Castellani nos avisaba que habían sido converidos “en buat”. No sólo el caricaturesco, demoníaco “obispo villero”. Todos los demás también, acatando las normas y preceptos del Juliano Félsenburg de Flores, Iscariote de la Triste Figura.

Permítame un último recuerdo. (sigue en el siguiente comentario)

CabildoAbierto dijo...

(proviene del anterior comentario).

Permítame un último recuerdo. Alguna vez leí que todo joven sueña con ser el protagonista de los libros que lo apasionan. En mi caso, uno de los tantos futuros imposibles que me hubieran gustado protagonizar, me habría visto seguramente más o menos cerca del Voljov, soportando nieve, pero envuelto en el calor de una camisa azul, bordada en rojo ayer y siempre nueva, resguardada por una guerrera ajada del color de la Wehrmacht, poniendo un más que ínfimo granito de arena para poder llenar de sol un sombrío mundo ruso, llevando de paso a Dios para dejarlo en el cielo vaciado por el Soviet. Qué inocente era…
Nada de eso pudo ser. Y encima, para mayor inri, desde hace años el cielo de mi patria se ha quedado vacío.

Álvaro Manuel Varela.