DEL COLOR DEL MAR
A veces no era más que
un remolino breve, una espada estrecha y negra entremetiéndose en el mar.
El mar lo dejaba
hacer y recorrer los tenebrosos abismos como un gigante entre dormido y
distraído. Pero hoy la muerte se deslizó entre las aguas oscuras acechando,
golpeando fieramente al San Juan.
Había marinos a bordo,
había argentinos hombres y mujeres que
elijieron el arduo destino de cuidar la patria en la profundidad del mar.
Hay quienes dicen que
esos marinos están muertos.
Hay quienes dicen que
a esas profundidades de asombro ningún hombre puede sobrevivir.
Hay quienes dicen y
dicen, olvidando que esos marineros no son de la especie común y corriente.
Hay quienes buscan
primicias o rating en sitios donde hay mucho dolor de patria herida.
Hay quienes acusan de
no haber proveído de recursos seguros a las armas y tienen razón, aunque suelen
ser los mismos que exigían y festejaban el desmantelamiento de nuestros ejércitos.
Hay quienes ignoran la
comunión que se da entre los que viven las mismas privaciones y los mismos
peligros, sobre todo si lo hacen a la vista de un amor más grande que todos
ellos.
Hay quienes escriben,
44 menos, en algunas paredes de la Plaza de Mayo. O sea, hay argentinos a los
que apenas de les podría reconocer su condición humana. Demostrando lo corta
que suele ser la distancia entre lo humano y el envilecimiento absoluto.
El codicioso mar,
mientras tanto, sediento de grandeza, los retuvo en algún lugar tan profundo y
extraño como la vida.
Ahora son parte
definitiva de ese territorio submarino y nuestro, de ese mundo de extraño e
irregular color, “del color del mar”.
Los argentinos
amantes de la verdad los hemos incorporado al lugar más justo y más digno de la
historia patria, los ubicamos en el exacto sitio de los héroes porque contra
viento y marea fueron hasta el final, cargados de misión y de destino.
Lo ganaron por valentía
propia, por la atrevida osadía de defender a a la patria desde la frágil, desde
la inquietante estructura de un submarino carcomido por la corrupción, esa
pudrición del alma llamada corrupción que una y otra vez vuelve a matar
argentinos.
Estos 44 compatriotas
no celebrarán esta Nochebuena con sus familias y amigos, pero, cómo no
sospechar que Stella Maris, la Virgen Madre que bien sabe de dolores, habrá
vuelto la mirada hacia sus hijos marineros y al oído del Niño que acaba de
nacer murmurara dulcemente aquél: “sálvalos”, estremecido de misericordia.
Miguel De Lorenzo
Buenos Aires 20 de diciembre de 2017
No hay comentarios.:
Publicar un comentario