IN MEMORIAM
Homenaje al profesor y doctor
Alberto Caturelli (1927 –
2016)
“El maestro de la metafísica realista,
interiorista y
personalista” 1
En
el capítulo I del Libro Primero de la Suma contra los Gentiles, Santo Tomás de
Aquino enseña, siguiendo al filósofo Aristóteles, que “es propio del sabio el ordenar” y explica que “el uso corriente que, según cree el Filósofo, ha de seguirse al
denominar las cosas, quiere que comúnmente se llame sabios a quienes ordenan
directamente las cosas y las gobiernan bien”. Y en el mismo Libro I,
capítulo II, declara Tomás que “el
estudio de la sabiduría es el más perfecto, sublime, provechoso y alegre de
todos los estudios humanos” y continúa luego ofreciendo las razones para
cada una de dichas cualidades.
En
lo personal, no traté mucho al profesor y doctor don Alberto Caturelli, nacido cerca de la ciudad de Córdoba, el 27 de
noviembre de 1927, y que partiera a la Casa del Padre el pasado 4 de octubre. Debo
confesar que mi conocimiento de Caturelli es más bien mediato y lo debo a la relación que mantuvo con
uno de mis maestros mendocinos, el Dr. Abelardo Pithod, y también con la que
actualmente es mi esposa, Silvina, aunque en los tiempos en los que estoy
pensando era mi novia. De Caturelli siempre “había
algo para leer” y tengo presente que el primer libro de su autoría que
llegó a mis manos fue “La Iglesia
Católica y las catacumbas de hoy”, cuya primera edición data de 1974. Se me
había dicho que para comprender las causas y los alcances de la crisis de la
Iglesia nada mejor que la lectura de ese texto. Lo leí cuando yo era jovencito
y debo admitir que me costó más comprender la escritura de Caturelli que la
crisis de la Iglesia. No me resultaba fácil leer a don Alberto pues exigía una tenaz
atención en razón del estilo riguroso y la hondura de pensamiento.
Por
lo demás, y ocasionalmente, lo recuerdo en Mendoza allá por los años 80 a
propósito de unas Jornadas de Psicología,
Psicopedagogía y Ciencias de la Educación que organizaba la Facultad de Ciencias de la Educación de
la Universidad Católica Argentina (UCA)
(Mendoza) y a las que solían invitarlo. En los 90 y por mi mujer, como dije, un
poco más lo conocí pues era un ilustre profesor “itinerante” de aquella “Universidad
Paralela” que fue el Instituto de
Cultura Universitaria Dr. Carlos Sacheri donde impartieron clases otros
notables maestros como el profesor Rubén Calderón Bouchet, el profesor Dennis
Cardozo Biritos, el Dr. Enrique Díaz Araujo, el Dr. Héctor Padrón, el Dr.
Abelardo Pithod, el profesor Antonio Caponnetto, el P. Ramiro Sáenz (y entiendo
que habrá estado también por Mendoza el P. Alfredo Sáenz SJ). Más
recientemente, y hará un poco más de diez años, tal vez, volvimos a verlo por
estos lares, frecuentando estos Encuentros de Formación Católica “San Bernardo
de Claraval”, siempre con su mujer Celia, participando desde el primer minuto
del primer día y hasta el fin de las jornadas, y asistiendo a todas las charlas
–o a casi todas– y a todas las actividades que sus fatigas le permitieran.
De
Caturelli, además de su rigor intelectual, profundidad de pensamiento y lógica
impecable, tengo presente algunas características personales que me sorprendían
y me alegraban. En primer lugar, su inconmensurable bondad, traducida
habitualmente en una sonrisa transparente y en un gesto amable; su hablar
pausado y sereno, fruto, seguramente, de su aquilatada vida interior además de
su proverbial alma provinciana; y, por último, y cómo no reírse un poco de eso,
su recia tonada cordobesa que, en ocasiones –y hablo a título personal–
distraía mi pensamiento del argumento que el maestro estaba considerando.
Retornando
un poco a la cita inicial de Santo Tomás estimo que, con razón y justicia,
puede predicarse del Dr. Caturelli la cualidad ordenadora del sabio y los
bienes espirituales que consiguió mediante el cultivo asiduo de la sabiduría. En
efecto, don Alberto ha sido un maestro por excelencia, un auténtico filósofo
cristiano, en quien ambas realidades –la filosofía natural y la Revelación
Cristiana‒ no solo no se contradijeron sino que alcanzaron un especial grado de
esplender pues fue hombre que filosofó con sabiduría, esto es, contemplando los
principios más altos a los que puede acceder la razón natural pero siempre
desde la benéfica luz que provienen de la Fe y de la Revelación Cristiana. De
allí que don Alberto haya encarnado de modo egregio el bello ideal propuesto
por el Papa León XIII en aquel luminoso documento que fue la Encíclica Aeterni Patris de agosto del año 1879, a
saber, el propósito de restaurar los estudios filosóficos a la luz de la
doctrina y del método perennes del Doctor Angélico y en la tierra fértil de
verdades aportadas por el Cristianismo. En este sentido, y entre los múltiples
Congresos que organizó el Dr. Caturelli, cabe destacar los propósitos que
animaron la realización del I Congreso
Mundial de Filosofía Cristiana llevado a cabo en la provincia de Córdoba en
1979. En las palabras introductorias al volumen I, nuestro filósofo destacaba
los dos fines del Congreso, “uno
inmediato, la celebración del Centenario de la «Aeterni Patris» de León XIII;
otro mediato, la revitalización del pensamiento católico enraizado en la
verdadera tradición iberoamericana. De ahí, el temario que comienza
replanteando el antiguo y siempre presente problema de la filosofía cristiana
y, luego, a través de una previa crítica a las diversas formas de inmanentismo,
penetra en los eternos y actuales problemas de la filosofía cristiana y del
mundo contemporáneo e iberoamericano”.2
Don Alberto Caturelli echó sólidas raíces en el suelo de la filosofía
cristiana, reivindicada por León XIII y confirmada posteriormente, sin solución
de continuidad, por todos los Pontífices posteriores; de allí, entonces, que
pueda hablarse de la filiación tomista del pensamiento de nuestro filósofo.
Parafraseando
a quienes con justeza han llamado a Caturelli “maestro de la metafísica realista, interiorista y personalista”,3
supo el maestro cordobés enseñar con fuerza y lucidez el carácter
contemplativo de la inteligencia y la primacía del ser sobre el pensar. El acto
primero de la inteligencia es la aprehensión del ser, ya que el ser, como actus essendi, es el objeto ineludible
de la inteligencia. Más aún, no existe inteligencia, y por consiguiente
pensamiento, sin ese acto primero de aprehensión del esse mostrado en el ente (ens)
y, por eso, desde su misma raíz ontológica, la inteligencia es contemplativa, pues su primer acto,
aunque confuso, es contemplación primera u originaria del ser. Dicho acto es “contemplación inicial”, no acto
posterior, no constitutivo de la inteligencia, sino manifestación primera de la
misma naturaleza del pensamiento. Por eso, la acción inmanente de la
inteligencia, pues permanece en sí misma, es la contemplación o teoría, y en
cuanto tal se limita a descubrir y “mirar” su objeto (el ser) sin crearlo, pues
toda acción inmanente no supone causalidad alguna, sobre todo la causalidad
eficiente. De allí que el objeto de la contemplación inicial imperfectísima, o
sea, el ser, trasciende al ente y
trasciende al acto de la inteligencia; uno y otro participan del ser y, porque
de él participan, por él existen y a la vez, en cuanto contingentes ‒pues
ningún ente es su propio esse‒
remiten al Esse absoluto, que es
Dios. Esta es la primera mostración de la normalidad de la inteligencia (…) y excluye
todo “naturalismo” y todo “relativismo”, desde que, por su acto primero,
postula trascendencia del esse y la
invariabilidad del mismo ser o verdad analógicamente mostrado en los entes.4
Este
núcleo verdadero y fundamental –agrega Caturelli– fue como el hilo conductor de
todo el pensamiento humano comprendido desde los primeros filósofos griegos
hasta la totalidad del pensamiento cristiano medieval. Nadie osó ponerlo en
duda, no por una suerte de carencia de espíritu crítico, sino, al contrario,
porque gozó la inteligencia de su propia salud natural, puesto que su
naturaleza ontológica no había sido contaminada o corrompida. Hasta aquí, y en
apretadísima síntesis, he tratado de esbozar la doctrina positiva sobre la
metafísica natural y cristiana elaborada y enseñada por el Dr. Caturelli,
respetando su ilación argumentativa y aún su propio vocabulario.
Es
evidente que, como maestro ordenador, Caturelli no sólo ha enseñado la verdad
sino que también ha refutado el error. Y en tal sentido nuestro filósofo ha
elaborado prolijamente el principio de
inmanencia y el nihilismo de nuestro
tiempo al decir del Dr. Mario Caponnetto.5 El principio de inmanencia
ha dado como resultado el inmanentismo del mundo moderno a partir de las
premisas filosóficas puestas por el nominalismo en el declinar de la Edad
Media. Es claro que del nominalismo ha seguido la formulación
teológico-filosófico-política de Lutero y, un poco más adelante, emergió el cogito ergo sum de Descartes, uno de los
tres grandes reformadores y padres del mundo moderno –junto a Lutero y a Rousseau–
al decir de Jacques Maritain; y de allí, la radicalización del empirismo y del
racionalismo que llevaron como de la mano al idealismo trascendental de Emanuel
Kant y a las formulaciones últimas del idealismo absoluto alemán cuyo máximo
representante fue el filósofo Jorge Guillermo Federico Hegel, “el gran corruptor del alma de Occidente”, como
sin dudar lo juzga el Dr. Caturelli.6
Ahora
bien, el principio de inmanencia ha maleado
la naturaleza contemplativa de la inteligencia, la ha pervertido contaminando
su propia naturaleza metafísica. Y esta corrupción, afirma Caturelli, tiene
algo de anti-sacro; es una suerte de profanación porque contemplar es contemplor –que se compone de cum y de templum‒ indicando algo así como el acto de penetrar en el sacro
templo de la verdad, que es lo que se “mira” o contempla. Por eso, el
inmanentismo secularizante, que implica la reducción del intellectus a la ratio como
mera autoposición activa, constituye una suerte de violación, de profanación de
la naturaleza de la inteligencia.7
Y
así puede decirse que, sea la razón “constructora” del objeto (constructivismo),
es decir, la razón activa del pensamiento filosófico moderno que concluye en
Hegel; sea aquella revolucionaria y transformadora del mundo (dialéctica) –representada
por el marxismo y los neo-marxismos– es una razón perversa que ha destruido su
propia naturaleza. Pero, por otra parte, añade nuestro maestro, proclamar la
primacía de la praxis como en el
pragmatismo norteamericano, sin pretender fundarla ontológicamente, resulta
auto-destructiva de la razón y del hombre también. Puede decirse, entonces, que
el mundo actual vive (o se desvive) de este inmenso sofisma que ha convertido
al mundo y al “espíritu del mundo” en un absoluto.8
De
esta crisis del fundamento solamente se puede salir por una profunda conmoción
que toque los límites del misterio, porque la sustitución del Regnum Dei por el Regnum Hominis en el inmanentismo actual, para nuestros ojos
cristianos, significa la proclamación de la autonomía del mundo; pero la
autonomía del mundo es, simultáneamente, cierta absolutización del poder del ´príncipe de este mundo´, del que peca
desde el principio, de quien es deicida en el Calvario y, por eso, es
esencialmente homicida. No debemos olvidar, advierte Caturelli, que, aunque
definitivamente vencido por Jesucristo por su pasión y por su muerte, (el
homicida desde el principio) sigue reinando en este mundo sobre ´los hijos de la rebelión´, según enseña
San Pablo a los Efesios.
De
allí que sólo la restauración del
realismo de la inteligencia contemplativa puede reinstalar al hombre en sus
quicios, en su normalidad ontológica, que no es diversa de la sensatez
cotidiana, de la del hombre común, según el buen decir de Gilbert K.
Chesterton. El hombre cristiano que no ha cedido a la tentación de la
corrupción sabe por la fe que la iniquidad ya ha sido vencida. Y recuerda Caturelli
que lo sabía aquel demonio impuro de la narración del Evangelio de Marcos que
gritó ante la presencia del Señor, “¿Qué
hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Te conozco:
tú eres el Santo de Dios” (Mc., 1, 24). En efecto, Él ha venido a ´perderlos´ y el principio mundano de la
inmanencia tendrá que gritarle un
día, cuando sepa que está definitivamente perdido: ¡Te conozco, tú eres el Santo de Dios! 9
Quería
reproducir estas palabras del Dr. Alberto Caturelli no sólo porque expresan una
verdad bella y profunda sino porque me hicieron bien a mí, personalmente.
Reconozco que me conmovió esta lectura del drama del hombre moderno a la luz
del Evangelio y del combate entablado entre el príncipe de este mundo y el Señor
de Cielos y Tierra. El filosofar cristiano es una milicia para la que Dios bien
nos dispone y si damos fruto, Dios nos poda, es decir, quita los impedimentos y
nos purifica mediante tribulaciones. Quien aprende, quien piensa, quien enseña
y testimonia la verdad, goza indeciblemente de la Verdad, es claro; pero
también es claro que ha de padecer tentación y tendrá que sufrir. Pero todo
para que permanezcamos en Él pues Cristo expresamente nos ha dicho “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El
que permanece en Mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin Mí no podéis
hacer nada” (Jn., 15, 5).10
Estará
don Alberto Caturelli caminando el Paraíso, del brazo de su querida esposa
Celia, deleitándose en el gozo del Señor, en la compañía de los maestros que lo
formaron y en la de aquellos amigos con quienes dio testimonio del único Maestro.
Y, por qué no, tal vez, esté desgranando ahora una serena y cordobesa sonrisa
de humilde agradecimiento por esta reunión de amigos que celebra tanto bien y
tanta luz recibida.
Ernesto Alonso
1. Palabras leídas con ocasión del
homenaje realizado al Dr. Alberto
Caturelli en el XIX Encuentro de
Formación Católica ´San Bernardo de Claraval´, en San Miguel (Buenos
Aires), el sábado 3 de diciembre de 2016. El panel de homenaje estaba
constituido, además, por el Rvdo. P. Alfredo Sáenz SJ, el Dr. Rafael Breide
Obeid y el Dr. Hugo Verdera.
2. Tomo
la cita de Palabras Introductorias,
del Dr. Rodolfo Mendoza, texto que encabeza el volumen de las II Jornadas Nacionales
de la SITA Argentina y de la Universidad FASTA, Tomismo y Existencia Cristiana, y
Simposio de homenaje a Alberto
Caturelli. Mar del Plata, abril de 2001, p. 16.
3. Discurso de presentación por el profesor
Eudaldo Forment con ocasión de la Solemne
Investidura de Doctor Honoris Causa al Profesor Alberto Caturelli por la Universidad
FASTA (Mar del Plata). En: SITA Argentina, II Jornadas Nacionales, op. cit., p. 145.
4. Caturelli, Alberto, La contaminación del pensamiento filosófico
en el inmanentismo moderno y contemporáneo. En: Randle, P.H. (editor), La contaminación ambiental. OIKOS, Buenos
Aires, 1979, pp. 302 y 303.
5. Caponnetto, Mario, Inmanencia e Inmanentismo. En: SITA
Argentina, II Jornadas Nacionales, op.
cit., p. 38 y siguientes.
6. Caturelli, Alberto, La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy.
Almena, Buenos Aires, 1974, p. 21.
7. Caturelli, Alberto, La contaminación del pensamiento filosófico
en el inmanentismo moderno y contemporáneo. En: Randle, P.H. (editor), La contaminación ambiental. OIKOS,
Buenos Aires, 1979, p. 309.
8. Caturelli, Alberto, op. cit., p. 310.
9. Caturelli, Alberto, op. cit., p. 312.
10. Caturelli, Alberto, Sin Mí, nada podéis hacer (Jn 15, 5), palabras
con las que nuestro maestro agradeció la recepción del Doctorado Honoris Causa
y que cierran el volumen de las II Jornadas Nacionales de la SITA Argentina, Tomismo y Existencia Cristiana y Simposio de homenaje a Alberto Caturelli.
SITA Argentina/Universidad FASTA, Mar del Plata, 2001, p. 177.
2 comentarios:
Me resulta un poco complejo comprender algunos detalles de este recuerdo de Caturelli, al que sentí nombrar en casa de unos amigos cordobeses, no obstante da para reflexionar. Por otro lado la afirmación "Dios nos poda, es decir, quita los impedimentos y nos purifica mediante tribulaciones." me parece muy peligrosa y mas concreta que toda la "memoria"
PACO LALANDA
ES EXTRAÑO que el eminente filósofo fuera DEVOTÍSIMO de Paulo VI de INFELIZ MEMORIA.
¿Qué le vió desde su filosofía? ¿Tenía 2 naturalezas?
Esperamos una exégesis de tamaño MISTERIO.
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