STELLA
MARIS YOKUBAITIS
DE SCHIUMA
Si bien nunca es
fácil despedir a los que amamos, infinitamente más difícil, por no decir
imposible será olvidarlos.
De Stella Maris acaso
me acompañaran dos recuerdos muy vivos, que en cierto modo hablan de la caridad
y de la virtud.
El más antiguo
que debo señalar, la enlaza con la hospitalidad. Pero una hospitalidad que
podríamos describir tan amable como ilimitada.
En su casa,
aluviones más o menos insufribles de nacionalistas, de gentistas de varias
generaciones hemos disfrutado, más precisamente hemos abusado de esa
generosidad, sin que lográsemos alterar su buen humor.
El otro recuerdo
acaso más íntimo, pero no menos ejemplar, tiene que ver con el amoroso cuidado con
el que invariablemente rodeó a su marido; y además maestro y amigo nuestro
Carlos Alberto, en el largo momento del dolor y del sufrimiento.
Hace cuatro o
cinco días fui a visitarla al hospital, de uno u otro modo, todos sabíamos a lo
que nos enfrentábamos, sin embargo, ahí estaba la Stella Maris de
siempre, con la fortaleza de siempre y la cariñosa cordialidad que la caracterizaba, como si una vez más nos
recibiera en su casa.
Por eso aunque
mencioné dos, ahora pienso que esa actitud ante la enfermedad y esa cristiana
aceptación de la adversidad sin alterar su amable sonrisa, pasará a ser un intenso
tercer recuerdo, que tiene además el sello de una enseñanza.
Habrá otras
galas que podrían vestirla y que sus hijas conocen mejor. Por lo pronto a
nosotros nos bastan estas tres.
Hace muy poco
celebramos la buena noticia, la llegada de Niño Dios, el Dios hecho hombre que
no defrauda y que luego con su sangre nos regalaría luz y misericordia. Eso es
lo que hoy pedimos a nuestra Madre la Virgen María y a su Hijo para Stella Maris.
Miguel De Lorenzo
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