DEL PAPA Y LAS
PERPLEJIDADES
Carta a Dardo Calderón
Amigo Dardo:
Me tocó estar fuera de casa una semana mientras
aparecía y circulaba tu valiosa y caritativa nota sobre mi perplejidad (cfr.http://argentinidad.org/nota/la-perplejidad-de-antonio-caponnetto),
escrita tras la aparición de mi artículo titulado: A un año del Pontificado de Francisco. Esa lejanía del escritorio
me permitió leerla y rumiarla varias veces. Pero recién ahora —otra vez teclado
en mano— puedo esbozar una respuesta.
Lo primero es agradecerte. El mester de acercarse a un
alma —mitad doliente y mitad briosa— para confortarla o comprenderla,
aconsejarla, conminarla y acompañarla, tiene mucho del antiguo oficio del
hidalgo, y un señorial vestigio de aquellas camaraderías nobles que no suelen
abundar en estas épocas villanas. Quede manifestada mi gratitud, y sostengo
otra vez que debe ser lo primero en quedar dicho.
En lo que tu escrito tiene de ponderación de mi
persona, presumo que hay alguna desproporción, y no puedo evitar un cierto
sobresalto; pues conociendo tu gloriosa incapacidad para las adulaciones, o me
mides con vara empinada, o es la correcta y yo no lo advierto ni me importa
creerlo. Emulando al inolvidable Ángel Miguel Salvat, que solía decirme humildemente:
“yo canto de puro mendocino”, me
correspondería sentenciar que si ando perplejo es de puro porteño. Quisiera el
buen Dios que me rozaran las altas analogías de “perplejables” que generosamente me endilgas. Pero mucho me temo
que son un sayo grande para mi fatigada y módica percha.
Protesto en cambio contra la sinonimia que le otorgas
a la palabra perplejidad, por muy amparada que ella esté en los reales
diccionarios de la lengua. Porque la verdad, amigo Dardo, que no me tengo por “dudoso, incierto, irresoluto y confuso”
en el tema que abordo. Antes bien —y sin negar las humanas incertidumbres,
descorazonamientos y limitaciones múltiples que me acompañan— debo decirte con
sencillez redonda, que lo que en mí prevalece ante el estado actual de la
Iglesia, mezcla en partes iguales la indignación y el azoramiento, la
mortificación profunda y el ánimo beligerante, la estupefacción y el lamento,
la legítima ira y el crepitar del cuore. No dudo de lo que estoy viendo, como
dices; y no desconozco del todo “cuál es
el camino correcto”, el “camino de
orden frente a este estado de cosas”.
No digo esto último en defensa propia —te lo aseguro—
sino de mis maestros; pilotos de tormentas bravas que, pese a mí mismo, me
inculcaron ciertos hábitos de distinción, ya casi convertidos en instinto o en
olfato. Gratis date. Tampoco lo digo
porque quiera arrogarme el privilegio de señalar el rumbo en medio de la
confusión, tarea del héroe, como bien discernía tu padre.
Si es verdad lo que escribe Marechal en su Didáctica de la patria: “tu heroísmo ha de
ser un caballo de granja, tu santidad una violeta gris”, pues dame por
confesado públicamente si te manifiesto que ni para destino de granjas y
violetas parece que diera mi osamenta y cuanto ella guarda. Así y todo; no, Dardo,
no. Ni desconozco el camino, sin ser héroe. Ni me hallo irresoluto, aunque me
muerdan las penas como jaurías malandras. Ni se me negó la revelación básica de
las causas del caos y del retorno al
orden, sin tener la testa del de Estagira o del de Hipona.
Si alguien creyera que me voy adjudicando algún
mérito al objetarte este punto, sólo me importaría aclararle que estoy como
Borges cuando enfatizaba sentirse más orgulloso de los libros que había leído
que de los que había escrito. Mis escritos no son necesariamente el faro en las
tinieblas, ni los pretendo tanto. Pero sí las lecturas de mis maestros trasuntadas
en tales escritos, cuando logro ser portavoz de los mismos. Es esto apenas lo
que estoy queriendo afirmar cuando objeto una parte de tu retrato. Es esto lo
que defiendo cuando rechazo ciertos significados de la palabra perplejidad que
me atribuyes. Ciertos digo, no todos. Porque de una ristra de ellos —tal vez no
registrados por la RAE— me haría cargo sin exculpaciones ni solemnidades.
Salvedad hecha, vuelvo por los fueros de la gratitud
y de la aceptación general de cuanto me planteas. Aceptación general que
incluye admitir el riesgo —bien señalado en tus líneas— de no poder ofrecer el
martirio; esto es, el testimonio, si nos dejamos ganar por la depresión y la
angustia. De no poder salir de atolladero si no superamos el estar absortos por
“el estar vigilantes”. De no llegar al fondo de la tragedia si nos abstenemos
de valorar la liturgia de la Tradición. O de perder el rumbo si no descubrimos
al “santo ignoto y ocultado” que puede andar en las interioridades de nuestro
propio entorno. Buena preceptiva esta última, sobre todo cuando desde Roma se
nos invita a descubrir el ladrón que todos llevamos adentro, sin reprimir la
cleptomanía.
DEJEMOS LA TENTADORA SUBJETIVIDAD
Pero aquí lo que importa, caro Dardo, no es convertir
la semántica de mi perplejidad en objeto de análisis. El que lo hayas hecho, me
creas o no, me parece el fruto de tu magnanimidad, pero no el de una genuina
urgencia. Me turba incluso, al colocarme en el centro de una reflexión que no
me debe tener por centro. Porque conmigo o sin mi confuso, esclarecido, ciego, clarividente,
decidido o paralizado; conmigo o sin mí, mala o virtuosamente perplejo, la
Barca sigue y seguirá su rumbo. Pero si
Pedro duerme en el timón, recibe a Judas en la proa y a Luzbel en la popa, echa
al mar los tesoros seculares y cambia la rosa de los vientos. Si Pedro ya no
quiere ser Vicario del Crucificado sino anfitrión de los crucificadores,
entonces tenemos que ponernos serios y dejar de hablar de lo que nos pasa a nosotros, para hablar de lo que pasa y obrar en consecuencia.
Y es en este terreno donde hallo la parte más
sustantiva de tu ensayo. Le dedicas sesudos párrafos a la crítica de “los Papas
buenos”, y de cómo sus errores, quizás pequeños al principio, se hicieron
grandes al final. Inmensos en este final, que acaso sea El Final, me atrevería a acotar.
Siento la vivísima urgencia de aclararte que suscribo
totalmente este diagnóstico crítico del Preconcilio que has ido elaborando.
Suscribo las líneas globales y los matices, y hasta los exabruptos para los que
tienes una especial capacidad lingüística.
Desde hace algunos años, y ahora mismo (con ocasión
de un opúsculo que estoy escribiendo con nuevos argumentos contra la perversión
democrática), me he puesto a estudiar un poco aquel período del pontificado y
de la Iglesia durante los siglos XIX y
XX. Mucho huele a heterodoxia en ese tiempo y en no pocos de sus protagonistas
más relevantes. De modo que si tuviera que hallar una imperfecta aunque rápida
etiología de cuanto sucede agora, diría con el sabio refranero que de aquellos polvos vinieron estos lodos.
No se pasó impunemente por el Ralliement, ni por la traición a los Cristeros, ni por la condena a
Maurras, ni por el apoyo electoral activo a la democracia cristiana, ni por la
frialdad ante el Carlismo, ni por los muchos guiños contemporizadores hacia el norteamericanismo.
Y se equivocan largo quienes creen ver en estos yerros, nada más que extravíos
prudenciales o debilidades de gobierno. La recta docrina sufrió mengua, la
ortodoxia fue dañada, lloró el octavo mandamiento, y algún jirón de Nicea quedó
tirado en el camino. El sentido monárquico del trono petrino empezó a mundanizarse.
Y el mundo, claro, o el siglo, son categorías teológicas, no cuestiones
gubernamentales.
Te invito Dardo —si me lo permites— a que consideres
otros factores en el análisis de esta descomposición; como el predomino de la devotio moderna y del fariseísmo, sólo
para que no te suceda lo que cuentas de Madirán, que se entusiasmaba de más con Pío XII; o en este caso, para que no te
ilusiones demasiado con los efectos regeneradores de la antigua, perenne e
imperecedera liturgia. Porque, amigo mío, los polvos que estamos mentando y cuestionando
y que darían hoy el lodazal de Francisco, tuvieron lugar en un tiempo en el que
regía el Vetus Ordo, y no escaseaban
esos “verdaderos sacerdotes” que con
justicia reclamas, capaces de “celebrar
esa liturgia [católica y tridentina] en
letra y espíritu”.
UN DRAMA MAYOR NOS RECORRE
Por cierto que no ha de decirse que el Vetus Ordo propendía estos desafueros,
al modo en que sí lo propenden los burdos llamados al lio en que se ha convertido hoy el grueso de las celebraciones
cultuales. Pero ha de decirse, sin
faltar a la verdad, que toda aquella sublimidad de formas y de fondo con que se celebró la
Santa Misa, no bastó para frenar una marea negra que iba agitando y ensuciando
los flancos de la Barca. Teníamos el diamante, pero no necesariamente lo
custodiaban manos de orfebres sino de piratas. Y en libre parafraseo lugoniano
debería agregarte: los diamantes no
tienen nunca la culpa de los males de la Iglesia. Las culpables son las manos.
Lo que trato de decirte —y ya lo sabes— es que el
mejor y más legítimo, el más bello y pulcro de los oficios litúrgicos, es y
será siempre un esplendente gajo desgajado, si la Esposa está ganada por el
demonio del fariseísmo, o por la peor modernidad, que es aquella disfrazada de
tradición; porque se confunde la riqueza de ésta con la moral jansenista, la
sensiblería devota, la santidad alcanzada con técnicas piadosas, la
manipulación de las conciencias y el reglamentarismo cuadriculante de la vida
interior.
Lo que trato de introducir, en suma, es el concepto
paradójico de que siempre será moderna una Iglesia —aún con cíngulo,
sobrepelliz, esclavina, latín e incienso— mientras no se supere el
reduccionismo de la tradición a la rigidez de la casuística, y la confusión del
apostolado con el proselitismo o de la santidad con el éxito; mientras se
prosiga tomando el número de vocaciones como criterio de verdad, y todo dependa
del hombre, empezando por Dios, en vez de depender todo de Dios, empezando por
el hombre.
La sabida vinculación entre la lex orandi y la lex credendi, no puede tampoco estar disociada de
esa otra y olvidada ley, según la cual, la tradición no arranca en Trento sino
en el misterio trinitario. No es un desdén hacia aquel notable Concilio, que ya
lo quisiera hoy para un día de fiesta. Es una premisa para andar menos confuso,
y que me aplico a mí mismo, por las dudas. Los Padres griegos gustaban usar el
término parádosis. Puede sonar a
extravagancia mentarlo ahora. Pero entendido por buen entendedor alcanza a
distinguir entre una tradición de lindes sólo humanos, y otra de raigambre
divina. Entre una ciudadanía solo terrenalista, y otra que nos viene del cielo,
según enseña el Apóstol.
Bien decía Ana Catalina Emmerick que por cada
sacerdote malo que oficiara mal la Santa Misa, su Ángel de la Guarda la rezaría
como Dios manda.Y eran los tiempos de la Misa ad Orientem, por llamarla de un modo familiar y plástico. En este
sentido puedo admitirte lo que escribes, que hay una “misa que reza Francisco y que llevó a Francisco donde está”. Y
que, en consecuencia y de seguro, de tales ritos no habremos de nutrirnos. Pero
no creo, honestamente, que el sólo tránsito del Vetus al Novus Ordo haya
conducido a Bergoglio al peligroso estadio heretizante en que se halla, y a congeniar
ayer activamente con las herejías siendo pésimo prelado en estos pagos
argentos. Como no creo que si mañana ordenara dar vuelta los altares en Santa
Marta su forma mentis girara junto
con el ara.
Presiento, amigo mío, y es un presentimiento viejo,
que hay un drama anterior en hombres como Francisco y en “la Iglesia” que ellos
quieren edificar, encarnar y por lo visto conducir. Como ese drama tiene en
teología severísmos nombres descalificantes, me valdré de un tropo literario,
dejándome llevar por nuestro entrañable Hugo Wast.
¿Qué escribía Fray Simón de Samaria en su diario
personal? Entre otras, estas líneas preñadas de catastrófica vigencia: “La Iglesia Romana no puede formarse y regenerarse por
algunos movimientos superficiales; es necesario que sea removida y turbada
hasta lo profundo. Yo soy quien está llamado a comenzar la obra […]. Me siento
como Daniel, hombre de deseos: ¡vir
desideriorum es tú! Tengo la
conciencia de que llevo conmigo todas las energías de una nueva creencia. Mi
misión es reconciliar al siglo con la religión en el terreno dogmático,
político y social”.
Lo peor, Dardo, y aquí estoy tentado de palabrotear
según tu brusco estilo, es que están aquellos que no quieren advertir ese deseo
insanísimo de remover y turbar a la Esposa en sus mismos cimientos. No quieren
ni oír hablar de que se nos está proponiendo una “nueva creencia” que amalgama
a Cristo con el Anticristo. Tienen las pruebas cada día, pero no quieren darse
vuelta para mirarlas, no por complejo de Edith, la mujer de Lot, sino de puro cretinos.
Están los otros, los que saben mejor que nosotros, o al menos mejor que yo,
quiénes son los fray simones, las magnas
diócesis que ocupan, y las apostasías en que incurren. Pero prefieren callar.
¡A otros perros con esos ladridos! Y hay unos terceros que han simplificado las
cosas, dando por sentado que la parusía y la panacea consisten ambas en
declarar que la geografía eclesiológica perdió a Roma, hace más o menos medio
siglo, como un día se esfumaron Pompeya, Troya o nuestra salteña Esteco. Me
temo que a sendos amigos les esté faltando una estación del Via Crucis. O que
nos sobre una a nosotros. Y que quieran nomás tener olor a ovejas o a capas
principescas, pero escaparle al olor a sangre, que inexorablemente está ligada
a nuestra vocación de transeúntes hacia la patria eterna. Olor a sangre por
amor a la Sangre, diría Santa Catalina de Siena.
HABLANDO DE FRAGANCIAS
Te dije que andaba tentado de palabrotear, y lo haré
a mi modo. Lo que está sucediendo hoy en esta iglesia de fray simones con poder tiene un nombre. “Déjenme decirlo de una vez —escribe
Peter Kreeft en el capítulo primero de Tres
filosofías de vida—. Es una palabra
que, garantizo, los va a escandalizar y ofender, aunque procede de San Pablo.
Pablo usa esta palabra para describir su vida sin Cristo, una vida llena de
éxitos mundanos, educación, dinero, poder, prestigio y privilegio. Pablo era
‘el Fariseo de los Fariseos’, un ciudadano romano, educado por Gamaliel, ‘la
luz de Israel’. Pero antes de que Cristo lo levantara, ¿qué era su vida?
Mierda. Bosta —esa es la palabra con la que la designó, no es mía. Fíjense en
Filipenses III, 8, en la franca versión de la vieja biblia de King James”.
Mientras te escribo y llego a este justiciero estrambote
“dardiano” (me perdonarás el neologismo, pero te he he leído y como hablas de
“caponeteano” debo corresponder gentilezas), me entero por los medios de algo
que me obliga a ratificar el argumento de Kreeft. Y es que este último MarzoTrece, Francisco, en declaraciones
a una FM que trasmite desde la Villa 1-11-14, ha hecho el elogio desembozado de
tres conocidos peces gordos del marxismo clerical vernáculo, pertenecientes a
la banda de los llamados Sacerdotes Para
el Tercer Mundo: los curas Ricciardelli, Vernazza y Mugica. Ha dicho sin
cortapisas que no fueron comunistas sino “hombres
que
escuchaban al pueblo de Dios, hombres que enseñaban el catecismo y que luchaban
por la justicia”.
No creo que para nadie en
Italia o en el resto del mundo, tengan estas desdichadas y falaces palabras la
terribilísima gravedad que bien sabemos nosotros que contienen. Y tal vez lo
peor, querido Dardo: no creo que nosotros pudiéramos tener el tiempo y el
espacio necesarios y urgentes para explicarle a ese resto del mundo la enormidad
en que ha incurrido Francisco.
Sólo atino a pensar en
Carlos Alberto Sacheri —que con la erudición propia de su inteligencia superior
y la fidelidad igualmente propia de su condición de católico, apostólico y
romano— escribió un libro entero para desenmascarar a esta clerecía maligna, a
este sacerdocio subvertido, a esos clérigos felones, a esta Iglesia Clandestina, ahora reivindicada
y puesta como paradigma por el mismísimo Papa. Un libro entero y una vida plena
para señalar las características heréticas y revolucionarias del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo.
Este año se cumplirán cuarenta
años de su martirio. Fue asesinado el 22 de diciembre de 1974, precisamente por
aquellos a quienes alentaron, secundaron, justificaron, sirvieron e hicieron de
capellanes los curas como Ricciardelli, Vernazza y Mugica. ¿Se enterará la
universal feligresía de esto que para nosotros es una verdad vivida,
experimentada y constatada? ¿Se darán cuenta, fuera de estos pagos sureros, lo
que significa este elogio de Francisco a tres indignos traidores al Orden
Sagrado? ¿Temblarían los electores del Cónclave si pudieran acceder a los
sucios prontuarios de los tres curas ahora ponderados por el elegido?
Carlos Alberto Sacheri
muerto mártir por defensor de la Fe, del Papado, de Dios, de la Cristiandad, de
la Iglesia: ni una palabra petrina para honrar su memoria. Demasiadas en cambio
para homenajear a sus verdugos.
Te pregunto y me pregunto,
ya retóricamente, por cierto, si ante esta clase de hechos protagonizados por
Bergoglio, cabe la perplejidad en algunos de los muchos sentidos posibles. Si
vale la pena andar hablando de los distintos modos en que un simple laico puede
recibir la perplejidad. Y me parece encontrar la respuesta en un pasaje de tu
artículo: “Nos corresponde dejar de estar
perplejos para estar vigilantes, y buscar con cierta certeza el rumbo de
nuestra nota en el concierto final de este misterio de iniquidad”.
Es un buen destino el de
vigía. Muchos pasajes bíblicos encomian su desempeño y exigen su presencia. Sí;
es un buen destino. Se puede rezar y contemplar, hacer silencio o ensayar
estrellados soliloquios, rumiar silentes penas, llorar de nostalgia y reír con
la esperanza del alba intacta y fragante. Se puede incluso comulgar en la guardia
y participar de los oficios en los medidos relevos. Y están autorizados los
centinelas a portar armas para defender y atacar, según cuadre en la demanda y
en la alerta.
“Centinela, cuando
velas, la ciudad reposa sobre ti y sobre la ciudad reposa el Imperio. Funda el
amor y fundarás la vigilancia de los centinelas, y la condenación de los que
duermen, pues en este caso son aquelos los mismos que han tronchado el Imperio.
Pero yo te deseo fiel a ti mismo, despierto, sabiendo que llegarás a ser”.
La cita, la habrás
reconocido, es del ineludible Saint-Exupéry. Quede lanzada la convocatoria a
tornarnos custodios en medio del desatado misterio de iniquidad.
Antonio Caponnetto
11 comentarios:
Clap, clap, clap.
Aplausos.
Alguien tiene que decir la verdad.
El Novus Ordo Missae se puso en práctica (a nivel reservado) desde 1927. En 1962, la verdadera Misa (conocida como de San Pío V) pero realmente la misma de siempre (primeros cristianos) fue atacada por Juan XXIII quien alteró el Canon, contrariando los mandatos centenarios de los Papas.
El cambio fue mínimo, pero tenía la perversa intención de medir la reacción de los “conservadores”. Como no pasó nada, se fueron de lleno a confirmar los cambios (1968-1969) que ya se tenían ensayados desde 1927.
Entonces la reacción fue mundial y surgieron muchos defensores de la Misa, pero la mayoría ignoraban la verdadera causa de la revolución litúrgica:
La Quinta Columna hebrea infiltrada en el seno de la Roma apóstata. Ni más ni menos que el misterio de la Iniquidad, la Abominación Desoladora en el Lugar Santo.
Quienes asistieron a Misa o se casaron antes de 1963, lo hicieron en la verdadera Misa y muchos aún pudieron conocerla hasta 1970.
Los lefebvrianos adoptaron el misal alterado en 1962, realmente nunca fueron verdaderos defensores de la Misa. Fueron pocos los obispos y sacerdotes quienes permanecieron celebrando la Santa Misa de siempre, y se enfrentaron a la Neo Iglesia.
¿QUÉ HACER?
El Santo Rosario es el último recurso que nos ofreció Nuestra Señora, como tabla de salvación para los últimos tiempos. Élla (la Santísima Virgen) es la solución a todas nuestras necesidades. A falta de Misa, el Santo Rosario.
Duilio Beltramini
"...No se pasó impunemente..."y los once renglones que siguen, condensan, para mi,una gigantesca verdad, GENIAL RESUMEN. A mi modesto entender, sin perjuicio de lo que aleguen sabios y teólogos, el problema de la Iglesia respecto de su enjundia para conducir en este peregrinaje terreno, es mucho pero mucho mas simple NO QUIEREN LABURAR Y NO TIENEN COJONES. Eso es todo. Y esto lo vi desde que nací. Falta instrucción de los curas, disciplina, etc, todo lo que tiene la Ford o la Coca Cola y ellos lo usan para lucrar y no representar a Dios. Todos nos escupen, musulmanes, judíos, protestantes, porque somos unos pendejos.
Lo que hace falta no es una sonrisa sino una bazooka.
PACO LALANDA
Excelente y caballeresca respuesta de Antonio a don Dardo Calderon. Con lo poco que he leído, coincido en que tal vez se haya elogiado ¨de más ¨ a algunos de los pontífices inmediatamente preconciliares.
Cristián Rodrigo Iturralde.
La verdad es que el Sr. Antonio Caponnetto se atrevió a llamarlo Judas Bergoglio antes de ser electo, y ahora hasta se desmaya de tan solo pensar que pueda reconocer a Bergoglio como un antipapa.
Rogelio Berchiuk de Berisso.
Paco:
¿Por qué no le pedís la bazuca al Teniente General César Santos Gerardo del Corazón de Jesús Milani?
Juan Carlos
Les dejo el dato que el pseudo sitio denominado "Foro Católico" rápidamente ha hecho un post sobre este artículo del Sr. Caponnetto.
http://forocatolico.wordpress.com/2014/03/22/el-perplejo-caponnetto-le-contesta-a-su-amigazo-calderon-herejias-entre-finisimas-personas/#comment-21360
Atte. Sergio Di Gregorio (La Plata)
Coincido con el Prof.Caponetto, como siempre; pero cómo me gustaría avanzar sobre vagos y eunucos con bazookas y otras armas como Paco.
un nuevo cesaropaismo se ha instaurado en argentina encabezado, obviamente por francisco I alias robin hood - aladid de los delincuentes usurpadores del predio de lugano y otras yerbas - defensor de la teologia de la liberacion - maduro y castro - lamentable para los argentinos bien nacidos y horrible ejemplo para el mundo. ahora bien, sobre temas religiosos espirituales, sigue guardando silencio, como condenar las muertes en venezuela por el solo hecho de resistir una tirania bolche!!. fdo. el Papa venidero
creo que hay que pasar a la acción con lo que se tiene, y no esperar al amigo grandote y poderoso
saludos
Cap Ret. Roberto Marchessi
No tenemos ningún elemento para señalar a Ana Catalina Emmerick como hereje. Lo que sí nos parece muy sospechoso es que algunos de sus escritos fueron manipulados por un transcriptor (Brentano) y los resultados parecen contradictorios o al menos dudosos de enseñar.
En tal caso debemos ser cautelosos.
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