LA CARTA DEL COMISARIO GENERAL
MIGUEL ETCHECOLATZ, PRISIONERO DE GUERRA
La siguiente carta llegó en cadena a nuestra casilla de
correo electrónico. La reproducimos por juzgar pertinente su divulgación.
No es lo que se dice acogedora la vida en un campo de concentración.
Humillaciones reiteradas, aprietes, camaradas que mueren por mala praxis o simplemente
por abandono. Maltrato por parte de jueces y camaristas. Familias que están lejos,
hijos que se ven de vez en vez, nietos a los que casi nunca abrazamos; y sin embargo,
hasta hoy estamos erguidos porque nada ni nadie podrá robarnos el orgullo de haber
peleado por la Patria.
Pero se debe saber, aunque pocos quieran hacerse cargo, que
estamos acá porque somos los que combatimos en una guerra que se planteó contra
la República, y a nosotros, por nuestra profesión nos competía enfrentar la
agresión.
Estamos acá porque combatimos en una guerra que no buscamos
ni empezamos, pero a la que la sociedad, herida de miedo y dolor, nos compelía
a llevar a cabo cada vez que nos decían: “¡Qué
esperan para salir a meterle balas a esos asesinos!”
No obstante y pese a los dolores que ello nos acarrearía,
siempre estuvimos convencidos de pelear ese combate. Combate que, al estar en
juego la Patria, no era otra cosa que el Buen Combate del que nos habla San Pablo.
Combate por el cual sentíamos que era cumplir con aquello para lo que nos habíamos
preparado.
Lo que nos abate es el silencio; el silencio generalizado de
aquellos que venían a velar a sus muertos asesinados cruelmente por la guerrilla,
de los que se rasgaban las vestiduras pensando que un trapo rojo flamearía en
lugar de nuestra bandera; el silencio de los empresarios que transidos de miedo
venían a pedirnos custodia o a traer, off
the record, listas de presuntos subversivos en sus fábricas. Nos duele el
silencio de hoy de aquellos que nos pedían patíbulos públicos como ejemplo en
las plazas de la República y de los políticos que jugaban a dos aguas, que a la
mañana defendían guerrilleros y a la noche los delataban. Nos duele —porque en
su momento creímos en su dolor, temor y preocupación— el silencio de los argentinos.
Y nos duele fuertemente porque no es un silencio para dejar atrás los dolores,
es un silencio infame donde el miedo y la mentira están presentes.
Me gustaría preguntarle a todos los que se hacen los distraídos:
¿Para qué?, ¿Para qué la sangre?, ¿Para qué murieron soldados como Berdina, Maldonado
o Hermindo Luna, entre tantos otros?, ¿Para qué el martirio de Larrabure? ¡Allá
ellos, los que callan! Porque pasado este momento seguiremos erguidos y orgullosos
y ellos seguirán con su vergüenza.
4 comentarios:
La presidencia esta en manos de un ex militante maoista, la presidente que se desentiende del manejo dia a dia de la administración y duerme siestas en Olivos. El resto del tiempo lo ocupa en viajes y vacaciones en el sur. Imposible esperar nada de un gobierno que esta quebrado y de un país quebrado. Hay que encomendarse al Dios Todopoderoso.
Fernando
El Altisimo, en el confiamos, que todo lo registra y luego suministrará la Justicia Perfecta, donde veremos que "los ultimos seran los primeros". El inmundo aliento de la infedilidad y del deshonor nos cubre hace décadas y no solamente por los que menciona este prsionero de guerra que la ONU no quiere registrar, sino aquellos mismos que vistieron o que tal vez tuvieron el inmerecido honor de vestir el uniforme de la Patria, que tambien guardan silencio y bajan cuadros.Yo jamás olvide a este comisario, como a tantos otros,que algún dia, y en este mundo, tendrán su reparación historica,
PACO LALANDA
UN GRITO DE CORAZON!! ¡¡MUERA EL KIRCHNERISMO!!!
Un comentarista dice que hay que encomendarse a Dios todopoderoso, pero en la Biblia está escrito "Ningún poder tendrías sobre mi si no se te hubiera dado de lo alto" palabras de Cristo a Pilatos, es decir que a estos inmundos gobiernos los pone Dios..!!!
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