domingo, 7 de octubre de 2012

Sermones y homilías


NUESTRA SEÑORA
DEL SANTÍSIMO ROSARIO


Decíamos el domingo 23 de septiembre que desde el 8 de septiembre hasta el 12 de octubre estamos viviendo un mes especialmente mariano, engalanado con hermosas fiestas que honran a Nuestra Señora.

En efecto, hemos festejado ya su Natividad; hemos saboreado con la liturgia el Dulce Nombre de María; luego, sus Siete Dolores y el misterio de su Corredención nos han llevado hasta su Maternidad Espiritual, al pie de la Cruz...

Aquel domingo hicimos referencia a Nuestra Señora de las Mercedes... Y esta semana llega el momento de festejar su Maternidad Divina, para cerrar, al día siguiente, este mes tan rico en gozos marianos con la doble fiesta de su Patrocinio sobre nuestra Patria, en Luján, y de su título de Reina de la Hispanidad, la Pilarica de Zaragoza...

Hoy, siete de octubre y primer domingo de este mes, está consagrado especialmente a la Solemnidad de Nuestra Señora del Santísimo Rosario.

Para celebrar debidamente tantos misterios y para recibir las gracias que ciertamente Ella quiere otorgarnos durante este mes, especialmente en este día, lo que debemos hacer es conocer mejor su espíritu y adquirirlo más profundamente; es decir, comprender y asimilar aquello que la animaba y era la razón de todas sus acciones durante su vida terrenal.

De este modo nuestra devoción mariana será verdadera, genuina, y estará sólidamente fundada; no será un mero sentimiento, muchas veces convertido en sentimentalismo puro.

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Ahora bien, aquello que animaba a la Santísima Virgen..., aquello que iluminaba sus pensamientos, impulsaba sus deseos, guiaba sus decisiones y gobernaba todos sus actos tenía una misma fuente con dos vertientes: una respecto de Dios y otra en relación al demonio.

¿Cómo se comportaba Nuestra Señora con Dios y cómo reaccionaba frente al demonio?... Consideremos ambas cosas... Estudiando de este modo el espíritu de María comprenderemos mejor cuál es la marca de sus verdaderos devotos.

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Espíritu de María respecto de Dios

En sus relaciones con Dios, aquello que animaba los pensamientos, los deseos, las decisiones y los actos de la Santísima Virgen María se halla resumido en aquellas palabras dichas al Arcángel San Gabriel en el momento de la Encarnación del Verbo: He aquí la esclava del Señor.

Estas palabras no constituyen una respuesta circunstancial, ni la expresión de un sentimiento relativo solamente al mensaje del Arcángel; por el contrario, ellas revelan el interior de Nuestra Señora; traducen la disposición habitual de su alma; manifiestan el fondo de sus ideas y la regla de sus acciones.

María Santísima no sólo pronunció esta frase, no solamente emitió estas palabras con la punta de sus labios, sino que Ella las vivió, haciendo de esta expresión un programa de vida, que resume todo el espíritu del cristianismo.

Cuando San Gabriel concluye su anuncio, todo el plan divino se desarrolla ante los ojos de Nuestra Señora; todo el misterio de Cristo, con la parte exclusiva reservada a Ella, se descubre con espléndidos horizontes de perspectivas infinitas...

¿Qué responde?...

Primero contempla a Dios..., y lo contempla no como nos sucede a menudo a nosotros, es decir, de manera superficial, disipada y lejana, sin que esa mirada nos ponga realmente en presencia de Dios, tal como Él es. ¡No!, María contempla a Dios como el Ser Absoluto, Omnipotente, Sapientísimo, Creador, Dominador, Dueño Soberano de todas las cosas... Consideremos cada uno de estos atributos:


Absoluto, que existe por sí mismo y no puede recibir nada de otro...

Omnipotente, que todo lo puede y nada escapa a su poder...

Sapientísimo, que conoce todo hasta en sus mínimos detalles...

Creador, que de la nada ha dado el ser a todo cuanto existe...

Dominador, todo cae bajo su gobierno y dirección providencial...

Dueño Soberano de todas las cosas, de quien dependen todas las criaturas y todas las posee hasta el fondo de su ser...

Con la mirada fija en el Ser Absoluto y Soberano, no le llama ni Altísimo, ni Todopoderoso, ni Santo de los Santos, sino Dominus, Señor que tiene legítimo poder y superioridad sobre lo suyo.


En una segunda consideración, en esa misma luz divina que todo lo ilumina, María se contempla a sí misma...; no con una mirada superficial, ni incompleta, ni falsa...; sino que se examina hasta el fondo de su ser con una percepción total y verdadera...

Y a pesar de ser la llena de gracia y la bendita entre todas las mujeres..., o precisamente por ello, Ella ve y sabe con certeza absoluta que sigue siendo en el fondo una criatura sacada de la nada...

Ella sabe que no existe más que por Dios y que por ello le pertenece absoluta y totalmente...

Ella comprende y acepta que Dios es su Soberano Señor —Dominus— y que Ella es su esclava, que no vive sino para cumplir la voluntad de su Señor...

Aquellos eran los pensamientos y las disposiciones habituales de la Santísima Virgen desde su más tierna edad. Pero el día de la Encarnación Dios le pide su consentimiento para algo más sublime; le pide su participación en la misma redención del mundo. ¿Cómo va a responder Nuestra Señora?

La Virgen se abre, se dilata, se expansiona, se entrega desde lo más profundo de su ser y dice: Ecce ancilla Domini... He aquí la esclava del Señor...

Desde entonces y en cada circunstancia y misterio de su vida asociada a la del Verbo Encarnado, María recuerda su condición de esclava...

Así nos la presentan todos y cada uno de los misterios de su vida, los misterios del Santísimo Rosario.

Esa actitud nos manifiesta cómo la voluntad divina se apoderó de la suya; nos manifiesta hasta qué punto el sentimiento de la soberanía absoluta de Dios anidaba en su Corazón...

Escrutando su vida, encontramos, al inicio de cada uno de sus actos, esta idea fija, resumida en esa expresión.

Por eso decimos que el espíritu de María está formulado en esas palabras: Ecce ancilla Domini...

Inmediatamente después de pronunciar su fiat, el Espíritu del Señor la cubrió y le enseñó a pensar, amar, hablar y obrar como pronto lo iba a hacer Jesús, comportándose como siervo de su Padre Celes­tial... ¡Qué perfecta semejanza entre el Hijo y la Madre!

El día de la Encarnación, cuando fue constituida Reina del mundo, María recondujo nuevamente la creación al orden y a la sumisión que nuestros primeros padres destruyeron.

Consintiendo con el decreto de la Encarnación, María inaugura el Reino de su Hijo, que exige humildad y sujeción.

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Espíritu de María respecto del demonio

Las relaciones de la Inmaculada con el demonio, aquello que animaba su actitud para con este rebelde y revolucionario queda declarado en aquellas palabras del Génesis: Inimicitias ponam inter te et mulierem..." Pondré enemistades entre ti y la mujer...

Estas palabras bíblicas ponen también de manifiesto el interior de Nuestra Señora; pero en este caso respecto del demonio; ellas muestran la disposición habitual de su alma, el fondo de su pensamiento y la regla de sus actos en relación a aquél que Jesucristo llama homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira.

De la misma manera que las primeras que hemos considerado, también éstas María Santísima las vivió, haciendo de ellas un programa de vida, que resume todo el espíritu del cristianismo respecto del demonio y del espíritu del mundo, inspirado y animado por el espíritu del mal...

Pondré enemistades entre ti y la mujer... Sin lugar a dudas, el espíritu del mundo es opuesto al del Evangelio; pero cuando oponemos el espíritu del mundo al espíritu de María Santísima, y cuando la consideramos a Ella como el adversario personal del demonio, nos atenemos al plan divino y a la divina voluntad...

Entre ti y la mujer... He aquí una oposición radical, un enfrentamiento sin tregua, una contradicción sin matices...

Es indispensable comprender bien estas enemistades, si queremos vivir cristianamente y como verdaderos hijos de la Inmaculada...

En su Tratado de la verdadera devoción, San Luis María Grignion de Montfort dice:

María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces como un ejército en orden de batalla, principalmente en estos últimos tiempos, porque el diablo, sabiendo bien que tiene poco tiempo y mucho menos que nunca, para perder a las almas, redobla todos los días sus esfuerzos y sus combates. El suscitará pronto crueles persecuciones, y pondrá terribles asechanzas a los servidores fieles y a los verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta más trabajo superar que a los otros.
Es principalmente de estas últimas y crueles persecuciones del diablo, que aumentarán todos los días hasta el reinado del Anticristo, de las que se debe entender esta primera y célebre predicción y maldición de Dios, lanzada en el paraíso terrenal contra la serpiente: «Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, y tu raza y la suya; ella misma te aplastará la cabeza, y tú pondrás asechanzas a su talón».
Dios no ha hecho ni formado nunca sino una enemistad, pero irreconciliable, que durará y aumentará aún hasta el fin: es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen, y los hijos y secuaces de Lucifer.
De suerte que la más terrible de las enemigas que Dios ha hecho contra el diablo es María, su santa Madre. Él le ha dado, incluso desde el paraíso terrenal, aunque no fuese todavía sino en su idea, tanto odio contra ese maldito enemigo, tanta industria para descubrir la malicia de esa antigua serpiente, tanta fuerza para vencer, abatir y aplastar a ese orgulloso impío, que éste la teme más, no sólo que a todos los ángeles y a los hombres, sino, en un sentido, más que a Dios mismo.
No solamente Dios ha puesto una enemistad, sino enemistades, no sólo entre María y el demonio, sino entre la raza de la Santísima Virgen y la raza del demonio; es decir, que Dios ha puesto enemistades, antipatías y odios secretos entre los verdaderos hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y esclavos de del diablo; ellos no se aman mutuamente, no tienen correspondencia interior unos con otros. Los hijos de Belial, los esclavos de Satán, los amigos del mundo (pues es la misma cosa), han perseguido siempre hasta aquí y perseguirán más que nunca a aquellos y a aquellas que pertenecen a la Santísima Virgen.
Pero la humilde María tendrá siempre la victoria sobre ese orgulloso; y tan grande que llegará hasta aplastarle la cabeza, donde reside su orgullo; Ella descubrirá siempre su malicia de serpiente; desbaratará sus maquinaciones infernales, disipará sus consejos diabólicos y preservará hasta el fin de los tiempos a sus fieles servidores de su garra cruel.


Según San Luis María, pues, Dios no ha hecho ni formado nunca sino una enemistad, pero irreconciliable. Es lo que expresa el término ponam... pondré, es decir estableceré, fundaré.

¿Qué cosa?

El odio eterno entre María Purísima y el diablo, que reemplaza el acuerdo pasajero de Eva con el demonio...

Odio irreconciliable basado en Dios, puesto que el objeto de este odio es Dios y su divino Hijo...


San Luis María continúa diciendo que No solamente Dios ha puesto una enemistad, sino enemistades, no sólo entre María y el demonio, sino entre la raza de la Santísima Virgen y la raza del demonio; es decir —explica el mismo santo—, que Dios ha puesto enemistades, antipatías y odios secretos entre los verdaderos hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y esclavos de del diablo".

Este plural no es solamente enfático y solemne; tampoco indica sólo una pluralidad de individuos, tanto de un lado como del otro, sino que señala un conjunto de pensamientos, deseos, sentimientos, resoluciones, actos, actitudes, costumbres... que caracterizan dos modos de vida, cuyo origen y principio está, por un lado en Dios y todo lo animado por Él, y, por el otro lado, en el espíritu demoníaco y todo lo que él inspira...

Esos dos modos de vida responden, a su vez y en definitiva, a las dos famosas ciudades de San Agustín, fundadas en dos amores: Dos amores han edificado dos ciudades = el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios ha fundado la ciudad del demonio; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo ha fundado la ciudad de Dios.

Debemos convencernos —si no lo estamos— de que la alianza entre las prácticas religiosas y la vida mundana, entre las máximas evangélicas y las del mundo, es una alianza monstruosa e imposible.

Según nos enseña San Ignacio en sus magníficos Ejercicios Espirituales, sólo existen dos banderas, dos ejércitos, dos campamentos, dos capitanes.

Debemos convencernos —si no lo estamos— de que la alianza entre la Roma Eterna y la Roma neomodernista y anticristo es una alianza monstruosa e imposible.

El engaño del demonio es hacernos creer que existen tres banderas, tres ejércitos, tres campamentos... ¡Es la eterna mentira de la tercera posición!... ¡Es el error en que cae la línea media y los extremistas de centro!...


Y San Luis María detalla las consecuencias de esas enemistades. La primera es que Ellos no se aman mutuamente, no tienen correspondencia interior unos con otros.

¡Qué pocos son los que piden a la Santísima Virgen que les inspire, no sólo el alejamiento y el rechazo del espíritu mundano, sino más bien el odio al mundo y a todo lo que él anima...!, un odio profundo y que no se apague nunca...

Este rechazo y ese odio son signos distintivos de los verdaderos devotos de la Inmaculada, y no son otra cosa que las renuncias de nuestro bautismo llevadas a la práctica


La segunda conclusión que saca San Luis María es que Los hijos de Belial, los esclavos de Satán, los amigos del mundo (pues es la misma cosa), han perseguido siempre hasta aquí y perseguirán más que nunca a aquellos y a aquellas que pertenecen a la Santísima Virgen.

No nos engañemos... Si los amigos del mundo, los mundanos, los que viven según el espíritu del mundo, los romanos de hoy (que para el santo son esclavos de Satán), en lugar de perseguirnos nos tratan bien y buscan nuestra compañía..., no somos de aquellos y aquellas que pertenecen a la Santísima Virgen...


Finalmente, según San Luis María, ese odio irá creciendo a medida que nos acerquemos al fin del mundo.

Según esto, no sólo nos equivocamos si pretendemos buscar una pacificación entre ambos espíritus, ambos amores, ambas ciudades, ambas cosmovisiones..., sino también si pensamos que las enemistades que en todos los campos y en todos los niveles ellas engendran, van a disminuir.

Por el contrario, ellas irán aumentando más y más a medida que nos vayamos acercando el término.

Esta crisis espantosa que tanto sufrimos, irá de peor en peor.

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Conclusión

Continuando, pues, con nuestro combate, pidamos a Nuestra Señora la gracia de participar de su espíritu en su doble vertiente: para con Dios y para con el demonio.

Pidamos el odio y el aborrecimiento del espíritu mundano y de todas sus alianzas y consecuencias. Para los que han hecho y conocen los Ejercicios Espirituales, es lo que nos hace pedir San Ignacio en los famosos tres coloquios de la Primera Semana.

Meditemos con frecuencia en aquellas palabras del Génesis: pondré enemistades, y a lo largo del día estemos atentos para librar el combate, en cada emboscada del enemigo, en cada escaramuza, para estar bien dispuestos y preparados para la batalla final...

Reflexionemos también en aquellas otras palabras: he aquí la esclava del Señor. Y pidamos especialmente a Nuestra Señora que Ella nos llene de ese espíritu de humilde y santo sometimiento a Dios, a fin de consagrarle nuestro ser y poseer, para que el Reino de Dios venga en su plenitud a nuestras almas.

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