REVERENDO PADRE
RAÚL SÁNCHEZ ABELENDA
— sacerdote de Cristo —
Desde hace 42 años Raúl Sánchez Abelenda era sacerdote de Jesucristo en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Sus manos habían sido consagradas para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa.
Desde hace 42 años Raúl Sánchez Abelenda celebraba las alabanzas de Dios en un idioma sagrado: el idioma oficial de la Iglesia, que preservaba su espíritu y sus labios de toda alteración de la verdadera alabanza, de toda fantasía.
Desde hace 42 años Raúl Sánchez Abelenda celebraba el Santo Sacrificio de la Misa en el rito que desde hace tantos siglos lo preserva de toda alteración profana, para salvaguardar la fe y la unidad de todo el pueblo de Dios.
Lo celebraba cada día —a pesar de ser consciente de su indignidad— en presencia de la Iglesia triunfante, purgante y militante.
Desde hace 42 años Raúl Sánchez Abelenda enseñaba la verdadera doctrina de la fe y la verdadera moral del Evangelio, tal como la Iglesia siempre las ha enseñado fielmente a sus hijos, tal como han sido explicitadas en los Concilios y en el Catecismo Romano.
Desde hace 42 años Raúl Sánchez Abelenda mantenía estas humildes fidelidades sagradas, y eso sin dudas, sin inquietud y casi sin mérito, ya que todo eso le resultaba evidente.
Hasta su último suspiro le fue imposible, en conciencia, someter su libertad cristiana a una actitud que implicara el abandono de lo que desde antaño le fue enseñado, de lo que le confió la Iglesia, de lo que le confió su madre, por quien tenía gran veneración.
Y todo esto a pesar de todas las presiones morales, de toda posible violencia. Sabía que ninguna autoridad en el mundo —temporal o espiritual— podía imponerle esa renuncia, bajo cualquier forma que se la disfrace.
Ante todo Raúl Sánchez Abelenda era sacerdote católico —el bien común de todos ustedes—, sacerdote de Cristo. Así como Nuestro Señor subió sobre la cruz llevando las almas de todos los hombres, llevando sus miserias, Raúl Sánchez Abelenda subió tantas veces al altar llevando sus almas.
Puesto que hay almas que se obstinan en perderse, es necesario que otras se obstinen en salvarlas. ¡Y lo hizo con tanta generosidad…! Después de haber hecho obra de sacerdote en el altar, o en la administración de los sacramentos, o predicando con esa vehemencia que le conocíamos, se confundía de alguna manera entre los laicos, preguntándose si ésta no sería el alma donde la semilla se pierde, o aquélla el alma endurecida por la costumbre de repetir las mismas cosas.
Buscaba en todas las almas la esperanza que queda en ellas, la necesidad particular que Dios ha grabado en ellas, mientras que el mundo no ve más que pasiones, ambición, interés. La generosidad constituyó el fondo de su alma sacerdotal.
Pedro, ¿me amas? El Buen Pastor quiere confiar las almas de los que ama con pasión a un ser que tenga algo de su ternura. Y nuestro Padre Raúl tenía algo de esta bondad sacerdotal detrás de un aspecto a veces rudo. Tenía esos momentos de bondad en los que adivinaba lo que pasaba en la neblina de los corazones: sabía atemperar un reproche con una broma amistosa, que dejaba abierta la esperanza.
Pero no había en él ninguna desviación, ninguna adulación cortesana para el error: la autoridad es necesaria para defender y conservar el dogma.
Esa gran admiración, esa gran sumisión a la verdad era, ciertamente, otro rasgo de su personalidad; pero ese culto por la verdad católica le venía de su gran pureza: no se debe esconder esto, pues la voluptuosidad enceguece los espíritus. La impureza difunde la insensibilidad, echa un velo sobre las cosas y ve las cosas, pero como a través de nubes. En un corazón impuro, como en un vaso sucio, todo se oscurece, no se admite más lo verdadero.
He dicho sumisión a la verdad. Sí: nunca habrán visto al Padre Raúl buscar acomodar la verdad católica. Nunca buscó adaptarla en consideración de lo que llamamos “el pensamiento moderno”. No: se refería a la enseñanza de la Iglesia, a su magisterio —desde un rigor absoluto y con una gran prudencia— en cuanto ese pensamiento moderno se arriesgaba a falsificar la teología. Nada más alejado del pensamiento de nuestro querido Padre que el modernismo doctrinal o el neologismo verbal, mediante el cual algunos predicadores se figuran rejuvenecer el Evangelio.
Jamás perdió, jamás debilitó su fe, la fe católica, porque siempre buscó la Verdad, y no la suya… De allí la gran cualidad, la gran virtud que puede resumir toda su vida: Fidelidad […]
Fidelidad a su sacerdocio, fidelidad a su Patria y —muchos de ustedes lo saben— se comprometió por su Patria. No eligió la vía fácil, sino el sendero estrecho.
Como su maestro, se puede decir del Padre Raúl Sánchez Abelenda que no ha amado el “mundo”. Jesucristo no rezaba por el mundo.
El espíritu mundano, dirigido por la vanidad, aprecia las cosas solamente según las opiniones de los otros. Los mundanos son duros para incriminar a aquellos que proponen vivir la vida cristiana en su integridad; para ellos, la religión, si es verdadera, no puede ser imposible de practicar, como de hecho aparece a sus ojos enfermos la que les propone la Iglesia Católica.
Cristianos anémicos que quieren tener un pie en el mundo y otro en la Iglesia, lo que infaliblemente los hace tropezar y produce en algunas naturalezas una ensalada bastante singular. La mirada mundana busca el provecho que puede sacar de los otros, las pasiones que puede explotar…
¡Han adivinado: este retrato es exactamente lo contrario del Padre Raúl Sánchez Abelenda! Él no era un mundano; sabía muy bien que se llega mejor al alma mundana por una palabra fuerte, ruda, brusca, que muestre el catolicismo sin vueltas.
Todos conocían su palabra: en predicaciones, en conversaciones, en disputas, en conferencias, su palabra era como una flecha, pero salida del corazón, como un ariete que demuele las murallas.
En el fondo de su corazón tenía una gran fortaleza, que le daba tantas veces ese fuego sagrado en defensa de la verdad católica: fuego conquistador.
La facilidad adormece el ideal. Raúl Sánchez Abelenda conoció la vida dura, que hacía adivinar a muchos de sus amigos la profundidad de sus deberes sacerdotales y patrióticos, misión de la cual tenía que ser digno. El resto no cuenta; la salud no tenía mucha importancia. ¿Acaso estamos en la tierra para comer, dormir y vivir cien años o más?
Una sola cosa contaba en la vida de este sacerdote católico: aguzar su alma, vigilar sus debilidades, servir a los otros. Sólo el alma cuenta, y la salvación de su alma debía predominar por sobre el resto.
Breve o larga, la vida vale si no tenemos que abochornarnos de ella en el momento en que debemos devolverla, en el momento en que Dios nos llama.
Y seguramente Raúl Sánchez Abelenda no se abochornó, porque fue un hombre que, como sacerdote, se jugó toda su vida sin farsas, sin dudas, tanto en el tiempo de la subversión política como en el de la subversión religiosa.
Desde el día de su ordenación sacerdotal se dio sin cálculo con mucha generosidad.
A todos ustedes, sus amigos, sus parientes, sus compañeros de lucha, sus penitentes, les digo: que la muerte de Raúl Sánchez Abelenda no sea inútil. Ustedes no han acompañado sus despojos mortales sólo para darle su último adiós, sino que desde ahora la palabra fidelidad debe reavivar vuestra fe […]
La virtud es una lenta, dura y a veces penosa conquista. Antes que el cuerpo, es el espíritu el que vence o capitula. En él, el espíritu no capituló nunca.
Hoy, Raúl Sánchez Abelenda nos llama, los llama a todos y quizás, más particularmente, a los que durante su vida no logró conducir hasta el confesionario y el comulgatorio.
Que su vida y su muerte, ejemplos para todos, no sean inútiles. Quiere hoy desde lo alto —si Dios ya lo acogió— llevar a vuestras almas a la santidad, que éste es el fin de la vida. No basta con estar de corazón con la Iglesia Católica, es necesario estarlo con la conciencia y la razón.
Desear subir infinitamente alto sabiéndonos infinitamente bajos, eso es lo que puede dar Jesucristo; a pesar de la visión de todas nuestras miserias, que nos afectan: tenemos aquí un ejemplo. Dios se ha servido de su vida y de su muerte; que no sea en vano.
Morir veinte años más tarde o más temprano no importa, lo que realmente importa es bien morir, es entonces cuando recién empieza la verdadera vida.
El mundo está siempre más preocupado por las alegrías mundanas, materiales, o aún simplemente animales. Se encierra sobre sí mismo para conservar o ganar la máximo; cada uno vive para sí, en un egoísmo constante que ha convertido a los hombres en lobos llenos de odio, o en residuos humanos corrompidos.
No saldremos de esta decadencia más que por un inmenso resurgimiento moral, enseñando a los hombres a querer, a sacrificarse, a vivir, a luchar y a morir por un ideal superior: Dios y Patria.
Por eso Raúl Sánchez Abelenda fue sacerdote y patriota, y de él conservaremos el ejemplo, no en una foto o en un escrito, sino en nuestra alma.
Llega la hora en que para salvar al mundo, se necesitará un puñado de héroes y de santos que realicen la conquista. El Padre Raúl Sánchez Abelenda nos dio un poco de ese heroísmo y de esa santidad.
Recemos para que entre pronto en la morada celestial, para que desde lo Alto nos envíe a todos un poco de su heroísmo y mucho de su fidelidad. Pidamos a Dios que nos dé muchos sacerdotes de este temple.
Querido Padre, una vez más te confiamos a los brazos de Dios, a Quien tanto has buscado y tan fielmente has servido desde aquí abajo. Ya cerca de Nuestro Señor y de Nuestra Señora, te pedimos que también te quedes cerca nuestro, y que sigas haciéndonos compartir tu valentía, tu fe, tu fidelidad.
Recemos para que entre pronto en la morada celestial, para que desde lo Alto nos envíe a todos un poco de su heroísmo y mucho de su fidelidad. Pidamos a Dios que nos dé muchos sacerdotes de este temple.
Querido Padre, una vez más te confiamos a los brazos de Dios, a Quien tanto has buscado y tan fielmente has servido desde aquí abajo. Ya cerca de Nuestro Señor y de Nuestra Señora, te pedimos que también te quedes cerca nuestro, y que sigas haciéndonos compartir tu valentía, tu fe, tu fidelidad.
Padre Xavier Beauvais
NOTA:
El Padre Raúl Sánchez Abelenda falleció el 25 de febrero de 1996, hace ya quince años. Los fragmentos del sermón que reproducimos pertenecen a la Misa “de corpore insepulto” que fuera oficiada por el Padre Beauvais.
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