“…pues no hay encierro como la falta de horizonte”
(Leopoldo Lugones)
(Leopoldo Lugones)
En numerosas ciudades, distintas naciones celebraron el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín. En cierto modo sucedió como en 1989, cuando era fácil y contagiosa la alegría de los alemanes que finalmente recuperaban su territorio y la libertad.
Porque aquel paredón de cemento que se derrumbaba había servido, en todo caso, para mostrar que el mundo estaba malamente partido en dos.
En las ceremonias de hace unos meses, pudimos ver a presidentes de todas partes recordando con satisfacción, en nombre de sus países, el fin de un naufragio, que fue fracaso desde el primer minuto de su existencia, naufragio y fracaso escondidos rigurosamente por cómplices y medios occidentales, mentira oculta en el terror, encarnado en el totalitarismo soviético, porque eso era lo que significaban esas piedras cuando en octubre del 1989 rodaban bajo los mazos y los picos.
El festejo fue verdaderamente así, salvo, quizás, en la Argentina oficial, donde la cosa tuvo repercusión cercana a cero. Claro, en cierto modo hasta lo entendemos, si la presidente/a declaró recientemente, durante su entusiasta peregrinar a Cuba, que Fidel es “el mayor estadista vivo de América” es difícil que pueda alegrarse con la llegada de la libertad a los pueblos esclavizados por los soviets.
Mientras tanto y al cabo de casi un siglo de poder absoluto los marxistas, bajaron muros y cortinas y se fueron, así nomás; al dulce paraíso anunciado nadie nunca lo encontró.
Dejaron sembrada aquí y allá desolación y millones de muertos dispersos por el mundo, lo curioso es que a pesar de tantos crímenes, llegados a un punto, sin dar explicaciones y sin rendir cuentas, sin juicios ni tribunales (ni siquiera ¡ante el juez Garzón!), ni a ninguna otra de las justicias globalizadas de la tierra, se hicieron perdiz…
Aunque sería un error creer que humillados por la magnitud y la intensidad de la catástrofe que desataron fueron a ocultarse a una cueva… no, no, ni pensarlo lo que si han hecho es cambiar de ropa, ahora son ¡el progresismo!
El peso de ese pasado tenebroso, que hubiera bastado para destrozar a cualquier otra ideología, para el socialismo no alcanzo. Luego de haber encadenado a la mitad del mundo en aras de la nada siguen imperturbables pidiendo cuentas a los otros, creando tribunales y cárceles ajenas como si recién llegaran de algún cielo inmaculado.
Y sí, claro que la palabra es atractiva porque, ¿cómo no entusiasmarse? con la idea de progreso, uno piensa en el progreso de tantos pueblos consumidos en ignorancias y miserias de todo tipo, en el progreso científico, en el personal, es cierto, la cosa atrae… por otra parte “progresista” es como que distingue al portador, de los otros que en todo caso serían los retrógrados, los estancados en el pasado…
Pero en realidad ¿en que consiste ser progresista? ¿Tiene algo que ver el progresismo marxista con la idea de vivir mejor o ser mejores?
Más allá de las definiciones, los progres que tenemos a la vista nos muestran claramente el camino contrario. Pocas cosas hacen de la vida de los países algo más retro que el progresismo populista. Ateísmo combativo, claudicación de la libertad, pensamiento único, decadencia intelectual y social y económica, pobreza, mentira, saqueo y robo organizado desde el poder.
En su libro “Tierra, Tierra”, Sandor Marai relata cómo la metodología socialista-progresista consistía en cierta creciente asfixia social, manera de afianzar la dominación de los pueblos sometidos. Ahí el escritor húngaro escribe esta línea que con matices de tiempo y circunstancia bien puede repetirse en el nuestro y en unos cuantos países de América: “A ellos (los soviets) no los preocupaba que no los quisieran, solo les preocupaba que no los temiesen”.
Mientras tanto, muerto Dios, la indigencia del hombre contemporáneo subsiste y se acentúa gracias al espejismo amable que lo convierte en el dios de los parias.
El hombre nihilista, el de la carta de la tierra, el “progre”, el grotesco repetidor de una retórica muerta, el de la pachamama, el del pensamiento débil, el del relativismo ético es nada más que, “una cosa entre las cosas”. Y si miramos la iniciativa que en estos días ha tomado el consejo de ministros de la Unión Europea, no podemos dudar que ha hecho propia y hasta sobrepasado la idea de Levy-Strauss, al punto que dispuso prohibir la investigación científica sobre chimpancés gorilas y orangutanes y solo cuando no haya alternativa habrá que solicitar expresamente autorización para trabajos con fines terapéuticos sobre todos los vertebrados, larvas, fetos de mamíferos y calamares.
No podemos dejar de considerar que curiosamente se trata de la misma Unión Europea que —como la ONU— alienta el aborto, la clonación y la “creación” y muerte de embriones humanos para disponer de células madre embrionarias; es decir, han dado un paso más allá en la tesis del francés cuando decidieron que un embrión humano no es siquiera un igual, sino que “es menos, mucho menos, que el de un simio”.
Y claro que iban a llegar a esto, lo había advertido en Estrasburgo Juan Pablo II: “Todas las corrientes de pensamiento del viejo continente tendrían que reflexionar sobre las sombrías perspectivas a las que podría conducir la eliminación de Dios de la vida pública, de Dios como última instancia de la ética y garantía suprema contra todos los abusos del poder del hombre sobre el hombre”.
Es el hombre, señor de lo creado que, por voluntad propia, se convierte en mendigo y después en suicida. Es la pobreza del rico, la más miserable y pobre y harapienta de las pobrezas.
Hay que salir del cerrado calabozo sin paredes en que intentan meter a la humanidad entera. Ahí, el destino no podrá ser menos trágico que el vivido tras la cortina de hierro, por eso hay que triturar cada piedra de este nuevo y extraño muro que según sus propios albañiles esta hecho para proteger al hombre de Algo muy peligroso, que además, no existe…
Miguel De Lorenzo
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