DE LA UNANIMIDAD
Por Miguel De Lorenzo
Es casi innecesario describir las abundantes razones que han hecho de la miseria moral acaso la más importante de las instituciones del país.
Aunque lo de estos días en el senado, al votar la ley que establece la extracción compulsiva de ADN si bien forma parte de esa miseria, parece claramente peor. Y lo decimos en la medida que un cuerpo multitudinario amplifica lo deleznable llevándolo a extremos tan altos casi como el número de sus integrantes.
La pretensión de la toma compulsiva de ADN no es nueva. Ya en 2000 la jueza María Martiarena decidió la detención de Natalia Alonso, en ese momento una joven de 22 años a fin de que por la fuerza comprobasen su ADN. Anteriormente otros jueces habían ordenado el procesamiento de su padre —que por esa razón estuvo preso durante dos años— y luego de su madre —presa durante dos meses— ambos declarados luego inocentes. La denuncia había sido efectuada por las abuelas K y a propósito del hecho Carlotto declaró: “que era doloroso pero necesario” y que “había que internar a esa chica como se interna a un drogadicto, para su bien, para volverla normal”
La abuela k, entusiasta del GULAG, pedía la internación, léase prisión, hasta que piense como debe ser, a lo Carlotto, es decir “normalmente”.
Durante 1999 la juez Servini y la cámara federal de Luisa Aramayo y Horacio Vigliani habían ordenado la detención de otra joven, Evelyn Vázquez, a fin que se la sometiera compulsivamente a un examen.
La rusticidad de los fundamentos de la cámara penal provocan cierto escalofrío: “la extracción de unos centímetros de sangre ocasiona una perturbación ínfima, en comparación con los intereses superiores de la sociedad en perseguir adecuadamente el crimen”
Hasta dónde puede llegar la estupidez o el cinismo complice de los jueces que; para: "persiguir adecuadamente el crimen" !encarcelan a las víctimas!
Por cierto no nos atreveríamos a responder si la misma cámara pusiera preso para sacarle “unos centímetros de sangre” o arrebatarle un cepillo dental —contra su voluntad— a un miembro de las abuelas k.
Luego en 2003, la Corte de esa época —con excepción del juez Maqueda— falló contra la primera instancia y la cámara, reconociendo el derecho de la víctima a rechazar la coacción, para la determinación de ADN.
Pero ¿qué era en definitiva lo que habían hecho estas personas? Rechazaban la posibilidad de que grupos políticos investigasen, utilizando sus ADN, quiénes presuntamente fueron sus padres biológicos. Se negaban a vivir hacia atrás. Y a reactivar y profundizar un sufrimiento que los acompaña desde siempre. Se negaban a que otros instrumentaran “a piacere” su doloroso pasado, rechazando terminantemente la posibilidad de vivir en un horizonte determinado por el odio.
Estas abuelas llevan más de quince años acosando, por todos los medios que disponen —y no son pocos— a estas mujeres y hombres heridos hondamente desde el mismo momento de su nacimiento. Por si no bastara, ahora se agrega la inmisericorde aprobación del senado de una ley injusta, que habilita a estos feroces grupos para estatales a hacer añicos la modesta paz en que vivían.
Llevaba razón Bertrand de Jouvenel al decir: “Cuanto más poderosa sea la máquina, tanto más disciplinados son los votos y menos importancia tiene la discusión; esta no afecta ya al escrutinio; los golpes sobre los escaños hacen de argumentos; los debates parlamentarios no son ya la academia de los ciudadanos sino, el circo de los papanatas”.
Siempre ha sucedido, el totalitarismo fomenta la crueldad, y pone en práctica las nuevas formas de persecución, solo que la violencia ahora se origina desde los cómodos despachos legislativos, con leyes pulcramente votadas, y donde como cada sello ocupa su lugar parecería que todo está en orden. Sin embargo se trata de una ley maligna porque violenta la libertad, la dignidad, la vida y la intimidad de las personas que se niegan a que manoseen su pasado —ni siquiera por parte del Estado, que ya sería atroz— sino como en este caso al arbitrio de organizaciones políticas para estatales que tratan de sojuzgarlas desde hace años.
“Cuando a la autoridad representativa no se le imponen límites, los representantes del pueblo no son ya defensores de la libertad sino candidatos a la tiranía” y más adelante continua Benjamín Constant alrededor de 1820: “ la asamblea se precipita en unos excesos que al primer golpe de vista parecerían imposibles, multiplicidad de leyes sin medida, deseo de agradar, oposición al sentido nacional y obstinación en el error, ausencia de toda responsabilidad moral, certeza de escapar escondidos en el número, a la vergüenza de tanta cobardía…”
No obstante sería injusto terminar sin decir que hubo en la sesión un voto en contra.
Aunque no conocemos al senador salteño Agustín Pérez Alsina si sabemos que tuvo la osadía infrecuente de decir no, en soledad, en medio del triste paisaje de la unanimidad de la injusticia.
De alguna manera en nombre de las inocentes víctimas, re-victimizadas se lo agradecemos.
1 comentario:
Otro fruto de esta peste espiritual y social. Debemos entender que lamentablemente estamos en una sociedad enferma con todos los valores trastocados. Una sociedad sin Dios ni ley es lo mas parecido al infierno, ni siquiera a una selva por lo menos en esta hay un orden natural.
En Cristo
Pablo
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