Graves hechos se han acumulado en este último bimestre que llevamos sin aparecer. Ninguno cualitativamente distinto a la corrupción habitual ya instalada y dominante. Ninguno tampoco que pueda sorprendernos en demasía. Antes bien, lo sucedido corrobora con creces lo que cualquier argentino decente intuye, padece o manifiesta; a saber, que lo que llamamos gobierno —en el sentido más amplio del término— no es más que una asociación de ladrones, degenerados, mafiosos y embusteros.
No se necesita para probarlo más que la doliente empiria cotidiana, sin mengua de que avezados cronistas lleven meticulosos registros del desastre. Pero si algunos ejemplos representativos se nos pidiera enunciar, empezaríamos por el recuerdo de la planificada embestida anticatólica consumada en Tucumán, durante el pasado octubre, ejecutada por cuantas hordas sodomitas cuentan hoy con el respaldo oficial, bajo la cobertura de “mujeres autoconvocadas”. El sacrilegio no podía haberse consumado sin el apoyo infraestructural del hebreo Alperovich, aliado de los Kirchner y sujeto de inequívocas manifestaciones contrarias a la Cruz. Rescátese empero de tamaña atrocidad, la conducta aleccionadora de tantas familias católicas que ofrecieron valiente resistencia a los endemoniados. Todo elogio resulta pequeño para estos compatriotas henchidos de Fe y de gallardía.
Pondremos como segunda muestra de la descomposición dominante, la entente —cada vez más visible, grotesca y peligrosa— entre el oficialismo y las fuerzas armadas piqueteras, alentadas y subsidiadas por la pareja presidencial, con la misma naturalidad con que tribus de matones privados gozan de absoluta lenidad para castigar cualquier vestigio opositor. Defendiendo a Milagro Sala y sus Tupamaros, nuestra Primera Liposuccionada dijo claramente que a ella “no le sirven los pobres para mostrarlos llorando y pidiendo”, sino en tanto se constituyen en “organización popular y provoca demandas”. Es la estrategia marxista que sintetizara Henri Lefebvre cuando decía que el comunismo no es un humanismo sentimental que se inclina ante el proletariado, como lo hace la gente caritativa, para aliviarle sus debilidades. No; lo necesitan como fuerza insurreccional. O más gráficamente aún, si cabe, como lo manifestara Liu Chao Tchi en su mensaje del 14 de junio de 1950: no se trata de aliviar la miseria de los pobres. Esto es ideal de filántropos, no de marxistas. El objetivo es convertir su resentimiento clasista en el motor de la revolución permanente.
El último dato que aportaremos hoy de esta taxonomía de la inmundicia es la decisión del macrismo de legalizar la coyunda de los protervos, con los mismos argumentos con que lo hiciera Cristina en octubre de 2008. Lo importante es “seguir la dirección en la que va el mundo” y respetar “el derecho de cada uno a decidir aquello que lo hace más feliz”. El “derechista” Mauricio, votado como mal menor por el señoragordismo porteño, no está solo en su epopeya putoide. Por lo pronto le han dado sus respaldos, entre otros, dos amigos del Cardenal Primado: el rabino Sergio Bergman, a quien Bergoglio mismo le prologó su libelo Argentina Ciudadana, y el rabino Alejandro Avruj, a quien se le encomendó profanar el templo de Santa Catalina, el pasado 9 de noviembre, concelebrando con “Raffy” Braun la parodia de La Noche de los Cristales (cfr. Iton Gadol, 11-11-2009 http://www.itongadol.com.ar/shop/detallenot.asp?notid=27728&idioma=0)
Bien advertía Cervantes en su Coloquio de los perros, el mal enorme que se entroniza en una sociedad cuando “la costumbre del vicio se vuelve naturaleza”. Del otro lado de Hispania, Martín Fierro canta para siempre: “Y sepan que ningún vicio, acaba donde comienza”. Por eso no entendemos, ya no la desaprensión ante estos hechos de quienes debieran reaccionar condignamente, sino el candor de quienes siguen insistiendo en que la solución consiste en reanimar a la democracia. Y le piden a la Michetti que vete la contranatura, al Congreso que destituya a los Kirchner, a los asesinos que establezcan la concordia, y al demonio que cierre el Infierno. “Están todos armados”, aclaraba la piquetera Nina en alusión a las bandas que ocupan diariamente las calles. “Habrá muertes de los dos lados”, sentenció el revoltoso Alderete. Ni hablemos de las múltiples alusiones homicidas de los D’Elía boys.
Mientras los enemigos no cesan de reconocer la violencia que protagonizan, convirtiéndola en concreta amenaza, las legiones del candor piden bicentenarios preñados de mágicas reconciliaciones, reparten perdones, unidades nacionales y bendiciones por doquier, y confían en que “el respeto a la Constitución Nacional” nos volverá a todos mansos y hermanos. El deber cristiano de la lucha no está en la inteligencia ni en la voluntad del grueso de los católicos. ¡Ay de nosotros, si no sabemos ponerlo en práctica! ¡Ay de la patria si sigue pareciendo más cuerdo formar un nuevo partido político que imitar el martirologio cristero! La Argentina necesita con urgencia, que vuelva a ondear hasta el tope el estandarte de Facundo Quiroga. Por eso, al menos, queden ofrecidas nuestras pobres manos de testimoniales mástiles.
Antonio Caponnetto
1 comentario:
escribo para hacerte llegar mi reconocimiento a tu gracia en el arte de la escritura. sos portador de una gran pluma.
marcos.
(peronista ortodoxo contemplando con desagrado profundo como la siniestra todo lo consume.)
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