jueves, 8 de octubre de 2009

Educativas


Salud mental: entre la rigidez y la flexibilidad

LA LOCURA DE LOS CUERDOS,
LA CORDURA DE LOS LOCOS

La sana doctrina sobre la prudencia nos enseña que para poder hacer de ella un hábito perfectivo es necesario el concurso armónico y global de ciertos componentes. La docilidad, por ejemplo, como parte de la misma, nos pide cierta sumisión a lo que dice la realidad. Y la solercia —término tal vez poco usual—, también reclama la flexibilidad suficiente para afrontar contingencias e imprevistos. Rasgos éstos muy propios de la vida cotidiana y de la encarnadura de las virtudes naturales y cristianas.

Pero no olvidemos que seguimos hablando de una virtud, por lo cual, sin el concurso de la recta razón y la deliberación en el obrar, perdería su naturaleza espiritual para convertirse en simple acto mecánico o animal.

Ahora bien, en otro orden —el de la psicopatología y la vida afectiva— también oímos hablar de una legítima flexibilidad. Saludable, por cierto. Sea para buscar distintas resoluciones posibles a un mismo problema, sea para conservar el sano humor ante una limitación propia. Saludable, como dijimos, con una condición: aclarar de qué tipo de flexibilidad —y como contrapartida, de qué tipo de rigidez— estamos hablando.

Porque aquí nos encontramos ante el eterno contraste entre el fuera de quicio y el extasiado, entre el loco y el santo. Porque se habla permanentemente de flexibilidad y de rigidez. Pero ¿en qué sentido?, ¿cómo se distinguen?

Alguien decía que la locura es la absolutización de lo relativo y la relativización de lo absoluto. El mundo le pide flexibilidad al santo, justo en aquello que no puede perder solidez. El loco es sólido e inmutable en lo que debiera ser flexible. Santo y loco, los dos saben que hay cosas que “no se tocan”, pero se encuentran en polos distintos.

¡Qué nocivo cuando la propuesta psicoterapéutica consiste en flexibilizar lo inamovible! Entonces, parece preferible sugerirle al paciente que el matrimonio y la familia son cosas tan convencionales, relativas y opinables como pueden serlo diferentes perversiones o vicios; y persuadirlo de que es él —por “rígido”— quien no sabe asumir, entender, captar o aceptar esa realidad mudable.

Y entonces ¿qué se logra? Que el paciente confirme que todo puede cambiar y amoldarse al cambio, menos su punto de vista.

Es decir, se promueve un loco.

Y cuántas veces se toma por un loco al hombre que es fuerte y fiel, por el sólo hecho de permanecer idéntico en sus amores con el paso del tiempo.

Poco le interesa al mundo cuáles son aquellos amores. Para diagnosticar la locura le alcanza con percibir que hubo algo inamovible en el tiempo. ¡Y justamente en aquello inamovible está la clave del buen diagnóstico!

¿Qué fue lo que no cambió: el temor que desde niño le tiene a las lombrices o el permanente cuidado de hacer algo que disguste al Señor?

Lo primero se llama fobia específica, lo segundo temor de Dios. Lo primero es una anomalía. Pero lo segundo, es un don del Espíritu Santo.

En una cultura subvertida y en un mundo desquiciado, la política educativa no podía quedar afuera de este cuadro de situación. Más bien al contrario: es un medio privilegiado para los apologistas de la flexibilidad y los detractores de la rigidez. O al revés, según convenga al caprichoso.

Entonces, se puede dialogar, discutir, “consensuar” y votar acerca de la legalización del aborto, e incluso de la existencia o no de la vida desde la concepción. Pero nadie se atreva a poner en duda la infalibilidad de los preservativos o la asistencia perfecta de Sarmiento a la escuela, porque… principios son principios.

Sobre los actos sacrílegos que son perpetrados a la vista de todos, es preciso opinar, disentir y apelar a las encuestas; pero que a nadie se le ocurra sugerir la paranoica relación entre la pornografía y la promiscuidad, porque su negación es dogmática.

Qué extraño totalitarismo el que nos envuelve, que nos ha hecho perder hasta la lógica. Contradecir a un ministro de salud es delito penal, pero pisotear los Santos Evangelios es libertad de expresión. Qué liberalismo tan particular que nos está sumiendo en la peor de las esclavitudes.

Si por evidencia entendemos aquello que el sujeto ve de manera directa, podríamos decir que el loco es incapaz de modificar lo que le muestran los sentidos; el santo no está dispuesto a traicionar lo que le muestra la fe.

Las caricaturas del hombre normal —es decir, del santo— cobran aquí renovada vigencia. Porque el loco y el santo darán dos frutos, tal vez sólo posibles de ser escudriñados por Dios: el caprichoso y el fuerte. El caprichoso hace de sus problemas personales una cuestión de estado, el fuerte hace de las grandes cosas una cuestión personal.

Aquí, ante este dilema que divide a los hombres en dos —loco y santo— quien tendrá la última palabra será una vez más la realidad.

Jordán Abud

2 comentarios:

Andrés Hernández dijo...

Felizmente encontre un blog
acorde a los pensamientos que
conformaron las mismas raíces
heroicas de nuestra Nación.
Ojalá sean escuchados, por
supuesto, por la juventud,
porque lamentablemente, les han
usurpado el pasado por el gobierno
troglodita que tenemos,
obstaculizando la verdad, aunque
se que finalmente triunfará...
Como les decía, creo que ustedes
hacen mucho bien en tener
un blog al servicio de intereses
patriotas, y no sean uno más
entre los falsos que creen,
no en su patria, sino en esos
movimientos izquierdistas que
encarnan el odio en el pueblo.
Lamentablemente, los héroes
a los que debiéramos honrar están
pisoteados en la memoria
incompleta que se promueve, y así
jamás lograremos ser la Nación
a la que aspiraban Rosas, Perón
y San Martín. En fin, de más está
decir que comparto sus ideas,
en realidad fui testigo en mi
juventud del intento de copamiento
en Benavídez de un destacamento de
nuestras fuerzas de policía.
Desde esa fecha supe que realmente
en esa juventud perdida se sembró
el rencor hacia su propia Patria
sustrayéndolos de la sociedad, para
creer en ideas foráneas.
Recuerdo como si fuera hoy, los
insurgentes disparando, disparando
balas de grueso calibre, sin que
importara la gente que caminaba
rutinariamente por allí.
Gracias a Dios, atiné a tirarme
al suelo, y la policía respondió
neutralizando a la horda asesina.
Sólo me resta en este momento
animar a la juventud, porque
debemos recuperar toda la memoria,
así alcanzaremos nuestro destino.
Saludos, desde Olivos

Anónimo dijo...

Cuando se habla de trascendencia, se habla de permanecer en el tiempo, de superar la muerte. España ha trascendido por sus hechos y ha trascendido por su espíritu. España no es ya una nación ibérica, es un legado presente en cada Familia Nacional y un destino Universal. Por ello, España no morirá nunca y no moriremos nunca, porque España es ya inmortal.

¡ FELIZ DIA DE LA HISPANIDAD !

http://mnp-argentina.blogspot.com/