El jefe de la DAIA acaba de denunciar un crecimiento explosivo del antisemitismo, especialmente en la ciudad de Buenos Aires. Lo ha hecho continuando el monitoreo que desde 1998 la mentirosa e impune entidad le sigue a su benévolo huésped. En el presente caso dando por segura una sumisión desvergonzada de las autoridades.
No afrenta quien quiere sino quien puede. Y bien se sabe que el antisemitismo es un conocido invento para acallar cualquier reclamo contra los atropellos a los derechos humanos, o contra las insolencias de entidades como la D.A.I.A. La misma que por su odio al cristianismo impidió la enseñanza religiosa en Catamarca, establecida por su Constitución… Obviamente sin reacciones “antisemitas” de la Mesa del Diálogo, ni de las máximas jerarquías.
Pero cualquiera sea el disparate, la intención agraviante merece un condigno repudio. Y además interrogar: ¿Qué se esconde detrás de esta maniobra? Porque —sin entrar en refutaciones improcedentes— pocos países han de contar con tantos judíos en los más altos cargos públicos (gobernadores, ministros, jueces, fiscales y funcionarios de todas las jerarquías); de propietarios de tierras más extensas que países enteros; titulares de las empresas más prósperas, vinculadas con el Poder; periodistas de toda laya filtrando ideologías y plasmando costumbres; educadores; profesionales de todas la disciplinas; etcétera, etcétera. No faltando el máximo paradigma parricida, asesor de las Madres de Plaza de Mayo. Para más —y más que una anécdota— está fresco que el jefe de Gobierno de Buenos Aires —ciudad principalmente acusada por el insolente— en Navidad engalanó 17 plazas con candelabros judíos; ha plantado árboles simbólicos en la Avenida 9 de Julio; saluda en Idish y hasta baila con soltura en la fiesta del Janucá. Preside en fin, un Estado cuyas leyes perversas están eliminando todo rastro de la vieja ciudad católica.
¡Hasta dónde llega la audacia de la D.A.I.A.!… Acusar de antisemitismo mientras el juez Rozansky, presidente del tribunal que condenó inicuamente a un sacerdote católico, se jacta de haber hecho malabarismos para encuadrar al religioso inmolado en una figura penal inexistente en nuestro Derecho… Acusar de antisemitismo cuando el Gobernador judío de una provincia argentina suprime su bandera, porque en ella campeaba una Cruz… Sin protesta “antisemita” alguna. Y mientras se realizan ceremonias promiscuas para conmemoraciones hebreas en el más antiguo templo de Buenos Aires.
Esto es el colmo; pero algo más corona el escarnio de la D.A.I.A.: al refregar la infame expulsión del Obispo Richard Williamson.
Casimiro Conasco
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