viernes, 27 de febrero de 2009

Testigo de cargo


HISTORIADORES AL BORDE
DE UN ATAQUE DE NERVIOS


¿Qué hace falta para ser historiador? Un papel, un lápiz y un cerebro. Las dos primeras cosas pueden reemplazarse por sus equivalentes: un papiro, un pergamino, una pluma de ganso y hasta una computadora.

El cerebro no es negociable. La prueba de que esto es exacto es que desde Herodoto hasta Guicciardini no era mucho más que eso lo que tenían todos los historiadores. Luego, tras el Renacimiento y la modernidad —pero en especial desde el siglo XIX— comenzó a forjarse la historia académica (también llamada “historia científica”) y entonces se hizo prescriptivo el estudio en una de las instituciones del circuito académico, lo que confería una especie de “venia docendi” (o permiso para enseñar) sin el cual lo que se publicaba resultaba sospechoso.

Pasó con la Historia lo mismo que con tantos otros saberes que se “cientifizaron” y quedaron prisioneros de una Academia real o virtual formada por las cátedras, las Instituciones, las publicaciones, los premios. Todo eso es lo que da hoy patente de historiador, y el que no lo tiene está frito. En el diario “La Nación” Beatriz Sarlo se ocupó de hacer una excursión por esta doble historia hoy existente: la académica y la “popular”.

Sin embargo, lo real sigue siendo lo que dijimos al principio: los estudios, títulos, publicaciones y premios son muy útiles si uno quiere juzgar al Señor Fulano, que escribe historia. Pero para juzgar su historia, la historia que Fulano escribe, lo que hay que ver es la adecuación a la realidad de su versión de los hechos que relata, su capacidad mayor o menor de interpretar esos hechos y de ponerlos al alcance del lector, su destreza en el relato, etc.

Todas cosas que tienen una relación muy remota e indirecta con el curriculum académico del historiador. Por ejemplo: nadie ha igualado la interpretación global de la historia argentina que hizo Ernesto Palacio, y no tenía otro título que el de abogado. No hay, en suma, historiadores académicos y populares. Hay historiadores buenos y malos, y las críticas a Pacho O’Donnell y Felipe Pigna no deben dirigirse a la ausencia o presencia de tales o cuales antecedentes, sino a la estrechez de sus miras, a su carencia de ideas generales, a su incapacidad de situar los hechos en una perspectiva histórica esclarecedora.

Algo parecido pasa en España (ya lo hemos relatado más de una vez) con Pío Moa, el historiador que le ha pasado el trapo, en cinco minutos, a toda la historiografía edificada desde la muerte de Franco. Que tenga o no títulos académicos es cosa, claro, que aquí tampoco tiene la menor importancia.

Le bastó con exponer los hechos de manera sencilla pero verídica para derrumbar todos los miles de estudios hechos por historiadores profesionales que intentaban explicar lo ocurrido en 1936 como un simple alzamiento de los militares contra la “República Española” auxiliados por nazis y fascistas.

Con calma, con documento tras documento, Moa mostró que en julio de 1936 no había tal República y que la guerra civil la habían iniciado, en 1934, los supuestos defensores de esa República. Gracias a los recortes que me envía, con paciencia sin igual, mi viejo amigo ARP, tengo un panorama muy completo de las vicisitudes de esta batalla. No cansaré al lector con sus detalles (que a mí me llenan de gozo) pero no puedo omitir un artículo en el que un historiador de los que tienen licencia para escribir lo políticamente correcto se desata en lo que bien podríamos calificar de ataque de nervios.

Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, publica en “El País” del 20 de diciembre de 2005 un feroz artículo contra Pío Moa al que, una vez más, no nombra, pero dedica cada una de las líneas de lo que escribe. Este demócrata nato, este progresista de pura cepa está tan fuera de sí con su enemigo, que no trepida en estampar: “Ya no se trata de juzgar a los verdugos franquistas, sino de evitar, por medio de instrumentos legales, que se haga apología de esa dictadura sanguinaria y del general que la presidió y de impedir también que esas alabanzas puedan difundirse en público”.

¿Qué tal? Esto es, claro, propiciar la censura, y al final hay todavía una última coz: “Hay que ilustrar libremente a los ciudadano sobre su pasado (lo) que puede traer importantes beneficios en el futuro, siempre y cuando esa educación histórica no se base en la apología de la dictadura y el crimen organizado, como hacen hoy todavía conocidos periodistas, falsos historiadores y políticos de la derecha”.

¿Qué tal? Las viejas “historias oficiales” de fines del XIX y principios del XX acogieron con disgusto los revisionismos, pero no pretendieron censurarlos. Ya vemos cómo piensa esta nueva Historia Oficial que la izquierda está edificando en todo el mundo.

Aníbal D'Ángelo Rodríguez

jueves, 26 de febrero de 2009

Países incompatibles


EL PAÍS DE LOS KIRCHNER

ES SODOMA Y GOMORRA


“…Quiero recordaros,
ya que una vez lo habéis sabido,
que el Señor, habiendo salvado
al pueblo sacándolo de Egipto,
después destruyó
a los que no creyeron, […]
como Sodoma y Gomorra
y las ciudades vecinas, las cuales
habiendo fornicado e ido en pos
de vicios contra naturaleza,
fueron puestas por ejemplo,
sufriendo el castigo
del fuego eterno”.

(Ep. de San Judas, 1, 5-7)

NUESTRA PATRIA
ES LA ARGENTINA


miércoles, 25 de febrero de 2009

In memoriam


A trece años del fallecimiento
del R.P. Raúl Sánchez Abelenda


AQUEL SACERDOTE
AL SERVICIO DE DIOS



Nada más aplicable a su propia persona que lo expresado por el Pbro. Dr. Raúl Sánchez Abelenda, cuando con su habitual clarividencia dijo: “el hombre es autor (por su inteligencia) y actor (por su libertad) de sus transformaciones, de la propia materia de su vida”.

Partiendo de esta premisa fue que se destacó en los distintos ámbitos del pensamiento y de la acción, cuya versatilidad pone de manifiesto su afán constante por superarse, para así servir mejor a los demás. Fue escritor, habiendo desarrollado una labor doctrinal de gran enjundia y jerarquía, siempre orientada a la búsqueda de la verdad en sus distintas manifestaciones; filósofo y teólogo, con una profunda formación tomista; político, preocupado como el que más por los asuntos vinculados al quehacer nacional y al futuro de nuestra Patria; fue sobre todo un extraordinario sacerdote.

Se formó al lado del R. P. Julio Meinvielle, quien sin duda lo guió en la senda del trabajo y esfuerzo intelectual. Su inteligencia, natural, fue forjada e incrementada con el estudio serio y permanente, que se dejaba ver en sus escritos, en sus homilías y en sus conversaciones.

Hablaba el latín “culto” —el que hablaba Cicerón, como él solía decir— para diferenciarlo del que se suele oír en ciertos ámbitos, en especial el eclesiástico, en la actualidad; conocía como pocos a Santo Tomás, a los Padres de la Iglesia y a las Sagradas Escrituras. Tenía una condición muy especial: admiró también las expresiones de inteligencia en otras personas, lo que no ocultaba y, al contrario, siempre ponía de manifiesto con un gesto de satisfacción.

Su vida fue un ejemplo de permanente y exaltada coherencia entre su inteligencia y su libertad, que dirigió con férrea voluntad hacia un destino prefijado: la salvación de su alma, halagando a Dios en la búsqueda constante de la salvación de los demás.

Fue su libertad, interpretada no como posibilidad de escoger, sino en el sentido de Donoso Cortés —a quien admiraba— como la facultad que tienen los seres dotados de entendimiento y voluntad, que le hizo ejecutar el bien. Entendió y quiso el bien para todos.

Fiel a su sacerdocio católico, lo consideró como una verdadera milicia; con su fuerte carácter y convicción interior, que dejaba ver en cada uno de sus actos, se enfrentó en duro pero desigual combate con “el príncipe de este mundo”; se opuso a la apostasía generalizada y a sus agentes, de cualquier jerarquía que fuesen, poniéndolos en evidencia con singular valentía; hizo de la caridad, que como bien dijo el R. P. Julio Meinvielle “no es sentimentalismo” sino “procurar eficazmente el bien real (eterno y temporal) de los demás y odiar en todo momento el mal”, el leit motiv de su vida; defendió con énfasis sin igual y notable capacidad los embates contra la tradición religiosa, en comunión plena con todos los Papas y concilios dogmáticos que definieron nuestra fe; amó profundamente la Santa Misa Tridentina, resumen perfecto de esa fe de siempre que albergó en su alma hasta el fin de sus días.

Para él, como para todo buen sacerdote, la Santa Misa era el acto más importante de su vida. Defendió el rito tradicional como nadie. Nunca dejó de rezar la Misa de siempre; era la Misa que había aprendido en el Seminario de Paraná. Su pensamiento se reducía a una frase, que repetía con asiduidad: “Tengo un solo Dios, una sola madre, una sola Misa”.

Esto le valió críticas de amigos, que no entendieron la razón de esa lucha o no compartieron su amor a la Tradición, y de sus enemigos, quienes por corrupción, falta de formación, cobardía o comodidad, veían en él un peligro y un rival de enorme jerarquía, capaz de arrasar con sus desvíos intelectuales y de influir en el pensamiento de muchos.

Lo tentaron con una vida más cómoda, rezar la Misa en una de las iglesias importantes por su concurrencia y ubicación en la ciudad de Buenos Aires; pero no aceptó, pues consideraba que no podía rezar la Misa verdadera donde un rato antes y un rato después se celebraría la nueva misa. Lo contrario, entendía él, hubiera sido una claudicación. Por su capacidad, pudo asimilarse a cualquier orden religiosa, que lo hubiera acogido con interés. Pero siempre despreció cargos, comodidades y honores, y se acercó y apoyó a la Fraternidad San Pío X porque enseñaba la verdad.

Era un hombre valiente y viril. Lo demostró en su actividad sacerdotal, en la defensa de la Tradición, en su actividad doctrinaria y política. Como una de tantas demostraciones de su valor, ocupó el cargo de Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, en una época en que el marxismo se había enseñoreado en la Universidad y reclutaba a sus guerrilleros en los claustros universitarios.

Transmitía sus pensamientos con notable energía y vehemencia. Nunca se callaba ante el error, característica que evidenciaba esa sana indignación que lo hacía ser directo, firme, para expresar su desavenencia con lo que estaba mal o equivocado.

Corregía a su interlocutor con el mismo énfasis que ponía de manifiesto cuando consideraba que debía disculparse; lo hacía con una humildad que lo enaltecía. Sin embargo, su aparente dureza se aflojaba cuando mencionaba a la Santísima Virgen, la Madre de Dios. Se estremecía al nombrarla y en muchas oportunidades se le quebraba la voz.

Sintió mucho la soledad. Eso lo llevó a hacerse de muchos amigos, de todos los niveles intelectuales y sociales, y muchas veces a concurrir a lugares públicos donde se sentía más acompañado. Alguien, refiriéndose a él, escribió que estaba en el mundo, pero no era mundano.

En efecto, aún en los momentos de mayor crisis que pudo haber vivido, en ninguna circunstancia abandonó su posición sacerdotal ni claudicó en la defensa de la verdad. Era sacerdote hasta la médula de su ser, estuviera con quien estuviera. Es que —algo que no es común— según sus propias palabras, su vocación sacerdotal se despertó a los cinco años de edad y continuó a lo largo de su vida.

Sus dos grandes amores fueron Dios y la Patria, motivo por el cual en cierta forma y a pesar de todo lo expuesto le costó ser sacerdote. Porque esos amores lo llevaron a luchar arduamente en el ámbito eclesial y en el mundo para imponer la verdad. Todas sus misas terminaban con una frase que sintetizaba su sentimiento: “Virgen de Luján, salva a nuestra Patria”.

Decía en uno de sus escritos: “Hoy ha desaparecido la Cristiandad” y hacía referencia a que estamos sumergidos en una civilización yerma y antievangélica. Sufrió la decadencia de la hispanidad, a la que definió, en primer término, como Cristiandad Hispánica. Por eso siempre bregó por la restauración de los valores de la hispanidad. En nuestra Patria, decía, “quedan rescoldos de Cristiandad, de Hispanidad: urge atizarlos, reconocidos para con la madre Patria, porque como dijera José María Pemán «pueblo en que puso la vista, su vista la emblanqueció, por fuera con luz de aurora, por dentro con luz de Dios»”. Estas palabras, de admirable belleza que hizo suyas, demuestran con cuánto dolor sentía la necesidad de volver a esos principios que veía como la única posibilidad de restaurar la realeza social de Cristo en nuestra Patria.

Su historia particular, irrepetible, al decir de Joseph Pieper, camino determinado por su especial respuesta a lo que le ofreció el destino, tuvo un presupuesto: la fe. A partir de allí, de la aceptación de la verdad revelada, interpretó como pocos la creencia que orientó su vida. Con la teología comprendió y aprehendió los insondables misterios del acontecer histórico, y apoyándose en ella, unió a conciencia su destino personal al que está previsto —profetizado— para la humanidad.

Toda su vida estuvo orientada e inspirada, o más propiamente imbuida, en la idea del cumplimiento del fin mismo de la historia; pudo así amalgamar en íntimo pensamiento y total armonía su vida y su fin natural, doloroso pero esperanzado en un orden sobrenatural, con lo que denominó la ciclicidad helicoidal de la historia, —“Salí del Padre y vine al mundo; otra vez dejo el mundo y regreso al Padre” (San Juan, 16, 28)— que habrá de culminar en esa transposición, explicada por Pieper, a lo intemporal, como obra del Creador.

En definitiva, la estructura teológica de la historia, que siempre tuvo presente, lo hizo partícipe y actor, como parte de un todo ordenado a la construcción de la Iglesia.

Murió como él era, solo. Se enfermó, y su deseo permanente de preservar su intimidad y evitar que alguien pudiera invadir su privacidad, lo llevó a recluirse en su casa sin que nadie lo supiera, en singular comunicación con Dios. Sus amigos llegamos tarde.

Hoy tenemos que lamentarnos de no tenerlo con nosotros, de no poder consultarlo, de no poder hablar con él de los problemas que se presentan en la Iglesia y en la política, que tanto le preocupaban. Dios quiso que se fuera con Él. Sin duda, le tendrá reservado un lugar a su diestra, desde donde velará por el futuro de la Iglesia y la salvación de nuestra Patria.

Alejandro J. Arias

martes, 24 de febrero de 2009

Actualidad


LAS INSEGURIDADES SOCIALES

TOLERANCIA: HAY CASAS PARA ESO

Hace cosa de unos diez años —el 2 de diciembre de 1998— el diario “La Nación” registró que vecinos de la provincia de Buenos Aires reclamaban su derecho a armarse. Era evidente que nunca hubo tanta inseguridad en la República, y era más lógico permitir que el buen vecino se arme, a dejarlo indefenso en manos del delincuente siempre bien armado, sin que ello le ocasione el menor riesgo.

Hay que subrayar que el auge de la inseguridad comenzó a partir del gobierno de Alfonsín, cuyo monumento acaba de inaugurarse en la Casa de Gobierno y se lo festeja como un prócer. Toda la calamidad coincidió en su tiempo con el famoso “destape” moral y la campaña —desde los colegios— contra la Autoridad motejada “autoritarismo”. Además de la doctrina garantista y la legislación suavizante del derecho penal.

El diario nombrado se refirió entonces a ciertas declaraciones de un comisionado neoyorquino —William Bratton— considerado uno de los puntales de la lucha contra la delincuencia en su ciudad. Según Bratton el incremento de los delitos fue proporcional al crecimiento de la liberalización de las costumbres y la tendencia a la permisividad que caracterizaron a su país a lo largo de la década del sesenta. A lo que después se sumó el aumento de la drogadicción. Se puso en práctica, entonces, la tolerancia cero. La cual consiste en prevenir —o enfrentar— desde las ofensas menores hasta los más graves delitos. En Nueva York, decía el diario, no se tolera ningún comportamiento antisocial.

Exactamente al revés de lo que ocurría treinta años después, por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires, donde se desatan diariamente los escándalos más increíbles por parte de degenerados de todo tipo, apabullando a barrios enteros. Todo al compás de una legislación de la ciudad “autónoma” que ha abierto las puertas a la degradación social. En estos días el Estado Nacional ha promovido incluso la degeneración sexual, abriendo cauce a todas las perversiones.

Hoy la gente está segura de una cosa: que por el camino que vamos, en lugar de desaparecer, la inseguridad seguirá creciendo. La señora Presidente de la Nación, con su don de oportunidad, acaba de descubrir que “la brecha social” entre ricos y pobres “aumenta la inseguridad”. Desde luego, olvidando los enormes gastos en hoteles de lujo en sus frecuentes viajes por el mundo. O las alhajas, o los modelos o el “Mini Cooper” para su retoño… o del chateau del lejano Sur.

Pero lo más alarmante tal vez, haya sido su añoranza curiosísima de los países en que todos son pobres y los niveles de delincuencia son muy bajos… y aumentan cuando mayor brecha social hay. Está claro: el supremo objetivo de su gobierno —prácticamente logrado— es alcanzar la pobreza general.

Por otro lado hay iniciativas, como la del gobernante Scioli, buscando bajar la edad de la imputabilidad de los menores. Algo así como romper los termómetros para acabar con la fiebre.

Pero el presidente de la Corte Suprema de Justicia se ha referido a ello señalando (¿recién lo advierte?) que los menores no pueden caer en cárceles que son como la universidad de la delincuencia… Mientras, agregamos, crecen día a día otras cárceles: las villas miseria, y nos enteramos que hay menores que deben comer de la basura. Lo cual ya no es una brecha social: es el más inicuo crimen de “la clase política”.

En tanto ¿qué educación reciben los chicos, incitados por todos los medios a los placeres lícitos o ilícitos, pero privados de lo mínimo para una vida humana? Si van a la escuela, reciben educación sexual. Pero nadie les habla del sentido de la vida ni de premios o castigos, aquí o Más Allá… Mucho menos de un Creador: sólo de una gran explosión originaria y el orangután antepasado, cuando no un dinosaurio… ¿Cómo puede sorprender que recurran a la droga con su oferta de inmediato placer demoníaco? Para peor, inducidos criminalmente al consumo, mientras el Ministro de la Justicia busca despenalizar tal consumo…

Nadie se preocupa por la ejemplaridad. Por el contrario, el ex Presidente en ejercicio del mando, acaba de decir que “es hora de que la Justicia se ponga los pantalones largos”. También vituperó a los “mercaderes de la derecha que lucran con el dolor”, sin identificar por cierto a nadie.

Pero nadie olvida que a la derecha e izquierda de sus narices, un formidable asesino de sus padres, gozaba y sigue gozando de la libertad. Y tiene un altísimo rol, tanto económico social como educativo. Tampoco se olvidan los seiscientos millones de dólares santacruceños esfumados por él…

El ya recordado ministro de la Corte, insólitamente, ha dicho que el respeto por la garantías (de los delincuentes) nada tiene que ver con “la puerta giratoria”, por donde ellos entran y salen. Pero encima ha olvidado que hay una colosal inseguridad jurídica. La cual se remonta a la pérfida reforma constitucional, con la secuela de la incorporación de sistemas importados que desde luego no garantizan la seguridad ciudadana.


LA OPCIÓN PREFERNCIAL POR EL MINI-COOPER

Alguien ha recordado que hay muchas otras inseguridades que la “clase política” no ha podido conjurar: la de los niños de la calle que limpian vidrios de los autos o hacen pantomimas; la de la desocupación engrosada con la juventud que fue privada de esa gran escuela que fue el servicio militar, abolido irresponsablemente por el gran demagogo; las de las villas de emergencia; las del trabajo en negro, sin amparo social ni jubilación; la de los hospitales desguarnecidos, carentes de medicamentos o espacios dignos; las de las cárceles “sanas y limpias”, como un sarcasmo constitucional; la de los jubilados sin privilegio; la de los que no consiguen más lugar para dormir que las plazas y zaguanes; la de los niños hambrientos y la de los niños por nacer, permanentemente agredidos por legisladores y defensores de “derechos humanos”. Y por último, la inseguridad de los aferrados a la normalidad natural, que ven peligrar su libertad o su vida tranquila a manos de los malabaristas del sexo.


ASOCIACIÓN ILÍCITA

Aparte de los numerosos escándalos al respecto, de criminales sueltos, de jueces indecorosos, de sumisiones vergonzosas, de sentencias increíbles, merece una especial mención una sentencia recaída en el expediente 16.307/06 de la Justicia Federal, por el cual se condena a varios militares a las más altas penas —con agravantes— por su actuación en la guerra subversiva. Acusados concretamente de “asociación ilícita”, destinada a cometer delitos, con una “organización militar o de tipo militar (sic) que disponía de armas de guerra o explosivos (sic), compuesta por uno o más oficiales o suboficiales de las fuerzas armadas o de seguridad”.

Resulta imposible seguir un razonamiento montado con exactitud en las premisas de la tiranía: Estado terrorista, lesa humanidad y derechos humanos exclusivamente marxistas. Todo rematado con refinada severidad.

Pero, acaso, la mayor sorpresa provenga de saber que se trata del mismo juez que ha descartado las denuncias por los crímenes feroces contra el sindicalista José Ignacio Rucci y contra el Teniente Primero Lucioni.

Casimiro Conasco

lunes, 23 de febrero de 2009

Cumpleaños


ASÍ ESCRIBÍA UN AMIGO

Cuando tanto se ha escrito sobre Francisco Franco, cuando tantas anécdotas más o menos ciertas y tantas semblanzas más o menos certeras se han publicado sobre su persona, creo que nadie ha comentado aún la apabullante impresión que producía verlo frente a frente. Y, sobre todo, el impacto casi hipnótico, aceradamente profundo, de su mirada. Los negros ojos de Franco, vivos, inquisidores, penetrantes, parecían diseccionar a quien tenía delante. Vestía, como casi siempre, uniforme de diario de capitán general y estaba esperando al visitante de pie, frente a la mesa. Una mesa atiborrada de libros, de papeles y de carpetas. Daba la mano con cierta inercia, señalaba el sillón y se sentaba en el de enfrente. Cuantos, como yo, así le vieron coincidirán conmigo en que se hacía difícil iniciar la conversación, porque no daba pie para ello. Supongo, naturalmente, que cuando se trataba de visitas con fines más concretos, más importantes, no sucedería lo mismo. Pero hete aquí que yo iba, sencillamente a entregarle un libro, y un libro, además, sobre cine. Pensé que debía motivar las razones y le dije:

— Excelencia, en este Diccionario del Cine Español aparece Vuestra Excelencia con todo derecho. Como guionista de Raza, cuyo argumento escribió con el seudónimo de “Jaime de Andrade”, pero también como actor…

Me miraba en silencio, sin mover un músculo. Tenía el rostro con un saludable color moreno; las sienes y el bigotillo, plateados; muy pocas arrugas. Y no hablaba.

— Vea, Excelencia, lo que me he permitido incluir en el libro acerca de sus contactos con el cine…

Le mostré la página donde venía su párrafo: “S.E. el Jefe del Estado aparece en este Diccionario por derecho específicamente cinematográfico, como autor del argumento de la película Raza, que firmó con el seudónimo de «Jaime de Andrade» y que realizaría con gran éxito José Luis Sáenz de Heredia en 1942. El mismo director recogería en Franco, ese hombre (1964) una entrevista con el Caudillo, que había aparecido ya en 1926, cuando era tan sólo un joven y prestigioso jefe del Ejército español, junto con otras varias personalidades de la época, en el film de Gómez Hidalgo La malcasada…”

— Yo he visto esa película muda —le dije—. Su Excelencia está muy joven…

Y al tiempo que lo decía, pensé que el comentario constituía una soberana estupidez: ¡cómo no iba a estar joven si tenía entonces treinta y tres años! Franco bisbiseó:

— Fue muy divertido…

— He pensado que a Su Excelencia le gustará, quizá, ojear este libro, porque me consta su afición al cine… — La primera frase del Caudillo en la conversación había estimulado mi capacidad dialéctica.

— Es un medio de difusión importantísimo en todos los órdenes…

Entonces, mantuvimos un diálogo de cinco o seis minutos sobre cine, sobre películas, sobre la trascendencia social del que llaman “séptimo arte”. Hablaba yo mucho más que Franco, que ponía a mis frases un comentario corto y, por cierto, siempre certero. No había sonreído todavía una sola vez. Y yo estaba recordando lo que cuenta mi suegra de aquel Franquito que ella conoció en La Coruña, en el verano de 1918. Y que, según siempre dice, era alegre, muy hablador, muy sonriente. Y muy bailón. Sí; aunque el dato humano ha escapado incluso a la minuciosidad biográfica de Ricardo de la Cierva, hete aquí que el comandante Franco era gran aficionado al baile. La información era directa. Y por eso, ya de pie, despidiéndome del Jefe del Estado, le dije:

— Mi suegra me ha encargado especialmente que le salude con mucho cariño. Naturalmente, Su Excelencia no la recordará; se llama Maruca. Maruca de la Fuente. Hace muchos años eran ustedes amigos, en La Coruña…

— Bailábamos mucho…

Fue una respuesta inmediata, segura, que me desconcertó.

Cincuenta años después, cincuenta años durante los que nunca más habían tenido la menor relación, Franco recordaba por su nombre el detalle de que bailaba con aquella señorita coruñesa y con sus amigas. Era otra demostración más de su prodigiosa memoria, tantas veces resaltada por sus biógrafos.

Casa Loja esperaba a la salida; me disculpé por haber abusado, quizá, del tiempo previsto. Eran más de las tres.

— No se preocupe —me tranquilizó el jefe de la Casa Civil—. Hoy no hemos terminado muy tarde; hay miércoles que las audiencias acaban pasadas las cuatro.

Camino de Madrid, llevaba encima, como una obsesión, la mirada de Franco y la impresión de su indescifrable personalidad, que acogotaba, que embarazaba, que desasosegaba al visitante. He conocido a muchos personajes ilustres de la más variada condición; a gentes de prosapia, de categoría universal, de rango humano superlativo. Solamente dos me han anonadado literalmente: Pío XII y Franco. Solamente ante estos dos he sentido la angustia de verme sin reflejos, empequeñecido, dominado de una manera absoluta. Y en los dos, la misma nota determinante: sus ojos, su mirada…

Fernando Vizcaíno Casas

Nota: El querido Don Fernando, hombre del 23-F si los hay, cumple años hoy. Brindamos por él, y rezamos también por su alma. Que el Buen Dios lo haya encontrado digno de estar para siempre a su lado.

domingo, 22 de febrero de 2009

Lecturas dominicales


ÉL PARA MÍ
Y YO PARA ÉL

“Dilectus meus mihi et ego illi”
“Mi amado para mí y yo para Él” (Cantares, II 16)

Ser poseído de Jesús y poseerlo, he ahí el soberano reinado del amor; he ahí la vida de unión entre Jesús y el alma alimentada con el don recíproco de entrambos. El amado es mío en el Santísimo Sacramento, porque se me da en don entero y perfecto, personal y perpetuo: así debo ser también yo suyo.

Dilectus meus mihi. En cualesquiera otros misterios, en todas las demás gracias Jesucristo nos da alguna cosa: su gracia, sus merecimientos, sus ejemplos. En la sagrada Comunión se da por entero a sí propio. Se da con entrambas naturalezas, con las gracias y merecimientos de todos los estados por donde pasó. ¡Qué don! Totum tibi dedit qui nihil sibi reliquit: Quien lo da todo es el que nada guarda para sí. ¿No es así el don eucarístico? ¿De dónde sino de su Corazón abrasado de ilimitado amor al hombre le pudo nacer a Nuestro Señor el pensamiento de darse en esta forma? ¡Corazón de Jesús, Corazón infinitamente liberal, sed bendito y alabado por siempre!

Como Jesucristo nos ama a cada uno individualmente, se da también a cada uno de nosotros. Poco suele conmover el amor general. Mas al amor que personalmente se nos demuestra ya no resistimos. Hermosísimo es el que Dios haya amado al mundo; pero que me ame a mí, que me lo diga y que para persuadirme de ello se me dé: he aquí el triunfo de su amor. Porque Jesús viene para mí; podría decir que viene para mí solo. Soy el fin de este misterio de poder y amor infinitos que se realiza sobre el altar, pues en mí tiene su término y en mí se consuma. ¡Oh amor! ¿Qué os podré dar en correspondencia? ¡Ocuparse así Jesucristo en pensar en mí, pobre criatura; llegar a ser yo el fin de su amor! ¡Oh, vivid, Dios mío, y reinad en mí; no quiero que me hayáis amado en balde!

No se arrepiente Dios de habernos hecho este magnífico don, sino que lo hace para siempre. No deja de inspirar algún temor o tristeza una felicidad que debe acabar un día, y hasta el cielo dejaría de serlo si hubiera de tener fin, porque la bienaventuranza que nos proporcionase no sería del todo pura y sin mezcla. La Eucaristía, al contrario, es un don perpetuo que durará tanto como el amor que la ha inspirado. Contamos para creerlo con una promesa formal. Jesús sacramentado cerrará la serie de los tiempos, y hasta el fin del mundo se quedará con la Iglesia, sean cuales fueren las tempestades que se desencadenen.

¡Qué felicidad la mía! ¡Si tengo a Jesús en mi compañía, en mi posesión y en mi propiedad! Y nadie puede arrebatármelo. Como el sol, lo encuentro en todas partes, todo lo alumbra y vivifica. Me seguirá y me sostendrá hasta el puerto de salvación, como compañero de mi destierro y pan de mi viaje. ¡Oh! ¡Dulce destierro, amable viaje en verdad el hecho con Jesús en mí!

Et ego illi. Debo ser para Jesucristo del propio modo que Él es para mí, sin lo cual no habría verdadera sociedad.

Ahora bien: así como Jesús no piensa ni trabaja sino para mí, así no debo yo vivir más que para Él. Él debe inspirar mis pensamientos y ser el objeto de mi ciencia (si no, no le pertenecería mi entendimiento), el Dios de mi corazón, la ley y el centro de mis afectos. Todo amor que no sea según Él, todo afecto que de Él no proceda, ni more en Él, ni lo tenga por fin, impide que la unión de mi corazón con el suyo sea perfecta. No le doy de veras mi corazón, si me quedo con algo del mismo.

Jesús debe ser la soberana ley de mi voluntad y de mis deseos. Lo que Él quiere, quiero yo; no he de tener más deseos que los suyos. Su pensamiento debe regular los movimientos todos de mi cuerpo e imponer a sus sentidos modestia y respeto de su presencia. Lo cual no es otra cosa que el primer mandamiento en acción: Diliges, amarás a Dios con todo tu corazón, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas.

El amor es uno en su afecto y universal en sus operaciones; todo lo guía con arreglo a un solo principio, que aplica a todos los deberes, por variados que sean.

¿Soy enteramente de Jesús? Es esto para mí debe de justicia aún más que de amor y de fidelidad a la palabra dada, que Jesús ha aceptado y sancionado con sus gracias y favores.

Jesús me da su propia persona por entero; luego yo le debo dar todo mi ser, mi persona, mi individualidad, mi yo. Para hacer esta entrega, que renuncie a toda estima propia y final, esto es, a la estima que, sin ir más lejos, me tuviera a mí por fin a causa de las cualidades, talentos o servicios que hubiere prestado. Con la delicadeza de una esposa, que no quiere cautivar más que el corazón, ni admite más atenciones que las de su esposo, he de renunciar a todo afecto que sólo fuera para mí.

Como no sea para conducirlos a Jesús, único que lo merece, no quiero que otros me profesen cariño. Dar mi personalidad es renunciar a mi yo en los placeres, ofreciéndoselos a Jesús, es guardar en mis penas para Él solo el secreto de las mismas. Jesús no llega a vivir en mí sino cuando se trueca en la personalidad, el yo que recibe la estima y el afecto que se me profesa; en tanto no sea así, soy yo quien vivo y no Él solo.

Finalmente, para corresponder al perpetuo don que de su Eucaristía me hace Jesús, debo yo ser siempre suyo. Los motivos que tuve para comenzar a amarlo los tengo también para continuar amándolo, y aun mayores, porque van siempre creciendo y cada día que pasa urgen más por cuanto todos los días renueva Jesús para mí sus prodigios de amor.

Debo, por tanto, pertenecerle con igual entrega y donación en toda vocación, en cualquier estado interior, lo mismo al llorar de pena como en el tiempo del gozo, en el fervor como en la aridez, así en la paz como en la tentación, en la salud como cuando se sufre; como quiera que Jesús se me da en todos estos estados, debo ser para Él en unos como en otros.

Debo asimismo pertenecerle en cualquier empleo: los diversos trabajos a que su providencia me destina no son más que apariencias exteriores, diferentes formas de vida; en todas ellas se me da Jesús, pidiéndome que por mi parte le haga donación de mí mismo.

¿Quién me separará del amor de Cristo que está en mí y en mí vive impulsándome y apremiándome a que lo ame? Ni la tribulación, ni la angustia, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la persecución, ni la espada; todo esto lo sobrellevaremos por amor de quien tanto nos amó primero.

Puede uno ser para Jesús de tres maneras.

Primero por el amor de la ley, que cumple con el deber y con eso se contenta. Este amor es necesario a todos, es el amor de la conciencia que tiene por norma no ofender a Dios. Caben en él varios grados y puede llegar a una gran perfección.

Pensando en lo que para Dios, como creador, redentor y santificador, tendría derecho a exigirnos, es para asombrarse que tenga a bien recompensar este primer amor. Hácelo, con todo, su inmensa bondad, y el que no practicara más que esta fidelidad al deber llegaría a ganar el cielo. ¡Pero muchos, triste es decirlo, ni aun esto quieren!…

Viene en segundo lugar el amor de abnegación, que es el de tantas almas santas que en el mundo practican las virtudes de la vida cenobítica: vírgenes fieles, verdaderos lirios entre malezas, solícitas esposas que gobiernan la familia con la mira puesta en Dios y no educan a sus hijos más que para su gloria, viudas consagradas a servirlo en las obras de oración y de asistencia al prójimo; éste es también el amor que conduce al monasterio a los religiosos. Es grande este amor, libre y tierno; mueve el alma a ponerse a disposición del divino beneplácito, y da mucha gloria a Dios: es el apostolado de su bondad.

Pero por encima de todos campea el amor real del corazón, que es el del cristiano que da a Dios, no sólo su fidelidad y piedad y libertad, sino también el placer de la vida. Sí; hasta el placer, hasta el legítimo goce del placer de la piedad, de la vida cristiana, de las buenas obras, de la oración y de la Comunión. Ofrecer en sacrificio a Dios, a su beneplácito, los gozos y placeres espirituales, ¿quién lo hace?

Renunciar al contento, a los placeres íntimos y personales o sufrir amable y silenciosamente para Jesús, único confidente, consolador y protector, ¿a quién se le ocurre semejante cosa? Pero ¿será esto posible? Sí; es posible para el verdadero amor. No consiste en otra cosa la verdadera delicadeza del amor, su verdadera eficacia y hasta diré que su inefable dicha: Superabundo gaudio in omni tribulatione nostra. Reboso de gozo en medio de mis tribulaciones, exclamaba San Pablo, aquel gran amante de Jesús.

¡Ojalá podamos también nosotros decir: Jesús me basta; le soy fiel; su amor es toda mi vida!

San Pedro Julián Eymard

viernes, 20 de febrero de 2009

Del Profeta de la Argentina


¿Y LOS CAPELLANES?

Y entró una tercera delegación de gente muy modosa, tranquila y decidida, cantando una especie de himno en latín, y con rosarios y crucifijos en las manos.

— ¿Hay procesión? — dijo Sancho.

— Señor, son los Católicos de la Ínsula que vienen a ponerse a sus órdenes.

— ¿Tan pocos católicos hay en mi Ínsula?

— No somos tan pocos. ¿Y las otras dos delegaciones?

— Yo creía que casi todos eran católicos en mi Ínsula.

— De nombre lo eran todos — dijo el avispado muchachón que dirigía—; y con el nombre mercaban y granjeaban algunos falsos; de corazón hemos quedado nosotros.

— ¿Y mi amigo el Doctor Pedro Recio, que yo busco infructuosamente entre los nobles?

— Hace mucho que se pasó, señor, a los enemigos.

— ¿Y el Bachiller Carrasco, que debía estar entre los sabios?

Todos los delegados callaron tristemente.

— ¿Y el Capellán? — prorrumpió de golpe Sancho, levantándose templón y desesperado y alzando las manos al cielo—. ¿Y el Capellán, Santo Dios, que debería estar entre vosotros?

Los Católicos se miraron entre ellos y al fin dijo uno de ellos titubeando:

— Estaba con nosotros ahora mismo. Cuando entramos en el castillo y el cerco enemigo se cerró del todo nadie lo ha vuelto a ver de nuevo.

Sonrió tristemente Sancho y meneó la cabeza murmurando no sé qué refrán o dístico; mas de repente se puso y preguntó ansioso:

— ¿Y la descomunión? ¿No existía la descomunión?

— Existía pero no se usaba. Todos tenían el derecho de llamarse católicos y bastaba reclinarse contra una barandilla para que los sacerdotes les diesen la hostia, aunque sea a un criminal y a un loco.

— ¿Pero no se conocían por las obras?

— Señor, bastaba hacer un dinner danzante en honor de los leprosos y un bridge de caridad por las provincias pobres para ser católica distinguida; bastaba hacer un discurso en el tercer Centenario de la Compañía de Jesús para ser archicatólico y Ministro de Educación.

— Entonces —dijo Sancho con animación— se ve que no había jerarcas prácticos.

— Todos los jerarcas eran prácticos —dijo el joven adalid—, grandes truchimanes en juntar plata, llevar libros, hacer altares y aplicar el derecho canónico al prójimo. Los que faltaban eran gobernantes teóricos.

— ¿Gobernantes teóricos?

— Sí, señor, gobernantes teólogos.

— Pero yo creía que los hombres inteligentes no servían para gobernar.

— Esa voz hacen correr los mediocres engreídos, cuando les entra la angurria del mando. Al revés, sólo al inteligente le toca regir. El que no sabe es como el que no ve — dijo el joven.

R. P. Leonardo Castellani, S.J.

jueves, 19 de febrero de 2009

Censura


OTRA CARTA QUE
“LA NACIÓN” SE
NEGÓ A PUBLICAR

Señor Director:

Con motivo de la investigación de la muerte de García Lorca que propicia el juez Baltazar Garzón, es oportuno recordar que el General Franco lamentó de inmediato, en declaraciones a la prensa extranjera, ese penoso acontecimiento, como asimismo reprochó que la propaganda lo hubiera aprovechado para explotar la sensibilidad del mundo intelectual, “sin mencionar para nada cómo fueron asesinados fríamente don José Calvo Sotelo, don Víctor Pradera, don José Polo Benito, duque de Canalejas, don Ramiro de Maeztu, don Pedro Muñoz-Seca, don Alfonso Rodríguez Santamaría (presidente de la Asociación de la Prensa), y tantos otros…”


Saludo a Ud. muy atte.


Octavio D. Amadeo

Notas de la Redacción:

1) Esta carta de nuestro querido amigo fue remitida el 21 de octubre, con ocasión de la insidiosa campaña del diario sobre la muerte del poeta y la actual exhumación de sus restos. La conspiración del silencio impidió, una vez más, que se diga la verdad completa.

2) García Lorca estaba refugiado en Granada, bajo el amparo del Jefe local de Falange, Luis Rosales. Al conocerse su trágica muerte —de ninguna manera auspiciada, pedida o promovida por elementos franquistas— Luis H. Alvárez, de la Falange Toledana, le escribió una nota elogiosa y encendida al poeta caído. En ella, entre otros conceptos, puede leerse: “A la España Imperial le han asesinado su mejor poeta, García Lorca. Falange Española, con el brazo en alto, rinde homenaje a tu recuerdo lanzando a los cuatro vientos su PRESENTE más potente” (cfr. José Luis Jerez Riesco, “Falange Imperial. Crónica de la Falange Toledana”, ed. Fuerza Nueva, Madrid, 1998, págs. 361-362).

miércoles, 18 de febrero de 2009

Eclesiásticas


ESTA VEZ EL RIN
INUNDÓ ROMA


El levantamiento de las excomuniones que, desde 1989, pesaban sobre cuatro obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X es, a no dudarlo, un hecho de enorme trascendencia y de profundo significado eclesial. Además, se inscribe en una serie de gestos y actitudes de Benedicto XVI que otorgan a su Pontificado un perfil muy propio y que permiten vislumbrar su orientación fundamental. En pocas palabras se trata de esto: el Papa es conciente de la profunda crisis que sacude a la Iglesia desde el Vaticano II (y antes, también); sabe muy bien que poderosas fuerzas operan desde dentro de la Iglesia procurando socavar los fundamentos mismos de la Fe imponiendo, contra viento y marea, viejos y nuevos errores; conoce a los antiguos y actuales personeros de esas fuerzas oscuras que, de alguna manera, él mismo acompañó en su juventud (aunque gracias a su privilegiada inteligencia muy pronto se apartó de ellas; hecho este que, quizás, explique la tirria y el rencor que hoy le profesan). En consecuencia, se ha dispuesto restañar las heridas, soldar las fracturas, restaurar la sana doctrina e insinuar la “reforma de la reforma” que, aunque tiene su epicentro en la liturgia, va mucho más allá como que apunta a la misma Fe: lex credendi, lex orandi.

Ahora bien, esta gran tarea gira, hoy, en torno a única cuestión: el Concilio Vaticano II, la piedra con la que tropezaron Lefebvre y sus seguidores y los llevó al cisma. Desde el primer día de su Pontificado Benedicto XVI ha sido muy claro: el Concilio ha de ser leído a la luz de la Tradición. La fórmula, en su enunciación, es sencilla y perfecta; pero llevarla a la práctica no es tan sencillo. De hecho, ¿es posible semejante lectura sin que ello conlleve, necesariamente, el abandono y el firme rechazo de esa otra “lectura” que se ha venido difundiendo e imponiendo durante todos estos años sin que las oportunas correcciones, aclaraciones y precisiones del Magisterio de Paulo VI y Juan Pablo II hayan logrado detenerla o neutralizarla? Sin duda que no. El Papa ha denunciado un “espíritu rupturista” y lo ha rechazado. Quiere decir, en buena lógica, que cualquier interpretación del Concilio hecha en clave de ruptura y contraria a la Tradición no tiene lugar en la Iglesia. Dejemos de lado, por ahora, las reales dificultades teológicas que, en la práctica, presenta todo intento de “leer” el Concilio en la perspectiva de la Tradición: esas dificultades existen, no pueden soslayarse pero no son insuperables. Al levantar la excomunión de los obispos cismáticos, Benedicto inició, precisamente, el camino de superación de esas dificultades mediante el diálogo, el estudio y, sobre todo, una larga paciencia. Pero, insistimos, este gesto y el camino que él inicia dejan fuera al espíritu de ruptura. Espíritu de ruptura que, aunque no se lo llame con este nombre, no es otra cosa que la herejía modernista. Esta expresión no está —y quizás nunca esté— en el léxico de Benedicto XVI: pero más allá del nombre con que se la identifique, la cosa nombrada es una y la misma.

Y es cuanto llevamos dicho lo que explica la tormenta desatada en ocasión del Decreto que puso fin a las excomuniones. Más aún, es la única explicación. En esto es preciso no equivocarse: todo este revuelo, este verdadero tsunami eclesiástico que no amaina, no es otra cosa que la reacción del progresismo que tiene su epicentro en Alemania y se extiende a los llamados países del Rin. Es la “Alianza del Rin” que vuelve a la carga e intenta, otra vez, como en los lejanos días del Concilio, desembocar en el Tíber.

Veamos algunos hechos. En su edición del pasado 11 de febrero el Boletín de la Agencia Católica Argentina (AICA) nos informa que “el levantamiento de la excomunión a los obispos ordenados por monseñor Marcel Lefebvre ocuparon y ocupan (sic) aún páginas de los principales medios de información del mundo occidental, pero la mayor reacción ocurrió en la patria de Benedicto XVI, Alemania (el color es nuestro). A continuación trae unas declaraciones del filósofo alemán Robert Spaemann, hechas al diario italiano Avvenire, en las que, entre otras muchas cosas, el entrevistado califica de “histeria colectiva” la reacción desatada y agrega esta sugestiva aclaración: “hay en el mundo una gran oposición a una reconciliación de la Iglesia con el mundo tradicional”. Hacia el final es todavía más explícito: “se trata de la dificultad de aceptar un Pontificado que huye de las falsedades. Un Papa que, simplemente, propone la Doctrina de la Iglesia y lo hace sin la dureza que muchos esperaban sino con gran dulzura y calma”. Conviene recordar que Spaemann es un destacado filósofo católico que se distingue por su aguda crítica de la modernidad y del relativismo a la par que por su vigorosa afirmación de la verdad católica. Tal vez sea, hoy, una de las pocas mentes lúcidas y valientes en tierras germanas.

En cuanto a la reacción episcopal, ella estuvo encabezada nada menos que por el Cardenal Karl Lehmann, ex presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, quien consideró, sin mayores eufemismos, “la rehabilitación de Williamson” como una “catástrofe” para todos los supervivientes del Holocausto y exigió “una clara disculpa desde una alta instancia”. Recordemos que este Cardenal, en más de una ocasión, se declaró hijo espiritual de Karl Rähner. Tampoco se han de olvidar las serias dificultades y entredichos que la Conferencia Episcopal Alemana, en tiempos en que Lehmann era su Presidente, tuvo con Juan Pablo II respecto de dos temas cruciales: ciertos desvíos del ecumenismo (que motivaron una enérgica Carta del entonces Papa) y la ambigua actitud de la Iglesia alemana en los “consultorios” de orientación de mujeres embarazadas respecto de la extensión de certificados en pro del aborto (esto también fue motivo de otra Carta del mismo Papa). Como se ve, los antecedentes de este celoso defensor de la Shoah en punto a ortodoxia católica no son demasiado brillantes.

Fuera de Alemania, pero siempre desde las tierras del Rin, el Arzobispo y Cardenal de Viena, Christoph Schönborn, criticó a “la burocracia vaticana” (en buen romance, al Papa) que, según sus propias palabras, “obviamente no examinó el asunto cuidadosamente”. “Ha habido un error —añadió—, porque quien niega la Shoah no puede ser rehabilitado para un cargo en la Iglesia”. Sin embargo, el Arzobispo vienés no exhibe el mismo celo en lo que respecta a la dignidad del culto: no hace mucho un video lo mostraba “presidiendo” una Eucaristía con globos, monigotes, música bailable y demás aditamentos de la “nueva liturgia”.

Desde la fría y gris Suiza nos llegó, a su vez, infaltable, la voz envejecida y anacrónica del “teólogo” Hans Küng quien no sólo afirmo que el Papa “ha cometido un error colosal acogiendo a los cuatro obispos que dieron la espalda al segundo Concilio Vaticano; y no sólo en lo que concierne al Judaísmo, sino a la libertad de religión y de conciencia en general; al entendimiento con las iglesias evangélicas, el acercamiento al Islam y otras religiones del mundo y las reformas litúrgicas”, sino que, en un artículo publicado en el diario La Nación del pasado domingo 15 de febrero, deplora que Benedicto XVI no ¡imite al Presidente Obama!

Estas y muchas cosas más se han visto y oído en estos días. Cosas que nos hicieron reflexionar. El mal está dentro de la Iglesia. Más de cuarenta años después del Concilio, el Rin sigue intentando desembocar en el Tiber y adueñarse de la Iglesia. Hace algunos años, Ralph M. Witgen, un sacerdote norteamericano que fue director de la agencia de noticias “Divine Word”, en Roma, durante el Concilio Vaticano II, escribió un libro al que puso por título El Rin desemboca en el Tíber. Según el autor, el Vaticano II fue la lid en la que se enfrentaron dialécticamente dos sectores, fuertemente enfrentados, organizados en dos agrupaciones, la Alianza Europea y el Grupo Internacional de Padres. La Alianza Europea, “el Rin” a que se refiere el autor, estaba encabezada por el alemán Cardenal Frings y el austríaco Köning, y contaba con la mayoría de los prelados de Alemania, Austria, Bélgica, Holanda y Suiza. Este grupo, asesorado entre otros por el teólogo jesuita K. Rähner, logró ocupar una posición privilegiada y procuró, por todos los medios, imponer sus criterios sobre puntos fundamentales como colegialidad, ecumenismo, libertad religiosa, liturgia y no condenación del comunismo.

Tal vez este libro tenga una visión demasiado humana de lo que sucedió en el Concilio. No es el caso discutir ahora este punto. Pero su denuncia en esencia es válida: la “Alianza del Rin” existió y sigue activa. Sus intentos no cesan; y, al parecer, esta vez, el Rin no sólo desembocó en el Tíber sino que inundó Roma. Pero, gracias a Dios, el Señor sigue durmiendo en la popa de la Nave.

Mario Caponnetto

martes, 17 de febrero de 2009

Editorial de “Cabildo” Nº 79


INSULTO DE LA LOCURA

Es de conjeturar que en un encomio a su rotativo empleador pensaba Rafael Bielsa, cuando en el reportaje concedido al bartoleano diario en su edición del 10 de febrero, llamó a Néstor Kirchner “una máquina implacable de razonar”, agregando para más datos que con el cachivache se reúne “para trasmitirle sus pensamientos”.

Si alguna brisa de sabiduría perenne hubiera mesado las barbas del aburguesado sicario, conocería al menos dos cosas.

La primera, que no es noble metáfora ni recta antropología analogar a la creatura con el artefacto, aunque en este caso el analogado primero valga menos que un oxidado armatoste.

La segunda —de la mano inmortal de Chesterton— es que el loco es precisamente aquel que ha perdido todo, todo menos la razón. Distinguir escolásticamente entre la ratio y el intellectus sabía el egregio gordo, de allí su síntesis exacta del problema bajo la forma que mejor acuñaba: la paradoja.

Y algo de esto había entrevisto ya Hurtado de Mendoza, cuando en la Jornada Primera de El marido hace mujer —¡vaya precognición!— estampó lacónicamente: “que aún más que la necedad, es necia en vos la razón”.

Pero aunque no dan los tiempos ni los personajes para estas honduras, lo que queremos decir no precisa referencia bibliográfica alguna, y es que Néstor Kirchner es un demente. No de aquellos que la psiquiatría convierte en atento objeto de estudio, la jurisprudencia en sujeto inimputable, las letras erásmicas en elogio y la cristiana caridad en objeto de misericordiosas atenciones. No; es el vulgar pirado, el majareta, maniático, trastornado, o perturbado fiero, ramplona pero certeramente llamado por el vulgo: loco de mierda.

Disimúlese como se quiera la recia expresión. Válgase la prensa seria de sonoros efugios y la diplomacia de las sinuosidades propias de su arte. Lo cierto es que en la calle estrecha, en el pago chico, en la esquina cualquiera, en el barrio de al lado y en la boca del pueblo, no hay argentino decente que ya no lo diga y —lo que es más significativo— que ya no quiera actuar en consecuencia librándose cuanto antes de tamaña peste alienada.

Pero dado que Kirchner le ha impuesto a su gentilicio un destino genérico, como quien con él designa a la malaria, el tifus o la diarrea, el juicio negro del demos y la consiguiente voluntad destituyente se prolonga hacia su esposa, a quien para abreviar llamaremos la Kirchner. Quien se pasee hoy por los modernos corrillos populares que son los sitios anónimos del YouTube, verá que incesantemente se fablan, se oyen, se miran, y se exhiben conductas de la moza a cuales más desquiciadas cuanto vergonzosamente veraces. La famosa Balada que concluía gritando “loca ella, loco yo”, es casi el son surrealista que canturrea el sufrido gentío, pidiendo que se vayan de una vez por todas. Así como aquel otro himno discepoliano que todo lo aúna y lo profiere al grito bisilábico de ¡Chorra!

No ha mejorado el panorama cruel de las estigmatizaciones colectivas y de los deseos imaginarios de una pronta retirada, el hecho de que la “doctora” haya comparado al cónyuge con Obama y a éste, a su vez, con el mismísimo Perón. Tenía bastante el morocho con su condición perversa para cargar encima esta doble alegoría; pero en rigor ese mismo pueblo que ya no los soporta, sabe que no es lo mismo ser un cabeza de estos arrabales que un mestizo de la Casa Blanca. Larga vida al primero, con su tinto a cuestas, razona Mingo Revulgo. Vade retro con el segundo, a quien el poder convierte en un blancoide degenerado como Michael Jackson. Bien decía Ramón Doll que hay negros de todos los colores; de modo que aquí seguimos prefiriendo los que no saben inglés.

Sean estas reflexiones todavía veraniegas, para adelantar un juicio en este año al que los demócratas no llaman “Del Señor”, sino “electoral”. El juicio es tan redondo como cierto: nadie quiere a los Kirchner. Lo que se siente por ellos se llama miedo o espanto, rabia o desazón, odio y desprecio, alergia, enemistad, repugnancia y tirria.

De modo que cual fuese el resultado de las urnas, cualquiera el destino de lo que titulan oposición, cualquiera el curso meramente formal de esta tiranía abyecta, cualquiera el designio brotado del azar siempre fraudulento de las urnas, los Kirchner ya no gobiernan. Porque no hay nadie que los acate con la amante docilidad de un súbdito agradecido, sino muchos y en racimos de multitud los que los detestan y procuran que la corrupción que encarnan se esfume cuanto antes.


Contra estos locos inmundos —¡qué razón llevaba Rosas cuando así calificó oficialmente a su primer traidor!— sea nuestra consigna la del gallardo Solyenitzyn: lucidez y coraje al servicio de la Verdad.


Antonio Caponnetto

domingo, 15 de febrero de 2009

Sermones elegidos


CONSUELO DE LOS AFLIGIDOS

Apenas pasada la fiesta de la Candelaria quiero dejar en vuestros corazones aquella perla preciosa que encontró un hombre en cierto terreno: fue y vendió todo cuanto tenía y compró aquel campo. Esta perla nos va a ser muy necesaria en el devenir del año, y aunque la utilicemos mucho, tengamos por cierto que no se gastará, porque es una perla especial formada por el rocío celestial y matutino.

Así, pues, dominando nuestra vida entera hay una imagen venerada que sonríe, pacifica y consuela… Es a la vez una estrella matutina en el cielo de nuestra existencia, es flor del paraíso en el erial de este mundo, es arco iris de paz en las tempestades del alma, es la sonrisa de Dios sobre la tierra, ¡es María!…

El corazón humano es como la hiedra, necesita a quien adherirse para vivir. Y nosotros, pobres hiedras tristemente aisladas sobre la tierra, buscamos siempre un apoyo, y mejor no podemos encontrarlo que en el corazón de nuestra Madre. Por eso cuando pronunciamos ese nombre tan dulce, tan puro, tan santo, ¡María!, un rayo de luz divina ilumina nuestra alma, la esperanza renace en nuestros corazones y bálsamo suavísimo cura nuestras almas.

¿Quién podrá comprender lo que es María, sobre todo para los que no tienen otra madre sobre la tierra? ¡En la vida se sufre tanto! La juventud jubilosa no la comprende aún: los años se encargarán de enseñárselo inexorablemente. Pero Dios Nuestro Señor, que es tan bueno, que todo lo compensa sobre la tierra, ha puesto en nuestro camino ese apoyo que nunca flaquea, ese corazón que nos comprende siempre, esa Madre en cuyo regazo encontramos el perdón, el consuelo y la paz.

Por algunas de sus fibras, quizá la más delicada, el corazón humano permanece siempre niño. Me parece que es la que en nosotros vibra tan hondamente al escuchar este nombre, ¡María!

Cuando estamos tristes, cuando nos vemos enfermos y solos, cuando el corazón tiene frío, cuando los hombres nos humillan o, lo que es peor, nos desprecian, y en tantas circunstancias dolorosas de la vida, ¡cómo echamos de menos la solicitud, la abnegación, la fidelidad, el cariño de una madre!

Estimados feligreses que se han tomado la molestia de leer estas pocas líneas, si tienen madre, ¡qué felices son! Explótenla acuciosamente, pues es un tesoro riquísimo, embriáguense en esa ternura incomparable y hagan previsión de ella para los días de soledad que quizá no estén muy lejanos… Pero si ya la perdieron, si llevan en tu alma ese vacío que nada puede llenar, si sus corazones han sangrado por esa herida que su partida abrió y que nunca llega a cerrarse, si ya caminan solos por los senderos de la vida, entonces, hermanos míos, levanten los ojos al cielo y consuélense, aunque nos falte el calor santo de un hogar y el regazo dulcísimo de una madre, no somos del todo huérfanos: hay en el cielo una Madre que nos ama, que nos acaricia y nos consuela… ¡María!

¡Consolatrix Afflictorum! ¿Hasta dónde estamos persuadidos de esta gran verdad?Sólo su amadísimo Hijo, que sondea hasta lo más profundo de nuestro corazón y conoce todos nuestros pensamientos, sabe a ciencia cierta lo profundo de esta convicción.

Pero con mucha tristeza vemos como el enemigo va desvaneciendo esta convicción de ser ¡Consuelo de los afligidos! Es preciso que esta verdad se grabe profundamente en nuestros corazones y hay que ser, por así decirlo, los que encarnemos en nuestra alma estas dulcísimas palabras para que vean los demás en nuestras acciones, operaciones etc., el rocío celestial que de ellas se desprende. Solamente así contrarrestaremos la acción nefasta del enemigo contra nuestra Madre del cielo.

¿Queremos saber cómo se encuentra nuestra alma en el orden sobrenatural, si adelantada o atrasada, si en el fervor o en la tibieza? Examinemos nuestra devoción hacia nuestra Madre del cielo y así llegaremos a descubrir el estado general de nuestra alma.

Porque como para saber si una persona está viva o muerta examinamos su corazón; si no late de amor por María, perdamos la esperanza: está muerta…; pero si ese fuego sagrado alienta todavía, a despecho de todas las frialdades aparentes, no hay nada que temer.

Y de las mismas almas a quienes el pecado ha alejado completamente de Dios podemos esperarlo todo, si con el pecado no se ha extinguido la devoción a nuestra Madre Inmaculada. ¡No es algo grande, admirable y misteriosa la última afirmación! Me podrían tachar de exagerado, pero también no fue una gran “exageración” de su Hijo al dárnosla como Madre al pie de la Cruz. Fruto de esa dádiva tan hermosa el buen ladrón sacó su pasaje para la vida eterna y, ¿el mal ladrón? Yo no lo sé, sólo Dios lo sabe.

Estimados feligreses, seamos fieles a nuestras prácticas de piedad en honor a la Santísima Virgen, es el tributo diario de nuestro amor. Desterremos de ella la rutina, que es la muerte de la verdadera devoción, el formulismo vano que nace de un espíritu farisaico, y hagamos que siempre vaya acompañada y animada de la devoción interior.

Quiera Dios Nuestro Señor que en este nuevo año, nos renueve la devoción a la Santísima Virgen y nos haga crecer en el amor que como buenos hijos le debemos.

Un Sacerdote Fiel

sábado, 14 de febrero de 2009

Atención al colectivo

Eutanasia


UNA FALSA PIEDAD

Desde siempre se ha considerado a la muerte como aquello que les sucede a los otros, argumento con el que los hombres de algún ingenuo modo, intentaban atenuar la angustia ante la certeza del inevitable fin de la vida. Pascal decía que “no habiendo podido los hombres, remediar la muerte, han decidido no pensar en ella”.

Por cierto que la posmodernidad llega con su propia manera de responder al interrogante de la muerte. La novedad de la época consiste en banalizar las grandes cuestiones del hombre para las que carece de respuesta. Lo trascendente es mostrado como insignificante, trivial, o peor aún, ridiculizado.

Cualquiera de nosotros, todos los días, a cada momento, asiste a más muertes que las sucedidas en cualquier campo de batalla de la primera guerra. Podrán tratarse de hechos reales o muchas veces ser imágenes de ficción, lo cierto es que ahí esta la muerte representada como un dato, no más importante que un café o un viaje en subte.

ESPÍRITU DE ÉPOCA

Cargada de nihilismo, parte de la filosofía actual apunta contra el hombre. Tal el caso del francés Gilbert Simondon cuando dice que: “lo artificial es lo específicamente humano”. O el de Peter Sloterdijk que da la bienvenida a la “domesticación y cría de seres humanos” y al hombre “autodesechable”.

La posmodernidad acepta este antihumanismo al pensar que —la frase es de Claude Levi Strauss— “el hombre no es más que una cosa entre las cosas”. “Ya que —continúa el belga— se trata de resolver lo humano en lo no humano”.

En este marco de sinsentido absoluto, quedan atrapados los defensores de la eutanasia. Para ellos el hombre es —la cosa— cosa que sufre, es cierto, pero que en vez de generar una actitud de comprensión y ayuda, de alivio de su angustia, de atenuación de sus sufrimientos y dolores da lugar a la falsa piedad de la muerte. La solución, nos dicen, estaría menos en el auxilio del próximo sufriente que en matarlo.

En veredas opuestas Víctor Frankl que había padecido un campo de concentración decía: “créame que no abandoné un momento la convicción que la vida tiene un sentido en todas las condiciones y circunstancias y lo seguirá teniendo hasta el final”.

El Papa Juan Pablo II por su parte, escribe: por eutanasia se debe entender una acción u omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte con el fin de eliminar el dolor. Confirmo, dice el Papa, que es una grave violación de la ley de Dios. Que conlleva según las circunstancias la malicia propia del suicidio o del homicidio.

La dignidad única e irrepetible de cada hombre es su ser propio y este es el acto primero constitutivo de la persona, lo más perfecto en toda la naturaleza. Ni las personas con algún deterioro intelectual o capacidades diferentes, ni los ancianos, ni los débiles, ni aquellos que se hallen en cualquier otra condición de vida por más crítica o precaria que esta sea, pierden esa dignidad máxima e inviolable de persona.

“El programa de eutanasia de Hitler no se fraguó —dice en otra parte Victor Frankl— en un ministerio nacional socialista, sino que estaba ya preparado en los escritorios y en las aulas de escritores y catedráticos nihilistas que siguen existiendo y que envenenan con su propio sentimiento de absurdo de la vida”

El hombre en la era de la tecnociencia, que dispone de impresionantes recursos para atenuar el dolor, y acompañar al que sufre parece, por el contrario, recibir con alegría los viejos pedidos, que ya hacía Plinio para los afectados de úlceras gástricas y también Napoleón en Siria, que al ver los sufrimientos de sus soldados enfermos de peste, propuso al médico militar que les diera una rápida muerte. Este respondió: general, los médicos estamos aquí para sanarlos, no para matarlos.

En Italia y en el mundo se comenta hoy la circunstancia de Eluana Englaro.

Esta joven mujer a la que se retiraron todos los medios extraordinarios de soporte vital, siguió con vida recibiendo como único apoyo real, nutrientes y agua.

Para la nueva piedad esta circunstancia que en poco difiere del trato que habitualmente reciben los niños más pequeños, o los muy ancianos, etc. etc. configura una forma de vida inaceptable, y la multitud contra viento y marea pidió matarla, cerrando los tubos por donde le llegaba el agua.

Nadie podría negar que se trataba de una situación crítica y sumamente triste, pero si para no ver el dolor, para que “triunfe” nuestra idea, todo lo que pudimos hacer por Eluana en nombre del progreso fue hacerla morir de sed, estamos verdaderamente mal.

Porque hasta hoy por lo menos, Eluana estuvo bien cuidada, pero niños y adultos en condiciones desesperantes de enfermedad, hambre, miseria y sobre todo de abandono encontramos en este momento en cientos de poblaciones africanas, en China, en India, en nuestra América toda, en Añatuya, Formosa, Chaco, en… el gran Buenos Aires ¿que harán el mundo y nuestro país con ellos?

Probablemente como no tienen prensa los dejarán en la estacada. Y de alguna absurda manera tal vez sea lo mejor, porque de ser consecuentes con sus teorías cuando les resulten intolerables, dirán que tienen derecho a morir “dignamente” y obrarán en consecuencia.

En tanto, perplejos, asistimos al debate mundial, agua si, agua no, que decidió el futuro de esta mujer. Al mismo tiempo que nos muestran una hermosa foto con el rostro de Eluana, una parte de la humanidad como en el circo romano le bajó el pulgar, en nombre, eso sí, de los derechos humanos. Es una caravana que alegremente pidió la muerte de otra persona, como si dispusieran del control de la vida de los otros y de la dosificación del sufrimiento, hasta acá se sufre, más allá, esta permitido matar.

El bíblico no matarás en lo sucesivo deberá leerse como, jamás matarás osos panda, ballenas, leopardos, etc. etc. en lo referido a los hombres y si es por una “causa buena”, todo bien, se puede conversar…

Por que no aventurar, llevando al extremo los argumentos eutanásicos utilizados en este caso que, si por algún extraño sortilegio, a pesar de negarle algo tan elemental como el agua esta joven hubiera seguido con vida, el próximo paso tendría que haber sido impedirle que respire. Quitémosle primero el agua, si fracasamos seguiremos con el aire.

De este modo habría que incorporar también la asfixia como uno de los nuevos elementos de la terapéutica médica de la posmodernidad y re entrenar a médicos y enfermeras en el delicado arte de hacer morir de sed y de hambre y aún de asfixiar a los pacientes que algún tribunal, o ministro o diputado, muy piadosamente, ordenen matar.

Claro que llama la atención que quienes juraron defender la vida, se presenten en Italia como “voluntarios” para esta ejecución. No parecería exagerado reflexionar que sus vocaciones estarían más cercanas a las de verdugos que a las de médicos.

Hasta hemos leído en algunos medios que “morir de sed es una de las muertes más dulces”, o también que en este caso el aporte de agua y nutrientes constituyen recursos desproporcionados. Es cierto que al médico se le plantean hoy cuestiones filosóficas para las que claramente no está preparado, pero incluir al agua como recurso “desproporcionado” nos habla de los abismos de necedad adonde puede caer la ciencia que, sabiéndolo o no, adhiere a las corrientes del antihumanismo.

Llegará así la eutanasia a través del caso excepcional, luego quedamente agregarán como tantas veces en la historia, razones económicas, raciales, religiosas, políticas, etc. de modo que alguno, en el estado que todo lo controla y decide, del que tenemos ciertas noticias, nos informará su decisión acerca del momento y la forma de nuestra muerte o de nuestros prójimos, en nombre de un cinismo estremecedor y de la piedad mas cruel y más falsa.

Miguel De Lorenzo