jueves, 16 de agosto de 2018

Editoriales


VICTORIAS Y DERROTAS:

SEGUNDA PARTE


Por ANTONIO CAPONNETTO



El pasado 9 de agosto; esto es el día mismo durante cuya madrugada el Senado terminó rechazando el proyecto legal del aborto, escribí una nota titulada: 8 de Agosto: Sobre victorias y derrotas. Circuló como se estila hoy, por las redes sociales, y quien desee puede leerla íntegra en estos sitios: http://www.ncsanjuanbautista.com.ar/2018/08/sobre-victorias-y-derrotas-antonio.html ; o http://elblogdecabildo.blogspot.com/2018/08/editorial.html/
La nota, claro, recibió como siempre, un puñado nutrido y amical de adhesiones, las legítimas y múltiples indiferencias, puesto que nadie está obligado a acusar recibo; y hasta ahora ningún rechazo explícito, entendiendo por tal al que procediera de alguien que, con nombre y apellido, y a la par nombrándome, me presentara razones opuestas a las que esgrimo.

Pero dado que aparecieron a posteriori –en la misma red de las que nos valemos todos, claro‒ una serie de comentarios que pueden guardar y guardan vinculación con mi postura, deseo hacer públicas algunas reflexiones:



1) Me llama la atención gratamente que personas reacias por lo general a lo que tradicionalmente se ha llamado militancia patriótica o católica y nacionalista; seamos más claros, personas que sostienen desde la inexistencia y/o la muerte de la Nación Argentina, hasta la convicción –de honesto y necesario cuño apocalíptico‒ de que ha cesado el tiempo de las naciones, y de que es vana toda tarea restauracionista, se sientan ahora vigorizadas –tras lo sucedio el 8 de agosto‒ y prontas a dar motivos de festejo, de esperanza y de lucha por nuestra tierra.

Me llama la atención gratamente, reitero. Pero no vendría nada mal que esas personas, no digo yo que entonaran un mea culpa, pues sería desproporcionado; pero bien podrían tener alguna palabra de amable reconocimiento a quienes en soledad y contracorriente hemos sostenido que la patria existe, que tiene su origen y que no ha muerto y que es una obligación luchar por ella. Aún, o por lo mismo, que estamos viviendo tiempos claramente parusíacos, como personalmente lo presiento.

Lo curioso es que, a la ausencia de palabras amables, le siguieron otras inocultamente llenas de desprecio cuando no de tirria. Enigmas de la conducta humana. Los que durante décadas predicamos la esperanza e intentamos mantener vivos el fuego del vivac en la patria (así decía el editorial del primer número de Cabildo), hemos pasado a ser acédicos y pesimistas. Los que se rieron de ese fuego, se apartaron con vergüenza y lo dejaron consumir con absoluta displicencia, resultan ahora animadores de un brote nuevo, nacido al parecer a la vera del Congreso.



2) En mi nota arriba precitada –y que invito a leer para no repetirme‒ claramente digo que no me alisto entre los agroicos o aguafiestas (lo digo en estos términos) y enuncio los visibles cuanto nobles motivos por los cuales se puede hablar de una victoria, y además celebrarla austeramente; sin mengua de señalar también, y con énfasis,las causas y los efectos de lo que juzgo una trágica derrota. Va de suyo que por esto he titulado a la nota “Victorias y Derrotas”.

No he salido a escupir ningún asado; todo lo contrario. Pero tampoco he incurrido en las desmesuras de aquellos que –de pronto, súbitamente y tras años de considerar anacrónica cualquier postura épica o de deber cristiano de la lucha, para citar uno de mis libros‒ ahora hablan con naturalidad de la batalla librada, del combate ganado el 8 de Agosto y de la lid que se viene para sostener este triunfo. Imprevistamente, el vilipendiado lenguaje castrense o los tropos tenidos por hiperbólicos, barrocos y desusados de la retórica nacionalista, han cobrado vida en los que hasta ayer nomás miraban con recelo este talante.

Se sabe que el aborto es política de Estado desde antes de la votación senatorial, y con empecinada furia después. Se sabe que de pluriformes modos se lo está promoviendo en la sociedad, al socaire de la revolución cultural fríamente ejecutada por este gobierno, prolongando la del anterior. Se sabe que a lo sumo se consiguió una tregua o un paréntesis. Se sabe asimismo que es de un fariseísmo que clama al cielo que Rodríguez Larreta –defensor de putísimas causas‒ simule consagrar la ciudad a los Corazones de Jesús y de María y que la Señora Chau Tabú Vidal pose con un pañuelo celeste. Hipocresías de ratas de albañal que en mejores tiempos debieron ser castigadas con toda la vara del rigor. No obstante, nos piden que veamos señales divinas en esos gestos, so pena de convertirnos en acédicos. Yo pensé que el 8 de Agosto –como en otras ocasiones‒ había estado humildemente en la Plaza de Congreso, acompañando a mis amigos en el rechazo al aborto. Recién al día siguiente me enteré que no; que había estado en Las Navas de Tolosa, Covadonga, Azincourt y hasta en Armagedón.



3) Estoy pronto, como siempre, a dar gracias a Dios y a su Santísima Madre, por las gracias que puedan derramar sobre este suelo yermo y desangelado. Estoy pronto a constatar con júbilo los muchos rezos de tantas almas buenas, y a sumarme a ellos, como de hecho me he sumado sin estridencias. Estoy pronto, al fin, a repetir una vez más aquello tan veraz cuanto hermoso del poeta Vocos: “yo sé que en todas partes hay semillas, de tus claros varones aguardando, surcos de gestación en maravillas”. Pero así como es muy malo no saber sobrenaturalizar la realidad, es simétricamente muy malo sobrenaturalizarla cuando no corresponde, prescindiendo de las causas segundas; y hasta puede constituir, sin que lo busquemos, un modo de pecar contra el segundo mandamiento. No busquemos un milagro donde hay explicaciones naturales. No neguemos el milagro cuando sólo él explique un hecho.

Circulan mensajes diciendo, verbigracia, que los 38 senadores que se opusieron al aborto, deben ser analogados con los 38 cm que mide la imagen venerable de Nuestra Señora de Luján. Circulan a la par mensajes de la Virgen de Medjugorje dirigidos a los defensores de la vida. Circulan versos piadosos llamando valientes cristianos a los congresales impugnadores de la ley. Todos ellos encabezados por el judío Alperovich –perseguidor como pocos de la Fe Católica y Mariana‒ y seguidos por una recua en la cual, los solos nombres de Adolfo Rodríguez Saa y Carlos Menem, bastan y sobran para retratar la obscenidad del grupo.



4) Nadie sin embargo empardó al Padre José Antonio Marcone, para quien (en un artículo fechado el 10 de agosto, en el que me cita, acusándome de injusto, ignorante y pesimista, pero sin la frontalidad de nombrarme y tras una lectura inequívocamente sesgada de mi nota anterior), lo que sucedió fue que “La Argentina se le plantó al Anticristo y lo venció”, definitivamente además; aportando, entre otras, dos pruebas irrefutables de cuanto sostiene.

Una de esas pruebas es que la votación, “el triunfo final, se haya dado cerca de las 3 de la madrugada, que es la hora de satanás”. Otra que “Silvina García Larraburu, barilochense, haciendo mención a la nieve que había en la cordillera, haya anunciado que votaba en contra del aborto el día domingo 5 de agosto, fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, patrona de Bariloche”.

Todo lo cual no pasaría de una candorosa exageración de cuño fideísta si no mediara, primero, el pequeño detalle de que la votación fue a las 2.44, y puestos a hacer numerologías antojadizas, resulta la cifra clave en el budismo porque representa la cantidad de fieles que esa secta roñosa tiene en China, y a la que adscribe el mismísimo Mauricio. Y segundo, si no se supiera el prontuario de la susodicha García Larraburu, militante feminista del llamado “Colectivo Vivas Nos Queremos”, firmante del putimonio, defensora del satanista Maldonado y de los mapuches, kirchnerista de estricta observancia y enrolada en el estropicio ideológico de los curas villeros.

Su justificación del voto contrario al aborto fue una de las más grotescas, explícitamente fundada en una mera pulseada de internismos partidocráticos. Pero sí es cierto –concedamos‒ que la fémina está vinculada al universo níveo y celliscoso; no precisamente por la advocación mariana, sino porque en 1986 salió elegida Reina de la Nieve.

Mas para el Padre Marcone ninguno de estos detalles cobra relieve. Aplastamos al Anticristo ‒nos dice‒ de manera “perdurable”, con “el pueblo” volcado “a las calles”, porque somos “el país del Papa”. El golpe que le dimos “nadie se lo puede quitar ni tampoco nadie se lo puede cambiar”.

¡Era tan fácil vencer a la Bestia y no nos dimos cuenta antes! Bastaba con disponer de los sufragios de Alperovich, Menem, Reutemann, Cobos, el Adolfo y otros claros varones de Castilla. Todo era cuestión de un nuevo 17 de Octubre, pero Celeste.Ya está. Ganamos. Ahora a disfrutar del Milenio. Indudablemente el síndrome Lilita Carrió es contagioso.

Pero la realidad es que hoy, 15 de Agosto, mientras redactamos estas cartillas, sale la noticia oficial de que el Gobierno, mediante la ANMAT (Autoridad Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología), autoriza para todo el país el uso en los hospitales públicos del misoprostol, droga abortiva como se sabe. La criminal disposición es la nº 6726/18 del pasado 2 de julio. Pero esperaron hasta hoy, Fiesta de la Asunción de María Santísima, para darla a conocer y ponerla en vigencia. Parece que la Bestia se recompuso rápido del golpe mortal y perdurable, y que el Papa, en su país, no sabe lo que está pasando y sigue sin hablar. ¡Hombre bravo el Bergoglio!

Hay un sinfín de explicaciones políticas para desentrañar este fenómeno, puramente eventual, potencialmente fluctuante y seguramente tornadizo que sucedió el 8 de Agosto. Atribuirlo a una intervención celeste y acusarnos de impíos o de pesimistas si lo ponemos en duda, es subestimar nuestra inteligencia, insultar nuestra fe, sustituir la hermenéutica por la superstición; pero más grave aún: es rebajar y abaratar el valor de lo sobrenatural en la historia humana. Es simplificar y puerilizar la economía de la salvación.

La lucha está en nuestro ánimo, cada alborada, y ni siquiera se cierra por las noches. Con el Romance de la Constancia, podemos repetir: “Mis arreos son las armas / mi descanso el pelear, / mi cama las duras peñas, / mi dormir siempre velar”. Gracias a Dios no necesitamos ningún incentivo particular para abandonar la gresca. Pero tampoco nos ayudan los triunfos ficcionales que nos dan por ganadores, como si el Apocalipsis fuera un partido de fútbol.



5) Aceptar debatir lo indebatible. Sentar el precedente de que mañana se puede consensuarlo todo, incluyendo la existencia de Dios. Considerar interlocutores válidos a los miembros crapulosos y corruptos del Poder Legislativo. Legitimar el secuestro ideológico de la ciudadanía, durante largos meses, por parte del Poder Ejecutivo, diestro en corrupciones y en mentiras. Rendir examen de educación democrática delante de los congresales, mansamente, sin enrostrarles su ilegitimidad de origen y de ejercicio. Permitir la homologación agraviante del expositor probo con la prostituta o el invertido. Someter la verdad inconcusa al voto de las mayorías. Acabar reconociendo que la ley presentada es inviable,no debido a su maldad per se, sino sólo por siete votos de diferencia y hasta que dentro de siete meses pueda modificarse, es un conjunto de hechos que, sumados a otros, prueban de manera inequívoca el perjuicio substancial que significa cohonestar el sistema, convalidarlo y refrendarlo. Como bien ha dicho el Padre Diego de Jesús, se trataba de abortar el debate, no de debatir el aborto. Se optó por lo segundo; ahora aténganse a las consecuencias. Cuando vuelva a debatirse y los votos apunten para el lado contrario, quienes aceptaron las reglas de juego del Régimen tendrán que bajar la cabeza.



6) No es un error oponerse al sistema cuando el mismo prueba tener un alto grado de perversión intrínseca. Es una obligación moral. Inadvertirlo conlleva el riesgo de tener anestesiada la conciencia por la confusión o vivir una moral de situación. El imperativo evangélico de hablar a tiempo y a destiempo, oportuna e inoportunamente, no ha sido enunciado para justificar que entremos a un burdel a discutir si la fornicación es pecado o virtud. Ha sido y es un mandato para que destruyamos el burdel, de palabra o de hecho, según se pueda o corresponda.

No tener reparos en exhibir las rectas razones en el ámbito que fuera, es un hermoso y digno precepto que entra en vigencia cuando nos conducen de prepo frente a esos ámbitos, o somos forzados a tener que mantenernos fieles y firmes ante el peligro de que por eso mismo seamos vulnerados o muertos. Ser arrojados a los leones en el Coliseo, real o simbólicamente hablando, y no tener reparos en confesar a Cristo y no sacrificar a los ídolos, será siempre un acto encomiable, heroico y santo.

Hacer fila en cambio para hablar civilizadamente en el Coliseo, junto con los verdugos de los cristianos, en paridad de condiciones con las fieras, los payasos, los panes y el circo, es ludibrio. Sino algo peor aún. Lo hemos advertido muchas veces: cuidado con los católicos libeláticos. Los que quieren tener el salvoconducto de cumplir con los requisitos del Enemigo para poder vivir tranquilos. Los que temen figurar en la lista de los infractores a la corrección política. Los que no se atreven a patear el tablero o a cortar el nudo gordiano. No digo yo que todos estén llamados a esta conducta, pero lo menos que pueden hacer es respetar a quienes la adoptan y padecen las consecuencias. Pero aquí hace rato que se viene invirtiendo la carga probatoria: los villanos somos los que no sacrificamos. Los cuerdos y respetables aquellos que aceptan las reglas de un sistema inicuo. Todo esto –y no es lo único‒ es demasiado moderno y revolucionario, como para que quienen lo menean sigan convencidos de que son los adalides de la Tradición. Estoy generalizando, se entiende.



7) Si los llamados Pro Vida deseaban hacer llegar sus muchas y válidas e importantísimas razones de toda índole –que de hecho esgrimieron haciéndose merecedores de la mayor gratitud‒ tenían un sinfín de alternativas, dados los medios de los que hoy se disponen. Pero no tenían ninguna necesidad de ir al Congreso. Precisamente porque es el areópago que no les garantizó la menor escucha. Les garantizó lo contrario. Una enorme cantidad de bancas vacías, politiqueros que se retiraban ofuscados a la primera disonancia con sus opiniones aborteras, maleducados que cotorreaban insolentemente mientras se exponían académicos discursos, grotescos corrillos de charlatanes ostentando menosprecios hacia los oradores; y ya en el colmo de la ordinariez, una pensada cantidad de gestos desaprobatorios lindantes con la indecencia.

No solamente el Congreso no fue el areópago que les garantizó la mínima escucha, si no que fue, como pocas veces en su triste historia, aquello que Ricardo Curutchet denominara con un término llamado a ser ineludible: pipirijaina: conjunto de aves de corral. Emblemático resulta el caso del llamado Padre Pepe, quien a pesar de correrlos por izquierda para captar la atención de la progresía, acabó repudiado y desoído con visibles muecas grotescas del parte de la menguada concurrencia. El debate recíprocamente receptivo con el que soñaron los estúpidos obispos, no existió.



8) No tengo un registro de los senadores que se opusieron al aborto citando profusamente las exposiciones pro vida, como se ha dicho. Insisto en que, si estaban interesados en la argumentación providista, la misma podrían haberla obtenido en las centenares y centenares de publicaciones o de exposiciones que ese sector ha brindado con ciencia y ahínco admirables desde hace muchos años; sin necesidad de hacerse presente en el maldito recinto para jugar el juego macabro de votar la vida o la muerte por mayoría simple. En mis tres volúmenes críticos de la democracia he escrito lo suficiente sobre la cooperación formal y material, directa o indirecta con el mal. Permítaseme entonces eximirme ahora de hacerlo, y de remitir con simpleza a aquellas páginas. Pero permítaseme a la vez llamar la atención sobre este olvidado punto: no se puede cooperar con el mal.

Escuché cuanto pude a los senadores y a los expositores providistas, entre estos algunos apreciados conocidos. En el modo, ninguno fue capaz de desplegar una oratoria deslumbrante, que concitara siquiera una atención estética; y no hay reproche sino retrato de una carencia que debería ser superada. En el contenido, nadie pero nadie se atrevió a quebrar el límite infranqueable. ¿Cuál es ese escalón que no se puede subir, pues entonces nos quedamos sin escalera, sin piso, sin techo y sin vida? Pues lo que no se puede es, nada más y nada menos, que desenmascarar públicamente la causa eficiente de este genocidio: el Judaísmo y la Masonería. Y lo que no se puede, recíprocamente, es decir que el que aborta comete un pecado mortal y se va al infierno de cabeza.

Algunos audaces llegan a mentar el Banco Mundial, el F.M.I, el Nuevo Orden Internacional, las Multinacionales, etc. Pues está muy bien. Aplausos para ellos. Pero si alguien ‒como el insidioso hebreo Ernesto Tenembaum‒ los acorrala diciendo que tales afirmaciones le suenan a la tesis conspirativa judaica, rápidamente niegan tal posibilidad. Los más valientes la niegan y punto. El grueso se apresura a blanquearse utilizando de inmediato cualquiera de las ridículas variantes de la reductio ad Hitlerum. No sea cosa que lo tomen por un nacionalista encubierto.

Adolfo Rubinstein, por caso, actual Ministro de Salud, no sólo es abortero, mentiroso y mercader de la muerte ‒a través de sus vinculaciones con la Comisión Guttmacher Lancet‒ sino miembro del mismo clan del tristemente famoso Simón Rubinstein, uno de los patrones de la siniestra Zwi Migdal, la mayor organización de trata de blancas que conoció la Argentina. A ningún expositor se le ocurrió interpelarlo para pedirle que aclarara su posición al respecto.



9) El llamado movimiento providista tiene muchos méritos que nunca negamos; y tiene muchos yerros conceptuales y hasta riesgos estratégicos que, con honestidad y sin tapujos, siempre hemos señalado. Tiene asimismo algunos promotores nativos y extranjeros vinculados a ciertas organizaciones, de las cuales, lo que se sabe no tranquiliza demasiado y lo que razonablemente se conjetura ennegrece aún el horizonte.

Sin embargo, lo mejor y por lejos que tiene este movimiento providista, es la gente común y silvestre que se siente convocada a las marchas o a otras acciones similares. Gente gloriosamente simple de todas las condiciones que no quiere, sencillamente, que le roben el sentido común. Le han robado todo de muchos modos y muchas veces. Pero que le digan que lo que una mujer lleva en la panza no es un ser humano, y que lo que lleva necesita para ser causado y criado de un papá y una mamá, pues éso no está dipuesto a que se lo rapiñen.

Lo vamos a decir de nuevo: lo mejor que tiene el movimiento providista no es el pueblo en la calle, en expresión que remeda la demagogia populista. Es la buena gente en las casas, en los hogares, en los mil sitios en que Dios los asigna para el trajín cotidiano, y que reacciona públicamente en defensa del Orden. No son “la plebe maldita que no conoce la ley” (Juan, 7, 49). Son los multiplicados rostros de Cireneos, Verónicas, Magdalenas, Zaqueos, Nicodemos o Hemorroísas. Benditos sean ellos.

Esa gente merece algo mejor que terminar afiliados a un partido político provida. Esa gente merece un destino más alto que el de electorado, un porvenir más limpio que el de votantes partidocráticos. No se repita el error ya repetido ad nauseam. El quehacer político del católico existe, y es un deber y un desafío y una misión impostergable. Lo hemos explicado y analizado en centenares de ocasiones, durante largos años; mediante libros, pláticas u otros medios análogos.

No está vinculado a la democracia ese legítimo e impostergable quehacer, ni necesariamente a la conquista del poder. Está vinculado al servicio al Bien Común Completo. Un servicio activo, perseverante, apostólico, apologético, nunca callado ante la necesaria protesta, nunca caído o ausente frente a la necesaria manifestación pública. Un servicio posible y necesario a través de ese entramado de instituciones naturales que todavía perviven.



10) No somos Polonia ni Hungría, países cuyos procesos políticos se nos invita a emular con liviandad, como si las condiciones, las circunstancias, las ocasiones, los requisitos y los personajes, las historias pasadas o remotas y los presentes intrincados fueran lo mismo para ellos que para nosotros. No somos Polonia ni Hungría, cuyos regímenes políticos actuales merecen ser estudiados, valorados y considerados pero no necesariamente tenidos como nortes posibles o apropiados a nuestra realidad.

En política suele pagarse algo caro el querer exportar ‒sin más‒ modelos revolucionarios o contrarrevolucionarios. Pueden servir y sirven de inspiración y de espejos, por supuesto. Pero nadie se acuesta argentino y amanece tomando mate con San Esteban o yendo a misa celebrada por el Cardenal Wyszynski. He aquí precisamente un defecto que es hijo del concepto moderno de la Nación, que con razón molesta a ciertos ambientes. Concepto que precisamente por no compartir nos vuelve realistas ante nuestras propias posibilidades políticas.

El realismo no es creer que la democracia argentina del siglo XXI va a engendrar, si nos metemos nomás en ella, un Oliveira Salazar, un Monseñor Tiso, un Viktor Orban o un Andrzej Duda. El realismo es saber qué se puede hacer aquí y a hora, a pesar de la perversa democracia, para cooperar al bien común completo, que es la causa final de la política. El realismo tampoco es encontrar un salvoconducto moral para el maquiavelismo, sino el modo de proporcionar los medios legítimos para alcanzar un objeto acorde.

El realismo, al fin, no es justificar la inserción en el sistema –de la que no se saldrá regularmente indemne sino cómplice activo de su corrupción connatural e ingénita‒ para darle después a la sociedad leyes pro vida. Es realista el que a la pregunta por el qué hacer se responde con De Maistre: lo contrario de la Revolución. Si pensamos que París bien vale una misa, entonces no nos quejemos de Bergoglio. Si hay alguien ante nuestros ojos que ejecuta este programa siniestro es él; significativamente ausente a la cabeza de este combate pro vida, y el primero a la hora de respaldar a los más desembozados corruptos de la partidocracia local.

Tampoco nos sirve el ejemplo del buenazo de Lorenzo Fontana, actual Ministro de Discapacitados y Familia, hombre de un ideario católico y tradicionalista probado, y de una vida privada acorde con sus principios. Apenas se le vino encima el mundo entero por sus declaraciones y propósitos explícitamente católicos, el Vicepresidente y Ministro del Interior, Matteo Salvini –que teóricamente milita con él en la misma Liga‒ lo desautorizó diciendo “Fontana es libre de tener sus ideas, pero no son prioridades y no están en el contrato del gobierno”.

Aunque nos rectificamos: sí nos sirve el ejemplo de Fontana. Esto es lo que les pasa, entre nosotros, a aquellos originales que quieren probar, como si nunca se hubiera hecho en política, la táctica del entrismo o del foquismo. Esto es lo que les pasa, en el mejor de los casos. Que como el pobre Fontana queden pedaleando en el vacío, para su gloria. En el común de los casos acaban travestidos, convalidando el mal, cobrando buenos sueldos y vanagloriándose después, entre los conmilitones, que bajo su gestión se colocó una estampita de San Cupertino en la salita de espera de su despacho.



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Están muy enfermos moral y psíquicamente; muy mal de la testa y del cuore; muy patógenos de mente y de espíritu, muy estropeados del alma e infectados del magín, los miembros activos de ese conjunto de escribientes anónimos que creen insultarme o fastidiarme porque me dicen poeta, contemplativo,conferencista entre amigos,escritor para doscientas personas, inmovilista, principista y anciano. No saben la condecoración que me ofrecen.

Están locos de remate –y suele ser el fruto de la emasculación seguida de envidia por el mal de ausencia‒ los que se creen descubridores del Mediterráneo, de la pólvora y de la rueda. Todo lo hallan ya inventado. Como lo hallamos nosotros. La diferencia está en que ellos pecan de resentimiento, de rencor, de cobardía y de soberbia. Como el tragicómico “Menem lo hizo”, ellos lo hicieron todo; y todo lo conocen en profundidad y hondura. A veces nos perdonan la vida y nos explican cómo funciona el mundo. Las más nos agravian.

Nosotros –uso el plural de la generación a la que pertenezco‒ anhelamos ser agradecidos y observantes con los maestros que nos permitieron conocer la Verdad. Y servirla, como lo prometimos e intentamos desde nuestra distante juventud, con el mejor honor que podamos hasta el final de nuestros días o de la Historia.

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