TODOS, NADIE, NINGUNO
¿PARTICIPACIÓN POLÍTICA
O EL CUENTO DE JAIMITO?
Ya sabemos del renovado embate que azota nuestra
Patria en torno a la tenebrosa posibilidad de que con sólo llenar el formulario
correspondiente o tener paga la obra social se pueda asesinar a un inocente. Da
pena constatar ‒con sólo recurrir a un registro histórico básico‒ que se trata
de una misma revolución que ha ido por el divorcio, por el menoscabo de la
patria potestad, las uniones contra natura, la promiscuidad y el hedonismo
hechos plan escolar, y está dando ahora los últimos estertores. En buena hora
que existan quienes nos adviertan sobre el riesgo de no calibrar el bien
defendido y los peligros de andar deambulando conceptualmente cuando nos vemos
en situación de puntualizar con precisión a qué nos oponemos.
Es cierto que, por un lado, parece simple y de
rápida constatación. Es que estamos en medio de un sembradero de evidencias y
criterios de sentido común. Sólo a un cuerpo social idiotizado se le puede
ocurrir darle siquiera un mínimo de entidad a la mayoría de las ideas-fuerza
con que se quiere legitimar el crimen. Convivir a diario inmersos en esta
angustia, cuando a la par se habla de los derechos del animal, del entusiasmo
ante la posible vida en Marte, de la violencia de “género”, de la
“discriminación” ‒tan patéticamente planteada como ridículamente defendida‒ es
desde luego un desafío a la cordura y una verdadera prueba de salud mental.
Nada nuevo en esto. Una vez más la sabiduría ha sido atropellada por los
dilemas socioeconómicos y los planteos sociales, en el mejor de los casos.
Cuando no, y casi siempre, por falacias conceptuales, por mentiras estadísticas
y aprioris ideológicos.
Aún así, vale aclarar que debemos temer por nuestra
convivencia cotidiana con una persona que promueve, acepta, defiende, tolera o
argumenta en favor del aborto. Tomemos las precauciones necesarias.
Pero estemos atentos. Por otro lado, puede que no
seamos conscientes de este universo argumental y todo resulte más complejo de
lo que a primera vista parecía. En su contexto revolucionario, el aborto no es
más que la continuidad de definiciones dadas ‒o mal dadas, o ambiguamente dadas‒
en el campo de la generosidad conyugal para la procreación, de la teología
moral del matrimonio, de la verdadera vocación de la mujer, de la llamada
“paternidad responsable”, de la distinción entre prudencia cristiana y
prudencia carnal… Si se concedió terreno y claridad en la cuestión de anticoncepción,
por ejemplo, cómo salir a quebrar lanzas ahora por un “embarazo no deseado”.
En fin, vaya nuestra gratitud hacia los maestros que
también en estas lides vigilan como centinelas para que la verdad no se troque.
Con ellos podemos responder a la pregunta ¿qué es ser pro vida para el
católico?
Porque no nos mueve el dogma ecologista ni una
difusa apología de lo natural y silvestre. No somos algo así como afiliados a greenpeace
transidos de misticismo. Defendemos la creaturidad del hombre y la potestad de
Dios como Señor y Creador del cielo, de la tierra, de los abismos y de nuestras
vidas. Lo que defendemos es el orden, el natural y el sobrenatural. Y lo
defendemos ordenadamente. Por eso, estimamos como mayor bien la vida
sobrenatural de la Gracia y la participación en Cristo, sin la cual no hay
salvación ni perfección posible.
Es
necesaria una noción completa, íntegra, total, realista, cristiana, de esta
defensa, sin dudas impostergable. El riesgo es quedarnos en una concepción
horizontal, naturalista, tan de moda y a tono con las exigencias del mundo.
Para este enemigo del alma, nada más complaciente que vernos quebrar lanzas por
una “vida” tan genérica como inasible. El riesgo es traicionar la naturaleza y
el fin completo y total de lo que genéricamente llamamos “vida humana”.
La eternidad en la carne, redimida por Nuestro
Señor, ¡eso es lo que defendemos!
Con fina pluma y particular hondura lo ha recordado
hace poco el padre Diego de Jesús: “la ve de vida es muy corta.
Infinitamente corta. No estamos (solamente) a favor de la vida (…) estamos en
lucha tenaz por una Eternidad…”
Ahora bien (y a esto queremos llegar), existe
entonces el qué defendemos. Pero también hay un cómo lo
defendemos. Porque debemos decir ‒aunque tal vez nos cueste la simpatía de
activos defensores de buenas causas y de generosas voluntades que no dejan
asalto justo por afrontar‒ que ante esta convocatoria general que se traduce en
banderines y remeras, en cacerolazos, en asistencias masivas ‒todas sanas y
encomiables reacciones que brotan espontáneas del hombre decente‒ hay algo sin
embargo que no termina de cerrar. “De nosotros depende que el aborto no se
legalice”, dicen por doquier. Y siguiendo con la imagen del monje, pareciera
que late de todos es muy amplia. Ilimitadamente amplia. Confusa y
ambiguamente amplia. Inevitablemente rememoro una consigna lanzada a los niños
hace pocos años, desde una plataforma de las que bajan los lineamientos
educativos para todos y todas. Allí solemnemente advertían: ¡la galaxia está en
tus manos! Es imposible evitar al menos una leve sonrisa. Por lo general,
estamos a brazo partido intentando mantener nuestro pequeño patio hogareño o
limitar que los insectos regionales se terminen de apoderar de los espacios
cotidianos, y resulta que recae sobre los niños la higiene del espacio cósmico.
Vayamos por partes. Aunque estemos cercados por la
desolación, debemos preguntarnos cómo hemos llegado a esto. Cómo puede ser que
estemos expectantes y angustiados para ver si en una truculenta y sombría
sesión camandulera se juega a cara o cruz la vida de inocentes que aguardan
nacer. Y encima se dice, “de nosotros depende que esta ley no se apruebe”.
¿No habremos dejado que se corra el eje político y
moral al cargar permanentemente sobre las espaldas del simple ciudadano la
promulgación de leyes homicidas? ¿No es ésa tarea del legislador? ¿Cuál es el
alcance y los fueros del simple hombre de a pie?, ¿no existe entonces ninguna
diferencia con quien tiene la autoridad, el cargo y la carga de velar por el
bien común y defenderlo con su vida?
En sus épocas de profesor de nivel secundario, mi
padre siempre recordaba que la preocupación en los escritos políticos de Platón
fue cómo concebir un estado que nunca más volviese a cometer la injusticia que
había consumado con su maestro Sócrates. Podemos preguntarnos hoy, cómo debería
concebirse un estado que sea incapaz de encontrarse un día sometiendo a unas
manos levantadas de payasescas figuras el decretar como aceptable el crimen del
aborto. Se supone que la autoridad política conforma la estructura sustancial
que va decidiendo el rumbo de lo social. Claro, cuando está intrínsecamente
distorsionado, nunca serán suficientes las razones teológicas, morales,
médicas, psicológicas o de sentido común. Simplemente porque no interesan. La
deformación de lo político (y esa es la verdadera cara de la democracia) ya
tiene otro veredicto. Y esto es posible por una conformación política
intrínsecamente deformada que, sin darnos cuenta, aceptamos a priori e
incondicionalmente. Desde luego, no hallará las claves fundantes quien se
remonte a las últimas elecciones legislativas o a una accidental e
intrascendente secuencia entre los K y los M. La raíz tiene otros nombres. Pero
hay que querer escucharlos.
Seremos insistentes en esto, y planteado sin ironía ‒al
contrario, con el temor de herir cercanas y nobles susceptibilidades‒: no me
opongo a una caminata con carteles en mano o a una cadena intensa de whatsapp
claros y pedagógicos, castigando duramente al aborto y sus promotores; tampoco
a una circulación de folletería alusiva ni a un festival artístico que
públicamente repudie la inmoralidad y el maquiavelismo. Debe hacerse, y es
bueno por varios motivos. Pero noto una cierta desproporción en la acción. Es
loable que la gente se movilice y se resista, pero ¿qué tiene para hacer el
pobre ciudadano frente al poder político, frente a una ley nacional, ante una
medida que se ejecutará en cada rincón de la Patria, cuando todos sabemos que
las cartas ya están tiradas a otro nivel?
En vez de lamentarnos por las consecuencias ¿no
convendrá reparar en las causas y apuntar a ellas, donde sí tenemos
responsabilidad directa?
Sepamos más bien qué cosas no deberían existir en
una concepción política digna. O planteo como doctrina positiva: ¿qué
cualidades no pueden faltar en un sistema político? Vayan solo algunas: que
quien nos gobierna sea un varón probo incapaz de matar un inocente, que jamás
se someta la verdad al consenso, que el honor no tenga precio y no haya bien
espiritual de la Patria que se negocie en el mercado mundial, que lo perseguido
sea el bien común y no el cálculo de votos para las próximas elecciones. Que se
entienda de una vez por todas que la política debe poner las condiciones para
que el hombre pueda salvarse, si quiere, desde luego; que jamás puede dejarse en
manos de la masa anónima y corrompida el poder de decisión de aquello que
define la identidad de la Patria y el bien de sus habitantes; que la
participación política debe ser siempre diferenciada, jerárquica selectiva (por
supuesto que ante esto, el dogma populista, que ni entiende ni quiere entender,
rasgará sus vestiduras en histérica vociferación).
Qué humillante es ahora estar esperando un
plebiscito circense, o que pongan fecha y hora para esperar como si fuera un
espectáculo televisivo, y atentos a la pantalla mirar con euforia para qué lado
apuntará finalmente el pulgar. Y que ante esto, nuestra oposición sea sólo
preparar carteles o promocionar el infalible voto castigo, tan ajeno al
nacionalismo católico como funcional a la perversión revolucionaria.
No creo que Dios nos pida cuentas por una ley
inicua, dictada por un felón amancebado y apoyada por una caterva de zánganos
que viven de nuestros impuestos. Sí nos exigirá el leal y máximo cumplimiento
de nuestro deber de estado. De lo contrario, se parece a aquello ‒de otro genio
de los axiomas subversivos‒ que “la seguridad es responsabilidad de todos”. Lo
que es responsabilidad de todos es no ser idiotas útiles. No sostener la farsa,
no dejar de dar testimonio donde sea que estemos, a tiempo y a destiempo. Es
responsabilidad de todos no consentir el error, no acobardarse, no mentir.
Dictar las leyes es responsabilidad del que gobierna, así como lo es velar por
el bien común, acrecentarlo, protegerlo.
Indudablemente, habrá que resistir a los nuevos
Herodes dando la indicación satánica de matar a los inocentes, por temor al
Niño-Dios. Pero acortaríamos la mirada si olvidáramos que también se ciernen
los actuales Pilatos que con la autoridad para custodiar el bien dicen a la
masa afiebrada de pasiones: “es asunto de ustedes” (Mt 27, 24). Y la miopía
seguiría vigente si detrás del miedo y la demagogia de Pilatos no
divisáramos el odio farisaico, la obstinación deicida, la contienda teológica
que atraviesa los siglos: “que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros
hijos” (Mt 27, 25).
Que alguien por favor nos aclare en qué recto
criterio moral se apoya el modo selectivo de participación social al que damos
por único posible (o cuanto menos, por aceptable). ¿No estará sesgado según las
reglas ideológicas, infectadas en cada pliegue de omisiones, sesgos y falacias?
Por lo pronto, si buscamos ejemplos, encontraremos los que certifican nuestra
sospecha. La legítima defensa nos dice que es más sensato actuar con vehemencia
antes de que se dañe el bien defendido. En general, todavía no es ley que ante
un vejamen que está pronto a consumarse, hay primero que pasar por ventanilla,
sacar un número y llenar un formulario. Prontos y propensos, sin embargo, para
ajusticiar a un asesino se nos recuerda rápidamente lo ignominioso de la
justicia por mano propia. Ahí no tenemos nada que hacer, porque “para eso está
el estado”, nos amonestan. Pero resulta que ahora, para que el gobernante o los
poderes mundiales no decreten una nueva masacre de inocentes, ahí sí todo
depende de nosotros. Ahí sí estamos todos convocados al bocinazo, no puede
fallar el tuitazo ni la convocatoria a la plaza debe verse disminuida. En ese
caso pareciera que el pueblo debe manifestarse so pena de cargar sobre sus
hombros no haber colaborado con el justiciero “me gusta”. Todo según las
reglas del sistema, claro.
Por eso, cuando una vez más nos preguntamos qué
tenemos que hacer, una vez más volvemos a la raíz: hemos caído en el pecado de
acedia. Porque no estaríamos como estamos si cada uno hiciera lo que debe,
firme y digno, en su deber de estado. ¡Tenemos que hacer lo que Dios ha puesto
en nuestras manos y en cuyo cumplimiento nos jugamos la salvación! Los padres,
sean generosos y fecundos, defiendan con sus vidas la de sus hijos,
presérvenlos del mal, confíen en la Providencia, eduquen cristianamente a la
prole. Los pastores, griten la verdad de la Evangelio a los cuatro vientos,
hablen más del pecado y de la Gracia y menos de planteos sociologistas y
horizontales, y den testimonio con el martirio de la sangre si hiciera falta.
El maestro enseñe la verdad, perseverante e insobornablemente. Y que todo
argentino bien nacido sepa que la piedad y el patriotismo piden de nosotros su
mayor expresión.
Cuando entendamos que el sistema revolucionario que
nos oprime y que se ha instalado en nuestras mentes ‒y cuya sola objeción es
social y penalmente punible‒, es a la ficción lo que la verdadera militancia es
a la realidad, entonces ahí, y recién ahí, esta Argentina desangrada dejará de
supurar veneno por sus heridas, deliberadamente mantenidas en su infección. Y
desde sus llagas abiertas, con ellas a cuestas, crucificados nuestros miembros
en la Cruz Redentora, se podrá soñar con el nuevo amanecer, donde Cristo reine
y a las cosas se las llame por su nombre.
Jordán Abud
3 comentarios:
Estimado: Creo que el problema principal en nuestra Patria es la traición de la jerarquía católica. Nuestros obispos (Salvo la excepción de Mons. Aguer) son un grupo de"gordos" como los de la CGT. Y cuando los llamo así no me refiero a una enfermedad sino a una actitud ante el Mundo, del cual disfrutan y al cual sirven, mezclados en el cambalache de la política, los medios y en gral. la "farándula" de todos los días.Incluyo a la falta de docencia en la doctrina de los sacerdotes, meros sociólogos y filósofos de la realidad e incluyo también a la indigna labor de las instituciones educativas "católicas", que llenan de conceptos "progrezurdos a los jóvenes. Mientras tanto, la masa de fieles está a la deriva en el pantano de los medios de desinformación masiva. No deberíamos perder la esperanza, pero no veo futuro distinto a la vista. Lo saludo atte, Enrique
Van por todo con éste proyecto de ley:
Aborto libre hasta los 9 meses: ¡se podría salvar con una cesárea y darlo en adopción!
Te hacen cómplice de homicidio: los financiarán aumentando tus impuestos y tu cuota de la Obra Social / prepaga.
Sin informar a los padres de una menor: como Keila Jones de Chubut que murió tras una "interrupción legal del embarazo" en un hospital público y se podría haber salvado junto a su bebé, si los padres se hubieran enterado.
Sin informar al padre del bebé: ¡aunque esté casado!
Macri dijo que no se opondrá a ésta ley si la aprueba el Congreso: tiene el poder de darla de baja (veto), pero no lo usará!!!
Favor de apoyar la VIDA a) firmando éstas peticiones y b) difundiendo a todos tus contactos:
Contra la legalización del aborto: https://goo.gl/8xXETm
Contra la despenalización del aborto: http://goo.gl/WLsbTD
Marcha por la Vida: http://change.org/porlavida
Contra la discriminación de los Cristianos: https://chn.ge/2FZeNc0
Hagamos historia. Sumate al movimiento provida:
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Nos gobierna un burro Mason, que cual Pilatos, ha de lavarse las manos si está barbaridad resulta aprobada por Diputados y Senadores. Roguemos al Señor que no suceda, que no se apruebe el crimen de tantos inocentes.
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