CENTENARIO DE FÁTIMA:
DIGAMOS LA VERDAD
SOBRE
EL TERCER SECRETO
Primeramente, queremos
establecer cuatro datos ciertos, objetivos, concernientes a este Secreto, y que
nos van a permitir progresar a grandes pasos en el descubrimiento del misterio:
1) Un primer hecho
capital: conocemos el contexto del tercer Secreto. No hay, en efecto,
propiamente hablando, más que un solo Secreto revelado por entero el 13 de
julio de 1917. Ahora bien, de ese todo coherente conocemos ahora tres partes
sobre cuatro: conocemos el principio ‒las dos primera partes del Secreto‒ y el
fin que constituye seguramente la conclusión: “Al fin, nos promete Nuestra
Señora, mi Corazón Inmaculado triunfará, el Santo Padre me consagrará Rusia,
que se convertirá, y será dado al mundo un tiempo de paz”. Es en este contexto
ya conocido, a continuación del etc., marcado por la misma Sor Lucía al fin de
la segunda parte, que el tercer Secreto se inserta.
Tal es el primer hecho
que es para nosotros un criterio importante: el contenido de la parte inédita
dee cuadrar con su contexto inmediato y encajar armoniosamente con el conjunto
del mensaje de Fátima, cuya coherencia es por otra parte totalmente notable.
2) Segundo hecho
importante: Si las circunstancias en las cuales fue revelado nos prueban su
unidad profunda, las circunstancias dramáticas de su redacción nos descubren
ellas solas su gravedad trágica.
3) Tercer hecho muy
esclarecedor: es a causa de su contenido y solamente por este motivo, por el
cual desde 1960 los Papas sucesivos han rehusado divulgarlo.
Juan XXIII en primer
lugar, a pesar de la espera ansiosa, verdaderamente sobrenatural, de las
muchedumbres católicas, fue el primer que decide “enterrar el Secreto”. Él lo
deposita, contaba el Cardenal Ottaviani, “en uno de esos archivos que son como
un profundo pozo negro, negro, al fondo del cual los papeles caen, y nadie ve
ya nada”. De hecho, se sabe muy bien que el manuscrito de Sor Lucía fue
colocado por el Papa en el escritorio de su mesa de trabajo y que allí
permaneció hasta su muerte.
Pablo VI adopta de golpe
la misma actitud. Elegido el 21 de junio de 1963, algún tiempo después reclama
el texto del Secreto, prueba de su viva preocupación a este respecto. Como no
sabía lo que Juan XXIII había hecho de ello, hizo interrogar a Monseñor
Capovilla, quien indica el lugar donde el manuscrito había sido colocado. El
Papa Pablo VI seguramente lo ha leído en ese momento, pero no habla de ello.
Sabéis sin embargo que el 11 de febrero de 1967, al aproximarse el jubileo de
las apariciones de Fátima, el Cardenal Ottaviani hizo, a nombre del Papa, una
larga declaración sobre el tercer Secreto, para explicar que no sería aún
divulgado. Analizando este texto, siguiendo a los expertos portugueses, estoy
obligado a constatar que, para justificar a toda costa la no divulgación del
Secreto, el prefecto del Santo Oficio, defensor supremo de la verdad en la
Iglesia, es obligado a acumular inexactitudes graves, distinciones sin
fundamento, afirmaciones contradictorias.
El Papa Juan Pablo I era
muy devoto de Nuestra Señora de Fátima. Había ido en peregrinación a la Cova de
Iría en julio de 1977. Y, hecho muy curioso, Sor Lucía misma pide encontrarse
con él. El Cardenal Luciani fue, pues, al carmelo de Coimbra y tuvo una larga
entrevista con la vidente. Estoy en condiciones de afirmar que Sor Lucía le
habló del tercer Secreto. Quedó muy impresionado e hizo partícipes de su
emoción y de la gravedad del mensaje a los que lo rodeaban, después de su
vuelta a Italia. Entonces habló y escribió sobre Fátima en términos vigorosos,
expresando su admiración y su confianza total en Sor Lucía, que él consideraba
visiblemente como una santa. Llegado a ser Papa, sin duda quiso preparar a la
opinión pública antes de hacer algo. Desgraciadamente, nos fue trágicamente
arrebatado antes de haber podido hablar.
El Papa Juan Pablo II,
después del atentado del 13 de mayo de 1981 y antes de su peregrinación de
acción de gracias del 13 de mayo siguiente, ha pedido la ayuda de un traductor
portugués de la Curia para tener el sentido de “ciertas expresiones del Secreto
propias de la lengua portuguesa”. Él ha leído también el tercer Secreto. Pero
no ha querido divulgarlo.
En fin, sabemos que el
Cardenal Ratzinger ha tenido conocimiento del mismo. Lo ha declarado al
periodista italiano Vittorio Messori. Habló de él dos veces más, en octubre de
1984 y en julio de 1985, evocando su contenido en términos muy diferentes de
una a otra vez, lo que es para nosotros muy significativo. Pero siempre para
esforzarse, ‒muy vanamente‒ en justificar su no divulgación.
En pocas palabras,
después de 25 años, de Juan XXIII a Juan Pablo II, es siempre el mismo rechazo
implacable; Roma permanece sorda, obstinadamente, a todas las demandas, vengan
de donde vinieran: de la Jerarquía portuguesa o de los responsables del
Ejército Azul, del P. Alonso o del Reverendo Laurentin. Nuestro Padre, el abbé
de Nantes, ha multiplicado las súplicas, en nombre de todos los miembros de la “Liga
de Contrarreforma Católica” en abril de 1973, en noviembre de 1974, el 13 de
mayo de 1975, el 25 de noviembre de 1978, el 13 de mayo de 1983, en enero de
1985… ¡Todas estas demandas han quedado sin respuesta! Un silencio tan
obstinado debe tener sus razones. Ahora bien, se encuentra que todas las que
han sido adelantadas en 1960 no eran más que arguementos inconsistentes. Todo
justo para formar una espesa cortina de humo para ocultar una verdad demasiado
molesta. Las razones del Cardenal Ottaviani en 1967 no eran más serias. Y pasa
lo mismo hoy con las que adelanta su sucesor, el Cardenal Ratzinger.
El verdadero motivo del
silencio de Roma, la verdadera razón que todos los otros intentan disimular
vanamente, es evidentemente el contenido del famoso Secreto. También es éste un
nuevo dato muy esclarecedor para progresar en el descubrimiento del último
mensaje de Nuestra Señora.
4) Cuarto hecho capital:
la profecía del tercer Secreto se realiza actualmente, bajo nuestros ojos,
desde 1960. Hay en efecto un calendario, una referencia es posible en la
realización de las profecías de Fátima.
Por una parte, es seguro
que nosotros no hemos aún llegado al tiempo anunciado por la conclusión del
Secreto. ¿Por qué? Porque Rusia no ha sido aún consagrada al Inmaculado Corazón
de María, como debe serlo, y como lo será un día. Sor Lucía lo ha hecho saber
claramente, aun después del acto del 25 de marzo de 1984. Rusia no se ha
convertido aún y el mundo no está en paz, ¡lejos de esto! Por tanto no estamos
al término de la profecía.
Por otra parte, los
sucesos anunciados en el tercer Secreto no conciernen solamente a nuestro
porvenir, pues nosotros tenemos otra señal: 1960. La Virgen había pedido que el
Secreto fuera divulgado en 1960, porque, decía Lucía al Cardenal Ottaviani, “en
1960, el mensaje aparecerá más claro”. Ahora bien, la sola razón que puede
hacer una profecía más clara a partir de una fecha determinada es sin ninguna
duda el principio de su realización. Y nosotros tenemos otras declaraciones de
Lucía diciendo que “el castigo predicho por Nuestra Señora en el tercer Secreto
había ya comenzado”.
Podemos estar seguros de
que actualmente estamos en los límites extremos de la época relacionada en la
profecía. Vivimos, pues, el tercer Secreto y asistimos a los sucesos que
anuncia.
Falsos Secretos y falsas
hipótesis
A partir de esto datos
ciertos, se puede descartar toda una serie de falsos secretos que han sido
publicados sucesivamente desde hace 25 años. El más famoso de todos ha sido
difundido en 1963 por la revista alemana “Neues Europa”, y vuelto a publicar en
diversas revistas. Hay en ese texto varios errores monstruosos que prueban
suficientemente que se trata de una falsedad. Y, además, aun cuando nos afirman
que el texto publicado está formado de “extractos” del Secreto verdadero, esos “extractos”
son al menos cuatro veces más largos que el contenido de la hoja de papel sobre
la cual Lucía ha redactado el conjunto del auténtico tercer Secreto.
Se pueden descartar
también un buen número de falsas hipótesis. Por supuesto, no se trata ‒como osa
pretenderlo el P. Caprile‒ de una simple invitación a la oración y a la
penitencia. ¡La Virgen María no hubiera pedidoa Lucía esperar a 1944 ó 1960
para divulgar un mensaje que repetiría palabra por palabra su mensaje público
del 13 de octubre de 1917!
Tampoco se trata de
profecías de felicidad: el tercer Secreto de Fátima no reúne seguramente las
miras llenas de optimismo del Papa Juan XXIII anunciando que el Concilio sería “un
nuevo Pentecostés”, “una nueva primavera de la Iglesia”. Si esto fuera así, él
mismo o sus sucesores nos lo habrían revelado. ¡“Si fuera alegre, decía muy
justamente el Cardenal Carejeira, nos lo dirían. Puesto que no nos dicen nada,
es que es triste”! Sí, es evidentemente grave y trágico.
No es tampoco el anuncio
del fin del mundo, puesto que la profecía de Fátima termina con una promesa
maravillosa e incondicional, que se la debería predicar a tiempo y a destiempo,
porque es la fuente de una inconfundible esperanza: “Al fin mi Corazón
Inmaculado triunfará, el Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá,
y se dará al mundo un tiempo de paz”.
¿Sería éste el anuncio
de una tercera guerra mundial? ¿De una guerra atómica? Sería juicioso pensarlo,
pues aquí la profecía no haría más que confirmar los más lúcidos análisis
políticos… ¿La Virgen María no hubiera predicho esta guerra futura, horrible,
que nos amenaza tan trágicamente? Siguiendo al P. Alonso, se puede demostrar
que esto no es sin duda lo esencial del tercer Secreto. Por una sólida razón: y
es que este anuncio de castigos materiales, de nuevas guerras y de
persecuciones contra la Iglesia, constituye el contenido específico del segundo
Secreto. ¿Hemos reflexionado sobre el alcance terrible de esas simples
palabras: “Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendfrá que sufrir
mucho, varias naciones serán aniquiladas”? “La Santa Virgen, nos ha dicho,
confiaba Sor Lucía al P. Fuente, que muchas naciones desaparecerían de la
superficie de la tierra, que Rusia será instrumento del castigo del Cielo para
el mundo si no obtenemos antes la conversión de esta pobre nación”. Es por esto
que es de temer que la palabra “aniquiladas” se deba tomar al pie de la letra,
en su sentido obvio: aniquiladas, destruidas a fondo, enteramente. Inverosímil
en 1917, esta trágica amenaza no lo es para nosotros hoy, en la era atómica.
Es pues claro: todos los
castigos materiales que aún nos amenazan, inclusive los más espantosos, como la
guerra nuclear, o la expansión del comunismo sobre todo el planeta, estaban ya
anunciados por Nuestra Señora en su segundo Secreto, y conocíamos también los
medios sobrenaturales para conjurarlos, antes de que sea demasiado tarde.
Podemos etar seguros que nada de todo esto vendrá en la tercera parte del
Secreto, afirma el P. Alonso. O al menos, añadiría yo, si allí se hace de él
nueva alusión ‒como es del todo posible‒ éste no será el tema esencial de este
tercer Secreto. En efecto, puesto que el Secreto está compuesto de tres partes
coherentes, pero distintas, y cuyas fechas de divulgación fijadas por el Cielo
no eran las mismas, se puede estar seguro que la tercera parte del Secreto no
va a repetir la misma cosa que la segunda, con algunas líneas de diferencia.
Un castigo espiritual
Se trata sin duda
principalmente de un castigo espiritual, mucho peor aún, más temible que el
hambre, las guerras y las persecuciones, pues concierne a las almas, su
salvación o su perdición eterna. El P. Alonso, nombrado en 1966 experto oficial
de Fátima por Mons. Venancio, lo ha demostrado en uno de los tomos de su gran
obra crítica, en catorce volúmenes, ¡que desgraciadamente se le ha prohibido
publicar! Pero él ha podido después de todo, antes de su muerte el 12 de
diciembre de 1981, hacernos conocer sus conclusiones en diversos folletos y
numerosos artículos en revistas teológicas. Mis pesquisas personales solamente
me han permitido clarificar, completar y precisar su tesis, que nuevos documentos
han venido a confirmar.
He aquí el más
importante: el 10 de septiembre de 1984, Monseñor Cosme do Amaral, el actual
obispo de Leiría-Fátima, declaraba en el aula magna de la Universidad Técnica
de Viena, durante el curso de un período de preguntas y respuestas: “El Secreto
de Fátima no habla ni de bombas atómicas, ni de cabezas nucleares, ni de
misiles SS-20. Su contenido, insiste, no concierne más que a nuestra Fe.
Identificar el Secreto con anuncios catastróficos o con un holocausto nuclear,
es deformar el sentido del mensaje. La pérdida de la fe de un continente es
peor que el aniquilamiento de una nación; y es verdad que la fe disminuye
continuamente en Europa”.
Durante diez años, el
obispo de Fátima ha guardado un silencio absoluto sobre el contenido del tercer
Secreto. Cuando abre la boca para hacer una declaración tan firme, se puede
estar moralmente seguro que no ha hablado así sin antes haber consultado a Sor
Lucía. Tanto más cuando en 1981, él ya había desmentido los falsos secretos,
diciendo que había interrogado a la vidente a este respecto. Es decir, que la
tesis del Padre Alonso es ahora públicamente confirmada por el obispo de
Fátima: es una terrible crisis de la Iglesia, es la pérdida de la fe que la
Virgen Inmaculada ha anunciado precisamente para nuestra época, si sus
peticiones no eran cumplidas suficientemente. Y éste es el drama al cual
asistimos de 1960.
Lo esencial está dicho,
y yo me contentaré ahora con evocar las principales etapas de mi demostración
sobre el verdadero contenido del tercer Secreto.
La pérdida de la fe
En un primer capítulo,
expongo las razones que prueban que el tercer Secreto habla efectivamente de la
pérdidad de la fe. Y la principal, es el elemento del tercer Secreto que
conocemos ya. En efecto, nosotros no conocemos de él solamente el contexto. Sor
Lucía nos ha indicado la primera frase: “En Portugal se conservará siempre el
dogma de la Fe, etc.” Esta pequeña frase, que la vidente ha añadido intencionadamente
cuando ella ha redactado el Secreto por segunda vez, es con seguridad
significativo. Ella nos ha dado, muy discretamente, la clave del tercer
Secreto.
“En Portugal se conservará
siempre el dogma de la Fe: esta frase insinúa con claridad un estado crítico de
la Fe que sufrirán otras naciones, es decir una crisis de la fe; mientras que
Portugal salvará su fe… Así, pues, escribe aún el P. Alonso, en el período que
precede al gran triunfo del Corazón Inmaculado de María se producirán las cosas
terribles que son el objeto de la tercera parte del Secreto. ¿Cuáles? Si «en
Portugal se conservarán siempre los dogmas de la Fe»… se puede deducir de ello
con toda claridad que en otras partes de la Iglesia esos dogmas o bien se van a
oscurecer, o aún van a perderse”.
La mayor parte de los
intérpretes se ha adherido a esta interpretación: el Padre Martins dos Reis, el
canónigo Galamba, Monseñor Venancio, el P. Luis Kondor, el P. Messias Dias
Coelho. El 18 de noviembre último, durante una conferencia que el abbé
Laurentin daba en París ‒¡es sorprendente!‒ se declaraba también favorable a
esta solución.
Añadiremos que el
Cardenal Ratzinger ha hablado en este sentido a Vittorio Messori, diciendo que
el tercer Secreto concierne a “los peligros que pesan sobre la fe y la vida del
cristiano”. En fin, nosotros lo hemos dicho, el actual obispo de Fátima es aún
más explícito. Él deja entender que se trata de una crisis de la Fe a escala de
varias naciones y de continentes enteros… Una tal defección tiene un nombre en
la Sagrada Escritura: es “la apostasía”. Y es muy posible que esa palabra se
encuentre en el mismo texto del Secreto.
El desfallecimiento y el
castigo de los Pastores
En un segundo capítulo
demuestro que hay más: el tercer Secreto insiste seguramente sobre la pesada
responsabilidad de las almas consagradas, de los sacerdotes, de los obispos y
de los mismos Papas en esta crisis de la Fe sin precedente que ha atacado a la
Iglesia desde hace 25 años. He dado varias pruebas de ello, varios indicios muy
claros. Debo contentarme aquí con citar al P. Alonso:
“Es pues totalmente
probable, escribe, que el texto del tercer Secreto haga alusiones concretas a
la crisis de la Fe de la Iglesia y a la negligencia de los mismos pastores”.
Habla aún más, de “luchas internas en el seno de la misma Iglesia y de graves
negligencias pastorales de la alta jerarquía”, de “deficiencias de la alta jerarquía
de la Iglesia”.
Esas afirmaciones tan
granves, el P. Alonso no las ha escrito seguramente y publicado en 1976, y de
nuevo en 1981, algunas semanas antes de su muerte, sin haber maduramente pesado
todo su alcance. Experto oficial de Fátima, ¿habría adoptado, ‒después de diez
años de trabajos y de numerosas conversaciones con Sor Lucía‒, una posición tan
atrevida, sobre un asunto tan ardiente, sin asegurarse al menos el acuerdo
tácito de la vidente? La respuesta no deja duda alguna.
Este anuncio de deficiencias
de la Jerarquía, y de los mismos Papas, explica todo: el cuidado lacerante de
los res videntes esforzándose heroicamente por orar, orar mucho y de
sacrificarse sin cesar por el Santo Padre; los tres meses de insuperable agonía
que Sor Lucía debió afrontar antes de osar escribir ese texto; explica en fin
por qué los Papas, desde el optimista Juan XXIII hasta Juan Pablo II, han
vacilado, tardado, y sin cesar dejado para más tarde su divulgación, buscando a
toda costa mantenerlo oculto (…)
La Gran Apostasía de los “Últimos
Tiempos” anunciada por las Escrituras
A alguno que preguntaba
sobre el contenido del tercer Secreto, Sor Lucía respondió un día: “¡Está en el
Evangelio y en el Apocalipsis, leedlos!” Ha confiado también al P. Fuentes que
la Virgen María le había hecho ver claramente que “estamos en los últimos
tiempos del mundo” (lo que no significa, es necesario decirlo, el tiempo del
fin del mundo y del juicio final, puesto que primero debe venir el triunfo del
Corazón Inmaculado de María). El mismo Cardenal Ratzinger, evocando
discretamente el contenido del Secreto de Fátima, ha mencionado tres elementos
importantes: “los peligros que pesan sobre la fe”, “la importancia de los
últimos tiempos”, y el hecho de que las profecías “contenidas en el tercer
Secreto corresponden a los que anuncia la Escritura”. Aun sabemos que Lucía ha
indicado un día los capítulos 8 a 9 del Apocalipsis.
Es por eso que consagro
los dos últimos capítulos de mi libro a recordar las grandes enseñanzas de
Nuestro Señor, de San Pablo y de San Juan ‒¡de tal modo desconocidos hoy!‒
anunciando las turbaciones, las herejías y finalmente la gran apostasía que
sobrevendrán en los “últimos tiempos”. Y, de hecho, las aproximaciones
objetivas entre las profecías de la Escritura y la gran profecía de la Virgen
de Fátima, al alba del siglo XX, parecen muy numerosas y sorprendentes: ¿cómo,
por ejemplo, atribuir al azar el hecho de que los tres Secretos de Fátima
parecen corresponder, de manera sorprendente, a los tres temas principales que
desarrolla sucesivamente el Apocalipsis en sus capítulos 11, 12 y 13?
Hemos dicho ya bastante
para comprender que nada es tan importante, tan necesario, tan urgente como
hacer conocer, sin tardanza, a todos los fieles de la Iglesia el texto del
Secreto de María en su integridad, en su límpida verdad, en su riqueza
profética y su trascendencia divina.
Hermano Michel de la
Santísima Trinidad
(Tomado de su libro “Toda
la verdad sobre Fátima”, publicado en agosto de 1985)
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