domingo, 14 de mayo de 2017

En el Centenario de Fátima



CENTENARIO DE FÁTIMA:
DIGAMOS LA VERDAD
SOBRE EL TERCER SECRETO

Primeramente, queremos establecer cuatro datos ciertos, objetivos, concernientes a este Secreto, y que nos van a permitir progresar a grandes pasos en el descubrimiento del misterio:
1) Un primer hecho capital: conocemos el contexto del tercer Secreto. No hay, en efecto, propiamente hablando, más que un solo Secreto revelado por entero el 13 de julio de 1917. Ahora bien, de ese todo coherente conocemos ahora tres partes sobre cuatro: conocemos el principio ‒las dos primera partes del Secreto‒ y el fin que constituye seguramente la conclusión: “Al fin, nos promete Nuestra Señora, mi Corazón Inmaculado triunfará, el Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será dado al mundo un tiempo de paz”. Es en este contexto ya conocido, a continuación del etc., marcado por la misma Sor Lucía al fin de la segunda parte, que el tercer Secreto se inserta.
Tal es el primer hecho que es para nosotros un criterio importante: el contenido de la parte inédita dee cuadrar con su contexto inmediato y encajar armoniosamente con el conjunto del mensaje de Fátima, cuya coherencia es por otra parte totalmente notable.
2) Segundo hecho importante: Si las circunstancias en las cuales fue revelado nos prueban su unidad profunda, las circunstancias dramáticas de su redacción nos descubren ellas solas su gravedad trágica.
3) Tercer hecho muy esclarecedor: es a causa de su contenido y solamente por este motivo, por el cual desde 1960 los Papas sucesivos han rehusado divulgarlo.
Juan XXIII en primer lugar, a pesar de la espera ansiosa, verdaderamente sobrenatural, de las muchedumbres católicas, fue el primer que decide “enterrar el Secreto”. Él lo deposita, contaba el Cardenal Ottaviani, “en uno de esos archivos que son como un profundo pozo negro, negro, al fondo del cual los papeles caen, y nadie ve ya nada”. De hecho, se sabe muy bien que el manuscrito de Sor Lucía fue colocado por el Papa en el escritorio de su mesa de trabajo y que allí permaneció hasta su muerte.
Pablo VI adopta de golpe la misma actitud. Elegido el 21 de junio de 1963, algún tiempo después reclama el texto del Secreto, prueba de su viva preocupación a este respecto. Como no sabía lo que Juan XXIII había hecho de ello, hizo interrogar a Monseñor Capovilla, quien indica el lugar donde el manuscrito había sido colocado. El Papa Pablo VI seguramente lo ha leído en ese momento, pero no habla de ello. Sabéis sin embargo que el 11 de febrero de 1967, al aproximarse el jubileo de las apariciones de Fátima, el Cardenal Ottaviani hizo, a nombre del Papa, una larga declaración sobre el tercer Secreto, para explicar que no sería aún divulgado. Analizando este texto, siguiendo a los expertos portugueses, estoy obligado a constatar que, para justificar a toda costa la no divulgación del Secreto, el prefecto del Santo Oficio, defensor supremo de la verdad en la Iglesia, es obligado a acumular inexactitudes graves, distinciones sin fundamento, afirmaciones contradictorias.
El Papa Juan Pablo I era muy devoto de Nuestra Señora de Fátima. Había ido en peregrinación a la Cova de Iría en julio de 1977. Y, hecho muy curioso, Sor Lucía misma pide encontrarse con él. El Cardenal Luciani fue, pues, al carmelo de Coimbra y tuvo una larga entrevista con la vidente. Estoy en condiciones de afirmar que Sor Lucía le habló del tercer Secreto. Quedó muy impresionado e hizo partícipes de su emoción y de la gravedad del mensaje a los que lo rodeaban, después de su vuelta a Italia. Entonces habló y escribió sobre Fátima en términos vigorosos, expresando su admiración y su confianza total en Sor Lucía, que él consideraba visiblemente como una santa. Llegado a ser Papa, sin duda quiso preparar a la opinión pública antes de hacer algo. Desgraciadamente, nos fue trágicamente arrebatado antes de haber podido hablar.
El Papa Juan Pablo II, después del atentado del 13 de mayo de 1981 y antes de su peregrinación de acción de gracias del 13 de mayo siguiente, ha pedido la ayuda de un traductor portugués de la Curia para tener el sentido de “ciertas expresiones del Secreto propias de la lengua portuguesa”. Él ha leído también el tercer Secreto. Pero no ha querido divulgarlo.
En fin, sabemos que el Cardenal Ratzinger ha tenido conocimiento del mismo. Lo ha declarado al periodista italiano Vittorio Messori. Habló de él dos veces más, en octubre de 1984 y en julio de 1985, evocando su contenido en términos muy diferentes de una a otra vez, lo que es para nosotros muy significativo. Pero siempre para esforzarse, ‒muy vanamente‒ en justificar su no divulgación.
En pocas palabras, después de 25 años, de Juan XXIII a Juan Pablo II, es siempre el mismo rechazo implacable; Roma permanece sorda, obstinadamente, a todas las demandas, vengan de donde vinieran: de la Jerarquía portuguesa o de los responsables del Ejército Azul, del P. Alonso o del Reverendo Laurentin. Nuestro Padre, el abbé de Nantes, ha multiplicado las súplicas, en nombre de todos los miembros de la “Liga de Contrarreforma Católica” en abril de 1973, en noviembre de 1974, el 13 de mayo de 1975, el 25 de noviembre de 1978, el 13 de mayo de 1983, en enero de 1985… ¡Todas estas demandas han quedado sin respuesta! Un silencio tan obstinado debe tener sus razones. Ahora bien, se encuentra que todas las que han sido adelantadas en 1960 no eran más que arguementos inconsistentes. Todo justo para formar una espesa cortina de humo para ocultar una verdad demasiado molesta. Las razones del Cardenal Ottaviani en 1967 no eran más serias. Y pasa lo mismo hoy con las que adelanta su sucesor, el Cardenal Ratzinger.
El verdadero motivo del silencio de Roma, la verdadera razón que todos los otros intentan disimular vanamente, es evidentemente el contenido del famoso Secreto. También es éste un nuevo dato muy esclarecedor para progresar en el descubrimiento del último mensaje de Nuestra Señora.
4) Cuarto hecho capital: la profecía del tercer Secreto se realiza actualmente, bajo nuestros ojos, desde 1960. Hay en efecto un calendario, una referencia es posible en la realización de las profecías de Fátima.
Por una parte, es seguro que nosotros no hemos aún llegado al tiempo anunciado por la conclusión del Secreto. ¿Por qué? Porque Rusia no ha sido aún consagrada al Inmaculado Corazón de María, como debe serlo, y como lo será un día. Sor Lucía lo ha hecho saber claramente, aun después del acto del 25 de marzo de 1984. Rusia no se ha convertido aún y el mundo no está en paz, ¡lejos de esto! Por tanto no estamos al término de la profecía.
Por otra parte, los sucesos anunciados en el tercer Secreto no conciernen solamente a nuestro porvenir, pues nosotros tenemos otra señal: 1960. La Virgen había pedido que el Secreto fuera divulgado en 1960, porque, decía Lucía al Cardenal Ottaviani, “en 1960, el mensaje aparecerá más claro”. Ahora bien, la sola razón que puede hacer una profecía más clara a partir de una fecha determinada es sin ninguna duda el principio de su realización. Y nosotros tenemos otras declaraciones de Lucía diciendo que “el castigo predicho por Nuestra Señora en el tercer Secreto había ya comenzado”.
Podemos estar seguros de que actualmente estamos en los límites extremos de la época relacionada en la profecía. Vivimos, pues, el tercer Secreto y asistimos a los sucesos que anuncia.
 
Falsos Secretos y falsas hipótesis
A partir de esto datos ciertos, se puede descartar toda una serie de falsos secretos que han sido publicados sucesivamente desde hace 25 años. El más famoso de todos ha sido difundido en 1963 por la revista alemana “Neues Europa”, y vuelto a publicar en diversas revistas. Hay en ese texto varios errores monstruosos que prueban suficientemente que se trata de una falsedad. Y, además, aun cuando nos afirman que el texto publicado está formado de “extractos” del Secreto verdadero, esos “extractos” son al menos cuatro veces más largos que el contenido de la hoja de papel sobre la cual Lucía ha redactado el conjunto del auténtico tercer Secreto.
Se pueden descartar también un buen número de falsas hipótesis. Por supuesto, no se trata ‒como osa pretenderlo el P. Caprile‒ de una simple invitación a la oración y a la penitencia. ¡La Virgen María no hubiera pedidoa Lucía esperar a 1944 ó 1960 para divulgar un mensaje que repetiría palabra por palabra su mensaje público del 13 de octubre de 1917!
Tampoco se trata de profecías de felicidad: el tercer Secreto de Fátima no reúne seguramente las miras llenas de optimismo del Papa Juan XXIII anunciando que el Concilio sería “un nuevo Pentecostés”, “una nueva primavera de la Iglesia”. Si esto fuera así, él mismo o sus sucesores nos lo habrían revelado. ¡“Si fuera alegre, decía muy justamente el Cardenal Carejeira, nos lo dirían. Puesto que no nos dicen nada, es que es triste”! Sí, es evidentemente grave y trágico.
No es tampoco el anuncio del fin del mundo, puesto que la profecía de Fátima termina con una promesa maravillosa e incondicional, que se la debería predicar a tiempo y a destiempo, porque es la fuente de una inconfundible esperanza: “Al fin mi Corazón Inmaculado triunfará, el Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y se dará al mundo un tiempo de paz”.
¿Sería éste el anuncio de una tercera guerra mundial? ¿De una guerra atómica? Sería juicioso pensarlo, pues aquí la profecía no haría más que confirmar los más lúcidos análisis políticos… ¿La Virgen María no hubiera predicho esta guerra futura, horrible, que nos amenaza tan trágicamente? Siguiendo al P. Alonso, se puede demostrar que esto no es sin duda lo esencial del tercer Secreto. Por una sólida razón: y es que este anuncio de castigos materiales, de nuevas guerras y de persecuciones contra la Iglesia, constituye el contenido específico del segundo Secreto. ¿Hemos reflexionado sobre el alcance terrible de esas simples palabras: “Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendfrá que sufrir mucho, varias naciones serán aniquiladas”? “La Santa Virgen, nos ha dicho, confiaba Sor Lucía al P. Fuente, que muchas naciones desaparecerían de la superficie de la tierra, que Rusia será instrumento del castigo del Cielo para el mundo si no obtenemos antes la conversión de esta pobre nación”. Es por esto que es de temer que la palabra “aniquiladas” se deba tomar al pie de la letra, en su sentido obvio: aniquiladas, destruidas a fondo, enteramente. Inverosímil en 1917, esta trágica amenaza no lo es para nosotros hoy, en la era atómica.
Es pues claro: todos los castigos materiales que aún nos amenazan, inclusive los más espantosos, como la guerra nuclear, o la expansión del comunismo sobre todo el planeta, estaban ya anunciados por Nuestra Señora en su segundo Secreto, y conocíamos también los medios sobrenaturales para conjurarlos, antes de que sea demasiado tarde. Podemos etar seguros que nada de todo esto vendrá en la tercera parte del Secreto, afirma el P. Alonso. O al menos, añadiría yo, si allí se hace de él nueva alusión ‒como es del todo posible‒ éste no será el tema esencial de este tercer Secreto. En efecto, puesto que el Secreto está compuesto de tres partes coherentes, pero distintas, y cuyas fechas de divulgación fijadas por el Cielo no eran las mismas, se puede estar seguro que la tercera parte del Secreto no va a repetir la misma cosa que la segunda, con algunas líneas de diferencia.
 
Un castigo espiritual
Se trata sin duda principalmente de un castigo espiritual, mucho peor aún, más temible que el hambre, las guerras y las persecuciones, pues concierne a las almas, su salvación o su perdición eterna. El P. Alonso, nombrado en 1966 experto oficial de Fátima por Mons. Venancio, lo ha demostrado en uno de los tomos de su gran obra crítica, en catorce volúmenes, ¡que desgraciadamente se le ha prohibido publicar! Pero él ha podido después de todo, antes de su muerte el 12 de diciembre de 1981, hacernos conocer sus conclusiones en diversos folletos y numerosos artículos en revistas teológicas. Mis pesquisas personales solamente me han permitido clarificar, completar y precisar su tesis, que nuevos documentos han venido a confirmar.
He aquí el más importante: el 10 de septiembre de 1984, Monseñor Cosme do Amaral, el actual obispo de Leiría-Fátima, declaraba en el aula magna de la Universidad Técnica de Viena, durante el curso de un período de preguntas y respuestas: “El Secreto de Fátima no habla ni de bombas atómicas, ni de cabezas nucleares, ni de misiles SS-20. Su contenido, insiste, no concierne más que a nuestra Fe. Identificar el Secreto con anuncios catastróficos o con un holocausto nuclear, es deformar el sentido del mensaje. La pérdida de la fe de un continente es peor que el aniquilamiento de una nación; y es verdad que la fe disminuye continuamente en Europa”.
Durante diez años, el obispo de Fátima ha guardado un silencio absoluto sobre el contenido del tercer Secreto. Cuando abre la boca para hacer una declaración tan firme, se puede estar moralmente seguro que no ha hablado así sin antes haber consultado a Sor Lucía. Tanto más cuando en 1981, él ya había desmentido los falsos secretos, diciendo que había interrogado a la vidente a este respecto. Es decir, que la tesis del Padre Alonso es ahora públicamente confirmada por el obispo de Fátima: es una terrible crisis de la Iglesia, es la pérdida de la fe que la Virgen Inmaculada ha anunciado precisamente para nuestra época, si sus peticiones no eran cumplidas suficientemente. Y éste es el drama al cual asistimos de 1960.
Lo esencial está dicho, y yo me contentaré ahora con evocar las principales etapas de mi demostración sobre el verdadero contenido del tercer Secreto.
 
La pérdida de la fe
En un primer capítulo, expongo las razones que prueban que el tercer Secreto habla efectivamente de la pérdidad de la fe. Y la principal, es el elemento del tercer Secreto que conocemos ya. En efecto, nosotros no conocemos de él solamente el contexto. Sor Lucía nos ha indicado la primera frase: “En Portugal se conservará siempre el dogma de la Fe, etc.” Esta pequeña frase, que la vidente ha añadido intencionadamente cuando ella ha redactado el Secreto por segunda vez, es con seguridad significativo. Ella nos ha dado, muy discretamente, la clave del tercer Secreto.
“En Portugal se conservará siempre el dogma de la Fe: esta frase insinúa con claridad un estado crítico de la Fe que sufrirán otras naciones, es decir una crisis de la fe; mientras que Portugal salvará su fe… Así, pues, escribe aún el P. Alonso, en el período que precede al gran triunfo del Corazón Inmaculado de María se producirán las cosas terribles que son el objeto de la tercera parte del Secreto. ¿Cuáles? Si «en Portugal se conservarán siempre los dogmas de la Fe»… se puede deducir de ello con toda claridad que en otras partes de la Iglesia esos dogmas o bien se van a oscurecer, o aún van a perderse”.
La mayor parte de los intérpretes se ha adherido a esta interpretación: el Padre Martins dos Reis, el canónigo Galamba, Monseñor Venancio, el P. Luis Kondor, el P. Messias Dias Coelho. El 18 de noviembre último, durante una conferencia que el abbé Laurentin daba en París ‒¡es sorprendente!‒ se declaraba también favorable a esta solución.
Añadiremos que el Cardenal Ratzinger ha hablado en este sentido a Vittorio Messori, diciendo que el tercer Secreto concierne a “los peligros que pesan sobre la fe y la vida del cristiano”. En fin, nosotros lo hemos dicho, el actual obispo de Fátima es aún más explícito. Él deja entender que se trata de una crisis de la Fe a escala de varias naciones y de continentes enteros… Una tal defección tiene un nombre en la Sagrada Escritura: es “la apostasía”. Y es muy posible que esa palabra se encuentre en el mismo texto del Secreto.
 
El desfallecimiento y el castigo de los Pastores
En un segundo capítulo demuestro que hay más: el tercer Secreto insiste seguramente sobre la pesada responsabilidad de las almas consagradas, de los sacerdotes, de los obispos y de los mismos Papas en esta crisis de la Fe sin precedente que ha atacado a la Iglesia desde hace 25 años. He dado varias pruebas de ello, varios indicios muy claros. Debo contentarme aquí con citar al P. Alonso:
“Es pues totalmente probable, escribe, que el texto del tercer Secreto haga alusiones concretas a la crisis de la Fe de la Iglesia y a la negligencia de los mismos pastores”. Habla aún más, de “luchas internas en el seno de la misma Iglesia y de graves negligencias pastorales de la alta jerarquía”, de “deficiencias de la alta jerarquía de la Iglesia”.
Esas afirmaciones tan granves, el P. Alonso no las ha escrito seguramente y publicado en 1976, y de nuevo en 1981, algunas semanas antes de su muerte, sin haber maduramente pesado todo su alcance. Experto oficial de Fátima, ¿habría adoptado, ‒después de diez años de trabajos y de numerosas conversaciones con Sor Lucía‒, una posición tan atrevida, sobre un asunto tan ardiente, sin asegurarse al menos el acuerdo tácito de la vidente? La respuesta no deja duda alguna.
Este anuncio de deficiencias de la Jerarquía, y de los mismos Papas, explica todo: el cuidado lacerante de los res videntes esforzándose heroicamente por orar, orar mucho y de sacrificarse sin cesar por el Santo Padre; los tres meses de insuperable agonía que Sor Lucía debió afrontar antes de osar escribir ese texto; explica en fin por qué los Papas, desde el optimista Juan XXIII hasta Juan Pablo II, han vacilado, tardado, y sin cesar dejado para más tarde su divulgación, buscando a toda costa mantenerlo oculto (…)

La Gran Apostasía de los “Últimos Tiempos” anunciada por las Escrituras
A alguno que preguntaba sobre el contenido del tercer Secreto, Sor Lucía respondió un día: “¡Está en el Evangelio y en el Apocalipsis, leedlos!” Ha confiado también al P. Fuentes que la Virgen María le había hecho ver claramente que “estamos en los últimos tiempos del mundo” (lo que no significa, es necesario decirlo, el tiempo del fin del mundo y del juicio final, puesto que primero debe venir el triunfo del Corazón Inmaculado de María). El mismo Cardenal Ratzinger, evocando discretamente el contenido del Secreto de Fátima, ha mencionado tres elementos importantes: “los peligros que pesan sobre la fe”, “la importancia de los últimos tiempos”, y el hecho de que las profecías “contenidas en el tercer Secreto corresponden a los que anuncia la Escritura”. Aun sabemos que Lucía ha indicado un día los capítulos 8 a 9 del Apocalipsis.
Es por eso que consagro los dos últimos capítulos de mi libro a recordar las grandes enseñanzas de Nuestro Señor, de San Pablo y de San Juan ‒¡de tal modo desconocidos hoy!‒ anunciando las turbaciones, las herejías y finalmente la gran apostasía que sobrevendrán en los “últimos tiempos”. Y, de hecho, las aproximaciones objetivas entre las profecías de la Escritura y la gran profecía de la Virgen de Fátima, al alba del siglo XX, parecen muy numerosas y sorprendentes: ¿cómo, por ejemplo, atribuir al azar el hecho de que los tres Secretos de Fátima parecen corresponder, de manera sorprendente, a los tres temas principales que desarrolla sucesivamente el Apocalipsis en sus capítulos 11, 12 y 13?
Hemos dicho ya bastante para comprender que nada es tan importante, tan necesario, tan urgente como hacer conocer, sin tardanza, a todos los fieles de la Iglesia el texto del Secreto de María en su integridad, en su límpida verdad, en su riqueza profética y su trascendencia divina.
 
Hermano Michel de la Santísima Trinidad
(Tomado de su libro “Toda la verdad sobre Fátima”, publicado en agosto de 1985)

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