EL EXAMEN DE CONCIENCIA
Juan era verdaderamente un hombre extraordinario. Su
nombre corría de boca en boca, lo mismo que sus virtudes y sus obras. Se
hablaba de él como de un profeta, como del Mesías. El Sanedrín decidió
despachar enviados para pedirle explicaciones: “¿Tú quién eres, entonces?” Juan, no siendo iluso o distraído de su
propia realidad, confesó quién era.
Tan agitados siempre por inquietudes y preocupaciones
terrenales, necesarias o a menudo triviales, ¡qué oportuna sería para muchos
cristianos una severa y estricta embajada que nos obligara a una
minuciosa revisión profunda, real de nosotros mismos y de nuestras obras!
Mas, si prestamos humilde atención, advertiremos que hay
muchas voces suscitadas por Dios ocultas en los pliegues de nuestras
conciencias, o en los serios golpes de ciertos contratiempos, o en las
expresiones de quien nos critica y embiste, o en las varias circunstancias de
la vida. Son éstos verdaderos “enviados” que, interrumpiendo los encantos de la
vida, con frecuencia nos interpelan: “¿Quién
eres tú? ¿Por qué haces esto? ¿Eres digno? ¿Sabes lo qué haces?”. Si
fuésemos nosotros mismos los que nos preguntáramos, y supiéramos contestar con
franqueza, ¡cuánto provecho sacaríamos en nuestra vida moral!
Y justamente, el preguntarnos y el sabernos contestar
acabadamente, es lo que hacemos cada vez que realizamos, cuidadosa y
reflexivamente, nuestro examen de conciencia. Este examen es de capital
importancia para conocernos y para corregirnos.
Es admirable el modo con que San Juan Bautista contesta a
sus interlocutores. Su conciencia es un libro abierto, ordenado, edificante. Su
respuesta es sincera, clara y de típicas humildad y verdad: “No soy el Cristo; le preparo el camino.
Bautizo, con agua. No más. Es sólo el preludio del gran Sacramento. No soy ni
Elías, ni un profeta, sino una voz y nada más. ¡Ajá! El Mesías está entre
vosotros y no le conocéis.” En el Bautista, esta cabal y pronta respuesta
es fruto de un exacto examen.
1] El examen de conciencia, entonces, es necesario para
conocernos.
Se ve en muchos cristianos una señal de gran descuido
moral al no ponerse frente al propio “yo”. Sienten tal repugnancia, que les parece
que morirían si se detuvieran un momento a reflexionar sobre sus vidas y sus
obras. No reflexionan, porque no quieren que muera aquella ficticia
personalidad que se han formado de sí mismos, poco a poco, desde su niñez.
¡Qué diferencia entre esta clase de cristianos y los
paganos! Son los mismos paganos quienes nos dan una gran lección, pues
consideraban el examen de conciencia como un medio valiosísimo de adquirir la
sabiduría. En varias partes y hasta en sus templos esculpían la frase:
“Conócete a ti mismo”.
El gran Séneca decía de sí mismo: “Cuando la luz está apagada y los sirvientes duermen, yo me esfuerzo en
pensar sobre mi responsabilidad cotidiana. Considero y mido mis palabras y
obras, y no disimulo nada, y me castigo cuando he faltado, para no recaer.”
Ésta es sabiduría antigua que ha sido perfeccionada por
el Cristianismo. San Pablo recomendaba mucho a los Gálatas: “...Cada uno examine sus acciones”. San
Agustín después de su conversión, con la luz de la verdad que le iluminaba,
repetía esta oración: “Conocerte a Ti,
Señor, es conocerme a mí.” ...Oración que deberíamos repetir también
nosotros, si aspiramos a un poco de perfección…
2] El examen de conciencia también es necesario para
corregirnos.
En algunos atlas antiguos se señalaban ciertas áreas con
palabras tales como “Tierras
desconocidas”, “Incognita terra”. ¡Cuántos podrían describir así su
conciencia! ¡Cuántos repliegues de nuestro corazón aún inexplorados!
Vivimos toda una vida. Cada día, poco a poco, nos estamos
acercando inexorablemente a los umbrales de la tumba... ¡pero sin habernos
conocido lo suficiente!
No son pocos aquéllos que se jactan de ser hombres de
bien a pesar que tienen la conciencia llena de falsas ideas y de prejuicios sobre
su carácter, en materia de religión o sobre los deberes de su estado, sobre la
necesidad de las buenas obras, o acerca de la obligación de instruirse en la
doctrina cristiana.
Y cuando no se conoce una zona: ¿Cómo se la podrá
evaluar, mejorar, conseguir más rendimiento? Si el médico no examina bien al
enfermo, no le será fácil curarlo. Es una insensata pretensión querer
corregirse y adelantar en la virtud, sin examinarse.
Algunos elevan la ignorancia a la categoría de “octavo
Sacramento”, pues dicen que salva a muchos cristianos... En realidad, no se
puede afirmar con seguridad “que la ignorancia salva, o excusa”, sin ver
primero “si la ignorancia vale en el caso individual” y “cuándo la ignorancia
vale en el caso individual,” particularmente luego de tantos llamamientos del
Señor, que no son sino una verdadera embajada que nos sitia.
No es tan sencillo clamar ignorancia… Hay enfermedades
tan severas que no es extraño que nos hagan muy difícil el rezar. San Ignacio
de Loyola, dice que la enfermedad que nos dispensa de la oración cotidiana no
nos exime del examen de conciencia. San Juan de Ávila, verdadero maestro
espiritual, declaró abiertamente “Si
vosotros hacéis con constancia el examen de conciencia, vuestros defectos no
podrán durar mucho tiempo.” De manera que podemos afirmar que cuanto más
conocemos las condiciones de la conciencia, tanto más elevada será nuestra
perfección; y de hecho, conocemos nuestra conciencia a través del Examen.
Comúnmente se distinguen tres tipos de examen de
conciencia: a) El Examen Particular, b) el Examen Cotidiano y c) el Examen para
la Confesión.
a) Por ser bastante específico, no se pretende siempre de
todos los fieles el Examen Particular. El Examen Particular es un breve examen
que se cumple cada tanto en el día, p.ej. al mediodía, y por la noche, antes de
irse a dormir. Versa sobre una falta dominante o sobre una virtud: “¿Cuántas veces he caído en la murmuración y
en la crítica (etc.) hoy por la mañana en mi trabajo? Voy a redoblar la
vigilancia sobre mí mismo cuando vuelva a trabajar por la tarde… Pésame Dios
mío…”
“Pequeñas cosas” lo llamarán algunos. “Trivialidades.
Sonseras de estos curas. ¡Pequeñeces de sacristía!”, dirán los atrevidos de
siempre, aquéllos cuyo mayor logro apreciable en esta tierra es el haber hecho
el culto del enquistamiento en la mediocridad.
Ahora bien, el precioso trabajo de bordado de una
costurera, ¿no está hecho, acaso, de pequeños puntos? ¿No es con breves
movimientos de sus alas que el ave se eleva al cielo? ¿No es debido a diminutas
explosiones en el motor, que un auto se desplaza aun cuando circula a gran
velocidad?
b) Examen Cotidiano: Si, durante el día, el trabajo nos
absorbe, es también apropiado y justo para el cristiano el doblar la rodilla
por la noche y el abrir la propia conciencia como libro en mano, y releer en
ella, aunque fuera brevemente, aquello con lo que a lo largo del día se ha
cumplido y con lo que no. Ante las faltas, al principio se va viendo que
difícilmente disminuyen; pero con el tiempo la voluntad asistida por la Gracia
las trabajará con fruto. Como no sólo
hay que evitar el mal, sino que es necesario también hacer el bien, hay que
sinceramente preguntarse si no se ha malgastado tiempo precioso al no haber
realizado suficientes obras buenas.
Si uno está muy cansado, es mejor acortar las oraciones
que dejar el Examen Cotidiano de conciencia.
La ventaja del Examen Cotidiano por las noches hará más
fácil el:
c) En el Examen para la Confesión seremos más
diligentes y serios. Aquéllos a quienes poco les importan los exámenes de
conciencia, son quienes tienen tantos problemas para confesarse. Tan a menudo
el confesor percibe que vienen mal preparados a la Confesión, y hasta con
fastidio, pues ellos mismos advierten sus propios engaños y falencias. Están
arrodillados en el Confesonario, pero como “queriéndose ir...”
Verdaderamente aquéllos que jamás se examinan, que jamás
se ayudan de alguno de los exámenes de conciencia que están en los misales o
devocionarios, son los que no consiguen encontrar pecados en su conciencia.
Los Santos, al contrario, acostumbrados a escrutar
luminosamente su conciencia, descubrían siempre imperfecciones y defectos,
haciendo más resplandeciente su espíritu por tanto. De aquí que el gran
Arzobispo de Milán San Carlos Borromeo siempre fuera acompañado por su confesor
para poderse confesar muy frecuentemente y así no dejar que nada se le
escapara, aun cuando salía de visita pastoral a sus parroquias, resplandeciendo
siempre a los ojos de Dios.
Como conclusión digamos que la sinceridad nos debe guiar
constantemente tanto en lo referente a Dios, como en lo que hace a nosotros
mismos. El examen de conciencia, además, nos será muy útil ayudándonos a tener
siempre el oído atento a los llamados de la Ley de Dios, de nuestros deberes y
aun de los rectos juicios de nuestros allegados.
Y cuando alguien nos aporte justa crítica, observación o
reproche, es como si se nos preguntara “¿Y
tú quién eres?” Así como la pesquisa de los fariseos para nada confundió a
San Juan Bautista, tampoco nos ocurrirá a nosotros si examinamos los hechos,
pensamientos, palabras y omisiones de nuestra vida a la luz de estrictos
exámenes de conciencia.
Así como San Juan Bautista, con su ejemplo y predicación,
dispuso a los hebreos para la venida del Mesías, nosotros, a través de un santo
examen de conciencia, nos prepararemos a la venida del Niño Dios, en esta
Navidad que se acerca.
“¡Enderezad los caminos del Señor!” truenan incontestadas las palabras del Precursor desde
hace veinte siglos. Allanemos, pues, los caminos de nuestro corazón con el
frecuente examen de conciencia, y el Salvador bajará a ellos para concedernos
Sus protectoras gracias.
Que la escena de la embajada de los fariseos a San Juan
Bautista siempre nos recuerde el capital deber del examinar nuestra conciencia
puntual y exactamente.
Architriclinus
3 comentarios:
Una de las cosas mas difíciles en el exámen de conciencia es evitar las propias trampas y autoengaños, las justificaciones baratas. Yo me las he hecho de a miles.
PACO LALANDA
Hermoso sermon!! Quien es el autor? Sin duda un hombre de Dios.
Pehuen Cura.
Juan - o mejor dicho Jokanaan ben Zacharia, era un gran hombre y profeta. Pero era consciente que estaba preparando el camino a su Glorioso Primo, Nuestro Rey y Señor.
Como Juan, debemos darnos cuenta que debemos preparar el camino a alguien superior. No al "otro" como lo llamo Nuestro Señor, sino a El, en su Gloriosa Vuelta para juzgarnos definitivamente.
¡Gloria in excelsis Deo!!!
Pehuen Cura.
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