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SOMBRAS NADA
MÁS
La realidad es ésta: la patria está en
tinieblas y ensangrentada. Síntesis trágica y exacta a la que sólo cabe agregar
la traición de los centinelas, la cobardía de los custodios, la ceguera de los
vigías… La ciudad está indefensa. Ha sonado la hora de las sombras y de la
muerte, de los alejamientos y de las reformas.
Física y metafísicamente, la Argentina
está ciega y se mueve, temulenta, entre tinieblas cerradas que ni Segba ni
Alfonsín pueden disipar. Y en ellas camina el Enemigo. ¿Quién es el Enemigo?
Todos lo ocultan y él se oculta entre todos. ¿Quién armó y blanqueó a Baños, a
sus ideólogos y a sus cómplices? ¿Sus amigos de “arriba” o de afuera?
Interrogante terrible porque lo primero que se ha de determinar en política —la
política en serio, no una expresión de la picaresca— es “el enemigo”. Es
preciso tenerlo bien en claro desde el comienzo
y para siempre, para no confundirse jamás, no engañarse cualquiera sea
el ropaje, el rostro o el nombre que utilice. Llámese Coordinadora, Derechos
Humanos, Teología de la Liberación, Sandinismo o Democracia, el Enemigo aparece
—encuentro de Jano y Leviathan, de Hobbes y de Mao, de Rousseau y de Castro, de
odio místico y de terror teorético y táctico—, plástico, viscoso, fluido,
reptante, destructor y contradictorio oscila entre la biología animal y el
humanismo, y se pierde en el crimen clandestino y se expresa en productos
estéticos sin belleza o que tienen la del nihilismo aniquilador. Éste es el
Enemigo con el cual, durante los ya largos años de su insoportable gestión,
nuestros gobernantes han colaborado de forma más o menos desembozada
pretendiendo hacernos creer —suprema estrategia del demonio— que no existía.
Ahora la sangre de nuestros soldados y policías muertos, heridos, mutilados ha estallado
como la verdad, la única verdad de la que los argentinos pueden hoy estar
plenamente seguros. A pesar de los apagones, de las crisis, de los fracasos,
esa sangre de héroes y mártires resplandece con una luz propia e imperecedera
que no necesita de los diarios, de las tribunas, de las cátedras, del teatro ni
del cine ni del humanismo internacional para hacerse ver y para permanecer
entre nosotros como un testimonio, como una acusación y como un arma.
En la Argentina ha ocurrido un fenómeno
que no es de este mundo: han revivido los fantasmas del pasado, esos mismos que
una propaganda astuta pretendió hacernos creer que ya no existían o que, en
realidad, nunca habían existido; esas consejas populistas y —según las cuales
los asesinos de ayer eran mártires y víctimas y que la represión fue una fuerza
del mal casi abstracta, que giraba en el vacío, sin explicación ni
racionalidad— se evaporaron, todo el tinglado se desplomó al calor de la
presencia de estos estrategas del mal. Ya los jóvenes saben, y no deben ni
pueden seguir creyendo en el empacado magisterio de Sábato ni en las sofocantes
historias de la Bonafini. La Tablada es una divisoria de aguas que le pone fin
a la etapa de mala memoria, de deformación y de desinformación a la que los
medios de comunicación, la clase política, los escritores y cineastas, los
cantaautores, los locutores de televisión, los jueces —toda esa runfla que se
conoce como “intelligentzia”— todos aquellos especialistas en forjar slogans
como quien fabrica puñales, nos habían acostumbrado y sometido, casi sin
posibilidad de respuesta ni de reacción. Se estaba levantando para consumo de
los nativos —así como antes se había vendido el producto en el exterior— una
dogmática implacable, una dogmática que determinaba que en la Argentina se
había llevado a cabo un genocidio y que éste no admitía explicación y no se
permitió a nadie dudar de su existencia ni de su evidencia. Habíamos sido
gobernados por asesinos cebados en jóvenes frecuentadores de parroquias y de
villas-miserias y en cándidos idealistas que se habían limitado a pedir el
boleto estudiantil o se habían dedicado a tareas tan higiénicas como esa. Pues
bien, toda esa farsa —enseñada por Alfonsín, proclamada por Molinas, comprobada
por Sábato, condenada y trocada en sentencia por los D'Alessio, Gil Lavedra, y
otros que nadie recordará, descripta por Antín, bendecida por curas casi
apóstatas y usufructuada por tantos —ya es insostenible porque el pueblo entero
pudo comprobar —con sólo oír radio o ver televisión— que los perseguidos eran,
en la realidad, perseguidores, y que los apóstoles de la paz y del amor no eran
más que homicidas feroces.
En el interín y junto a este cuidadoso
ejercicio por disimular y ocultar la verdad, el gobierno radical se dedicó a
imaginar, que es lo contrario de gobernar. Se soñó con la inserción en el mundo
y con el ingreso al siglo XXI pero —como acaba de ocurrir con la brutal
reaparición de la guerrilla escondida en los pliegues del poder— ello no fue.
Se cortó la electricidad y el país, en una supuesta plataforma de despegue,
retrocedió con igual brutalidad al siglo XIX. Y así como no queda espacio para
la mentira tampoco queda para la utopía. La realidad se impone, tarde o
temprano y a cualquier precio; a veces, como éste que nos toca pagar a los
argentinos, a uno muy alto. Alto, humillante y ridículo.
Tanto daño, tanto perjuicio, tanta mala
fe y mala intención, tanta falta de idoneidad, tanto ocultamiento y
complicidad, deberán castigarse. ¿Cómo? ¿Quién? Esto la República deberá
determinarlo alguna vez y pronto. Y si es sistema se muestra incapaz de hacerlo
deberá ser reemplazado porque la democracia no está por sobre todo, como lo
cree el Dr. Raúl Ricardo Alfonsín, el dueño de las sombras y el señor de los
silencios, de las farsas y de las deformaciones.
Nota: Editorial correspondiente a “Cabildo” Nº 128, segunda época, año XIII, del 23 de febrero de 1989, que hace referencia al secretario de Energía de Alfonsín, Roberto Pedro Echarte. Actualice nombres propios para adaptarlos a esta época del régimen, y parece
escrito hace pocas horas.
3 comentarios:
Pasaron casi veinticuatro años y algunas cosas siguen igual y otras cambiaron para peor, pero el hedor se sentía en 1989 y ahora es insoportable. Gracias por recordar, porque de la auténtica memoria se hace la historia y se intenta construir un mejor futuro.
La fiesta popular mas grande que hubo en la Argentina fue en septiembre de 1955. Ni siquiera el mundial de fútbol opacó aquella manifestación espontanea y masiva de alegría. Había caido Pochito y el pueblo, su pueblo, festejaba como loco, entre improvisados bailes en las esquinas, música y risas imparables. " Se va el caimán..." lo canté hasta dsgañitarme en la avenida Corrientes, a coro con miles de voces.Pensé en ese momento que sería imposible en el futuro encontrar un personaje tan siniesstro y que dañara a la Patria tanto como el degenerado de Pochito. Pero me equivoqué y decadas mas tarde llegó la rata de albañalque no voy a nombrar, escuerzo chascomucense que trajo el trapo rojo y la pornografía como estandarte. A veces parece que ni Dios puede con tanta escoria.
PACO LALANDA
Y como en 19898, en 2013 faltan hombres de armas con pelotas.
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