BALANCE DE TREINTA
AÑOS
Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
(Rodrigo Caro, Canción a las ruinas de Itálica).
Las
agitadas postrimerías del año que
fenece encuentran a la Argentina sumida en un verdadero marasmo espiritual,
político, social y económico. La generalizada sublevación de las fuerzas
policiales con el concomitante saldo de saqueos, pillaje, devastación y muerte
en casi toda la geografía de la Patria, es tan sólo el colofón de un largo
proceso de incontenible caída. La sociedad argentina está enferma, fracturada,
convulsionada, confundida, corrompida y desamparada. Todo parece ir, en un
permanente vaivén, de la tiranía a la anarquía. Quienes se dicen gobernantes en
nada se distinguen de una banda de salteadores y criminales (que lo son de
hecho, al menos en sus cabezas principales). Quienes fungen de opositores son —salvo
alguna excepción— un conjunto de mentecatos cuya vacuidad intelectual y moral
no conoce límite.
En medio de este panorama sombrío
todo el stablishment —político,
empresarial, intelectual y hasta eclesiástico, duele decirlo— se dispone a
festejar los treinta años del advenimiento de la democracia. Estamos asistiendo
a la puesta en escena de un gran fasto nacional, bastante menguado,
ciertamente, por el humo de los incendios y el fragor de los saqueos. Un
auténtico paisaje onírico… pero de pesadilla. No hemos querido, pues, dejar
pasar estas circunstancias sin esbozar un balance, siquiera somero, de estos
treinta años de espanto y de impostura.
La primera pregunta que cabe
plantear es esta: ¿qué pasó, realmente, en Argentina, aquel 10 de diciembre de
1983 cuando el gobierno de Alfonsin inauguró esto que la historia oficial llama
“el retorno de la democracia”? En efecto, lo que advino fue la democracia en su
peor versión, esto es, ese régimen ilegítimo y espurio que procede de la
corrupción de la república. Y su advenimiento, lejos, muy lejos, de ser el
fruto de las “luchas populares” —como pretende hacernos creer la épica barata impuesta
por la propaganda— no fue otra cosa que la obligada salida de un gobierno
militar que, acorralado por sus propios errores y contradicciones, se derrumbó
tras el último cañonazo de los defensores de Puerto Argentino. Cuando el cañón
de Malvinas se llamó a silencio, el régimen militar iniciado en 1976 no tuvo
otra posibilidad que convocar a la vieja partidocracia a la que,
irresponsablemente y sin condiciones, entregó el poder. La misma partidocracia
que, apenas siete años antes, inerme e impotente ante la subversión, cuando no
directamente vinculada con ella, había generado el mayor caos y vacío de poder
de que se tenga memoria.
No fue, pues, mérito de esa
partidocracia la que la llevó al poder sino la vacancia de un gobierno militar
que se disolvió como escarcha al sol tibio de la mañana. Es importante destacar
este hecho que es la desmentida más expresa a la impostura que desde hace tres
décadas se va imponiendo a las sucesivas generaciones de argentinos. Todo no pasó
de un simple relevo: la autocracia militar cedió el poder a la partidocracia
civil.
¿Y qué hizo esa partidocracia
vuelta al poder? Lo primero, presa de una angurria voraz, se adueñó de todos
los resortes del Estado al que saqueó prolijamente y convirtió en un botín de
guerra. Pero, lo más grave, fue que esa partidocracia se hizo instrumento
servil de una sistemática destrucción de la Argentina; una destrucción que no
ha dejado nada fuera de su alcance deletéreo y que se realizó siguiendo, al
menos, seis grandes líneas maestras que, a modo de hilos conductores, han
permanecido inalterables, bien que con diversos grados de intensidad y con
acentos distintos, a través de los sucesivos gobiernos democráticos.
La primera de esas líneas fue la imposición, a sangre y fuego, de una
falsa mitología que entronizó en el centro de la vida argentina el ídolo de la
Democracia y los Derechos Humanos. Esta idolatría totalitaria sustituyó a la
Patria y se constituyó en una suerte de divinidad impoluta e intocable a cuyos
pies se sacrificó todo. De la mano de esta idolatría se impuso una visión maniquea
de nuestra historia, se sacralizó el dogma de una dictadura genocida —suma de
todos los males— de la que por arte de magia vino a liberarnos la Democracia, se
exaltó hasta el paroxismo la mentira de los treinta mil desaparecidos, se
proclamó un nunca más que en los
hechos no fue otra cosa que la reivindicación del terrorismo fratricida cuyos
fautores fueron ascendidos al procerato mientras sus víctimas fueron sepultadas
en el silencio y en el olvido.
La segunda línea maestra consistió en la destrucción, pensada y
ejecutada hasta el detalle, de las fuerzas armadas, desmovilizadas moral y
físicamente, perseguidas con saña digna de mejor causa, encarcelados sus
antiguos combatientes en la guerra contra subversiva, insultadas,
desprestigiadas y humilladas sin límite ni freno, reducidas a la impotencia y,
con ellas, la nación toda reducida a la mayor indefensión de su historia.
La tercera de esas líneas, quizás la más significativa y exitosa, fue
la guerra cultural, promovida desde
afuera por bien identificadas usinas ideológicas y financieras. Esa guerra
cultural —que sucedió a la guerra revolucionaria de los años setenta, guerra a
la que, sea dicho de paso, el gobierno militar no entendió nunca y a la que,
finalmente, sucumbió— fue y es implacable: una a una, sin pausa, logró hacer
caer todas las barreras y las defensas de una sociedad en la que aún
sobrevivían los restos de su origen cristiano y algunos islotes del orden
natural. Cayó, así, la familia empezando con el divorcio y culminado con la
legalización de la contranatura, al tiempo que se debilitaron, hasta el punto
de su ruptura, los vínculos parentales, sustrayendo a los hijos de la autoridad
paterna e imponiendo “modelos de familia” contrarios al orden natural y a la
ley de Dios. Tras esta ofensiva contra la institución familiar, halló su cauce
la “cultura de la muerte” con el aborto, la eutanasia y la contranatura como
políticas de Estado. Cayó la escuela convertida en el laboratorio de las más extravagantes
experiencias “educativas” e instrumento eficaz de corrupción de nuestra niñez y
juventud. Cayó lo poco que quedaba del orden cristiano y de la tradición
hispanocatólica gracias a una ofensiva inédita contra las raíces fundacionales
de la Patria. Un indigenismo absurdo y trasnochado logró imponer en la misma
Constitución la noción de “multiculturalidad” y “multinacionalidad” a la vez
que se derogaron los escasos vestigios que en el texto constitucional daban
cierto respaldo jurídico a la unidad espiritual de la nación. Como consecuencia
de todas estas caídas se produjo la más radical y profunda sustitución del ethos social: cada día se nos hace más
difícil reconocer el rostro de la Argentina histórica cubierto por la máscara deforme
de este esperpento en que nos hemos convertido. Si algo mide, con angustiante
exactitud, el éxito de esta ofensiva cultural es que a lo largo de estos
treinta años hemos visto como el gramscismo instrumentalizado por Alfonsin, que
supo suscitar una fuerte oposición católica, culmina, ahora, en la corrupción
de la juventud organizada y promovida por funcionarios que se proclaman
católicos.
La cuarta línea de destrucción tuvo por blanco a la Justicia sometida
al más impúdico manipuleo ideológico, puesta al servicio de la venganza para
con los enemigos y de la obscena impunidad para los adictos; con ella el entero
orden jurídico se derrumbó. Más aún: esa disolución del orden jurídico, unida
al prevaricato de los jueces, empezando por la Corte Suprema, es la que ha
posibilitado que más de un millar de hombres de las fuerzas armadas y de
seguridad purguen en cárceles ignominiosas el haber defendido a la Nación de la
agresión subversiva. La ideología “garantista” hizo el resto al desmontar la
legislación represiva del delito y proteger y promover las formas más viles de
la delincuencia.
La quinta línea apuntó a disolver el orden social merced al aliento
sistemático, desde el poder, del caos y de la indisciplina y al azuzamiento de
los conflictos hasta llegar a la actual situación de guerra social en pleno
apogeo en estos días. Esta guerra, como la cultural en su momento, responde a
usinas ideológicas manejadas desde afuera con la activa complicidad de los
agentes nativos. De esta manera, el resultado no ha sido otro que la anomia.
La sexta y última línea de destrucción socavó los cimientos del orden
económico pues todos los males que en ese terreno veníamos padeciendo se
agravaron y multiplicaron al infinito con el sometimiento a la usura y al poder
financiero, con sus secuelas de endeudamiento, miseria, subdesarrollo,
marginalidad social y destrucción del aparato productivo. Los períodos de
“bonanza” y de “crecimiento” no desmienten lo que decimos toda vez que la
bonanza no pasó de ser un mero incremento del consumismo y el crecimiento no
significó un desarrollo integral de la nación. Las sucesivas recetas económicas
tuvieron siempre como resultado invariable la conculcación de los derechos de
los ciudadanos honestos sometidos al despojo de los bienes, al latrocinio
fiscal y la pauperización creciente.
En fin, largo sería enumerar todos
los horrores y las ruinas que se han ido acumulando en estos treinta años de
democracia. Sólo la estulticia o la complicidad pueden llevar a pensar que hay
algo que festejar en la Argentina.
No, no hay nada que festejar y sí
mucho para lamentar, deplorar y aún llorar. Porque esta democracia ha cubierto
al país de miseria, de ignominia, de humillación, de dolor, de muerte, de luto
y de llanto.
En estos treinta años se ha ofendido
gravemente a la ley de Dios, a la realeza de Cristo, a la tradición de la
Patria, al orden natural, a la razón, a la lógica y al buen sentido.
Es hora de hacer penitencia. No de
festejar.
Mario Caponnetto
Santa
María de los Buenos Aires, 10 de diciembre de 2013
3 comentarios:
Resumido, elocuente, suave y elegante descripción objetiva de estos últimos seis lustros de sistematica política antitea y antinatura.Uno de los hijos de perra mas grandes que llegaron al poder, el batracio lagunero de Chascomús fue quien dio el puntapié inicial,y ahora lo llaman "el padre de la democracia".Es para voniutar.Creo que hay un problema principal en nuestra cultura : EL MENOSCABO DE LA UTORIDAD. Sin ella, como esta a la vista, estamos a merced de las fieras. En el colegio y en el cuartel. Hoy a una sedición se le llama "discusión laboral". Antes hubiera terminado con un fusilamiento, hoy termina con un "tweet".
Para mi, allí empieza y termina todo.Mas en el fondo, la verdad es que todo se trata de un patético intento de vivir sin Dios.
PACO LALANDA
Carísimo Mario: excelente descripción de la realidad; y si por supuesto "Es hora de hacer penitencia. No de festejar."_
Pero también creo que hay mucho para hacer, como tengo tu ejemplo personal, tu alumnado que día tras día se ve plasmada la realeza social de NSJ.
Falta mucho o poco, no lo sabemos, para que llegue El Señor y encuentre a esa pequeña grey restaurando y reinstaurándolo una tras otra todo en Cristo, en la Iglesia, en las almas, la familias, la sociedad y Nuestra Patria; como sean las circunstancias, con nuestro derecho Cristiano de la lucha "espada en mano", rezando o Catequizando.
O mejor como dice el poeta:
El río de tu nombre es sacramento
-la voz del al agua y la paloma-
tu cuerpo es el torreón que se desploma sin rendir armas ni lanzar lamento.
Como una profecía, el juramento de dar tu sangre por la patria, asoma.
Era el martirio un ámbar en redoma, cristal herido, fiel presentimiento.
Nos dejas las honduras y las galas
de esas lecciones que en tu voz tañían, los libros del combate jubiloso.
Y un abril por el sur nos dejas alas que el invasor dedujo que tenían la fuerza de tu verbo victorioso.
(Poema a Jordán Bruno Genta)Por Antonio Capnnetto.
Un Abrazo, (tu amigo incondicional) Por Dios y por La Patria;
Silvio Andrés Martinelli.
Gracias, querido Silvio.
Te mando un abrazo.
Mario
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