viernes, 20 de julio de 2012

Siempre CAFE



  

¡CAFÉ!
  
  
La cosa sucedió bajo los cedros de Ketama, luego de las maniobras del 36 en el Llano Amarillo, después del desfile final y antes de la dislocación de seis banderas del Tercio, diez tabores de Regulares, seis de la Mehala, siete Batallones de Infantería, diez escuadrones de Caballería, seis baterías y los correspondientes servicios. El Alto Comisario presidía un solemne rancho de despedida.
  
¡Ah!, se me olvidaba: era el 12 de julio.
  
De las largas mesas ocupadas por la oficialidad venía una marea de voces jóvenes y alegres. Gritaban: “¡Café!”. Y ellos mismos se contestaban: “¡Siempre café!” o “¡Café para todos!”.
  
Según se relata en la Historia de la Cruzada, el Alto Comisario preguntó:
  
— ¿Pero por qué esos locos piden ya el café, si aún estamos en los entremeses?
  
Desde el punto de vista del buen orden gastronómico, no le faltaba razón al Alto Comisario, pero la verdad es que aquellos gritos significaban algo muy distinto. Café, para los iniciados —y allí eran muchos—, quería decir: C-amaradas, A-rriba F-alange E-spañola. Este café —¡qué buen café, qué buena leche!— era ya bastante popular en toda España. Fue, por decirlo así, el primer café nacional.
  
Días más tarde, en la noche de un sábado al domingo, también había café en Pamplona, al otro extremo de la conspiración. Prácticamente todo estaba decidido, y quién más quién menos ya se había mojado el trasero en las aguas del Rubicón, pero hasta la madrugada no sonarían las cornetas y los tambores con la más celeste diana que se recuerda. José María Iribarren, que estaba junto a Mola, evoca aquellos instantes: “En los salones (de la Comandancia) consumían su anhelo entre cafés, humazo y emoción. Se gastó el general más de ciento cincuenta pesetas en cafés”.
  
A partir de aquel momento, el café lo mismo fue rojo que nacional. El café se transformó en un objetivo militar, y en virtud de nuestra buena raíz antirretórica nadie decía: “Ahora vamos a tomar San Sebastián”, sino que, con un tono más familiar y entrañable, se proponían las cosas de otra manera: “Ahora vamos a tomar café en San Sebastián”. Este cafetismo estratégico encerraba dentro de sí decisiones verdaderamente espartanas a uno y a otro lado de la línea. ¡Cuánta gente murió en los dos bandos por tomar café aquí o allá!
  
En una crónica del “Tebib”, fechada en Alcorcón (6 de noviembre del año de salvación), se lee: “Las gentes nuestras ya no pueden con su impaciencia. Hoy no se oía en los cuarteles generales, como en los parapetos, más que un horrísono griterío que decía: «¡A la Puerta del Sol! ¡A la Puerta del Sol! ¡Queremos tomar café en Madrid…!» Ha costado un verdadero triunfo a los jefes de las unidades contener a los soldados en la línea descrita”. Por su parte, Cavero precisa: “La Imposible era una posición roja, clavada en la misma línea de nuestras avanzadas, y así llamada porque por su situación —la establecieron cuando Durruti llegó con sus primeras hordas, en pretensión de «tomar café en Zaragoza»— se consideraba inaccesible”. Por cierto que Fuenmayor señala que la intención de aquellos aficionados al café era más concreta, “aquellos imbéciles… iban a tomar café en el despacho del general Cabanellas, en la plaza fuerte de Zaragoza”.
  
Quien consagró oficialmente el cafetismo fue Napoleonchu Aguirre, el cual, montado en su caballo blanco, anunció un día: “Vamos a tomar café a Vitoria”. Aquel café se le quedó en recuelo amargo gracias al puñado de hombres que en Villarreal cerró las puertas de Vitoria a la invasión rojoseparatista. Recuerdo que conviene dedicar a ciertos seres que no han asimilado la experiencia y quieren repetirla en vano bajo el amparo de signos sacros que manejan sacrílegamente. En el único sietio que estos seres toman café —como sus antecesores— es en los pesebres que el Kremlin habilita para cipayos de todo pelaje, religioso, intelectual o manicomiable.
  
Lo de tomar café en una u otra ciudad fue una dulce manía de rojos y nacionales, pero los que nos quedamos con la cafetera fuimos nosotros, aunque el café lo hemos repartido entre todos, entonces y ahora. Era ésta una frase tan corriente que yo me permití inventar la crónica que hubiera podido escribir cualquier memo del New York Times, pongo por ejemplo de periódico tan solemne e importante como tontorrón, a fuerza de oír lo de tomar café. “La guerra —decía aquel hipotético imbécil—, la guerra la hacen los españoles por tomar café”.
  
Entre las canciones de aquellos años destaca ésta, que todos conocen, digo yo: 


Yo te daré,
te daré, niña hermosa,
te daré una cosa,
una cosa que yo sólo sé:
¡Café!
Entre el “yo sólo sé” y el “café” quedaba un buen margen de ilusiones. Antes o después, la canción se adentraba por la ría de Villagarcía, precisamente una mañanica en la que cualquiera adivina el caballo del conde Olinos a las orillas del mar.
  


Rafael García Serrano
   (Tomado de su maravilloso libro “Diccionario para un macuto”)
   

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es hermoso esto, gracias Cabildo
Susana, pcia de Buenos Aires

Anónimo dijo...

Hoy nuestra madre patria vive su hora mas asiaga, la otrora luz del mundo, hoy a punto de su disoluciòn, por la grave crisis de la eurozona en extinciòn. ya se escuchan voces del norte de la peninsula iberica prolclamando autonomia del gobierno central, ayer la izquierda hoy el liberalismo, franco no esta. Dios salve a España. daniel jorge

Memoria dijo...

Ante la crisis española me puse a buscar en distintas páginas de Falange y agrupaciones dedicadas al nacionalismo y veo que andan en permanentes actos recordatorios, cenas homenajes, etc. De política actual, de problemas reales, de agitación callejera, de ideas para enfrentar el maremoto que los castiga casi no hay noticia. ¿Tendrá razón entonces Ynestrillas cuando ve la decadencia del "falangismo" español dedicado casi exclusivamente al arte de lo conmemorativo?

Caracol dijo...

Es muy lindo el texto, ¡grande García Serrano!
Lástima que las agrupaciones nacionalistas de la madre patria estén tan disgregadas, entre los máximos culpables de esta situación: el drogadicto Ynestrillas. Nada que ver con su padre. Una pena.
http://elcaracol.blogia.com/2006/120901-ynestrillas.-cuando-alguien-pretende-negar-la-evidencia.php/