jueves, 9 de diciembre de 2010

Abortómanas

OCHO MUJERES CONTRA LA VIDA
      
“Mi padre y mi madre me han abandonado
y el Señor me ha acogido”

(Salmo 27, 10)
       
La foto estremece. Allí están las caras de seis mujeres corroborando en las imágenes el epígrafe de la nota.
       
De alguna manera son el retrato silencioso de una tragedia. Porque ¿quién puede dudar? que mostrarse debajo de esas dos palabras: “Yo aborté”  anuda hondamente a la mujer con la tragedia.
       
Pero, por si no alcanzara con haber abortado, como si el espanto no fuera suficiente,  hacen que el testimonio trascienda y se difunda a los cuatro vientos. De tal modo que el reportaje sobre mujeres notables que abortaron, es tapa del diario “Perfil” del 5 de diciembre de este 2010. Estamos hablando de  una información que creemos reservada a la intimidad absoluta, ese sitio del alma donde el dolor está tan expuesto, que no debería ser siquiera rozado por la mirada ajena.
       
Lo que están confesando es un crimen de aquéllos, pero lo hacen y dicen sin indicio alguno de arrepentimiento, y sin culpa como si hubieran sido capaces  de  archivar el dolor por sus hijos muertos, indiferentes, con esa  voz neutra que parece ajena a la tristeza y a la propia conciencia.
         
Podríamos decir que estas raras mujeres, procuran  trasladar al estado las propias culpas, no por los crímenes cometidos, porque esas culpas parecen no alcanzarlas, sino por no haber podido abortar desde  la placidez de en un hospital público y gratuito.
          
Las mortifica, protestan, reclaman, mucho más por la clandestinidad de sus abortos, que por la misma monstruosidad del hecho.
           
Veamos el relato de una de ellas, Beatriz Sarlo (escritora) “…la primera vez fue a los 17 años… lo más triste de la situación fue la sucia clandestinidad y el dinero que tuve que entregar” es casi innecesario agregar algo, a esta confesión de inhumanidad resplandeciente.
           
Nosotros por el contrario pensaríamos que para una madre la cosa más triste y sucia y espantosa de este mundo debe ser menos, infinitamente menos, el cómo y el dónde se hace el aborto, sino, cuál es el fin adonde conduce esa maniobra, o sea, nada menos que la procurada muerte de un hijo y luego y antes pagarle a un verdugo para que haga lo suyo.
          
Por otra parte es fácil advertir como se intenta desviar el eje de la cuestión en este caso hacia la clandestinidad. El ocultarse no necesariamente es sucio, como pretende hacernos creer. “La sucia clandestinidad” no es tal. Dependerá en todo caso para qué nos ocultemos. Hay mil situaciones en que el ocultamiento es la manera  posible de preservar la dignidad, otras veces, la única de llevar adelante un proyecto grande y noble.
            
Nadie lo dude. La mugre no reside en lo escondido, no, no: la mugre habría que buscarla en el sucio corazón de hombres y mujeres quienes deciden que eliminando a un hijo solucionan algo, o suprimen un mal, y además pregonan que ese camino de espanto por el que ellos prefieren andar, es el que debería transitar la sociedad argentina.
           
En cuanto al otro componente de la tristeza “…al dinero que tuve que entregar”, qué podríamos agregar que supere  semejante autodeschave. ¡Qué horror! ¿El aborto? No, hombre, ¡entregar la guita! ¿O existe algo más horroroso?
           
Tal vez, sería bueno recordar a Juana Inés de la Cruz cuando trata de establecer, poéticamente, alguna gradación dentro de la miseria moral de los hombres y se interroga sobre quién es peor: “la que peca por la paga o el que paga por pecar”…
            
En el mismo sentido, la actriz Kuliok destaca también la circunstancia de no contar con una ley que podríamos llamar, para pieles sensibles: “abortar de manera ilegal tiene un alto costo emocional”. Ahora sí, gracias a esta opinión está más claro, el costo emocional tiene que ver con lo legal, o no legal, del aborto y poco, o menos, con la circunstancia más bien intrascendente, de liquidar al bebé.
          
Pero hay en el diario, distintos relatos y variados argumentos, aún más primarios aunque parejamente bestiales. Así F. Peña: “debemos tener soberanía sobre nuestro cuerpo y libertad de decidir…” Lubertino: “todas las mujeres tienen derecho a elegir sobre su vida”… Walger: “no me arrepiento de lo que hice… apuesto a que se legalice por la libertad de la mujer y su cuerpo”.
          
Son estas mujeres las que en la nota aconsejan  acerca de la conveniencia de votar una ley para que así como ellas lo hicieron, todos puedan darse el gustazo de abortar a la luz del día, con la ley de aborto igualitario y por supuesto gratuito. De entre las cosas que en 2010 ya resultan científicamente insostenibles, es negar la existencia de la vida humana desde la concepción. No es su vida, ni su soberanía, ni su cuerpo, ni ninguna de esas imbecilidades semánticas sobre lo que están decidiendo, es sobre otra vida, sobre la vida de otra persona.
          
Al respecto, el Papa Benedicto XVI enseña en una de sus encíclicas: “La verdad es que no se puede promover la humanización del mundo renunciado, por el momento, a comportarse de manera humana”.
       
Hay algunos otros, aún más ilustrados, que nos tiran por la cabeza  con una evidencia, para ellos axiomática: ¡Cómo no vamos a poder abortar en el siglo XXI!
           
Y es cierto, el planteo es intenso, pero en cuanto logramos acomodarnos del sacudón metafísico, nos preguntamos: ¿Qué tremebunda indagación? Les reveló que a partir de ahora, sería oportuno y hasta provechoso para la sociedad, matar a los seres humanos, en la panza de sus madres.
         
¿Por qué? ¿Este año claudicaría el derecho a la vida? o más aún: ¿Por qué se aceptaría matar a los niños como un nuevo derecho?
           
¿Cuál será la justificación? Para el extraño y penosísimo jubileo del 2010 por el que algunos se atreven no sólo a exigir y reivindicar y exaltar esos torpes crímenes como la llegada de una gloriosa vanguardia del progresismo.
          
Lo cierto es que esta parecería ser, la respuesta del progresismo, a la pregunta sobre la dignidad y el valor único de la vida humana. Si el progresismo, como expresa, agota sus propósitos en el aborto se estaría cumpliendo acabadamente aquella advertencia con que —no precisamente un católico— sino Theodor Adorno, señalaba su perplejidad ante la fe ilimitada en esa corriente: “Visto de cerca, progreso es el paso que va de la honda, a la superbomba”.
       
¿Hasta donde se oscurecerá la conciencia de los hombres, como para aceptar  su autodestrucción a través de la inicua legalización de la muerte de sus hijos y alegre y muy estúpidamente correr a recibirla?
             
Miguel De Lorenzo
     

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Adorno no habla del llamado progresismo político sino del progreso en el sentido iluminista.