LES
AFFAIRES PANAMÁ
América, continente vertical que parece
prefigurar la línea de las Bulas divisorias de Su Santidad Alejandro VI y la
posterior del Tratado de Tordesillas, tiene en Centroamérica el cordón umbilical de la doble masa de tierras, un
verdadero puente natural y nudo de las rutas transoceánicas entre los
hemisferios. Sobre estas tierras, surgidas sobre el ensueño del Caribe mucho se
ha hablado. Tema principal ha sido Panamá, integrante de las tierras nacidas para
la Cristiandad con Isabel de Castilla y Fernando de Aragón los Católicos e inmortales
monarcas. Esta América (que debió llamarse Isabela por su madre la citada Reina
Católica) fue organizada NO como colonia que nunca lo sería y sí, como REINO DE
INDIAS, independiente e integrante en pie de igualdad en la diversidad del SACRO
IMPERIO ROMANO GERMÁNICO dada nuestra unión con la CORONA DE CASTILLA.
Fue Carlos I de las Españas y V de
Alemania quien, en 1519 por Real Cédula, marcó su nacimiento, pactando con los
pueblos indígenas y estableciendo que nuestro REINO jamás podría ser separados
de la Corona de Castilla, ni dividido, asignándolo a infantes de la Casa Real.
Su hijo y sucesor Felipe II, conocido
históricamente como el Campeón de Catolicismo, por su lucha incansable contra
las herejías nihilistas de Lutero y Calvino, el insigne Monarca siguió el
mandato de su padre, haciendo de las INDIAS un
Estado Cristiano ejemplar. Éste se basaba en la libertad cristiana, es
decir, una legislación dictada como un Derecho al servicio de Dios, el Amor y
la Caridad. Así, fueron erradicadas las costumbres antinaturales que aparecían,
(y son un ejemplo) entre Incas y Aztecas. Debemos citar al respecto, las
guerras y agresiones mutuas, la antropofagia, la sodomía, los incestos, el
enterrar mujeres y siervos vivos junto al cacique cuando éste moría, la
poligamia, y los cultos idolátricos culpables de los sacrificios humanos que
habían alcanzado aspectos de horrores que no narramos por respeto al lector.
Mientras redacto esta nota tengo a mi
derecha un estupendo libro editado en 1990 del que es autor el historiador
peruano Alfonso Klauser y que lleva por título “Tahuantisuyu: el cóndor herido
de muerte”. El trabajo asevera que el gobierno de los incas no fue el Imperio
idílico que presentan los manuales escolares. Los avances materiales logrados
por los Incas con sus ciudades y miles de kilómetros de caminos, no representaron
beneficio alguno para los pueblos dominados. El auge incaico solo duró cien
años, en los que se produjeron constantes guerras para sofocar las rebeliones de los pueblos
esclavizados…” “El inca Pachacútec degolló a los principales, hizo clavar sus
cabezas en picas, y a otros empaló o desolló vivos”… “Las ejecuciones se dieron
en masa colgándose a los rebeldes de las murallas”.
El tabú anti hispánico también ha sido
quebrado por el escritor peruano Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura) cuando
escribió… “quienes se indignan por crímenes de conquistadores jamás se han
indignado por las crueldades que cometieron los incas contra los chancas, por
ejemplo, que están bien documentados, o contra los demás que sojuzgaron, ni
contra las atrocidades que cometieron unos contra el otro Huascar y Atahualpa,
ni han derramado una lágrima por los miles y cientos de miles, acaso millones
de indias e indios sacrificados a sus dioses en bárbaras ceremonias por incas, mayas,
aztecas chibchas o toltecas. Sin embargo… todos ellos estarían de acuerdo
conmigo en reconocer que no se puede ser selectivo con la indignación moral por
lo pasado”…
El programa religioso, jurídico y
civilizador de las Españas ha sido vilmente desconocido y ocultado por los
escribas logistas “al servicio de interesas inconfesables”. Cabe además transcribir
otro párrafo del Nobel peruano, recordado por el eminente compatriota Dr.
Gastón Barreiro Zorrilla. Así decía: “Antes había denunciado a la ideología, religión
laica de nuestro tiempo –que ha causado la confusión intelectual, la perversión
del sentido común, de las ideas y de la facultad de razonar –cuyos dogmas,
estereotipos, prejuicios, lugares comunes y excomuniones contaminan todavía
buena parte de la llamada «intelligentzia» en España e Hispanoamérica. Sobre
muchos gravita todavía el temor de ser señalados como retrógrados y privados
del virtuoso papel de progresistas…”
Todo el sistema Imperial del Reino de
Indias dio a América Isabela trescientos años de paz. Durante ésta, se fundan numerosas
Universidades donde, blancos indios y mestizos tenían las mismas posibilidades
que en Salamanca. La Patria Hispanoamericana nació en esos siglos y NO,
doscientos años atrás. La traición de Bonaparte y las guerras que la “seudo
historia para el Delfín” (Herrera dixit) llamó de emancipación nos hizo entrar
en la órbita inglesa como muy bien señala el compatriota Capitán de Marina Juan
José Mazzeo (RE) cuando en uno de sus trabajos escribió: “América marchando
dividida y consecuentemente en contra de la globalidad que le habían impreso
España y Portugal quedó sujeta a los intereses de potencias extranjeras
particularmente anglosajonas por un período de más de cien años…”
Hasta aquí la digresión que consideramos
necesaria para volver a ubicar nuestra raíces, que no por sabidas, quisimos
volver a subrayar con altivez cuando encaramos el trabajo sobre la turbulenta
historia de Panamá, el lugar el que debió estar verdadera Anfictionía de
América Isabela: UNA GRANDE Y LIBRE. El mismo lema que luciera sobre la cabeza
del Águila de San Juan en la bandera gloriosa de la España de la Cruzada de
1936 y que fuera sustituida en 1978 (cuando se impuso la Constitución liberal y
centrifuga) por la del “rey felón Juan Carlos I”. El mismo que se hiciera
famoso, por su demomasonismo demagógico y sus cacerías de colmillos de elefante,
para llevarlos al Palacio de la Zarzuela y ponerlos a los pies de la reina
Sofía. Vamos pues por el tema que nos reúne. El istmo de Panamá llega hasta
nosotros, con el nombre de un cacique que bautizó la selva tórrida y bullente,
sus pantanos, su floresta con colores que producen envidia al arcoíris, con sus
serpientes y palmeras cimbreantes. Medio hostil que impone a los hombres audaces
que intentan vencerlo. Rodrigo de Bastidas es el primero en descubrirlo y
enfrentarlo cuando corría 1501. Darién o Castilla del Oro, apelativo que le
dieron los misioneros y los guerreros que vieron pasar en 1513 a Vasco Núñez de Balboa,
buscando, con acerada voluntad, el punto de unión de los mares océanos. Estímulo
y acicate de exploraciones que, como dice Álvaro de Rebolledo, “fue el deseo de
hallar esa ruta imaginaria, la que estimuló las exploraciones marítimas, tanto
como la leyenda de “El Dorado” estimulaba las terrestres…” Comunicación de los
océanos que en 1520 encontraría Magallanes sobre la base de un viejo mapa
perteneciente al cosmógrafo Martín de Beham, según nos dice el “Diario de
Antonio Pigafetta”.
Si esto fue o no así, lo dejamos para
una discusión futura sobe la geografía secreta de América Isabela. Lo
históricamente indudable es que Balboa pudo extender la cruz de su espada y el
estandarte de Castilla sobre aquella masa de agua que era “su” mar y que llamó
“del Sur”. Desde esos primeros años Panamá participó de la historia. Son los
tiempos de la Conquista o Pacificación del Perú (Felipe II dixit) en los que el
Licenciado, financiador de Francisco de Pizarro informa al César Carlos I sobre
la posibilidad de hacer acequias en el río Chagres para hacer de éste una vía
navegable. Por ello, firmó el monarca, una Real Cédula en la que se ordenaba
que, “personas expertas vieran la forma de abrir dicha tierra y juntar ambos
mares”. Obedecer pero no cumplir por impedimento fue tal vez la fórmula
jurídica, que jugó aquí, durante tres siglos, sin abrir la tierra, El Chagres
se mantuvo durante tres siglos, como la única vía transcontinental navegable.
Finalizaba ese extraordinario siglo XVI (1572) cuando estrena su beligerancia
en la costa panameña con un saqueo del “Sir” Francis Drake quien morirá en un
nuevo ataque pirático a Porto Bello, ciudad panameña que junto con Cartagena de
Indias eran los puntos comerciales y militares de la entonces Hispanoamérica
Isabela.
Este antecedente debemos recordarlo,
para comprender el posterior accionar de Albión. Pero corramos unos años en el mágico
calendario. La posterior guerra civil conocida como de la emancipación
repercutió en Panamá en noviembre de
1821 año en el que se “integró”, lo había estado durante 3 siglos al entonces Virreinato de Nueva Granada convertida
por Bolívar pomposamente en Gran Colombia. El gran copista caraqueño de
Constituciones liberales hizo incorporar a Ecuador y Venezuela pese a la resistencia
criolla de los llaneros venezolanos acaudillados por Boves que luchaban
denodadamente contra las tropas, “criollas” comandadas por oficiales ingleses. Éstos,
como buenos anglicanos servían a don Simón, que estaba muy ocupado destruyendo
el Imperio de sus mayores, y en vender a los londinenses al precio de almoneda,
las minas de oro y plata del tricentenario Reino de Indias. En 1826 en Panamá como
una caricatura de la anfictionía de la antigüedad, Bolívar reúne un Congreso General
para la Unidad que con su espada golpeaba. Allí estaba observando, Gran Bretaña
la gran enemiga del Reino Uno Grande y Libre. Sus delegados observan y anotan. No
de balde luego de Trafalgar, (1805) es la dueña de los mares. A instancias del
sabio alemán, Von Humboldt, se habla de canal interoceánico. Pero todo no pasó de
conversaciones. Se volvía cumplir la visión de un grande de la historia cuando
señaló “Si no queréis hacer nada reunid un congreso”.
En diciembre de 1830 moría el
aristócrata titulado “Libertador”. En los últimos momentos, repasando su vida,
dejó para la posteridad la gran verdad sus actos: “He arado en el mar”. Los
Páez, los Santander, los Flores, cual nuevos diadocos continuaron la obra de
Simón Bolívar balcanizando el Imperio Indiano fundado por Carlos I y V de
Alemania. Como parte de aquel todo despedazado, Panamá sufre guerras y
conmociones civiles. Se produjeron varios pronunciamientos militares y luego,
en 1840 el intento separatista, por la necesidad de escapar del torbellino
caótico de la provincias neogranadinas. Para completar el cuadro del drama que
sigue debemos solicitar al lector que nos acompañe a observar, a vuelo de
águila, el accionar de Inglaterra con su implacable y rapaz tenacidad. Veamos rápidamente el siglo
XVII. En primer lugar citemos el archipiélago de Santa Catalina compuesto por
las islas de Providencia y San Andrés. Los ingleses no tardaron en valorar la
importancia estratégica de estas islas, con cayos y bancos que permitía
interceptar la ruta de los galeones españoles transportando oro y mercaderías. Por medio de una colonización emprendida por
un grupo de puritanos –la “Society of Merchands and adventures of Providence Islands
of Plantation”– se apoderaron del archipiélago fortificando la isla Providencia
hasta convertirla en un baluarte casi inexpugnable. Dos expediciones intentaron
desde Cartagena de Indias reconquistar las islas. La primera en 1635 que se
realizó al mando del gobernador don Nicolás de Yudice. Otra más en 1640 al
mando de don Antonio Maldonado y Tejada, pero ambas fracasaron. A estos últimos
el gobernador británico les ofreció perdonarles la vida si se entregaban, luego
de lo cual lejos de cumplir su promesa el caifás hereje ordenó ejecutarlos sin
fórmula de juicio. El asesinato provocó que el Almirante hispano don Francisco
Díaz de Pimienta pidiera autorización a la Corona y partió con una expedición de
mil hombres desde Cartagena de Indias para derrotar al inglés a cualquier
precio. Y triunfó. Esta es la explicación del por qué el archipiélago de
Santa Catalina (Providencia y San Andrés
entraron a formar parte de la Indias Occidentales Hispanas en contrate con
Jamaica, Granada y Trinidad ya en poder del enemigo del Reino de Indias.
Ya vimos los ataques de Drake. Años
después las incursiones del Almirante Vernon a Porto Bello y Cartagena de
Indias quien estuvo en un triz de hacer de Panamá un territorio inglés. Al
finalizar el siglo XVIII el Almirante Nelson fue enviado a posesionarse de
Nicaragua y sus lagos, que eran, según el futuro “héroe de Trafalgar”, el
“Gibraltar de la América española”. Luego vendrá el cambio de estrategia… En
1825, nos encontramos con el reconocimiento de la independencia de la Gran
Colombia a cambio de un ventajoso tratado comercial que bajaba los derechos de
aduana para las mercaderías inglesas introducidas al país en barcos británicos.
El ministro Mr. Canning declaraba entonces: “El hecho está consumado, el clavo
está sacado. Hispanoamérica es libre; y, si nosotros no manejamos mal, es
inglesa”. El “entendimiento” anglo-colombino terminó cuando en un incidente fue
herido y detenido el cónsul británico. Las consecuencias fueron las velas de la
armada inglesa presentándose ante Cartagena y exigiendo con sus cañones una
reparación. Ante el convincente argumento, Nueva Granada cedió y el funcionario
fue puesto en libertad llevándose una importante cantidad de monedas de plata
en sus valijas. Por otra parte, la ocupación de un sector de la costa
centroamericana por tropas inglesas para coronar a un indígena como rey de los
Misquitos era la primera punta de lanza para generar posesiones y
protectorados. Mientras, en coordinada acción las naves de Britania entraban en
el Orinoco y en el lejano Río de la Plata donde fueron resistidas por Juan
Manuel de Rosas y Manuel Oribe. Corría entonces 1845, ocupando la presidencia
de Nueva Granada Tomás Mosquera el cual, ante el temor de un despojo territorial
por parte de Gran Bretaña, se lanzó a los brazos de Estados Unidos.
Expliquemos el asunto. El “gran
pensamiento” (son sus palabras), era llevar a cabo la obra de un ferrocarril
interoceánico. A tal efecto, ordenó a los embajadores de Nueva Granada en
Francia y Gran Bretaña que preparasen un
Tratado, que garantizara la neutralidad del Istmo y la soberanía del gobierno
de Bogotá en aquel territorio. La negativa de los europeos a tal compromiso,
llevó al presidente Mosquera a buscar el apoyo y la garantía de los Estados Unidos.
Se concretó entonces el tratado Mallarino Bidlak, conocido históricamente como
el “Tratado de 1846”. En sus cláusulas se establecían sustanciales ventajas
para los comerciales norteamericanos, las que se agregaban a una completa
libertad de tránsito A TRAVÉS DE PANAMÁ a cambio de garantizarle a la Nueva
Granada colombiana la soberanía del Istmo. El general Mosquera compraba
seguridad… con un “salvavidas de plomo”. Ramiro Sánchez guerra en su libro “La
Expansión Territorial de los Estados Unidos”, señala: “en consecuencia los Estados
Unidos se comprometían a garantizar, los derechos e soberanía y propiedad que
Nueva Granada tenía y poseía”. Continúa Sánchez Guerra con esta verdad: “a
cambio de la confesión que hacía implícitamente de no sentirse con fuerzas para
defender por sí sola su soberanía dentro de sus propios territorios. Nueva
Granada cedía a los Estados Unidos, parte de dicha soberanía con la promesa de
una garantía de sus derechos sobre Panamá. El tratado fue un grave error de los
colombianos. La peor confesión que puede hacer un pueblo frente al extranjero
es la de su incapacidad o impotencia para mantener o defender sus derechos. Los
hombres de gobierno de Colombia obraron entonces frente a la influencia
deprimente del temor. El Tratado no les remedió nada y medio siglo más tarde fue
instrumento invocado para imponer a Colombia otra humillación no menos penosa
que la de 1846”.
Durante 1848, los Estados Unidos
estuvieron dedicados a organizar los territorios arrebatados a Méjico luego de
una victoriosa campaña militar. Fue entonces que apareció el oro de California.
Fiebre brutal que movilizó la pasión y el hedonismo de multitudes. Pero para
llegar a esa tierra de fácil riqueza, era necesario atravesar los Estados Unidos,
dar la vuelta por el Cabo de Hornos o, en su defecto, la travesía con líneas de
vapores a ambos lados del Istmo de Panamá, trasladándose a través de él en
carros y en lomos de mula, pasando la noche en infectas posadas. Cambiemos un
instante el escenario, llevando nuestros binoculares hacia Nicaragua, El
Salvador y la costa de los Misquitos donde reinaba aquel monarca inventado por
Inglaterra con los nombres rimbombantes de Roberto Carlos Federico. Todo esto
sin olvidar la frontera de Estados Unidos con Canadá.
En 1848, Gran Bretaña se había instalado
“manu militari” en las bocas del río San Juan en la costa nicaragüense. Casi al
mismo tiempo había ocupado la isla del Tigre en la Bahía de Fonseca, con lo que
la “Union Jack” cerraba las dos posibles entradas de un canal interoceánico, a
realizarse con la facilidad que daban los grandes lagos de Nicaragua. Mientras
tanto, en el límite entre Oregón y Canadá se hacía sentir la presencia militar
inglesa sobre los Estados Unidos. Las pretensiones de conquista y hegemonía
habían puesto frente a frente a John Bull y al Tío Sam. La guerra pareció
inevitable, pero el presidente Tyler, no se atrevió a enfrentar a la fuerza
inglesa y maniobró diplomáticamente. El resultado fue el acuerdo
“Clayton-Bulwer” del 19 de abril de 1850. Por sus cláusulas, las potencias
anglosajonas se reservaban con exclusión de otras el control de la América
Central. En este sentido, dice el ya citado Sánchez Guerra: “El Tratado
“Clayton-Bulwer” era la “Carta Magna” de la independencia y la integridad
territorial de las naciones centroamericanas y la garantía que no serían
desmembradas como Méjico acababa de serlo, puesto que los dos únicos poderes en
condiciones de emprender conquistas en América renunciaban a efectuarlas”. Con
respecto a las repercusiones sobre Panamá, dice el historiador colombiano
Eduardo Lemaitre: “mientras el Tratado “Clayton-Bulwer” subsistió, la soberanía
colombiana en Panamá, se mantuvo relativamente incólume".
Apenas el gigante logró zafarse de los
grillos que lo tenía maniatado, todo estuvo perdido. Dos años después Panamá
sería una república independiente”. Lo de “independiente”, podríamos
considerarlo como un eufemismo del historiógrafo citado. Disipado el peligro de
guerra y contrabalanceados los poderes, unos contratistas norteamericanos, el
ingeniero Tratwin y coronel Totten iniciaron la construcción de un ferrocarril
en el Istmo. Desmontar la selva tuvo por costo miles de vidas de trabajadores.
Tanto fue así que debajo de cada uno de los travesaños de los rieles, se habló
que yacía un cadáver. Tal vez, de allí proviene el nombre de “durmientes” que
se le dio a aquellos trozos de madera Guayacán de Cartagena. La obra culminó
finalmente en enero de 1855, convirtiéndose en un negocio gigantesco el que,
según German Arciniegas, llegó a dar dividendos del 44%. Son los tiempos en los
que se generalizaban los barcos, con casco de hierro y hélice. Ahí está el
ejemplo del “Golden Gate” que, desplazando 2000 toneladas, logró llevar 250
pasajeros en un periplo de tres semanas de Nueva York a San Francisco, con el
correspondiente transbordo en el Istmo. Este acontecimiento fue, en poco
tiempo, lo de todos los días. Panamá cambió de tranquila aldea a ciudad donde
miles de hombres de paso solo dejaban el vicio y la corrupción. La Nueva
Granada colombiana pagaba los platos rotos. Los incidentes se hicieron comunes.
El de abril de 1856 cobró inusitada gravedad. El pequeño problema de un
vendedor de sandías con un cliente norteamericano provocó 18 muertos y decenas
de heridos. Al tener conocimiento del hecho, el gobierno de Estados Unidos
envió a un investigador que aconsejó a su gobierno, según nos relata
Arciniegas, la ocupación del Istmo de océano a océano, la declaración de
ciudades libres de Colón y Panamá y la cesión de los Estados Unidos de las
islas de la bahía de Panamá, amén de una fuerte indemnización por los muertos
norteamericanos.
Colombia, continuamos con Arciniegas, “se
vio obligada a firmar un convenio comprometiéndose a pagar 412.000 dólares”. La
fiebre del dogma del progreso indefinido, llegó a reflotar la idea de una
comunicación entre el Atlántico y el Pacifico. El estruendoso éxito alcanzado
con la apertura del Canal de Suez en 1869, era la causa que esta vieja idea
viera nuevamente la luz. Para ello se reunió en el París de Napoleón III la Sociedad
Geográfica, especie de conferencia de sabios con el fin de estudiar la
posibilidad de apertura del Istmo americano. El encargado de realizar las
primeras negociaciones con el gobierno de Bogotá fue un miembro de familia
imperial francesa llamado Luciano Napoleón Bonaparte Wyse. Llegado a Bogotá y
en rápidas gestiones, consiguió del gobierno de Colombia (así se llamó Nueva
Granada desde 1863) la concesión para dividir el pedúnculo ístmico. Se formó
entonces en París la “Compagnie Universelle du Canal Inter Océanique du
Panamá”, a cuya cabeza se ubicó Fernando Lesseps, el hombre de Suez, que, al
decir de Víctor Hugo, en ese momento, “asombra al mundo enseñándonos las cosas
que pueden hacerse sin guerras”.
La obra necesitaba una importante
cantidad de dinero, para lo cual fue lanzado un empréstito de 1200 millones de
francos oro. El optimismo falló. Todo comenzó con un fracaso al sólo obtenerse 30.
¿Presagio? El entusiasmo y tal vez el romanticismo del famoso anciano Lesseps,
no había previsto que debía gastarse en comisiones a los periodistas y a los
sindicatos de banqueros. Hubo pues, nuevos lanzamientos en la Bolsa con el
permiso que debía votar el Parlamento francés y en el que el ministro de Hacienda
Monsieur Baihaut solicitó el “regalo” de 1 millón de francos para firmar
promulgando la ley (Nib Novum Sub Sole). Ésta, que promovía una especie de
lotería, debía contar inevitablemente con la aprobación del gobierno de París.
De ahí la posición del ministro con su chantaje. Se dio, además el caso de
diputados con intereses, en una “Sociedad Dinamita” empeñada en vender sus
explosivos a la Compañía del Canal. Estos legisladores (como auténticos
demócratas) bloqueaban las leyes para continuar sus pingues negociados.
Mientras tanto la construcción del Canal
avanzaba lenta y penosamente. La idea del ingeniero Lesseps de realizarlo a
cielo abierto no estaba dando los resultados soñados. En los finales de la
década de 1880 estalló el escándalo de los escándalos que se conoció como “Affaire
Panamá”. El agotamiento del empréstito y la desaparición de importantes sumas
de dinero hicieron que Francia de dividiera en dos bando que se enfrentaron en
las calles, en el Parlamento y la prensa. Por un lado, la izquierda jacobina y
republicana con el novelista masón Emil Zola y la derecha monárquica católica
acaudillada por Eduardo Drumond ya famoso por su combate a la influencia judía
en la vida total de Francia. Su libro la “Francia Judía” conmocionó a los tradicionalistas
galos. La tensión fue tal que llegó a pensarse en el estallido de una guerra civil.
La presencia de israelitas mezclados en el escándalo Panamá generó una ola de
antijudaísmo que corrió como reguero de pólvora. En su camino estallaron
situaciones como la del militar Alfredo Dreyfus, un judío nacido en Francia, acusado
de prestar servicios de espionaje en favor de Austria-Hungría.
Esa acusación y la condena lo llevó a la
entonces Guayana francesa en América del Sur. A ello se agregó el caso de las
fichas donde aparecían las pruebas de las postergaciones de ascensos de
Oficiales de clara posición católica y monárquica. Extrañas muertes como la del
Barón Jacobo Reinach “personaje que parecía salido de una novela de Balzac” y
la acusación de Levy Crémieux nexo con grupos de editores que llevaron hasta el
luego famoso George Clemenceau, entonces diputado, acusándolo como comanditario
de Cornelius Hertz de quien se rumoreaba tenía la lista de los legisladores que
habían tarifado su voto en “trapicheos parlamentarios”. Más de 840.000 pequeños
ahorristas “Bas de laine” engañados. En Panamá, una gran zanja sin terminar,
chatarra y miles de muertos por fiebre amarilla. Desastre que sólo pudo ser
comparado con un Waterloo y Sedan combinados. Los espantosos acontecimientos
comparados con los desastres de los ejércitos galos del siglo XIX condujeron a
que Francia dejara la escena libre a los Estados Unidos. Éstos, que continuaban
su expansión imperialista tenían en el Capitán Mahan un verdadero profeta de las
maniobras amorales. El estratega yanqui decía en esos tiempos: “En el Mar Caribe
está la llave de los dos océanos y nuestras principales fronteras marítimas”. Claro
concepto de un Caribe considerado como un Mar de uso propio sintiéndose
llamados por el “Gran Arquitecto” de los esotéricos a un “Destino Manifiesto”. Idea
ésta de neto cuño calvinista seguramente la secta protestante de la época con más
influencia judaica. En el planteo de Mahan están esbozadas las ideas sobre la
importancia de las bases navales.
Estos principios serían básicos en la
política yanqui de los años siguientes. Otro personaje que entra en escena en
la prosecución de estos objetivos, era “un verdadero profesor de energía”, se llamaba
Teddy Roosevelt y por entonces (1898) Ministro de Marina, puesto desde el que
había conseguido desatar (con el criminal auto hundimiento del “Maine”) la guerra
contra España, la que finalmente derrotada perdió a Cuba, Puerto Rico y
Filipinas. La contundente realidad de esos días marcó la retirada de Gran
Bretaña, comprometida en la guerra de los Boers, de Sudáfrica “donde no podían
con un puñado de pastores holandeses testarudos y audaces”. Fue la gran oportunidad
de Norteamérica, que veía el camino expedito para la construcción de “su”
canal. ¿Pero dónde se llevaría a cabo el famoso y ansiado paso interoceánico? En
1902 el Congreso norteamericano aprobó una ley que elegía a Nicaragua como lugar
apropiado. En este sentido el historiador Flagss Benis en su estudio titulado
“La diplomacia norteamericana en América Latina” expresa que “la solución de
Nicaragua quedaba descartada si la Compañía francesa en quiebra estuviera dispuesta
a vender sus obras en Panamá en una suma
razonable que hiciera inferior el costo total al del canal nicaragüense”.
Aparece en aquel “Grand Guignol” alguien
del que dice Germán Arciniegas que “tenía algo de mosquetero y negociante,
sagaz ambicioso, conversador e intrigante”. Se llamaba Felipe Buneau Varilla,
era francés y de profesión ingeniero. Hábil para los negocios, compró a precio muy
bajo las acciones de la “Compagnie du Panamá”, las que para negociarlas las
llevó a Nueva York. Vinculado con el abogado Nelson Cranwell, desató allí una
formidable campaña señalando que Nicaragua era tierra de volcanes y Panamá el
territorio perfecto para obras interoceánicas. “Mediante prodigiosos cabildeos
políticos personales”, al decir de Flagss Benis, Buneau Varilla impidió que el Senado
se comprometiera con Nicaragua y finalmente inclinó a los Estados Unidos hacia
Panamá después que su Compañía hubo rebajado su precio de 109 millones a 40 millones
de francos oro. El propio Roosevelt, ahora en la Presidencia de Estados Unidos
inclinó la decisión en favor de Panamá.
Mientras tanto se preparó un Tratado que
fue sometido a Bogotá y por el que Bogotá se obligaba a dar en arrendamiento a
los yanquis por 100 años renovables solo a voluntad de la otra parte, uso y control
de una zona de territorio de 5 kilómetros a ambos lados del Canal que
construiría Estados Unidos y donde los norteamericanos podrían excavar construir
y realizar operaciones necesarias para la protección de dicha zona. El párrafo
anterior que extraemos de García Amador en su obra “El Proceso Internacional
Panamericano” nos da una idea de la importante cesión de soberanía que se
concedía a los empresarios norteamericanos”. El Senado yanqui aprobó
rápidamente el acuerdo pero el legislativo colombiano con dignidad lo rechazó
sobre tablas. La indignación del presidente Roosevelt acostumbrado a su Big
Stick fue muy fuerte. Así le escribió entonces a su Secretario de Estado: “Hágale
usted saber tan fuertemente como le sea posible, al Ministro norteamericano en Bogotá,
que debe mostrar a esas despreciables criaturillas hasta donde están
comprometiendo las cosas y estorbando nuestro futuro”.
Poco después ‒en cita que también
extraemos de la “Biografía del Caribe” de Germán Arciniegas‒ decía el
presidente norteamericano: “Pienso que sería más provechoso considerar si no
sería mejor advertir a esas liebres que por grande que haya sido nuestra
paciencia, puede acabarse”. El separatismo de Panamá comenzó a moverse. Buneau-Varilla
se entrevistó con Roosevelt en octubre de 1903. Allí se habló de revolución,
dejándose caer la palabra como al descuido. Días después, buques de guerra
norteamericanos se movieron y flanquearon el istmo colombiano. La orden del
Secretario de Marina al comandante de la nave “Nashville”, era terminante:
“Impida el desembarco de cualquier fuerza armada”. Los soldados colombianos,
fieles a su gobierno, no pudieron actuar al negarse a trasportarlos el
ferrocarril norteamericano. Casi al mismo tiempo, el doctor Amador Guerrero,
jede de la Junta separatista de Panamá, le comunico al Secretario de Estado Mr.
Hay: “Proclamada la independencia del istmo sin derramamiento de sangre.
Salvado el tratado del Canal”. La revolución se había consumado. Era el 3 de
noviembre de 1903. Buneau-Varilla fue nombrado Ministro Plenipotenciario de la
República de Panamá en Washington. Allí se firmaron los documentos que daban a
la gran potencia del norte la soberanía de la zona donde cruzaba el canal y el
derecho de extender su jurisdicción militar por toda la recién nacida
República.
El siglo XX fue tormentoso. Muchos los
enfrentamientos. Veamos algunos. En 1959, el presidente De la Guardia consiguió
que junto a la bandera pirata de las franjas y las estrellas ondeara el
pabellón panameño en todos los edificios públicos de la Zona. En enero de 1964,
nuevos choques llegaron a producir la ruptura de relaciones diplomáticas entre
Panamá y los Estados Unidos. En marzo de ese mismo año, el “The Washington Post”
en nota editorial hacía un “mea culpa” de la historia de principios de siglo. Así
se expresaba el periódico norteamericano: “el presidente Johnson hará bien en
contar a sus compatriotas algunas de estas incómodas verdades que están detrás
de nuestros problemas con Panamá. El tratado fue impuesto a Panamá, que desde
ese momento, comenzó la agitación para modificar sus términos. Todavía hoy
estamos pagando el precio de las maniobras diplomáticas del presidente Teddy
Roosevelt. Pero hay ocasiones en que los norteamericanos demuestran una falta
de capacidad para mirar una disputa a través de los ojos de la contraparte…” En
esa oportunidad el presidente Roberto Chiari se convirtió en portavoz de los
nacionalistas, declarando que la reanudación de las relaciones se llevaría bajo
tres condiciones: 1) Reconocimiento de la soberanía de Panamá sobre la Zona del
canal; 2) revisión del tratado del Canal para lograr una participación del
ingreso obtenido por el trafico naviero, y 3) equiparación de panameños y
norteamericanos en la Zona.
En 1977, el General Omar Torrijos,
hombre fuerte de la revolución estallada en 1968, consiguió del Presidente
Carter, la devolución de áreas e instalaciones, cerca del 70% de los 1.600 kilómetros
del canal y el compromiso que el 31 de diciembre de 1999, Panamá obtendría el
control de su territorio. Sin embargo, en 1989, el presidente George Bush
ordenó una intervención militar que llamó farisaicamente “causa justa”, que
significó el bombardeo de instalaciones y zonas civiles panameñas con miles de
víctimas. Su objetivo fue capturar al Gral. Manuel Noriega, hombre que
había servido a Estados Unidos como agente de la CIA. El atropello sólo puede
llamarse amoralidad criminal en cuanto al derecho de gentes. Noriega fue
llevado a EEUU donde fue “juzgado” y encarcelado por 10 años. Hechos como el
relatado son ya comunes en el accionar de la demo-plutocracia gobernante en
EEUU. Las guerras contra Irak pretextando, que Bagdad poseía armas atómicas
fueron sólo un jalón más en el camino yanqui. Todo junto al histrionismo de
Washington, que coronó con un juicio al estilo Nüremberg montado para asesinar
al Presidente Saddam Husein. "La democratie cest l´aine” (la democracia es el odio,
decía el inmortal Charles Maurras). Así lo prueban los acontecimientos, no
lejanos, que recordamos.
Hoy, Panamá está ante una nueva
situación. La falsa Paz del presidente Santos de Colombia, con las criminales
FARC, sólo contribuirá a que los terroristas narcomarxistas con sus miles de
millones de dólares lleguen al poder enancados a la democracia. Sí, amigo
lector, no exageramos cuando escribimos que Rousseau y su sistema corruptor es
el vehículo de primera para el esclavismo llamado “social comunismo” Y en esto
no decimos nada nuevo. Sólo caminamos en la ruta de la Verdad que nos señalara
JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA en el discurso fundacional de la Falange Española con su Voz, vibrante y profética, que no callará jamás luego de
aquella jornada del 29 de octubre de 1933. La referida fórmula del “nefasto
Rousseau” que va contra toda lógica elemental, ha contribuido, en pocos años, a
instalar un zurdaje (amén de Cuba) en Nicaragua, Bolivia Venezuela. Ecuador,
Brasil y en nuestro Estado Oriental en donde la corrupción campea en las jerarquías
de la oligarquía marxistoide dominante. El episodio Sendic, que fungía como vicepresidente,
en un claro ejemplo. El Darien, utilizado como santuario por el terrorismo
colombiano, está siendo visitado por elementos de China Roja que disputan
parcelas de poder en las ciudades de Colón y Panamá con ofertas y proyectos de obras.
Segura penetración del imperialismo amarillo que ha puesto sus ojos y ambición
en Hispanoamérica. ¿Será otra vez el istmo una pieza en el tablero de ajedrez
ajeno? Que Dios nos proteja…
Pero dejemos aquí la pluma y pongamos
punto final a esta reseña histórica que está muy lejos de ser exhaustiva. Temas
de la Patria Grande que nos son tan caros a los descendientes de la Loba Romana
y el León Español. Estudio que, con orgullo santo, mostramos en las profundas páginas de Carlos Pereira,
Rufino Blanco Fombona, José Vaconcellos, Julio Irazusta, Germán Arciniegas,
Luis Alberto de Herrera, Manuel Ugarte, Manuel Gálvez, Carlos Ibarguren, Julio
Ycaza Tigerino y en el campo de la literatura José Enrique Rodó y Rubén Darío…
Historia de nuestra cultura que, como dijera Unamuno, tiene una intrahistoria
la que conociendo, comprenderemos lo que las naciones hispanoamericanas están
llamadas a realizar: una comunidad con personalidad propia, y un claro sentido
de “UNIDAD DE DESTINO EN LO UNIVERSAL”
Luis
Alfredo Andregnettte Capurro
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