A JORDÁN BRUNO GENTA
¡Ni una lágrima!... ¡Sin
tristeza!
que la guerra
se dirige desde el cielo
mejor que desde la tierra…!
Rafael Duyós
Nadie puede abandonar lo que
ha creado sin quedarse en la creatura. Enigma insondable que solo descifra el
Amor, “regalo esencial” por el cual, el misterio de la trascendencia se hace
inteligible. Inmóvil secreto que expresara San Agustín cuando decía: “El alma
está más donde ama que en el cuerpo que anima”. Esta facultad del alma –asirse a
lo que ama, fundirse en lo creado‒ sobrevive a los años y a la muerte; más aún cuando se ha muerto mártir,
que es la forma más alta de morir.
El Martirio, acto supremo de
Amor, don de la sangre, coloca al hombre en imperecedera situación de
presencia. Despojado de todo, el mártir nos entrega día a día el ropaje
asombroso de su desnudez intacta. La huella de su paso colma el hundido centro
de la ausencia.
Por eso, hoy no se trata de
recordar a Genta con dolor, sino de recrear alegremente su presencia.
Debemos heredar para la
Patria esa presencia vibrante, ese imperioso legado de cuya plena realización
depende el destino nacional.
Porque en la encrucijada Argentina
sólo sigue quedando una opción salvadora: El Nacionalismo “constructivo y
restaurador, jerárquico e integrador, cristiano y argentino en su contenido y
en su estilo”.
Han pasado dos años desde
entonces. Y no es posible olvidar, nombrando al Nombre, el nombre de la voz que
lo nombraba. Porque eso fue ante todo Jordán B. Genta: El Orador del Verbo. El
orador de la Cruz en la dura cuaresma de la Patria.
Había entendido exactamente,
que aquella sentencia de Cristo: “Sin mí, nada podéis hacer”, vale tanto para
los hombres como para las naciones. De ahí la inutilidad de todo planteo
ideológico que desconozca la raíz teológica. “Si queremos liberar a la Patria,
y nuestra opción política es el Nacionalismo, debemos comenzar por nuestra
libertad interior renovando los afectos, bienes y poderes en Cristo
Crucificado. Desprendidos del propio yo y de todo lo que poseemos, amaremos a
la Patria y al prójimo con un amor trascendente. Amaremos como Cristo nos amó,
con una disponibilidad sin reservas para el servicio y con un espíritu de
sacrificio que todo lo da sin esperar nada”.
Así hablaba Genta. Allí
están sus escritos, sus mensajes, “el divino ardor de la palabra que arrebata y
entusiasma, para vivir con sentido de grandeza hasta vivir con sentido de
grandeza hasta las más ínfimas de las tareas cotidianas”. Y hoy su figura
tórnase arquetípica. Porque fue la mirada fiel a la Mirada que no transó jamás
con la mediocridad y la mentira. Fue la conducta vigilante, tensa, del que sabe
que sólo tiene sentido despertar ante Dios. Fue la violencia de la Verdad, ante
el escándalo de los timoratos, que no comprenden que “el Reino de los Cielos es
para los violentos”. Y fue ‒bien lo sabemos‒ el centinela sin relevo de la
Patria, que desde la atalaya de su verbo profetizó los males que la estaban
acechando.
Él mostró repentinamente la dañina propiedad de la democracia para
subvertir a la Nación. Y lo hizo anticipadamente, mientras muchos
contemporizaban o cedían. Pero su voz no se tuvo en cuenta. Porque por ella
hablaba la Patria, la Argentina Antigua, Heroica y Teologal. Y la Argentina
oficial, esa del cuarto oscuro y los comicios, no quería ni podía escucharlo.
Por eso lo silenciaron. Y sin saberlo fue la primera vez que le dieron la
palabra.
Han pasado años desde entonces. Los asesinos, víctimas de su propia
concepción zoológica, jamás alcanzarán a comprender, que pese a ellos mismos,
fueron instrumentos en el plan de Dios. Porque él debía morir así: De pie. Su
talla de gigante entre el cielo y la tierra, a plena luz del día, en un acto de
servicio, “sosteniéndole la vista a la derrota”. Por eso no nos quejamos. Aprendimos
de él la difícil lección de la plegaria del paracaidista francés: “…Quiero la
inseguridad y la inquietud, quiero la tormenta y la lucha, y que Tú me los des,
Dios mío, definitivamente…” Nosotros que reivindicamos la vida incómoda y el “paraíso
difícil” no podemos permitirnos esas quejas enfermizas que nacen de la
apostasía.
Pero algo nos preocupa sin embargo. Y es que el principal responsable de su
muerte todavía no ha sido ajusticiado. No. No nos referimos a ninguno de sus
circunstanciales verdugos, sino al Régimen, que aunque suspendido en algunos de
sus efectos, se enseñorea aún, sobre la Patria. Porque el Régimen es el primer
culpable. La corrupta singularidad de la Democracia que posibilita la
reiteración de los mismos vicios que dice combatir, el sistema liberal y su
idolatría del número, el temor a irritar a las masas, la política del pacifismo
y el diálogo, el profesionalismo civilista, el laicismo disociador y corrosivo,
el pluralismo insensato…
Dios ha de permitir que todo esto acabe para siempre algún día por fuerza
de una Espada Fundadora. Entonces, al nombre de Jordán Bruno Genta, todas las
voces de la Patria responderán: ¡PRESENTE!
Antonio Caponnetto
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