ANTE UN NUEVO ANIVERSARIO
Mañana, Dios mediante, hará veinte años de la muerte de
Francisco Franco. El pueblo español, a esta distancia en el tiempo, puede y
debe reflexionar y comparar entre la España de entonces y la España de hoy.
Frente a la manipulación y al falseamiento de la verdad, que el nuevo Régimen
impuso como norma y objetivo, nosotros, los que no hemos cometido perjurio,
disimulado de habilidad politica; los que hemos sabido mantener nuestras
lealtades; los que no hemos sucumbido ni a la tentación del abandono, ni a las
seducciones del poder, recordamos públicamente y sin rubor la obra excepcional
del Caudillo: el que en la guerra ganó la Victoria contra el comunismo y sus
cómplices; el que en la paz logró la reconciliación auténtica entre los
españoles que varonilmente se habían combatido; el que hizo de España una
nación rica y próspera, unida y en orden, con paz y trabajo, que hoy, sedienta
de agua y hambrienta de justicia, se encuentra en trance de ruina económica, de
envilecimiento moral, de fragmentación política y de renuncia histórica.
La Providencia quiso que otro 20 de Noviembre cayera José
Antonio. Las balas del rencor y de la envidia atravesaron su corazón, pero no
pudieron terminar con su espíritu; y fue su espíritu joven, enamorado de la
España que él llamó metafísica, el que, arrancando de la Tradición, afloró una
doctrina para su época; una doctrina que movilizó a la juventud; una juventud
que no vaciló, al servicio de la gran empresa restauradora de la Patria, ante
el sacrificio heroico del sacramento de
la muerte.
Creo que hoy urge más que nunca valorar y ensalzar a
quienes como José Antonio y Franco son figuras ejemplares, no sólo en la
perspectiva de un tiempo que pasó, sino en la perspectiva de futuro. No se
trata de copiar y repetir, sino de identificarse con su pensamiento y su
quehacer, para pensar y actuar como ellos lo hubieran hecho en el día de hoy.
Si José Antonio elaboró una doctrina, fue Francisco Franco el que la puso en
acción. Uno y otro nos son precisos, y no pueden ni deben ser enfrentados
jamás, porque la doctrina sin acción es un sueño narcisista y evanescente, y la
acción sin doctrina no hubiera sido otra cosa que epilepsia y barbarie.
¿Y cuál fue la doctrina que hizo posible, al ponerla en
acción, que una España, pobre y triste, zaragatera áspera y tullida, se
transformase, a pesar de la devastación de la guerra y del cerco internacional,
en la España una, grande y libre, que conocimos y en la que vivimos?
Son cinco, a mi modo de ver, las líneas maestras del
pensamiento de José Antonio, que revelan por un lado, una concepción original
de la Política, en el más noble sentido de la palabra, y, por otra, la apelación a cinco factores que
por vez primera, fueron convocados para servirla con eficacia: el factor
teológico, que contempla al hombre, no como un ciudadano que vota, o como un
sujeto que produce y consume, sino como un ser trascendente, hijo de Dios,
portador de valores eternos; el factor épico y lírico, que intuye que a los
pueblos sólo los mueven los poetas; el factor histórico, que dada la
configuración de España, la define como unidad
de destino en lo universal; el factor económico, que estructura al país
como un gigantesco Sindicato, en el que el trabajador, el técnico y el patrono
no se enfrentan sino colaboran en la verticalidad de un objetivo: la seguridad
en el empleo y la calidad del producto o del servicio; y el factor personal,
que pretende devolver a los españoles el orgullo de serlo, y aspira a que se
sientan mitad soldados y mitad monjes: soldados de la patria de la tierra y
monjes para la patria del cielo.
Son estos cinco factores convergentes los que asumió
Francisco Franco, y los que se dieron cita para la creación del Estado
nacional, orientado al bien común; y porque el hombre, al que la Política se ordena,
escapa al corsé del tiempo, la textura jurídica del Estado se inspiró en el
Evangelio; y porque el hombre fomentó el bienestar económico y la calidad de
vida, de tal manera que no hubo ni un
hogar sin lumbre ni un español sin pan; y porque el pueblo, para no
diluirse en el anonimato o convertirse en colonia, debe reconocerse a sí mismo,
la Política, que se ordena a una comunidad de hombre, fortaleció la conciencia
nacional de España.
La desaparición del analfabetismo y la permeabilización
cultural; la concentración parcelaria y las unidades mínimas de cultivo; la
fabricación creciente de fertilizantes; la renovación ganadera; la revolución
industrial (desde la siderúrgica a la construcción de automóviles y camiones);
el fomento de la natalidad y la ayuda a las familias numerosas; el ordenamiento
del trabajo y la seguridad social; el plan hidráulico, que dio origen, no sólo
a la red de presas y pantanos, sino al trasvase Tajo-Segura; la repoblación
forestal, que cubrió de arbolado los páramos y las montañas; y la edificación
de tal número de viviendas que el 46% de las que hoy existen se construyeron
entre 1939 y 1975, en la mayoría de los casos protegidas oficialmente, que
podían adquirirse pagándolas en 50 años y por cien pesetas al mes.
Y comparemos esta política orientada al bien común con la
política del Sistema nacido de la transición, en el que lo importante es la
palabrería, el cotorreo y el insulto recíproco de las campañas electorales, el
despilfarro, la corrupción y la hipocresía, que ignora o se desentiende de los
graves problemas a los que, por su carácter prioritario, es preciso
sacrificarlo todo. Se ha hecho de la democracia liberal un ídolo, olvidando que
el liberalismo destruye la verdadera democracia y que el socialismo, que en el
Sistema asciende al poder, lacera, gangrenándolo, el tejido social. De aquí,
que mientras los políticos de ahora siguen su parloteo inútil, las empresas
cierren o reduzcan su plantilla; el paro crezca y la bolsa de pobreza aumente;
la flota pesquera amarrada durante siete meses se halle amenazada de desguace;
los bosques queden reducidos a ceniza por el fuego; el número de trabajadores
que mueren en las minas sea mayor cada año; la construcción naval se debilite,
y estemos a punto de vender al más audaz o que ofrezca más altas comisiones,
una Compañía aérea, como Iberia, que era rentable y cuyo prestigio era
universal.
Con las inversiones fabulosas a nivel faraónico de los
Juegos Olímpicos de Barcelona, de la Exposición de Sevilla, del tren de alta
velocidad, y los préstamos sin retorno al exterior, admisibles con una economía
holgada y estable, se hubieran podido paliar los efectos de la falta de
lluvias, que está desertizando a Andalucía, y que puede convertir en dunas las
huertas magníficas de Murcia y Valencia. Y sin agua no hay vida, y sin vida la
patria se convierte en cementerio.
Y a eso es a lo que consciente o inconscientemente nos
lleva de un modo inexorable la política del cambio, a la que se une y abraza la
política del mal menor, que va debilitando, a base de cesiones, concesiones y
dejaciones, la capacidad de un pueblo, que, cuando permanece sano, tiene empuje
y coraje para reaccionar. Lo que importa no es España, sino que haya partidos
políticos que se enzarcen entre sí, que pacten con los terroristas, que
absorban una parte gruesa del presupuesto del Estado para mantenerse, que no se
opongan al corte de vides y olivos que nos impone la Unión Europea, que
legalicen con el aborto el homicidio, que se comprometan a reconocer el
matrimonio de los homosexuales, que permanezcan impasibles ante el drama del
sida o de una juventud drogada, que enferma y se pervierte en el itinerario
suicida de las famosas “rutas del
bacalao”.
No creo haberme alejado de la realidad: una realidad
profundamente dolorosa para los que tenemos conciencia de la misma, y de lo mucho e importante que se halla en
juego y a plazo breve. Porque un sistema político sin valores, en el que decide
sobre cosas fundamentales el voto de los indecisos, que no tienen criterio; en
el que los votos de una minoría parlamentaria condicionan al gobierno de un
partido mayoritario, de tal modo que la minoría, y no la mayoría, es la que de
verdad gobierna; en el que la Constitución declara abolida la pena de muerte y
luego se aplica a través de instrumentos que se financian con fondos
reservados; en el que la misma Constitución exalta la unidad de la Patria y
después fomenta su fragmentación, hablando de nacionalidades y entregando el
poder a los que oficialmente piden la independencia, no sólo no puede contener
el proceso de liquidación de España, sino que lo fomenta sin escrúpulos, porque
es muy poco lo que España les interesa.
Por eso es sumamente importante el recuerdo y la
presencia espiritual de José Antonio y de Franco, acicates uno y otro para
sobreponernos a la indiferencia egoísta: para convencernos que de nada sirve
—salvo para caer en la desesperación— la protesta individual; para, con sentido común, y con espíritu de
sacrificio, no derrochar las energías restauradoras con la atomización de
grupos —nobilísimos, ciertamente, en su intención— que permanecen aislados y
dispersos, carentes de la fuerza necesaria para —haciendo confluir ideales e
intereses, y hasta el instinto de supervivencia—, resultar operativos a finj de
rehacer una Patria que se convierte en escombros.
Son muchos, por desgracia, los que dicen: No hay nada que
hacer, hay que resignarse y entregarse a la transformación social y cultural
que exige el despegue de una civilización basada en la fe religiosa, el amor a
la Patria y el pilar de la Familia. Olvidan los que así lo entienden que la
sociedad fruto de esa transformación sería —y donde se implantó lo ha sido—
totalmente inhumana, con la tiranía en el poder y la esclavitud en el pueblo.
Nosotros, ni nos resignamos ni nos entregamos. Hay que
continuar la siembra, a pesar de que el campo parezca el sueño de una pocilga o
de un muladar, porque la basura, al pudrirse, abona la sementera. Lo que hace
falta es que no ingresen los sembradores, voluntariamente y desesperanzados, en
la estadística del desempleo. La desesperanza se evita y suprime con el amor.
Mientras haya un puñado de hombres y mujeres, de jóvenes y menos jóvenes, que
amen a Dios y a la Patria habrá apóstoles que evangelicen y soldados que
combatan, hasta el martirio unos y hasta el heroísmo otros. No hay mejor
antídoto contra la deserción o la complicidad que el testimonio de la sangre. Sólo
mueren las ideas por las cuales no hay quien esté dispuesto a morir. Las naciones
no desaparecen por pequeñas o débiles sino por viles.
Franco y José Antonio nos ofrecen hoy —época de oscuridad
y nubarrones— el testimonio viril de sus vidas. Nuestra obligación no es otra
que dejarnos iluminar por ellos; no regresar al pasado, pero sí acceder al agua
viva de los grandes principios dinamizantes que hicieron posible España. Nos
sentimos orgullosos de ser, como alguien nos ha llamado despectivamente en
letras de molde, “los hijos del 20-N”,
porque lo somos; y con la herencia, la responsabilidad y el honor que ello
supone seguiremos cantando a la intemperie, sin ningún complejo de inferioridad
y sin un solo gramo de cobardía:
“Gloria
a la Patria que supo seguir,
sobre
el azul del mar, el caminar del sol”.
Blas Piñar
(Discurso pronunciado el 19 de noviembre de
1995, desde la tribuna de oradores en el acto conmemorativo de la muerte de
Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera)
4 comentarios:
La Argentina tiene sin duda pro-hombres como el Caciller Timerman. En su momento renuncio a su ciudadania argentina y se hizo norteamericano. Cuando lo designaron Canciller renuncio a su ciudadania norteamericana para ofrecer sus servicios al pais. Luego enemistandose con la mayoria de su comunidad renuncio a su identidad para apoyar politicas internacionales de CFK con la que su comunidad estaba en desacuerdo. Un patriota. Contrariamente a lo que muchos piensan Timerman no es dogmatico y tiene por el contrario cintura ancha. Es un pragmatico.
Fernando
Porquè no recordar tambièn a los heroicos aliados alemanes e italianos que hicieron posible la victoria de España contra el marxismo ateo????????
Atte. Sergio Edelmuller
Quiero pensar que el comentario del Sr. Fernando es una ironía. Porque mencionar al zurullo de Timerman chico, cuando se esta haciendo un homenaje al Generalisimo Franco y don Jose Antonio, pareceria una broma de pesimo gusto.
Don Alonso QUijano.
El mejor de los recuerdos para su obra ingente en todos los órdenes, y el mejor ejemplo de Justicia Divina es que todos los repugnantes chaqueteros empezando con el reyezuelo traidor y masón, no serán recordados ni se les rendirá homenaje como al Caudillo.Muchos de sus funcionarios y políticos que chaquetearon ya pasaron a mejor vida, olvidados por todos y añorados por nadie.Suárez sufre de demencia senil, fue el peor enemigo de las FFAA y del régimen nacional.Otro al que le espera muerte terrible y olvido eterno, mientras el Caudillo gozará del homenaje eterno....
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