lunes, 1 de agosto de 2011

In memoriam

A TRES AÑOS DE LA MUERTE
DEL PADRE LUIS JEANNOT SUEYRO
   
2008 — 30 DE JULIO — 2011
     
Dios Padre ha llamado a este ejemplar sacerdote, a participar de la Vida Eterna.
  
Quienes lo hemos conocido en sus sesenta y cinco fructíferos años de sacerdocio, agradecemos al Señor, el testimonio de esta personalidad plena de fe, de servicio a Dios y a su pueblo fiel.
  
Era un hombre de profunda vida de oración y de intensa devoción eucarística, manifestada, por ejemplo, en su celo por llevar el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo a lugares casi inaccesibles, en todas las parroquias donde desempeñó su ministerio.
  
Amó a la Santísima Virgen María, con la piedad propia de las almas puras y abnegadas, erigiendo numerosas y bellas ermitas con distintas advocaciones en su honor y propagando la necesidad de su devoción.
  
Sirvió a la Santa Iglesia Católica con una entrega total, defendiendo sus dogmas frente a los errores del paganismo, y también ante los desvíos nocivos de los progresistas.
   
Con su corazón caballeresco amó a la Patria Argentina como una Dulcinea doliente y profanada por la politiquería vernácula.  Supo admirar a los mártires modernos del Nacionalismo Católico que dieron su vida por Dios y por la Patria, como Jordán Bruno Genta, a quien consideraba un auténtico maestro cristiano.
  
También expresaba su admiración por Carlos Alberto Sacheri, asesinado por viles manos terroristas.
Y conservó hasta el final el recuerdo vivo y agradecido de su comprovinciano ilustre, Don Julio Irazusta, a quien a los veinticinco años de su muerte, homenajeó en un homilía destacada en sus pagos de Gualeguaychú.
 
Amó asimismo a España como transmisora de la Fe verdadera a nuestros pueblos, escribiendo de esta manera: “Tenías que ser Tú, la de Lepanto, la de Toledo y su glorioso Alcázar.  Por Loyola y Javier, por Teresa de Ávila, que nuestra fe salvaste por dos veces, en ocho siglos de guerra islámica, y ante el rojo infernal de hoz y martillo, alzaste con valor la roja y gualda… ¡Gracias, España, gracias!”
 
Varón de una cultura extraordinaria, citaba con memoria prodigiosa textos, poesías o comentarios de diversos autores clásicos y notables.  Predicador de arrebatada y fervorosa verba, que iluminaba las inteligencias y movía los corazones de los oyentes, fue cultor personal de una poesía sencilla en expresión pero honda en valores auténticos.  A través de ella expresó el misterio de su elección del Orden Sagrado, el dolor por la Patria traicionada, la esperanza de una recomposición desde Cristo y desde el Evangelio, y le cantó a su tierra, a su entrañable madre y a los amigos, a su querido Gualeyán, el arroyo que cobijara sus sueños de niño.

Pero el Padre Jeannot tenía una “tierra sagrada” y eran los enfermos, a quienes asistía en diarias y fatigosas visitas llevando el consuelo de sus palabras y el don infinito de los sacramentos.
 
Cultivó la amistad, no el amiguismo.  Fue sincero para corregir, piadoso para perdonar, vigoroso para argumentar.  Tuvo también especial predilección por la gente del campo, por descubrir en ellos la honestidad, y en el arraigo a la tierra la santidad de un trabajo bíblico que expandía su misma alma de labriego y sus manos laboriosas.  Por eso escribió: “Estas manos campesinas que alzarán la blanca ofrenda, tienen callos de guadañas, tienen unción de manceras, tienen rasguños de talas: por eso tienden al cielo…”

Fue desapegado de todo bien material, generoso para compartir lo que tenía con los pobres; nunca buscó aplausos  ni reconocimientos, procuraba huir de todo homenaje, hasta tal punto que dejó impresa esta estrofa llena de significado:

“No quiero yo en mi tumba ni mármol ni cipreses,
sino la madre tierra y el árbol de la cruz.
La horizontal son brazos que tiendo a mis hermanos,
la vertical son alas, que tiendo hacia Jesús”.

¡Que descanse en la Paz gloriosa de los justos, en la Celeste Patria del Señor!

Padre Pedro Emilio Rojas
 

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