DE VERGÜENZAS AJENAS
En realidad nunca lo pensamos.
Pero como tantas cosas inesperadas de la vida, de repente nos encontramos involucrados en situaciones completamente absurdas.
Porque absurdo nos parece estar de acuerdo nada menos que con Agustín Rossi, pero cuando el diputado dijo que determinada actitud de otros dirigentes le provocaba “vergüenza ajena”, nosotros, aunque atragantados de bronca, debimos reconocer que tenía razón.
Pero vayamos por parte, porque en definitiva, que es tener vergüenza ajena sino sentir cierta dolorosa incomodidad del alma, ante las actitudes mezquinas de otros.
Y parece que el diputado, presumo que sin haber leído a Sartre, ha encontrado en “los otros” el íntimo origen de la tragedia.
Ahí está, según Rossi, ubicada la culpa, son “los otros” la raíz escatológica de la ruinosa desgracia en que hoy se encuentra el país. De alguna manera, siguiendo al francés, situaba en ese más o menos lejano “otros”, al temible demonio (en versión terrena claro), por otra parte, la única en la que creía.
No obstante toda una generación de burgueses decadentes encontró en esas excusas, en esa ética de situación existencialista y subjetivista, la manera de alimentar y justificar el vacío de sus vidas.
Rossi, el perceptivo buceador de culpas ajenas, vuelve sobre el eco de la teoría sartreana y, aún dentro de sus mínimos límites, insiste en tirar la basura afuera, al demonio.
Claro que algunos preguntarán, pero más allá de esta divagación, ¿Cuál es la coincidencia con el diputado?
Es que está a la vista, fíjense que tanto Rossi, como A. Fernández que dijo lo mismo, están obligados a hablar de ajenas vergüenzas, porque la propia, la vergüenza propia, la perdieron hace demasiado tiempo y ya no recuerdan de que se trata.
La perdieron entre las valijas de Uberti, entre los bonos “vendidos” a Venezuela, en las embajadas paralelas, en las coimas de Skanska, durante los negociados de Aerolíneas e YPF y Jaime, la perdieron en medio de la impresionante fortuna K, en los despachos de electroingeniería, de F. Macri, de Zanola, adentro de la bolsita de Miceli, en la compra venta de legisladores, etc. etc. la perdieron en fin, en esa maraña de infinita corrupción que es el modelo K.
Pero esta corrupción escandalosa, siendo como es, muy grave, es nada si la comparamos con la principal tarea de-constructora en que están empeñados con uñas y dientes, porque de lo que se trata, es de descristianizar la patria.
Ese es el objetivo del estado y en eso utiliza sus recursos: borrar la evangelización de la cultura nacional, de la educación, de la ciencia. Lo hace cuando enarbola la bandera del relativismo ético y cuando convierte a la justicia en un mamaracho o cuando auspicia fervorosamente leyes aberrantes, leyes que, como la última, van claramente contra el orden natural y la ley evangélica del Sermón de la Montaña.
Ahí, verdaderamente ahí, comenzó la perdida de la vergüenza propia de los funcionarios K. Sabemos que el reconocimiento de una falta moral apela a nuestra conciencia, que como decía Paulo VI: “constituye al hombre en su expresión más alta y más noble y también define su verdadera estatura…”
Por eso cuando le gritan a cualquiera que no han podido comprar: ¡usted no tiene autoridad moral para tal o cual cosa! Lo que quieren decirle es que para ellos si alguna persona, no vende su opinión, ni su voto, si no es un corrupto, entonces esa persona no puede hablar, porque ¿Qué tipo de diálogo podrían establecer? ¿Qué sentido tendría? Lo mejor es, de entrada, sacarlo del medio, y entonces salen con aquello de “usted no tiene autoridad para…”
Son, siguiendo a Lobato, los representantes de: “la crisis típica de nuestro tiempo, que está en la pérdida del sentido moral concreto, en la incapacidad de la conciencia para juzgar rectamente”.
Ellos probablemente fueron de los primeros mutilados morales del régimen K. pero llegados a este extremo, los discípulos de la serpiente, ya no pueden distinguir el bien del mal, son como autómatas expatriados del honor y de la verguenza, que reparten amenazas y maldiciones a diestra y siniestra. Habría que preguntarles como el el Coro de Edipo Rey: “¿Que locura, infeliz, que locura te ha asaltado? ¿Cuál es el maligno espíritu que se ha abalanzado sobre ti?”
Miguel De Lorenzo
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