sábado, 1 de septiembre de 2007

¿Por qué no?


“SATÁN AL PODER”


Esos jóvenes que asaltan, saquean y violan, esos menores que drogados y alucinados cometen cobardemente las peores tropelías, esas barras depredadoras y asesinas, responden al criterio del ¿por qué no? que bien señalaba Gambra como síntoma de la insensatez moderna. ¿Por qué no he de hacer, decir, pensar, experimentar y desear lo que me plazca?, ¿por qué no he de realizar para mi gusto, satisfacción, deleite, pesadilla o capricho lo que se me dé la gana?, ¿por qué no he de inventar infinitos por qué no, hechos a mi medida y arbitrariedad?, ¿por qué no, si lo único prohibido es prohibir?, como repiten sin saber que desnudan así su esclavitud a las pasiones.

Pero este ¿por qué no? es la premisa y el banderín de la democracia. Los derechos del yo, el imperativo categórico, la autosuficiencia del juicio individual, la razón del éxito y del número, el antropocentrismo, el no estar obligados a nada, el “laissez faire, faissez passer”, la bondad natural, y el no tener que rendirle cuentas a nadie después de la muerte.

Si el ¿por qué no? del liberalismo todavía conservó ciertas fronteras para asegurar su supervivencia, el de la socialdemocracia ya no puede hacerlo, entrampada como está en su dialéctica de la apariencia sin ser y en el afán de profundizar la Revolución Permanente. Por eso resulta estúpido que se quiera combatir tanto daño pidiendo documentos a los “sospechosos” en la vía pública. Es como atacar al Partido Comunista y programar un viaje a la Unión Soviética… o como haber llamado imberbes en Plaza de Mayo a quienes se entronizaba con pilosidades y todo en los despachos oficiales. La Revolución se come a sus propios hijos, y un día el ¿por qué no? se lo preguntarán frente a los cadáveres de quienes les enseñaron el fatídico interrogante.

La historia de la marginalidad, y la delincuencia juvenil, es la historia de aquellos países que nos han precedido en la consumación de la socialdemocracia. Hipsters, beatniks, blouson noirs, outsiders, rockers, teppisti, black rumblers, halbstarken o como quiera que se los haya llamado, revelan una idéntica situación de putrefacción y prostitución del Orden Natural en la Ciudad. Aquí y ahora, no termina de acostumbrarnos. Mañana serán parte del paisaje, sus aberraciones seguirán en aumento y como en aquellas pobres naciones apóstatas degeneradas material, espiritual y hasta racialmente, aparecerán los teóricos del pluralismo que legitimen su existencia y su fisonomía porque estamos en democracia. El programa del envilecimiento argentino ha logrado instalarse en los meandros mismos de la sociedad y de sus gobernantes. Los planificadores del resentimiento y del nihilismo saben bien lo que hacen, y el mercado de miserabilidades les deja además buenos dividendos.

Hace unos días, en la última semana de enero, los periódicos narraban cómo uno de los tantísimos ataques patoteros se había consumado tres veces consecutivas al grito enajenado y terrible de “¡Satán al poder!” Lastimaron seriamente a hombres humildes, en horarios normales, sin robarles nada, por el solo afán de agredir. Sus vestimentas, apodos y poses reiteraban —con esa uniformidad que dicen detestar pero en la que caen maniáticamente— las del mundillo de los punks con todo su vaho canallesco y bastardo. No son emergentes de la represión sino de los defectos de la misma. No son hijos de la censura sino de su ausencia. No son efectos del “país jardín de infantes” sino de la república prostibularia de los festivales de rock, de los comités y de las pintadas insultantes en los templos.

Pero aún siendo coherentes con sus gritos arrebatados, ignoran estos infelices que no necesitan postular la candidatura de Satán. Hace rato que se enseñorea sobre esta tierra y la destruye. Hasta que en el nombre de Dios y de la Patria, por nuestros padres y por nuestros hijos, nos decidamos a forjar con sangre ese “paraíso díficil, vertical, implacable”, que “tenga junto a las jambas de la puerta, ángeles con espadas”.
Antonio Caponnetto

Nota: Este fragmento de artículo apareció en la Revista “Cabildo”, segunda época, nº 97, correspondiente al mes de febrero de 1986.

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