Imaginería del ´acoso´
y propaganda feminista
“Viajar
en tren, es de lo mejor” recitaba una no tan arcaica canción
infantil que cantábamos a nuestros hijos pequeños. Conservaba un tono festivo
que evocaba los viejos trenes argentinos y que poblaba la imaginación de inocua
fantasía.
Lejos estaban aquellos trenes de semejar los
flamantes “trenes de Randazzo” con
los que el ex ministro aspiraba a heredar el legado de Cristina ganando una
elección nacional, al mismo tiempo que pretendía corregir los déficits del
modelo kirchne-cristinista.
No es propósito de estas líneas abundar en
detalles acerca de trenes, de ministros en retirada, del izquierdoso modelo continuista del Régimen, ni de ninguna otra
fruslería política argentina actual.
¿Y entonces? Sí, algo tienen que ver los
trenes, pero como sujetos pasivos, cristinismo
mediante, de una campaña publicitaria contra el acoso que se escucha, con
repiqueteo constante, toda vez que uno aborda cualquiera de dichos convoyes. Me
toca a mí, en suerte, abordar el servicio del tren Mitre que o bien me deposita
en Retiro desde estación Villa Pueyrredón, o en sentido contrario, aquí me deja
viniendo de Ministro Carranza o alguna otra recordada estación de mis años en
Buenos Aires.
Como digo, en estos tiempos feministas, de “sororidad”, de “empoderamiento
de la mujer”, de “educación sexual
para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, o
aquella odiosa y brutal, como la abominación feminista, “ni puta por coger, ni madre por deber, ni presa por abortar, ni muerta
por intentar”, la propaganda no deja espacio para la duda, la reflexión o
la inquietud. Todo debe llenarlo, con medias verdades, o con mentiras, o peor
todavía, con “mentira la verdad”, parloteara
el programa del judío Darío Sztanjnszrajber.
Así, retornando hace pocos días de la costa
atlántica, y viajando en el servicio Mitre-José León Suárez, no tuve otra
fatalidad mejor sino escuchar a Viviana Mónica Nelli, voz institucional en off de anuncios y campañas en subtes y
trenes, quien más o menos sentenció así:
“El 100% de las mujeres sufrió acoso callejero
en algún momento de su vida. (…) El acoso existe. Para reporte y contención mandá un SMS al 22676
(acoso)”.
Los puntos suspensivos son producto o bien
de mi deficiente memoria, o bien de mi peor oído pues no tengo certeza de que en
el anuncio se diga lo que sí suele leerse en los afiches de vía pública, a
saber, “ni loca, ni perseguida, ni
histérica. El acoso existe”, etc. Quizá me equivoque en el número y sea en
cambio un 0800, pero sustancialmente ese era el esquema retórico-discursivo del
anuncio social-solidario para la mujer acosada, o en vías de serlo…
Quiero advertir, a los poco avisados, que mi
sencillísima faena analítica no pretende mímesis alguna con los ejercicios que
propone Roland Barthes en sus Mitologías,
autor por quien no profeso ninguna devoción, excepto claro está el
reconocimiento a su talento y su pluma para “desmontar los mitos
contemporáneos”, uno de los cuales es la publicidad. Menos aún intento ponerme
la “bota e potro” de la jocunda pluma
del P. Castellani de Las canciones de
Militis o las Notas a caballo de un
país en crisis desvelando los entuertos de la Patria. Para ello no tengo ni
las letras, ni el talento, ni la erudición del cura argentino; sí, tal vez, me
arrime un poco compartiendo su “amor
dolorido” por esta tierra abatida.
La brevedad esquemática del anuncio no llama
la atención particularmente; menos todavía buscaría uno enjuiciar la buena
intención que parece orlar semejante campaña en beneficio de las mujeres; con
todo, y aún fatigado de tanto sol, arena y mar, reparé un poco en dicho esquema
“tripartito”. Me vino a la mollera algo así como una “epifanía”, como impropiamente suele decir mi hijo menor si alguna
idea cae de su cabeza, y pensé que algo decía dicho anuncio. Para decirlo
técnicamente, y con cierta pedantería, hay un meta-mensaje en el mensaje; el
discurso contiene algunos implícitos que tal vez no sean tan implícitos y
tampoco tan verdaderos no obstante la “representación” de verdad que ambiciona.
La epifanía mentada me sugirió la siguiente hermenéutica, que pongo a
consideración de quien tenga la bondad de no abandonar esta plomo-nota.
A decir verdad, o se trata de un improbable,
o, llanamente, de una falacia el afirmar que “el 100% de las mujeres sufrió acoso callejero en algún momento de su
vida”. Es un acto de fuerza de la imaginación desbordada, incluso
morigerando la quimera con el recurso a la temporalidad de “(…) algún momento de su vida”. Nadie en sus
cabales pensará que los investigadores de campo de la campaña están en posesión
de los datos estadísticos necesarios como para concluir semejante disparate.
En rigor, se trata de una afirmación
típicamente propagandística, es
decir, un sofisma arrojado al viento para sostener por la fuerza figurativa del
lenguaje una posición de “empoderamiento”, como malamente se dice ahora. ¿Es
acaso posible conducir estudios
longitudinales sobre el universo completo de las mujeres para descifrar el
100% de los casos?
Sostengo el ataque. Son rústicos pues ni
siquiera en la campana de Gauss es razonable predicar un 100% de frecuencias para la distribución normal de una variable. Siempre
queda un resto, todo lo insignificante que se quiera, en los extremos de la
distribución que representa la campana. Para decirlo anti-feministamente, siempre habrá una anciana achacosa, una niñita
angelical, o endiablada, y algún adefesio intolerable que jamás serán sujetos
recipiendarios de predicación de ´acoso´ alguno, sea cual fuere la forma que
este adopte.
Recuerdo que hace años una tenaz profesora
de matemáticas me prestó un libro con este sugestivo título “¿Cómo mentir con estadísticas?” que
daba cuenta de las sutiles estrategias para organizar números y porcentajes con
el fin de que representasen lo que uno quisiere, so pretexto de que los números
son “datos duros” y alejan toda subjetividad. ¿Habrán leído con provecho el
manualito los publicitarios de la campaña en los Randazzo-trenes?
El segundo elemento de la “trilogía”
proviene de la última afirmación, que reza “para
reporte y contención mandá un SMS al 22676 (acoso)”. Es más arduo probar
aquí los pretendidos efectos retórico-ficcionales que se procuran.
Precisamente, y en sentido contrario, puede pensarse con suficiente grado de
certeza que lo que se propone es una ayuda legítima, transparente y al alcance
de la mano para un grupo de personas (mujeres) afligidas por un mal actual o
potencial y presuntamente en aumento.
Sin embargo, se trata de una campaña
propagandística que custodia su lógica y quiere asegurar sus efectos, aun
salvando las piadosas intenciones sociales. Mucho he empleado la palabra efectos y tiene propósito que lo haga pues
la propaganda y la publicidad son discursos que se proponen “efectos de verdad”, o efectos de
realidad como escribiera el citado Roland Barthes. No la verdad sino un ´efecto de verdad´, que no es lo mismo. No
la realidad sino un simulacro y cuanto más logrado, mejor. Mientras más acabado
sea el simulacro, mejor es su aproximación ficticia a la verdad, y, por lo
tanto, más recóndita su falsedad.
Algunas investigaciones en psicología social
sobre efectos persuasivos de campañas publicitarias en torno a “causas sociales” han demostrado que si
los receptores de un mensaje inductor del
miedo advierten que no hay forma de lidiar eficazmente con la amenaza, no
es probable que reaccionen ante el estímulo de miedo, y lo único que harán
será, sencillamente, sepultar la cabeza bajo la arena. Por el contrario, se ha
visto que si se elabora un mensaje que contenga instrucciones claras, concretas y optimistas, quizá podría potenciar
en los individuos que lo escuchan la sensación de que son capaces de hacer frente a sus temores y salir al paso del trance. De otro modo, los mensajes inductores de
temor que contienen instrucciones concretas sobre cómo, cuándo y dónde pasar a
la acción son mucho más efectivos que aquellas recomendaciones que omiten
esas indicaciones.
¿Entonces, qué tiene que ver con el SMS y el 22676 (acoso)? Ahí está, pues. El miedo, presunto o real, que suscita el enunciado “el acoso existe” y el peligro que
representaría para cualquier mujer la probabilidad de ser víctima de acoso callejero, se mitiga con el acceso relativamente
fácil a una herramienta de ayuda y contención. Lo que se desea, al menos como
implícito discursivo, no se resuelve solo con un SMS y el discado de cinco
números; tampoco concluye solo en el incremento de la auto-estima
personal-individual; con audacia, se dirige imaginariamente a la mujer como un
´colectivo´ de igualación y de empoderamiento (empowerment).
En efecto, si todas pueden ser víctimas del acoso; también todas son representadas simbólicamente como competentes para
decidir cómo, cuándo y dónde pasar a la
acción de manera efectiva. En mi opinión, esta suerte de colectivización simbólica de la mujer, y
de las mujeres vigorizadas, es el probable efecto
de verdad que procuraría el anuncio.
Una cosa más se me ocurre conjeturar y con
esto concluyo mi ejercicio analítico. “Paradigma
del grupo mínimo” se denominó hace años a una técnica de persuasión de
apreciable eficacia en el plano afectivo-emocional y su utilización en campañas
publicitarias. Los creadores de esta técnica se proponían la formación de
grupos integrados por gentes que no se conociesen en absoluto, utilizando los
criterios más banales e incongruentes que imaginarse pueda. Lo notable de los “grupalones”‒denominación de esos grupos
incongruentes– fueron, y son hasta
hoy, los resultados obtenidos.
Sería largo y tedioso dar toda la
explicación técnica. Digámoslo así. Lo que se proponía con esos grupos era la
constitución de una recia conciencia
grupal, más bien endogrupal –una
suerte de “Nosotros”, así con
mayúsculas‒ que potenciase en los
miembros del grupo dos procesos psicológico-sociales básicos; el primero, de
carácter cognitivo, consistente en
estar convencido de que si pertenezco a este
grupo, comparto y sostengo la misma representación de la realidad, intereses,
valores, que el grupo sostiene y es bueno que así sea.
De este modo, y mediante ciertos
entrenamientos grupales, se advertía un robustecimiento de las semejanzas entre
los miembros del endogrupo ‒porque “es mejor como somos y como lo hacemos
nosotros”‒ al mismo tiempo que se
exageraban las diferencias entre grupos (el exogrupo,
Ellos, los otros). No solo se
exageraban sino que en ciertos casos se “deshumanizaba” a los sujetos extraños
al propio grupo con atribuciones despectivas y estereotipadas.
El segundo proceso, de carácter motivacional-emotivo, estribaba en la
generación de una sólida autoestima y
valía grupal, que alcanzaba, como
efecto querido, la mejora de la estima personal. Y para materializar la propia
estima que la pertenencia al endogrupo proporciona, los miembros han de
defenderlo y adoptar sus creencias, símbolos y rituales. En todo esto radicaría
el secreto de la capacidad persuasiva del ´grupalón´.
A medida que las convicciones y la estima personal se supeditan más y más a
estos grupos se fortalecen también los motivos para alzarnos en defensores del
grupo e ir con orgullo y decisión hasta donde haga falta para sostener sus
posiciones.
¿Adónde quiero llegar con este fárrago inextricable?
Es más simple de lo que parece aunque no me fío de que ´la mia interpretazione´ no violente un poco el alcance del
anuncio. Un crítico me preguntaría, entre escéptico y desanimado, si es creíble
que vea todo eso que acabo de explicar detrás del “para reporte y contención mandá un SMS al 22676 (acoso)”. No lo sé.
Pero ensayaría esta analogía.
Estimo que la persistente y bien orquestada publicidad feminista ha ido conquistando
las conciencias de mujeres y de varones dispuestos a sostener creencias,
símbolos, imágenes, rituales y prácticas en defensa de la ´mujer vulnerable´ y necesitada de empoderamiento - ¡es la última
vez que escribo esto! – contra un ´enemigo´
al que lenta y miserablemente ha ido re-significando, primero, y
demonizando, después.
Aquí están escuetamente figurados los
elementos esenciales de la técnica y de la publicidad contra el acoso, a saber,
la formación de un ´endogrupo feminista´,
con todos sus ´géneros´ y orientaciones sexuales; sus clases e individuos;
también con todas sus idiosincrasias, diferencias, colores y pañuelos; sin
olvidar sus consignas, batallas y ansiadas conquistas. Se trata de un endogrupo transversal que perpetra una
suerte de comunidad heteróclita pero visible y bastante compacta. Pues hay mujeres católicas que no llevarán el pañuelo
verde pero postearon en la campaña “mirá
cómo nos ponemos”.
¿Y el exogrupo?
Ese es menos heteróclito y mucho más homogéneo, aunque varíen un tanto las
nominaciones. Se sabe que es el hombre,
el varón, el macho, el patriarcado con
sustantivación universal y abstracta y con la debida calificación
despreciativa. Es claro, pues se trata del exogrupo
machista, el aberrante enemigo que
mencioné un poco más arriba. Por lo demás, la acotadísima teoría psico-social
que sobre grupos expliqué en párrafos precedentes, se aplica perfectamente al
anuncio y a la campaña.
‘¿Perfectamente
al anuncio?´ objetaría mi imaginario crítico. Bueno, no tanto. Concedo. Pero los implacables
demonios que no estarán detrás del “mandá
un SMS al 22676”, sí están convocados, y son legión, en la publicidad
feminista.
Por fin, redacto estas notas para gloria de
Dios Padre y del Verbo, Sabiduría Encarnada; para bien y restauración de
nuestra Patria querida, y para rememorar que alguna vez existió la Cultura
Católica. Comenté que retornaba de la costa ´fatigado
de tanto sol, arena y mar´. Cierto, pero ni sol, ni arena, ni mar malearon
mi cabeza desde Retiro hasta mi casa en Villa Urquiza.
Ernesto
Alonso