CURSO DE ACCIÓN
Nos resistimos a
convertir la venidera disputa electoral en el objeto predominante de análisis de
estas líneas periódicas. Por mucho que el tema –como suelen decir hoy con
ligereza idiomática– esté instalado y resulte hegemónico. No hay al respecto demasiado
por decir.
Si gana Scioli,
gobernará una prótesis del continuismo, incluida la continuidad de la
corrupción pandémica y de la mafia que es su garante y su primera beneficiada.
Si gana Macri, el país
entero será Sodoma, y la imbecilización corrosiva, bien cotizada en el mercado,
se constituirá en política de Estado.
Si gana Massa –el que
alguna vez se definió con orgullo como “rueda
de auxilio de Cristina”; esto es, llanta suplente del carruaje de los
tiranos– tendremos la república de los drones, cuya capacidad vigilante, por cierto,
no llegará jamás a las oficinas donde el delito se consuma y la ruindad campea.
Cada uno por separado
y los tres juntos son la deyección de la democracia; la cual es en sí misma
excreción, boñiga y detrito. Con lo que la Real Academia no nos deja otra
alternativa más que llamarlos mierda.
Lo que sí acaso podría
ser objeto de análisis es la actitud que deberían adoptar ante tamaño drama
quienes se tienen por católicos y argentinos.
En ese orden, ya que
según tweet nacional y popular del 14
de julio, la Kirchner ha confesado “ser
católica pero primero argentina”. Palabras de pobre pelandusca cultural, que
en mejores tiempos hubieran ameritado el carbón ardiendo con que se castigaba a
los labios inmundos.
Mas como nadie sabe
hoy qué es ser católico y argentino; lo primero por la dolorosísima deserción
doctrinal de Roma y lo segundo por la claudicación de la inteligencia nacional,
acotaremos el punto en cuestión, más modestamente, a lo que nosotros nos
proponemos como curso de acción en tan fiera encrucijada. Entiéndase, claro,
que lo enunciaremos en cifra.
Nuestro enemigo es el
Régimen, vista el ropaje ideológico que vistiere el ocasional ocupante del
Ejecutivo. A ese enemigo, sirviente siempre del Poder Mundial y a la vez
ejecutor de sus planes, denunciamos, protestamos, desenmascaramos y marcamos a
fuego, sin cálculos de consecuencias personales. No es aporte menor si esto se
aporta. La misión del centinela en una ciudad sitiada y arrasada nunca será de
poca monta.
No somos abstencionistas.
No nos importa sumar los porcentajes de los ausentes en las urnas, más el de los
votantes en blanco, o los anuladores de votos. El criterio sería entonces el
mismo: cuantitativo; y habría ganado la perversa forma mentis del sistema, que edifica la política en las matemáticas
antes que en la teología. Nos negamos a sufragar, no para torcer los dígitos o
alterar los guarismos de los cómputos finales, sino porque el sufragio universal
conspira contra el Octavo Mandamiento. La participación que propiciamos está tejida
de resistencia, de rebeldía y de rechazo raigal al modelo regiminoso. Y consiste
en continuar y en acrecentar la lucha que aún podemos y sabemos dar, la del testimonio
de la Verdad contra todas las formas de la mentira, contra el Padre de la
Mentira, y aún contra quienes el Evangelio llama los hijos de ese progenitor infame.
Lucha de ideas la nuestra,
si alguna vez deviniera en contienda física, no nos hallará asistiendo a los
comicios ni contando presentismos o faltazos. Nos hallará, como ahora,
negándole toda validez a la democracia y a sus infernales manifestaciones. Y
cuanto más sacras se presenten ellas, más categórica será la negativa a quemarles
incienso en homenaje.
El fin de la política
es el bien común; y las formas de servir a ese fin tan preciado, tan necesario
y tan ineludible, son múltiples; como deben ser, además, formas concretas,
tangibles y acotadas al tiempo y al espacio en que el Señor nos ha plantado.
Supo haber un sólido Magisterio Eclesiástico que alguna vez y muchas veces enunció
estas formas o modos de servicio al bien común, en las antípodas de la mentira
del sufragio universal, de la ominosa partidocracia o la endiablada soberanía popular.
Formas limpias y virtuosas y eficaces de socorrer a la patria cautiva y a los
cautivos de la patria.
Esas ocasiones y esas
posibilidades las conocen y las practican bien los no pocos argentinos
abnegados –con abnegación que se funda en la Fe Verdadera– que jornada tras
jornada se constituyen en ejemplos vívidos de que son posibles el decoro, la
honra, la hidalguía y –sobre todo– el socorro espiritual y físico a quienes más
lo necesitan. Que no son los pobres de la sociología, ni los periféricos de la
neoparla vaticana, sino los mendigos de la Luz, los peregrinos de lo Absoluto,
los mendicantes de altares y de hogares, los limosneros del Orden.
Antonio Caponnetto