DE “UDOS”
Y “UDECES”
“Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden conciencia de
sus destinos,
y los que se apoyan en tumbas históricas son los que mejor preparan
el porvenir”
Nicolás Avellaneda
Es curioso el destino de las palabras:
algunas tienden a repetirse hasta el aburrimiento, otras caen en desuso, y
otras cambian casi por completo su significado. Por ejemplo, un archiconocido
epíteto, terminado en udo, ha pasado a ser un saludo afectuoso, entre jóvenes y
no tanto —al menos cronológicamente— y de ambos sexos, mientras que un sinónimo
con la misma terminación, conserva intacto su significado peyorativo.
Esto viene a cuento por el aluvión
de mensajes que recibió el jovenzuelo fiscal de mesa en las últimas PASO que retiró
no sólo su mano, sino todo su cuerpo, como si en lugar de extenderle la suya,
el infeliz de Macri le hubiese mostrado una yarará, aplicándosele ambas versiones
por su falta de urbanidad.
Veamos, no se puede decir que esté
en todo de acuerdo con el autor de la frase del epígrafe, pero respeto la verdad
de la misma. Por cierto, no es el único que haya expresado el mismo concepto,
por ejemplo, el célebre paleoantropólogo Louis Leakley dice: “El pasado es la clave de nuestro futuro”.
En fin, todas tienen relación con la
afirmación de una identidad, así el famoso: “serás
lo que debas ser, y si no, serás nada” del General San Martín, o lo expresado
por José Ortega y Gasset en “La Rebelión
de las Masas”: “Envilecimiento, encanallamiento, no es otra cosa que el modo de
vida que le ha quedado al que se ha negado a ser el que tiene que ser. Éste su
auténtico ser no muere por eso, sino que se convierte en sombra acusadora, en
fantasma, que le hace sentir constantemente la inferioridad de la existencia
que lleva respecto a la que tenía que llevar. El envilecido es el suicida superviviente”.
Se puede decir que un único caso (al
menos público) no es suficiente como para proponer generalizaciones. De acuerdo,
pero podría asimilarse al caso de un paciente
con síntomas incipientes de apendicitis: en ese caso el diagnóstico lo hace el
médico; en el caso de transformarse en una peritonitis a gran orquesta, lo hace
el portero del Hospital.
Bien, conviene no olvidar que todo
proyecto de poder absoluto implica un proyecto cultural, cuyo primer objetivo
es imponer una Cultura de la Decadencia, comenzando con una pérdida del espíritu
de lucha, conformismo, dejarse arrebatar lo ganado, dejarse marginar sin enfrentamiento
por los intereses del Imperialismo internacional del Dinero. Interesante lo manifestado
al respecto por Konrad Lorenz: “Todo grupo
cultural delimitado con suficiente claridad tiende a verse cual una especie
aparte, mientras que considera a los miembros de una unidad comparable como seres
incompletos. En muchas lenguas primitivas se emplea simplemente la palabra hombre
para designar la propia tribu. ¡Por lo cual matar a un miembro de una tribu vecina
no es en realidad un asesinato! Esta consecuencia de la pseudoformación de una
especie es sumamente peligrosa, porque mediante ella se descartan todos los escrúpulos
respecto a la eliminación de un congénere. Los adversarios despiertan una cólera
inmensa, como jamás podría hacerlo otro ser humano, ni siquiera el animal rapaz
más maligno, y por lo tanto, uno puede abatirlos sin remordimientos, pues no
son hombres auténticos. Un hecho verdaderamente inquietante es que hoy día la
generación joven empieza a enfrentarse con sus mayores sin rodeos, tratándolos
como si fueran una subespecie exótica. En materia de usos y costumbres, la juventud
rebelde intenta asimismo distanciarse todo
lo posible de la generación progenitora”.
Y agrega además: “Son siempre los más débiles aquellos que demuestran
ser los más malos: dominados por el miedo, y no teniendo la fuerza necesaria para
batirse en forma deportiva (es decir, ritualizada), son los primeros en tomar
la iniciativa de pasar de un combate ritualizado a una pelea destructiva”. Bien
entendido, esto en los seres humanos no sólo físicamente débiles, sino espiritualmente,
por falso adoctrinamiento. Tal vez, el tomar conciencia de estos conceptos pueda
inducir a la idea que la educación para lograr el control del individuo desde
dentro de sí mismo sea más útil para el manejo de la inseguridad que el aumento
de coches patrulleros, leyes o cámaras de vigilancia.
Por cierto que esta tendencia de una
parte de la juventud a alejarse en mayor o menor grado de los conceptos y los
usos tradicionales ha existido siempre, según las generaciones, para imponer
otros nuevos, más acordes con su sentir, lo cual es bueno para evitar una esclerosis
de los mismos, y permitir una evolución y un progreso.
Lo que ya no es tan bueno es un corte
tajante con el pasado, y un intento de comenzar otra vez de la nada, o, peor sobre
bases falsas, en especial si esta parte de la juventud, apartada de sus lazos
familiares y de guías verdaderos reniega absolutamente de su herencia —aunque
más no sea para aprender de sus errores— y en su búsqueda de novedad cae en manos
de pseudoguías inescrupulosos, porque no está escrito que todo progreso deba
ser positivo. Como también decía Lorenz, “Estos
jóvenes adoctrinados siguen cualquier doctrina, no importa cual”.
El problema se agranda cuando esta
parte de la sociedad firmemente convencida de estas doctrinas, se encuentra con
otra parte de la misma, también convencida de las suyas, basadas en una larga
tradición. Y la cosa no es trivial: en
el concepto de Ortega ( en su “Del Imperio
Romano”), “la concordia sustantiva, cimiento último de toda sociedad estable,
presupone que en la colectividad hay una creencia firme y común, incuestionable
y prácticamente incuestionada, sobre quien debe mandar”. Y “Lejos de producir la concordia, la convicción
de un grupo lleva a la revolución”.
Y esta división tajante (“divide et impera”) es la situación
ideal buscada por individuos como Richard Gardner, embajador de Jimmy Carter en Italia, miembro de la Comisión
Trilateral, quien manifestara en “Foreing
Affairs” en abril de 1974, “…de ese
modo llegaremos a poner fin a las Soberanías Nacionales, corroyéndolas pedazo a
pedazo”.
De modo que si lo que se busca es
conservar nuestra soberanía, pienso que sería importante dejar de fabricar udos
en serie, falsamente adoctrinados y mimarlos con cargos y con dinero, y tratar
de reflotar algunas palabras, tales como patria, honor, caballerosidad, y especialmente,
dignidad, el regalo que nos hizo nuestro Creador, cuya pérdida es la que permite
toda conducta aberrante sobre un congénere. Y volverles a ensañar desde la infancia
que convien apoyarse en tumbas ilustres para promover el “afinamiento de la raza” (salvo, claro está, mejor opinión de algún
legislador del FPV de Santa Cruz, promotor de prostíbulos) y buscar “un proyecto atractivo de vida en común”,
como quería Ortega en “España Invertebrada”
en 1921, quince años antes de que estallara la Guerra Civil.
Luis
Antonio Leyro