lunes, 12 de octubre de 2009

Especialmente el 12 de octubre


LA BANDERA DE ESPAÑA
NO SE ARRÍA


Uno de los actos más recios y sublimes que hay es la izada del pabellón patrio por parte de una escuadra militante. La enseña ondea al viento, alegre y victoriosa, mientras sus soldados rinden el homenaje de sus erguidas figuras, renovando el juramento que allí les congrega, apostando la propia sangre en su defensa.

El acto sublime y recio cobra transcendencia cuando, una vez izada la bandera, ésta tributa el honor debido al Dios de los Ejércitos y de las Naciones. Es todo un pueblo quién, bajo los colores de su estandarte, ofrece pleitesía a la Verdad, implorando la entronización de Cristo Rey en el trono sagrado de la Patria.

España, en su roja franja del pendón, no disimula la herencia martirial y heroica de aquellos paladines de la Fe que testificaron la Cruz y el Imperio con sus vidas. El Hijo del Trueno, Santiago el Apóstol, que regó nuestra tierra, ahora santificada, con su generosa sangre, tomando para siempre la comandancia hispánica. San Hermenegildo, la máxima expresión de fidelidad a la Fe Católica, que le llevó al enfrentamiento con su padre hasta la muerte por no pactar y negociar la rendición de la Verdadera Doctrina. Los cruzados en Jerusalén, en Lepanto y los encuadrados en los Tercios de Flandes. Las aspas de san Andrés paseando triunfantes en sus conquistas y amortajando los cuerpos de los que nunca regresaron. Las partidas carlistas del XIX y los falangistas, requetés y soldados del 36. Todo ello visible y contenido en el flamear victorioso de la roja y gualda sobre las ruinas del invicto Alcázar toledano.

El gualda nos recuerda la grandeza de España hasta las confines del orbe, evangelizando, conquistando y civilizando los pueblos y las gentes de medio mundo. España, la Católica España, iluminando de teología los Concilios toledanos o impartiendo claridad en Trento. La luz del pensamiento y la doctrina, el albor del Imperio anudado a la Iglesia, la reyecía católica de sus monarcas y las miles de ermitas marianas levantadas con el sudor de los españoles en todos y cada uno de los rincones de la Patria.

La Organización de los actos conmemorativos de la renovación de la consagración de España al Sagrado Corazón había dispuesto la retirada de todas las banderas de España. Y así lo hicieron, una a una, de entre las veinte mil personas allí congregadas, dentro de la explanada que sirve de base al magnífico monumento del Cerro de los Ángeles. La orden era clara y rotunda. Rechazar la España antes descrita y representada en los colores de su Enseña Nacional. Es la renuncia expresa al catolicismo en España, a su unidad religiosa, a su historia, sus mártires y sus santos. Por enemistad, cobardía o complejo se quisieron arriar las banderas.

Se nos insistió hasta la saciedad que retirásemos la bandera que nosotros portábamos con el Sagrado Corazón en el centro. Nos negamos a ello a pesar de habernos quedado solos en la resistencia. El resto de banderas que ondeaban fueron rendidas incluso por orden de aquellos jefes cuyos antecesores las habían custodiado, a sangre y fuego, en las calles, las plazas y los montes de España. Al ultraje se unía la traición, salvo aquellos que tomaron su bandera y se marcharon a escuchar la Santa Misa donde no fueran rechazados, cumpliendo con la consigna aprendida de ser incapaces de pactar con sacrificio del Ideal.

Ayer, hincado de rodillas a los pies del Sagrado Corazón, pedí por la olvidada Unidad Católica de España. Supliqué por el manipulado pueblo español. Rogué por los desorientados que allí se congregaron y por los que deben orientarlos. Recé en reparación por nuestros pecados, nuestras faltas, nuestras infidelidades. Imploré por nuestra perseverancia y la de los cofrades de Pamplona que mantuvieron en alto el pabellón navarro con la laureada de San Fernando.

Y agradecí profundamente a Cristo Rey que, ante el ataque y la embestida oficial, permanecieron en alto nuestras banderas. Porque antes que la disciplina está el honor. Queda dicho y advertido para futuras ocasiones: La Bandera de España es innegociable.

Miguel Menéndez Piñar

domingo, 11 de octubre de 2009

Patrocinio de María


UTILIDAD Y NECESIDAD
DE LA VIDA MARIANA

Para establecer la necesidad del culto mariano en general, y el valor de una vida mariana más perfecta en particular, partimos de un principio indiscutible, el que Cristo mismo formuló como línea general de conducta, aunque lo hiciese con motivo de un precepto particular: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.

1º) El Padre Billot S. J. razonaba con justeza y claridad al escribir: “María, en la religión cristiana, es absolutamente inseparable de Cristo, tanto antes como después de la Encarnación: antes de la Encarnación, en la espera y en la expectativa del mundo; después de la Encarnación, en el culto y en el amor de la Iglesia. En efecto, somos llamados y vinculados de nuevo a las cosas celestiales sólo por la Pareja bienaventurada que es la Mujer y su Hijo. Por donde concluyo que el culto a la Santísima Virgen es una nota negativa de la verdadera religión cristiana. Digo: nota negativa; porque no es necesario que dondequiera se encuentre este culto, se encuentre la verdadera Iglesia; pero al menos donde este culto está ausente, por el mismo hecho no se encuentra la auténtica religión cristiana. Y es que la verdadera cristiandad no podría ser la que trunca la naturaleza de nuestra «religación» por Cristo, instituida por Dios, separando al Hijo bendito de la Mujer de la cual procede” (De Verbo Incarnato, ed. V., pp. 401-402).

De donde resulta que el culto a la Santísima Virgen, considerado de manera general y objetivamente hablando, es necesario para la salvación y, por lo tanto, gravemente obligatorio. Quien se negara a tener un mínimo de devoción mariana, se pondría en serio peligro de comprometer su destino eterno, porque se negaría a emplear para este fin un medio y una mediación que Dios ha querido utilizar en toda la línea de su obra santificadora, y del que también nosotros debemos servirnos, por consiguiente, para alcanzar nuestro fin supremo.


2º) El culto mariano pertenece a la sustancia misma del cristianismo. Es ésta una verdad que no ha penetrado suficientemente en el espíritu de gran número de cristianos. Para ellos la devoción mariana es, sin duda, muy buena y recomendable, pero en definitiva secundaria, si no facultativa. Es un error fundamental. La fórmula del cristianismo, ya se lo considere como la venida de Dios a nosotros, ya como nuestra ascensión hacia Él, no es Jesús solamente, sino Jesús-María. Sin duda podría haber sido de otro modo, ya que Dios no tenía ninguna necesidad de María; pero quiso Él que fuera así. Es lo que había comprendido perfectamente uno de los mayores escritores espirituales del siglo XIX, Monseñor Gay, cuando escribía: “Por eso quienes no otorgan a María en ese mismo cristianismo más que el lugar de una devoción, aunque sea el de una devoción principal, no entienden bien la obra de Dios y no tienen el sentido de Cristo… Ella pertenece a la sustancia misma de la religión”.

3º) Una tercera conclusión que se impone irresistiblemente a nosotros como un «principium per se notum», esto es, como un principio evidente, es que adaptarnos plenamente en este campo al plan de Dios, concediendo íntegramente a Nuestra Señora, en nuestra vida, el lugar que le corresponde según este mismo plan divino, debe acarrear las más preciosas ventajas, no sólo para cada alma en particular, sino también para todo el conjunto de la Iglesia de Dios. María es, por libre voluntad de Dios, un eslabón importante e indispensable en la cadena de las causalidades elevantes y santificantes que se ejercen sobre las almas. Es evidente que este divino mecanismo funcionará más fácil y seguramente cuando, por el reconocimiento teórico y práctico del papel de María, le facilitemos el ejercicio de sus funciones maternas y mediadoras en nuestra alma y en la comunidad cristiana.

4º) Al contrario, las lagunas en esta materia, lagunas culpables y voluntarias, e incluso las lagunas inconscientes, aunque no en el mismo grado, han de resultar funestas tanto para el individuo como para la sociedad. Un organismo no se compone solamente de la cabeza y del cuerpo con sus miembros: el cuello es un órgano de contacto indispensable entre la cabeza y los miembros. O más exactamente aún: un ser humano no debe disponer solamente de un cerebro, centro de todo el sistema nervioso; ya que no podría subsistir y ejercer su actividad sin otro órgano central, el corazón. Ahora bien, María es el cuello o —metáfora más exacta y más impresionante aún— el Corazón de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.

El Padre Faber, que junto a Monseñor Gay fue la figura más sobresaliente de la literatura espiritual del siglo XIX, lo constataba de manera penetrante. Después de recordar toda clase de miserias, deficiencias y debilidades en sus correligionarios, prosigue: “¿Cuál es, pues, el remedio que les falta? ¿Cuál es el remedio indicado por Dios mismo? Si nos referimos a las revelaciones de los Santos, es un inmenso crecimiento de la devoción a la Santísima Virgen; pero, comprendámoslo bien, lo inmenso no tiene límites. Aquí, en Inglaterra, no se predica a María lo suficiente, ni la mitad de lo que fuera debido. La devoción que se le tiene es débil, raquítica y pobre… Su ignorancia de la teología le quita toda vida y toda dignidad; no es, como debería serlo, el carácter saliente de nuestra religión; no tiene fe en sí misma. Y por eso no se ama bastante a Jesús, ni se convierten los herejes, ni se exalta a la Iglesia; las almas que podrían ser santas se marchitan y se degeneran; no se frecuenta los sacramentos como es debido; no se evangeliza a las almas con entusiasmo y celo apostólicos; no se conoce a Jesús, porque se deja a María en el olvido… Esta sombra indigna y miserable, a la que nos atrevemos a dar el nombre de devoción a la Santísima Virgen, es la causa de todas estas miserias, de todas estas tinieblas, de todos estos males, de todas estas omisiones, de toda esta relajación… Dios quiere expresamente una devoción a su santa Madre muy distinta, mucho mayor, mucho más amplia, mucho más extensa” (Prefacio a la traducción del “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, de San Luis María Grignion de Montfort).

Faber, es cierto, escribía para su país y para su tiempo. Nuestra época, incontestablemente, ha realizado progresos en este ámbito, y los católicos de todos los países no tienen que luchar con las mismas dificultades que los que viven en medio de una población con una mayoría protestante aplastante. Pero eso no quita que hay un fondo de verdad en esta queja: la falta de una devoción íntegramente adaptada al plan de Dios es causa de lagunas y de debilidad espiritual. Y no podemos menos que suscribir las aspiraciones del pastor anglicano convertido: “¡Oh, si tan sólo se conociera a María, ya no habría frialdad con Jesucristo! ¡Oh, si tan sólo se conociera a María, cuánto más admirable sería nuestra fe, y cuán diferentes serían nuestras comuniones! ¡Oh, si tan sólo se conociera a María, cuánto más felices, cuánto más santos, cuánto menos mundanos seríamos, y cuánto mejor nos convertiríamos en imágenes vivas de Nuestro Señor y Salvador, su amadísimo y divino Hijo!”

5º) Demos un nuevo paso adelante en nuestras conclusiones y constataciones. Es sumamente deseable e importante para la salvación y santificación de las almas, y para la obtención del reino de Dios en la tierra, llevar el culto mariano a su perfección en nuestra alma y en todas las almas: “De Maria numquam satis” —sin exageración ninguna, por supuesto; la cual, por otra parte, es imposible desde que nos acordamos de que María es una criatura—. Debemos en todo, y por lo tanto también en la materia que nos ocupa, apuntar a la perfección, y a la perfección más elevada.

6º) Apuntar a la perfección del culto mariano se impone especialmente en nuestra época. Todo el mundo reconoce que desde hace ochenta años, y muy especialmente desde hace unos treinta años, el “Misterio de María” se ha impuesto a la atención de la Iglesia, tanto docente como discente, y que este Misterio ha sido comprendido con más claridad y profundizado singularmente. Es una de las grandes gracias de nuestro tiempo. Es evidente que a este conocimiento más neto y más profundo de la doctrina mariana, y muy especialmente de la misión de Nuestra Señora, debe responder una devoción creciente, intensificada. Como cristianos del siglo XX, debemos buscar y aceptar ávidamente las formas más ricas y más elevadas de la devoción mariana, o, como se dice más justamente hoy, de la “vida mariana”. Este proceso lo vemos realizarse ante nuestros ojos en la Iglesia de Dios, por la acción profunda y poderosa del Espíritu Santo, y bajo la influencia y dirección de la Jerarquía. En todas partes sale a la luz una convicción casi unánime de que vivimos “la hora de María, la época de María, el siglo de María”.

El acontecimiento mariano grandioso de que acabamos de ser testigos dichosos, la definición dogmática de la Asunción corporal de Nuestra Señora, es una nueva y poderosa prueba de ello. [El Padre escribía el artículo entre los años 1953-1954]. Ha llegado el tiempo predicho por Montfort, “este tiempo feliz en que la divina María será establecida Dueña y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su grande y único Jesús…, en que las almas respirarán a María, tanto como los cuerpos respiran el aire…, y en que como consecuencia de ello acaecerán cosas maravillosas en estos bajos lugares” (“Tratado de la Verdadera Devoción…”, nº 217). Se está cumpliendo la voluntad formal de Dios: “Dios quiere que su santa Madre sea al presente más conocida, más amada, más honrada que nunca”.


P. J. Ma. Hupperts S.M.M.
(tomado del libro “Fundamentos y práctica de la vida Mariana”)

Sin conexión


PEDIMOS DISCULPAS

Estamos experimentando desde hace dos días múltiples problemas de conexión con nuestro proveedor de Internet; suponemos que está en vías de solución, pero queremos disculparnos ante nuestros amigos por no poder -en estas horas- actualizar como quisiéramos el Blog.

Por si no tuviéramos hoy la solución definitiva (por no decir “la solución final”, ya que hay mucho quisquilloso suelto), ¡FELIZ DÍA DE LA HISPANIDAD PARA TODOS!

¡ARRIBA ARGENTINA! ¡ARRIBA ESPAÑA!

jueves, 8 de octubre de 2009

Educativas


Salud mental: entre la rigidez y la flexibilidad

LA LOCURA DE LOS CUERDOS,
LA CORDURA DE LOS LOCOS

La sana doctrina sobre la prudencia nos enseña que para poder hacer de ella un hábito perfectivo es necesario el concurso armónico y global de ciertos componentes. La docilidad, por ejemplo, como parte de la misma, nos pide cierta sumisión a lo que dice la realidad. Y la solercia —término tal vez poco usual—, también reclama la flexibilidad suficiente para afrontar contingencias e imprevistos. Rasgos éstos muy propios de la vida cotidiana y de la encarnadura de las virtudes naturales y cristianas.

Pero no olvidemos que seguimos hablando de una virtud, por lo cual, sin el concurso de la recta razón y la deliberación en el obrar, perdería su naturaleza espiritual para convertirse en simple acto mecánico o animal.

Ahora bien, en otro orden —el de la psicopatología y la vida afectiva— también oímos hablar de una legítima flexibilidad. Saludable, por cierto. Sea para buscar distintas resoluciones posibles a un mismo problema, sea para conservar el sano humor ante una limitación propia. Saludable, como dijimos, con una condición: aclarar de qué tipo de flexibilidad —y como contrapartida, de qué tipo de rigidez— estamos hablando.

Porque aquí nos encontramos ante el eterno contraste entre el fuera de quicio y el extasiado, entre el loco y el santo. Porque se habla permanentemente de flexibilidad y de rigidez. Pero ¿en qué sentido?, ¿cómo se distinguen?

Alguien decía que la locura es la absolutización de lo relativo y la relativización de lo absoluto. El mundo le pide flexibilidad al santo, justo en aquello que no puede perder solidez. El loco es sólido e inmutable en lo que debiera ser flexible. Santo y loco, los dos saben que hay cosas que “no se tocan”, pero se encuentran en polos distintos.

¡Qué nocivo cuando la propuesta psicoterapéutica consiste en flexibilizar lo inamovible! Entonces, parece preferible sugerirle al paciente que el matrimonio y la familia son cosas tan convencionales, relativas y opinables como pueden serlo diferentes perversiones o vicios; y persuadirlo de que es él —por “rígido”— quien no sabe asumir, entender, captar o aceptar esa realidad mudable.

Y entonces ¿qué se logra? Que el paciente confirme que todo puede cambiar y amoldarse al cambio, menos su punto de vista.

Es decir, se promueve un loco.

Y cuántas veces se toma por un loco al hombre que es fuerte y fiel, por el sólo hecho de permanecer idéntico en sus amores con el paso del tiempo.

Poco le interesa al mundo cuáles son aquellos amores. Para diagnosticar la locura le alcanza con percibir que hubo algo inamovible en el tiempo. ¡Y justamente en aquello inamovible está la clave del buen diagnóstico!

¿Qué fue lo que no cambió: el temor que desde niño le tiene a las lombrices o el permanente cuidado de hacer algo que disguste al Señor?

Lo primero se llama fobia específica, lo segundo temor de Dios. Lo primero es una anomalía. Pero lo segundo, es un don del Espíritu Santo.

En una cultura subvertida y en un mundo desquiciado, la política educativa no podía quedar afuera de este cuadro de situación. Más bien al contrario: es un medio privilegiado para los apologistas de la flexibilidad y los detractores de la rigidez. O al revés, según convenga al caprichoso.

Entonces, se puede dialogar, discutir, “consensuar” y votar acerca de la legalización del aborto, e incluso de la existencia o no de la vida desde la concepción. Pero nadie se atreva a poner en duda la infalibilidad de los preservativos o la asistencia perfecta de Sarmiento a la escuela, porque… principios son principios.

Sobre los actos sacrílegos que son perpetrados a la vista de todos, es preciso opinar, disentir y apelar a las encuestas; pero que a nadie se le ocurra sugerir la paranoica relación entre la pornografía y la promiscuidad, porque su negación es dogmática.

Qué extraño totalitarismo el que nos envuelve, que nos ha hecho perder hasta la lógica. Contradecir a un ministro de salud es delito penal, pero pisotear los Santos Evangelios es libertad de expresión. Qué liberalismo tan particular que nos está sumiendo en la peor de las esclavitudes.

Si por evidencia entendemos aquello que el sujeto ve de manera directa, podríamos decir que el loco es incapaz de modificar lo que le muestran los sentidos; el santo no está dispuesto a traicionar lo que le muestra la fe.

Las caricaturas del hombre normal —es decir, del santo— cobran aquí renovada vigencia. Porque el loco y el santo darán dos frutos, tal vez sólo posibles de ser escudriñados por Dios: el caprichoso y el fuerte. El caprichoso hace de sus problemas personales una cuestión de estado, el fuerte hace de las grandes cosas una cuestión personal.

Aquí, ante este dilema que divide a los hombres en dos —loco y santo— quien tendrá la última palabra será una vez más la realidad.

Jordán Abud

martes, 6 de octubre de 2009

Nuevo Orden


SEXO SEGURO, CREEME

“Verás que todo es mentira”
(Enrique Santos Discépolo)

Un estafador no dice al candidato a ser desplumado: “vení que te voy a estafar”, antes bien, le asegura buenas ganancias con el trato por él propuesto. Así, los grandes estafadores internacionales esconden sus intenciones bajo disfraces edificantes, como la prevención de enfermedades. Suelen estos individuos ofenderse fácilmente y apostrofar de toda manera a quienes osen dudar de la pureza de sus intenciones.

Así ocurre con la resolución del Parlamento belga, que “insta a condenar las declaraciones del Papa contra el uso del preservativo en la lucha contra el SIDA” (cfr. nº 80 de “Cabildo”, “El Totalitarismo Democrático”), pidiendo una protesta oficial por considerar sus declaraciones “como una ofensa hacia los compromisos de la comunidad científica para prevenir y luchar contra la propagación del SIDA”.

El periódico francés “Le Monde”, por su parte, publicó declaraciones del heresiarca suizo Hans Küng, quien afirmó que “La historia juzgará al Papa como responsable de la propagación del SIDA en África”. El ministro de educación francés, Xavier Darcos, declaró que “decir que en África no se debe usar el preservativo es criminal”. “The Lancet”, antigua publicación médica inglesa, acusó a Su Santidad de “distorsionar la evidencia científica con el fin de promover la doctrina católica sobre este asunto”, etc. Lo curioso es que todos estos personajillos están ligados o comprometidos con la imposición de las premisas del Nuevo Orden Mundial (NOM),cuyos personeros no se caracterizan precisamente por respetar la dignidad o la vida humana.

Veamos: según Andrea Peccei, presidente del Club de Roma, “en la tradición cristiana, el hombre es el señor de la creación, pero yo no comparto esa idea. El hombre es sólo una especie entre muchísimas” (Vivencia, 1980). Según Felipe de Edimburgo “el hombre es un accidente peligroso que perturba el equilibrio de la naturaleza y, por lo tanto, se lo debe limitar o suprimir” (“Sydney Times”, 20 de junio de 1980); o también: “no tenemos opción. Si la población no se controla voluntariamente, habrá que controlarla involuntariamente por medio de las enfermedades el hambre y la guerra” (“People”, 21 de diciembre de 1981). A David Foreman, fundador del grupo ecologista Earth First! (¡La Tierra Primero!), se le ocurrió que “El SIDA no es una maldición, sino un remedio oportuno y natural para reducir la población del planeta” (“Earth First! Journal”, 8 de noviembre de 1987).

Otro ejemplo. Thomas Robert Malthus, economista, pastor anglicano y agente de la Compañía de las Indias Orientales propuso, como se sabe, la restricción voluntaria de la población para remediar la desproporción prevista para el futuro entre la demografía y los alimentos.

Publicó en 1798 su “Ensayo sobre el principio de población”, en el cual insiste en que las clases bajas sólo podrán mejorar su condición mediante la autolimitación de su número, utilizando dos tipos de métodos: los positivos, que tienden a aumentar la mortalidad, y los preventivos, que disminuyen la natalidad (luego se agregarían los métodos anticonceptivos y el aborto).

La promoción del malthusianismo fue enunciada como política oficial de Ronald Reagan, en discurso pronunciado ante el Parlamento Británico el 8 de junio de 1982, que incluía adoptar las premisas del FMI y del NOM, el fin de las soberanías nacionales, etc.

Sir Henry Kissinger en el Primer informe anual sobre la política demográfica de los Estados Unidos, más conocido como “Memorando 200 de 1976”, dice que “los Estados Unidos tienen un interés político y estratégico especial, que requiere una política de control o reducción de la población de trece países”, porque “el aumento de su población probablemente aumentará su predominio económico, político y militar a escala nacional y quizá hasta mundial”. También dice que “es vital fortalecer el compromiso por parte de los líderes de los países menos desarrollados, que (lo anterior) no debe ser visto por ellos como una política de los países industrializados de limitarles la fuerza o de reservarse los recursos para uso privativo de los países ricos”, que “la ubicación de las reservas conocidas de muchos minerales de gran pureza indica una creciente dependencia de todas las regiones industrializadas de las importaciones de los países menos desarrollados”, y que existe “la probabilidad de que concesiones a empresas extranjeras sean expropiadas o sometidas a intervención arbitraria”.

El origen de esta demencia es remotísimo, pero limitémonos a la Reforma. Decía Hilaire Belloc en Así Aconteció la Reforma: “Sí, Dios se había hecho Hombre y había muerto para salvar a la humanidad, pero sólo a la humanidad en determinado número de personas, a favor de la cual había actuado”, es decir, “las fatalmente elegidas, señaladas por la riqueza”. La doctrina de Calvino “proporcionaba un poderoso apetito humano que el catolicismo combate. El dinero, objeto de adoración, era un dios implacable; el apetito era el amor por el dinero”.

Y más adelante agrega: “tenía construido un sistema a priori en la mente y luego obligó a las pruebas a calzar dentro el”, es decir, racionalismo puro. Por eso escribía Castellani que “el racionalismo (no la razón) erige a la mente humana en suprema medida de todas las cosas”. De aquí partió la línea que llevó a la Revolución Francesa, y por último al Proyecto Democracia de las UN, que incluye (otra vez) aceptar los lineamientos del FMI, las premisas del NOM, etc.

Resulta muy difícil digerir el celo de los interesados en despoblar vasta regiones del planeta para apropiarse de sus recursos, por cuidar su salud por medio de preservativos. Se debe tener en cuenta que estos son elaborados con látex (menos frecuentemente con poliuretano). La estructura reticular de sus elastómeros produce poros que —en principio— son mucho mas pequeños que el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH): pocos nanómetros (nm) —1 nm = una millonésima parte del milímetro— pero debido al proceso de fabricación del preservativo, cabe la posibilidad de que se produzcan poros dos o tres veces más grandes que el mismo (el VIH mide 120 nm), o zonas más delgadas debido a la producción de burbujas en el látex líquido, la inclusión de partículas de látex seco o cuerpos extraños en las paredes del preservativo, puntos de origen de dichos poros. Se han encontrado fallas en preservativos de mercado testeados al azar del orden de los cientos de micrones (1 micrón = 1 milésima parte del milímetro), unas mil veces más grandes que el VIH. Y el número de defectos hallados por métodos ópticos y confirmados por tests de filtración, excede significativamente el número esperado (cfr. “Optical testing of Condoms”, Stephen R. Smith, John L. Lowrance, Luiz A. B. Tessarotto). Estos datos apoyan lo declarado por el Consorcio de Médicos Católicos de Buenos Aires (cfr. nº 80 de “Cabildo”): La Organización Mundial de la Salud afirma que el preservativo tiene una tasa de fallos del 14%; la “International Parenthood Federation” la sitúa en un 30%, y concluye en que “el riesgo de contraer SIDA durante el llamado sexo protegido se aproxima al 100% a medida que el número de relaciones sexuales se incrementa”.

Cuando los marxistas tratan de desinformar y desprestigiar a otro, por ejemplo al Papa, acusándolo de distorsionar evidencias científicas y de criminal, a la par que promueven la promiscuidad, con la consecuencia del incremento de la enfermedad y la despoblación de países prontos a ser desvalijados, deben tener especial cuidado de no dejar poros que puedan ser atravesados por otras evidencias, no sea que se les de vuelta la taba y terminen siendo identificados con los adminículos que tanto promueven.

Luis Antonio Leyro

domingo, 4 de octubre de 2009

Año del Santo Cura de Ars


AVAROS DEL CIELO:
CIELO Y POBREZA

Desde el primer momento, llamó la atención a la gente del pueblo cómo rezaba y celebraba la Santa Misa el nuevo cura. Y también llamó la atención su libre y generosa pobreza. Al llegar a la casa parroquial, enseguida pidió que se llevasen de allí todo lo que no era imprescindible para vivir.

Daba siempre, y daba todo lo que podía. Y lo hacía con cualquiera. Cambiaba su pan blanco por el duro a los mendigos; daba sus zapatos; vendía lo que podía…

Cuando llevaba ya cinco años en Ars, en 1823, comenzó con su proyecto, que llamó La Providencia. Era una escuela gratuita para niños, que iba albergando a pequeños en su mayoría huérfanos: lo que empezó con doce camas, terminó por hospedar a sesenta, que iban desde los seis a los veinte años. Él no tenía un centavo en el bolsillo, pero para los que no tenían, conseguía lo necesario.

Quería amar sólo a Dios y a aquellas almas que Dios le había encargado, y para eso quería tener libre su alma, muy libre de todo lo de la tierra. Sabía que cuanto más pobre es uno, más rico es.

Al mismo tiempo que con su persona era austero, con los demás y con Dios era tremendamente generoso: le importaba tanto cada persona, amaba tanto, que no se conformaba con verlos pasar necesidades. Buscaba ganar las almas para el Buen Dios, y también cuidaba de sus cuerpos.

LO QUE DIJO E HIZO

“Hay dos tipos de avaros: el del cielo y el de la tierra. El de la tierra no lleva su pensamiento más lejos que el tiempo; nunca tiene suficiente riqueza; amasa siempre. Pero en el momento de la muerte no tendrá nada. Lo he dicho a manudo: es como los que guardan demasiado para el invierno, que cuando llega la cosecha siguiente, ya no saben qué hacer; sólo les sirve para tener problemas. Asimismo, cuando la muerte llega, los bienes no sirven más que para preocupar. No nos llevaremos nada, lo dejaremos todo. ¿Qué diríais de una persona que amontona en su casa provisiones que tuviera que tirar porque se pudren; y que, sin embargo, dejase piedras preciosas, oro, diamantes que podría conservar y llevarlos por todas partes donde fuese, y con los que haría fortuna? Pues bien, hijos, nosotros hacemos eso mismo: nos atamos a la materia, a lo que necesariamente se termina, y no pensamos en adquirir el cielo, ¡el único verdadero tesoro!”

Su gran preocupación fue inculcar en los cristianos la convicción de que en la tierra estamos de paso, que vale la pena vivir siendo avaros del cielo: “La tierra es comparable a un puente que nos sirve para cruzar un río; sólo sirve para sostener nuestros pies. Estamos en este mundo, pero no somos de este mundo, puesto que decimos todos los días: Padre nuestro que estás en los cielos. Hay que esperar nuestra recompensa cuando estemos en nuestra casa, en la casa paterna”.

Quiso vivir pobremente, prescindiendo de todo lo posible, para que nada lo atase. Y si podía dar, lo hacía sin pensarlo dos veces. Un día, cuando se dirigía al orfanato para explicar el catecismo, se cruzó con un pobre desgraciado que llevaba el calzado destrozado. Inmediatamente el Cura le dio sus propios zapatos y continuó su camino hacia el orfanato intentando ocultar sus pies descalzos bajo la sotana. Contaba Juana María Channay: “Le envié una mañana un par de zapatos forrados, enteramente nuevos. ¡Cuál fue mi admiración al verlo, por la tarde, con unos zapatos viejos, del todo inservibles! Me había olvidado de quitárselos de su cuarto. ¿Ha dado usted los otros?, le pregunté. «Tal vez sí», me respondió tranquilamente”.

Con idea de corregir a quienes pensaban que ser santo es cuestión de pasar todo el día en la iglesia olvidando sus obligaciones y la caridad con el prójimo, les decía: “Sentís necesidad de rezar al Buen Dios, de pasar todo el día en la iglesia: pero os asalta la idea de que sería muy útil trabajar por algunos pobres que conocéis y que se hallan en una necesidad extrema; eso agrada mucho más a Dios que todo el día pasado al pie del santo sagrario”.

En sus últimos años lo hicieron canónigo. Los canónigos visten sobre la sotana la muceta, una tela morada colocada encima de los hombros. En cuanto le hicieron llegar la muceta la vendió, y dio ese dinero para los pobres y huérfanos. Estaba convencido de que “los amigos de los pobres son los amigos de Dios”. “Si tenéis mucho, dad mucho; si tenéis poco, dad poco; pero dad de corazón y con alegría”.

En enero de 1823, a los cinco años de su llegada a Ars, estaba ayudando en la misión del vecino pueblo de Trevoux: hacía mucho frío, y se pasaba horas confesando. Entre varios reunieron dinero y le compraron un pantalón negro abrigado, de gruesa pana. Un sábado por la noche, cuando volvía a pie a Ars, se cruzó con un pobre casi desnudo que temblaba de frío. “Espere, amigo”. Se escondió detrás de una cerca; al momento, apareció con el pantalón en la mano, y se lo dio. Al cabo de unos días, en Trevoux, le preguntaron si estaba contento con los pantalones: “Ah sí; he hecho de él un muy buen uso: un pobre me lo ha pedido prestado sin devolución”, bromeó.

Quería vivir de tal modo que la tierra ya no le importase, como solía comentar; los bienes de la tierra… ¡son tan poca cosa comparados con los bienes del cielo! “El mundo pasa, nosotros pasamos con él. Los reyes, los emperadores, todo se va. Nos introducimos en la eternidad, de donde no se vuelve nunca. Sólo se trata de una cosa: salvar tu pobre alma. Los Santos no estaban atados a los bienes de la tierra; no pensaban más que en los bienes del cielo. Las gentes del mundo, al contrario, no piensan más que en el tiempo presente. Hay que hacer como los reyes. Cuando van a ser destronados, envían sus tesoros por delante; y estos tesoros los esperan. De la misma manera, el buen cristiano envía todas sus buenas obras a la puerta del cielo”.

Vivir atado a los bienes de la tierra, a las cosas que se tienen… es una vida tan tonta, tan baja, que es como vivir muerto: muerto a la vida libre y fabulosa del que goza de los bienes espirituales: “El Buen Dios nos ha puesto en la tierra para ver cómo nos comportaremos, y si lo amaremos; pero nadie se queda en ella. Si pensáramos un poco, elevaríamos sin cesar nuestras miradas hacia el cielo, nuestra verdadera patria. Pero nos dejamos llevar por el mundo, por las riquezas, por los gozos. Ved a los Santos: ¡cómo estaban despegados del mundo y de la materia! ¡Miraban todo eso con desprecio!”

José Pedro Manglano
(tomado de su libro “Orar con el cura de Ars”)

sábado, 3 de octubre de 2009

Jordán B. Genta

“No queremos… ser populares porque queremos ser siempre verdaderos”
Nuestra Definición, Jordán Bruno Genta.

MÁRTIR ARGENTINO
2 de octubre de 2009 - 100º aniversario de su natalicio.
27 de octubre de 2009 - 35º aniversario de su muerte.


He aquí, en ésta escueta línea con que titulamos estos escritos, la enseñanza póstuma más clara del mártir intelectual Jordán Bruno Genta.
Porque fue la preeminencia de la verdad y el consecuente desprecio de los criterios del mundo el que guió su itinerario al cielo. Desde su milagrosa conversión en medio de todo tipo de obstáculos y contrariedades, pasando por su cátedra y vida política regias en una Nación dominada por el populismo y la subversión, hasta su testimonio excluyente y sobrenatural del derramamiento de su sangre final. En la aquella austera y olvidada vereda de su casa en Colegiales, cercana a la habitación donde tenía su inconmovible y apartada cátedra.

Por eso cerró su declaración doctrinal, llamada nada menos que Nuestra Definición, con la oración y definición que lo sintetiza todo, Y rogamos a Cristo, Nuestro Señor, y a su Madre, la Santísima Virgen María, Nuestra Señora, que nos conceda el coraje de la verdad en todas las circunstancias de la vida.

Fue la Verdad la que lo atrajo a la Comunión de los Santos, a través de los Clásicos, en quienes se manifestaba el Espíritu Santo comunicador de la verdad. Sucedió en nuestra Paraná, con su Seminario, sus sacerdotes y sus fieles, donde se le abrió el camino directo a la Fe, la Verdad de las verdades.
La autoridad propia de la Verdad fue la que informó su vocación de docente y filósofo. Dijo Los grandes discípulos que fueron grandes maestros, siempre se sometieron al largo estudio y a la disciplina rigurosa. Piénsese que un Aristóteles fue veinte años discípulo de Platón. No estaba urgido por la autonomía, porque la autonomía nace de la autoridad del saber.
Entendió perfectamente esta jerarquía de la vida contemplativa sobre la práctica y se cumplió plenamente en él. No concebía la realidad práctica despegada e independizada de las verdades que la sustentan y explican. Castellani le cita una genial frase que expone esta mirada realista: poner al lado de la necesaria rigidez de los principios la más sincera buena voluntad hacia las personas.
Por ello no entró jamás en los dilemas absurdos y disolventes entre teoría y práctica, entre contemplación y acción o entre verdad y bien. Ambas esferas tienen su autonomía pero están íntimamente relacionadas y jerarquizadas. Porque, como enseñó claramente Santo Tomás, es la misma inteligencia la que contempla la verdad y la que alcanza la prudencia para realizar el bien. No hay entonces dicotomía posible, es la única facultad del entendimiento que se desarrolla en diversos momentos y aptitudes respecto de la verdad.

Pero en ésta falsa disyuntiva estaba el mundo al cual él se enfrentaba, en la soledad de la verdad antes que el error en compañía, que prefirió siguiendo el grave consejo de Santa Teresa.
Perón era la encarnadura de la falsa prudencia gubernativa que se desentendía de la verdad. Su compañero de política, en los iniciales y promisorios tiempos de la revolución del ’43, fue la concreción llana del pragmatismo absoluto, del oportunismo que subvierte y anula la verdad en aras del éxito temporal.
Perón fue el populista por antonomasia que Genta enfrentó como enemigo propio, pero sobre todo de la Nación. Lo enfrentó y denunció porque conocía perfectamente el mal común que implicaban semejantes vicios en el poder. Por eso, Perón, el peronismo, son y serán siempre, sinónimos de demagogia y populismo. Son y serán siempre el símbolo argentino del exitismo hábil que desprecia y persigue a la Verdad.
Todo puede acomodarse y transarse en vistas al supuesto bien a alcanzar, en vistas al supuesto equilibrio social, en orden a una tranquilidad social en la ruindad.
No obstante, no se engañaba respecto del mal que sostiene todo el andamiaje siniestro de la vida pública nacional; por ello es que denunció vigorosamente la perversidad esencial de la Democracia. Llamando aberración satánica a la soberanía popular, porque sustituye a la Soberanía de Dios.
La Democracia, el engendro de la Revolución que pone en manos de las multitudes anónimas e irresponsables los destinos de la Nación cristiana, era para Genta el profundo error político y religioso que somete a la Argentina al desquicio de las masas informes. Masas descarriadas que a su vez son siempre manipuladas por los habilidosos e inescrupulosos que se suceden en el poder.
Nosotros hemos perdido –afirmaba autorizadamente- el sentido de que la Política es sabiduría, porque está ejercitada por esa virtud de la prudencia, que es la sabiduría práctica, que es obrar la realidad, que es obrar la verdad en orden al fin, al Bien Común.
Así todo el sistema perverso, con sus partidos, sufragios universales e idioteces liberales de pluralismo en los principios, era desenmascarado con precisión y contundencia por su cátedra intransigente.
Bien describió Pablo Juárez Ávila esta actitud frontal y entregada a la verdad del maestro –a costa de soledades y persecuciones difíciles-, cuando hacía referencia a un comentario tajante que hizo en Tucumán acerca de la guerra antisubversiva: “Luego de estas palabras -dice Ávila- hubo silencio y mutis por el foro, porque era la respuesta de un “caballero cristiano sin tacha y sin miedo”, ¡qué digo! era la respuesta de un adalid de Cristo, el único que conocí que jamás cedió a la tentación de contrarrestar la “guerra sucia” con la “guerra sucia”, y ello porque llevaba en sí mismo y porque lo atraía y le interesaba más la nobleza del alma que la eficiencia, el testimonio de la Verdad que la seguridad, la ejemplaridad paidética que el éxito sin grandeza, la religión y la patria que, en fin, “la manija” del poder. No por nada el Padre Castellani calificó proféticamente a Genta como “el pedagogo del o juremos con gloria morir”, que fue una parábola que se cumplió literalmente.”

Y la Verdad lo escuchó, lo sostuvo y lo abrazó para siempre.
Como un anuncio profético de su martirio por la verdad, comenzó su última conferencia –horas antes de su asesinato-, que fue indudablemente su testamento político y religioso, manifestando ésta necesaria disposición incondicional hacia la verdad, sobre todo en momentos delicados y complicados de la Nación. Señaló: “Vivimos una hora grave, solemne y decisiva. Acaso sea mejor para los hombres, y en especial para los cristianos, tener que vivir peligrosamente, expuestos a morir en cualquier momento. Digo acaso sea mejor, porque aún antes del Cristianismo, el verdadero fundador de la Filosofía en Occidente, que fue Sócrates, enseñó que la Filosofía es una preparación para la muerte. Y nosotros adoramos a un Dios hecho hombre, crucificado por amor, en la figura del fracaso y de la muerte. No hay, pues, otro modo de llegar a la Vida verdadera, que recorrer el itinerario de Nuestro Señor Jesucristo.
Un itinerario que supo transitar como un auténtico enamorado de la Verdad, exponiéndose por ella hasta las últimas consecuencias.
“Quien es de la verdad escucha mi voz” dijo Nuestro Señor en las complicadas horas de su Pasión, a quien efectivamente podía matarlo por dar testimonio de la verdad. Podía y de hecho lo hizo matar al someter la Verdad –que tenía en frente- a la decisión de las multitudes.
Asimismo Genta, en sus últimos momentos, se hacía otro Cristo dando el testimonio final de su cátedra. Desafió con sus palabras al oportunismo mundano que busca primero la añadidura del éxito antes que la verdad del Reino de Dios. Ofreció la verdad de su conducta y su palabra al que la quiera seguir, mostrando la terrible dificultad que implica, pero también la luminosa seguridad del camino estrecho para “llegar a la vida verdadera”.

Maestro, aunque indignos, queremos ser tus discípulos.
Desde la cátedra celestial, que ejerces para siempre a la derecha del Padre, te pedimos que intercedas por nosotros para saber dar el testimonio de la Verdad que nos enseñaste.

¡Jordán Bruno Genta, maestro de la verdad, hasta siempre!

Pedro Bermúdez.
Argentina, 2 de octubre de 2009.

viernes, 2 de octubre de 2009

1909 - 2 de octubre - 2009


Centenario del nacimiento de Jordán B. Genta

JORDÁN
BRUNO
GENTA,
FILÓSOFO
Y MÁRTIR


Queridos amigos:

Confieso que estoy bastante nervioso porque hablar sentado al lado del maestro Caturelli me resulta tremendamente difícil. Pero en fin, cuento con la benevolencia del maestro y la de ustedes. (…) Virginia, que siempre consigue todo lo que se propone, me ha pedido que en el marco de estas jornadas haga alguna referencia a la figura de Jordán Bruno Genta. Y me ha pedido que esa referencia, en lo posible, sea desde la perspectiva de la propia experiencia personal.

He de decir que estas perspectivas no me agradan mucho porque ponen en estado de conmoción mi “racionalismo”. Pero de todas maneras, el mismo Dr. Caturelli me inspira; él es, en efecto, autor de un hermoso libro, que acaba de publicar, que se llama La historia interior. Creo que ya no es el último de sus libros (con el Dr. Caturelli nunca se sabe pues su producción es incesante). Digamos que es uno de sus últimos libros.

En ese libro, La historia interior, aprendí cómo desde la propia interioridad, instalándose en la propia alma, pueden verse los acontecimientos; y de qué modo, en esa rica economía entre la historia que transcurre afuera y la historia interior, los acontecimientos van adquiriendo -digamos así- una especial configuración, una dimensión y una densidad nuevas. Quisiera, pues, situarme ante la magna figura de Genta desde la perspectiva de esta “historia interior”.

Tengo que comenzar con una referencia, siquiera somera, a los finales del año 1954 y principios de 1955. Años turbulentos, años difíciles en la historia de nuestro país. Yo en esa época era un adolescente y había dos cosas que me preocupaban.

Una era la fe, recientemente adquirida o tal vez re-adquirida; y esa fe se me presentaba como un desafío intelectual. Había en mí ya desde aquella época un ansia por razonar la fe, un ansia por compatibilizar la razón con la fe, un ansia de vivir una fe ilustrada. Habían contribuido a generar esta inquietud algunos maestros que tuve en la escuela secundaria, entre ellos recuerdo al querido Padre Ciucarelli, que era profesor de religión, el que siempre, en todo momento, se esforzaba por señalarnos la coincidencia de la fe y la razón. Aun cuando ahora, con el paso del tiempo, advierto que había algunas limitaciones en sus enseñanzas, no obstante le debo el haberme insuflado este espíritu de fe ilustrada, ese intelecto que busca la fe, intellectus quarens fidem, del que es modelo insuperable Tomás de Aquino.

La otra cosa, la segunda gran inquietud, era la Patria; la Patria Argentina, en ese momento convulsionada, incendiada literalmente. En el año 1954 se suprime la enseñanza religiosa en las escuelas; yo cursaba en ese momento el tercer año del secundario y, al influjo de esa situación tensa que se vivía, comencé a dar los primeros pasos en lo que podemos llamar una activa militancia, una militancia desde las filas de la Acción Católica, de aquella benemérita institución que fue la Acción Católica Argentina.

Y así, movido por estas dos grandes inquietudes, la Fe ilustrada, la Fe que busca el intelecto, y la Patria crucificada, convulsa, fui dando esos primeros pasos de mi vida, esos acordes iniciales de mi vida.

En 1955 sucede el hecho de la Revolución Libertadora, en septiembre. Gran fervor católico, fervor que ya se había expresado en aquellas inolvidables manifestaciones públicas de fe, cuando salíamos por las calles de Buenos Aires a cantar Cristo Jesús, en Ti la Patria espera y hacíamos la señal de Cristo Vence. Todo ese fervor, todo ese clima, nos fue como formando, nos fue como gestando a muchos jóvenes de mi generación.

Es así que llegan los finales del año 1955 y ante los acontecimientos políticos, es decir, el giro totalmente opuesto a su origen que fue tomando la Revolución Libertadora, más ciertas cosas que ya se veían dentro de la Iglesia —el fenómeno de la Democracia Cristiana, por ejemplo— se fue como generando en mí una suerte de perplejidad, como que no encontraba mi lugar, no encontraba dónde poder desarrollar esas dos grandes inquietudes. Esa Fe que busca el intelecto y esa Patria que dolía.

Y como por milagro, por una gracia especial —yo la llamo, siguiendo en esto a Raissa Maritain, una de esas aventuras de la gracia— fui a dar a fines del año 1955, diciembre, a la casa de Genta. No diré cuales fueron las circunstancias, pero sí que fueron circunstancias perfectamente providenciales.

Ese día Genta daba la última clase de un curso, de los varios cursos que dictaba en su casa. Y ahí me encontré con él: diciembre de 1955. Y fue ahí como, de pronto, dije: llegué; aquí encontré lo que estaba buscando; porque ahí encontré esa síntesis admirable, que ofrecía la cátedra de Genta, entre aquellos dos amores, aquellas dos inquietudes que me solicitaban: una fe que busca el intelecto, una fe ilustrada, y la Patria; la patria doliente, la patria que era y sigue siendo un gran dolor, sobre todas las cosas.

De mi primer encuentro con Genta, en ese diciembre de 1955, tengo recuerdos muy vívidos. Genta era una personalidad cautivante, fascinante; en él todo armonizaba: la figura, la voz, el pathos con que hablaba.

No recuerdo exactamente de qué hablo en aquella clase, pero sí recuerdo que la impresión que me hizo fue muy grande, me conmocionó. Me dije: aquí está realmente, aquí está el camino para encontrar esa fe razonada, ese intelecto iluminado por la fe; y ese compromiso vital, ese amor por la Patria, por la Patria hecha dolor; porque la patria es un dolor, como dice bellamente Marechal.

Alguna vez escribí sobre este primer encuentro con Genta un pequeño artículo que, gracias a Dios, se ha perdido porque era de la época previa a la computación. Terminaba con una frase de Rilke que el poeta refería a uno de los personajes de una de sus obras. No la tengo a la vista, pero decía, más o menos, así: “Él era inmóvil, estaba allí sentado, como en el centro del mundo y nosotros girábamos alrededor de él”.

Así lo evoco al Genta de aquel primer encuentro: él estaba sentado, irradiando esa Verdad de la que era testigo; y nosotros, de algún modo, girando en torno de él, abrevando en las aguas limpias y puras, remontadas, elevadas que nos daba a beber el maestro, esas aguas que él solía nombrar con su amado Valery: En esta agua nunca bebieron los rebaños. Esa agua apagaba nuestra sed juvenil.

A partir de entonces comienza una larga relación con Genta, intensa, que duró hasta el último día de su vida. Es a partir de ese encuentro que se inicia una etapa, crucial en mi vida, que llamaré de discipulado y que me marcó para siempre.

Este discipulado significa cuatro cosas para mí. La primera, una verdadera paternidad; Genta me engendró, me engendró en la sabiduría. Yo siempre digo que tengo dos padres, mi padre carnal y Genta. Genta me engendró en el espíritu porque todo verdadero maestro es padre; y él me engendró. Es el Genta padre.

La segunda es la sabiduría, el ejercicio cotidiano de la sabiduría. Es el Genta maestro.

La tercera, es la ejemplaridad del testimonio. Porque en Genta no sólo había testimonio de palabra, había también testimonio de vida, y Dios lo glorificó y lo colmó con el testimonio supremo, el testimonio de la sangre. Es el Genta testigo.

De manera que Genta fue para mí el padre, el maestro, y el testigo.

Pero hay una cuarta cosa: el amor, porque en la casa de Genta no sólo encontré esa fe que busca el intelecto, no solo encontré ese amor a la Patria y ese testimonio viviente, sino que encontré el amor. El amor conyugal, ese amor que hace que un varón y una mujer sean una sola carne.

De manera que fíjense cuánta interioridad, cuanta entrañabilidad —si me permiten la palabra— hay en esta relación vital con Genta que como una verdadera gracia Dios me concedió en esta vida.

De estas cuatro cosas que acabo de nombrar hay dos en los que quisiera detenerme, brevemente, antes de dejar la palabra al maestro; es, precisamente, la figura del maestro: Genta como maestro y Genta como testigo.

Santo Tomás, en unas de sus obras, Contra retrahentes, define lo que es un maestro. Un maestro obviamente es alguien que enseña. Pero Santo Tomás, en esta obra, sostiene que la enseñanza más que un honor, es una carga. Es una cruz.

¿Por qué dice Santo Tomas que la enseñanza es una carga? Porque toda verdadera enseñanza tiene su fuente en la contemplación y vierte, hacia los otros, el fruto de la contemplación. Esto se sintetiza en aquel aforismo escolástico: contemplata aliis tradere. Es decir, transmitir, entregar, donar a los otros lo que se contempla. Entonces en la verdadera enseñanza hay una admirable economía pues hay un acto de contemplación al que se une un acto de la caridad porque es por la fuerza de la caridad que eso que se contempla se transmita a otros, a modo de don. Tradere es transmitir, también es entregar y de alguna manera, tal vez estirando un poco, si me perdonan los latinistas, es donar.

Entonces, la enseñanza es contemplación y es don. Ella sintetiza admirablemente el modo de vida más perfecto, al cual también hace referencia Santo Tomás: la vida mixta, esa vida contemplativa y al mismo tiempo activa., y, a su vez, la enseñanza es la obra más eminente de la vida activa porque es precisamente la transmisión de la vida contemplativa.

Ahora bien; este descender de la contemplación a la donación, implica siempre una carga. Porque implica, siempre, de alguna manera, desasirse del gozo de la contemplación para donar. Por eso dice Santo Tomás que la verdadera enseñanza tiene más de carga, más de cruz que de honor.

Esto en Genta se daba de una manera paradigmática. Genta era un contemplativo. Él nos daba por la tarde el fruto de la contemplación de la mañana. Esas mañanas que él pasaba solo, en su casa, en medio de sus libros, con su amado San Agustín, con Fray Tomás, con los modernos, con los grandes poetas, con los santos.

Él contemplaba; en la mañana contemplaba; y en la tarde transmitía. Y cuando transmitía, donaba, había en sus clases, en sus lecciones, un ritmo que iba de la ascensión al descenso. Porque en Genta había un ritmo que no se transmite en el texto escrito y que ha quedado en la memoria de quienes tuvimos la gracia de escucharlo. Comenzaba siempre con el acontecimiento del día, y en seguida, se elevaba; nos llevaba al verdadero rapto de la contemplación, pero siempre a partir del acontecimiento del día. Nos iba llevando, repito, al rapto de la contemplación; y una vez que alcanzaba esa cima de la contemplación volvía a descender a “la epilepsia del valle”, alumbrada ahora con la luz de la contemplación; volvía a descender al mismo acontecimiento que había iniciado ese ciclo. Este ascenso y descenso imprimía a las clases del maestro, como dije, un ritmo que nos cautivaba. Era una experiencia única, inolvidable, cada encuentro, cada clase con Genta.

Pero este magisterio tuvo, tal como dice Santo Tomás, una carga de cruz. Y esa cruz tuvo un nombre, un nombre concreto. Se llamó Argentina, ese hermoso nombre femenino que es la cifra de todos nuestros desvelos humanos. La Argentina era el dolor, la Argentina era la carga. Por eso cuando los acontecimientos en nuestro país se precipitaron, cuando el fenómeno de la guerra revolucionaria invadió el escenario de la historia nacional, esa carga se hizo pesada y yo diría -en términos eminentemente cristianos- se hizo una cruz a la cual Genta se abrazó hasta el final.

Sacrificó mucho Genta en esto, sacrificó su Metafísica, que nunca terminó de escribir; hay por allí unas cosas sueltas, algún día tal vez puedan ser coleccionadas, ordenadas. Hay un estupendo comentario del De ente et essentia de Santo Tomás; donde ya se advierte la superación del esencialismo tomista y comienza Genta a descubrir el esse, el ser, como noción capital de la metafísica tomista. Yo he hecho un pequeño cotejo de este manuscrito con los textos de Gilson. No había ninguna posibilidad de que Genta conociera estos textos de Gilson por la época en que ambos escribieron (de hecho, contemporáneamente). Se da, pues, una magnífica coincidencia entre ese comentario del De Ente et essentia, inédito todavía, y la obra de Gilson, El ser y los filósofos, que reúne los cursos del gran filósofo francés, dictados en Canadá, acerca de tan delicado tema.

Todo eso lo sacrificó, todo eso lo dejó de lado, eso que era su verdadera vocación lo dejó de lado. Y se abocó a una enseñanza que tenía por fin, que tenía como único objetivo preparar a aquellos que él, pensaba, tenían que ser los defensores de la República. Por que él, con Platón, con su amado Platón, sostenía que los guerreros son la clase más estimable de la ciudad porque a ellos les está confiada la defensa de la Ciudad.

De esta manera se dieron, pues, esas dos notas, el magisterio y el testimonio. Genta fue Maestro y al mismo tiempo fue Testigo. Y fue testigo como dije con la vida pues culminó su testimonio con la muerte.

Ambas cosas, el magisterio y el testimonio, en él se dieron admirablemente unidas. Fue un verdadero maestro que llevó la cruz de la enseñanza, y esa cruz de la enseñanza lo llevó al testimonio, al testimonio supremo. Por eso, cada vez que evoco estas características de la personalidad de Jordán, recuerdo también a San Agustín cuando dice que Cristo ha hecho de la Cruz la cátedra. La Palabra Crucificada es Cátedra. La Cruz es Cátedra, dice San Agustín.

En definitiva, porque Genta fue auténtico maestro llevó hasta el final la misión del magisterio: enseñó desde la Cruz y Dios lo hizo testigo. Enseñó al pie de la cruz y el Señor lo colmó, le ciñó la corona del testimonio supremo que es el de la vida, el de la sangre.

Veinte años después de aquel primer encuentro que he evocado se cerró el ciclo. Una mañana de primavera, en Buenos Aires, cuando me avisaron que había sido asesinado, corrí al hospital. Llegué. Era el triunfo total de Cristo Rey. Ahí estaba Jordán, yaciente, en la camilla del hospital. Por mi hábito de medico le tomé, casi instintivamente, el pulso, y pude palpar sus últimos latidos.

Y ahí se cerró el ciclo, ahí se cerró el encuentro. A partir de entonces es como que esta historia interior mía, pobre historia interior mía, vive en un presente. Yo vivo, a partir de esa mañana, en un permanente presente, no me puedo imaginar en otra situación. Y es un presente donde ocupan lugar central precisamente estos amores esenciales, el amor a la sabiduría, el amor a la Patria, el amor a la familia, el amor a la esposa, hoy colmado por los hijos, por los nietos.

Y vivo en este presente y no puedo salir de él. Y en este presente no puedo otra cosa que decir: Deo gratias, Deo gratias, Deo gratias.

Mario Caponnetto

A 20 años del regreso de Rosas


MILONGA DEL
REGRESO DE ROSAS


Le venía por herencia
porte de Conquistadores,
y en estirpe de señores
fue labrando su conciencia.
Cuando forjó su querencia
entre potros y desvelos
era su norte y su anhelo
restituirle a la patria
su perfil de aristrocracia
y su nostalgia de Cielo.

Como los moros al Cid
los indios lo respetaron,
Los Colorados marcharon
tras su coraje a la lid.
Porque él era el adalid
pa’acabar con los agravios
de logistas unitarios
y de herejes invasores
con puños restauradores
y un Padre Nuestro en los labios.

Patriota como el que más,
custodiaba la frontera,
saludaban la bandera
cañones de extranjería.
Y era tal la varonía
que en la Vuelta de Obligado,
los poderes coaligados
salían en disparada
si el gauchaje enarbolaba
tacuaras al descampado.

No pudo la historia ruin
menoscabar su estatura,
y si acaso alguno duda
ha de pensar cuál fue fin,
del sable de San Martín
que en gesta tan altanera
coronó de esta manera
que no conoce rival
a la estrella federal
y a la lanza mazorquera.

Los hombres que te han traído
no saben nada del pago,
viven mirando a otro lado
muy al norte de mis ríos.
Juan Manuel, por eso digo,
y es promesa y juramento
que ha de llegar el momento
en que tu Mazorca briosa,
les cante “La resfalosa”
como en tus tiempos bravíos.

Alonso Quijano

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Justamente


LA INQUIETANTE
JUSTICIA CRIOLLA

Desde hace ya demasiados años, no resulta fácil encontrar razones con las que avalar el desempeño de la justicia en el país.

Partiendo de la Corte Suprema y para abajo, han logrado el raro prodigio de un casi unánime descrédito público. Territorio de intereses personales y de grupo, de las conocidas y de las inéditas formas de la corrupción, de juicios perdidos en el tiempo, alejados tanto del derecho como del sentido común, han hecho de la justicia una burocracia deleznable, cuando no un medio de persecución política. En esta oportunidad es la juez Argibay, la misma que “…no sabe como devolver” unos cientos de miles de dólares que cobró indebidamente del estado nacional, quien mientras lo piensa, se ocupa del aborto.

Y por cierto que la juez tiene derecho de expresar sus opiniones, aunque como miembro de la corte tiene, antes, el deber de estudiar y reflexionar prudentemente acerca de las cuestiones a las que va a referirse. Como veremos los dichos de Argibay no respaldan esa posibilidad.

“Un feto no puede vivir sin la madre, no es independiente hasta que nace. Recién cuando nace puede ser considerado persona desde el punto de vista jurídico”, argumentó.

Leemos perplejos que desde la corte suprema un juez repudia la constitución y los tratados internacionales que expresamente afirman que es persona, desde el momento de la concepción.

Por otra parte de entre las cosas absolutamente dependientes de este mundo, un recién nacido es la primera de ellas; alguien debería contárselo a Argibay…

Veamos otro punto: “…no es la misma vida antes del nacimiento que después…”

La jueza avanza sobre terreno muy resbaladizo y como no puede hacer pie, patina y afirma que no es la “misma” vida. ¿Es que Argibay descubrió algunos subtipos de vida humana? No hay vidas intermedias o casi vidas. Hay vida o no la hay y ella debería saberlo. El agua no cambia adentro o fuera de un vaso, se trata de la misma agua. Como no puede ser sino la misma persona viva, este adentro o afuera de la panza materna. Ni siquiera la ideología más radical, puede cambiar un dato de la realidad.

Volviendo al ejemplo del agua, aunque no conozcamos en profundidad las leyes que dicen que el agua es H2O, sabemos que necesariamente el agua es H2O. Esa necesidad es condicionada, en cuanto no es necesario que el agua exista, pero si existe, así como la conocemos, solo podrá tener esas características físico químicas y ninguna otra.

Pero el agua posee además propiedades metafísicas aún más definitorias, en efecto sabemos por el principio de no contradicción que una cosa, el agua en este caso, no puede ser y no ser al mismo tiempo.

Pero vayamos a otra cuestión central, desde el punto de vista de la ciencia y a la luz de los más recientes avances de la investigación se puede afirmar que la vida comienza en el momento de la concepción.

La penetración del espermatozoide en el oocito marca el inicio de la existencia de un nuevo ser humano. El núcleo masculino sufre profundas modificaciones bioquímicas y estructurales incluyendo la descondensación de la cromatina que hace posible la transmisión de los genes paternos. Se suceden las demás fases de la mitosis y al final el citoplasma se divide y el cigoto da vida a los primeros dos blastómeros.

La activación del genoma embrional es probablemente un proceso gradual. En el embrión unicelular humano, en este primerísimo estadio ya son activos siete genes; otros se expresan en el paso de la fase de cigoto a la de dos células.

Debemos destacar que el proceso está plenamente orientado en el tiempo en una “dirección definida” de progresiva diferenciación y adquisición de complejidad y de ninguna manera puede retroceder a fases ya recorridas.

En las primeras fases del desarrollo, el nuevo ser adquiere “autonomía” en el proceso de duplicación del material genético. También hay “continuidad” en las acciones así como “gradualidad” en cuanto se pasa de una fase menos, a otra más diferenciada. Naturalmente hay “coordinación”, esto es mecanismos que regulan en un conjunto unitario, el proceso de desarrollo.

Cada una de estas propiedades, dirección definida, autonomía, continuidad, gradualidad y coordinación, están evidenciando en su minuciosa complejidad organizativa y funcional que bien podríamos considerar al cigoto ya como un “organismo monocelular primordial.”

Sobre la base de esta muy sumaria información científica, acerca de la realidad del embrión humano y a fin de extraer indicaciones éticas sustentadas en esa realidad, se puede afirmar que, el embrión humano en la fase de preimplantación, es un ser de la especie humana, un ser individual, un ser que posee en si la finalidad de desarrollarse únicamente como persona humana, y a la vez la capacidad intrínseca de realizar ese desarrollo.

Pero aún hay algo más, el Dr., Edgardo Carosella estudiando en Francia el papel de la molécula HLA ( human leucocyte antigen) en la inmunidad celular, demostró la existencia de un subtipo denominado HLA-G que aparece pocos días después que un espermatozoide fecunda el óvulo, y que actúa como un importante inhibidor de la respuesta inmunitaria alogenética. Vale decir que la HLA-G es un antígeno de los llamados de tolerancia, que se pone en funcionamiento rápidamente y lo hace para impedir que las células inmunitarias de la madre, reaccionen contra los tejidos fetales y los destruyan.

Más allá de los tecnicismos, desde el comienzo mismo del proceso, el cuerpo de la madre necesita y muy rápidamente, expresar (activar) esta molécula HLA-G para proteger a esas pocas células embrionarias que tiene en su vientre, ¿de quien y porqué necesita protegerlas? Claramente de sus propias defensas, y tiene que hacerlo aún antes de la implantación ya que los sistemas defensivos maternos no las reconocen como propias dado que también inmulógicamente tienen características substancialmente diferentes a las de la madre.

La evidencia científica demuestra entonces, también a través de la actividad de la molécula HLA-G, la presencia de un nuevo ser humano y termina de descalabrar el remachado, el ficticio argumento abortista que: “la madre hace con su cuerpo lo que le parezca”. Ninguna mujer emocionalmente equilibrada ha pedido nuca una intervención quirúrgica “porque hace con su cuerpo lo que le parece” ni mucho menos puede disponer de la vida de otro, que además es su hijo, por la misma razón, ni por ninguna otra, dado que lo que vive y crece adentro suyo, según nos informa la ciencia biomédica, no es una añadidura de su cuerpo, sino una nueva persona humana.

Miguel De Lorenzo