CAMBIEMOS,
PERO QUE NO SE NOTE
Si dejamos de
lado cuestiones adjetivas y nos ceñimos a lo esencial, no es difícil hacer un
balance de estos primeros tramos del gobierno macrista; que por lo pronto no
debería llamarse gobierno sino gestión.
Diferencia subrayada por los mismos interesados y que marca una primera y grave
distancia entre el pensamiento clásico y el moderno acerca de la res pública. En un gobierno se juegan
causas del Orden Social, incluyendo la causalidad ejemplar, en miras del Bien
Común. En una gestión se procesan recursos y estructuras para ejecutar un
trámite.
La canciller
Malcorra –que podría hacernos el favor de llamarse biencamine– ha ponderado como prueba de “creatividad y buena
intención” la propuesta de Dante Caputo de permanecer diecisiete años sin
mencionar la cuestión Malvinas, principalmente para congraciarse con los
isleños. Se lo ha dicho a Morales Solá cuando la entrevistó el pasado dieciocho
de febrero. El criterio de claudicación soberana podría tener insospechadas
derivaciones hacia múltiples ámbitos. Para congraciarse con su parentela,
verbigracia, un esposo podría estar tres lustros sin mencionarle a su esposa la
palabra amor. Conscientes de que los más jóvenes no tienen por qué saber quién
es el Caputo que tal cabronería oficial inspira, hagan de cuenta los lectores
bisoños que el horribilísimo y torvo Ghostface
de Scream es un querubín candoroso
comparado con él. Bromas al margen, no en vano nos enseñaba Julio Irazusta, a calibrar
el pulso de un gobierno empezando por el análisis de su política exterior o diplomacia.
Un segundo
ejemplo para el balance nos lo ha proporcionado el Jefe de Gabinete, Marcos
Peña, al recibir gozoso y complaciente, casi en las vísperas de los idus de
marzo, a los representantes de la Federación
Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans; esto es, al Estado Mayor
de la Contranatura que –en los tiempos ya superados, en que se leían con
reverencia las cartas paulinas– la Iglesia se consideraba Quién para juzgar y condenar.
Ahora, milagros de las periferias recuperadas, hacen fila para recibir solios y
capelos.
Imitador público
de un cantante degenerado, el presidente no ha vacilado en conservar las
estructuras y los personajes que garanticen la vigencia de la cultura de la
muerte y de la náusea moral. Abortos, sodomías, carnavales y complicidades
activas con la guarrada posmoderna, siguen su curso de acción, mientras se
anuncia pobreza cero. La habrá, sin duda. Pobreza de dignidad, de honor, de
decencia, de amor a Dios y a la Patria.
Un tercer
ejemplo, y por ahora, cerramos este primer inventario. Siguen sueltos,
insolentes e impunes quienes debieran, por lo menos, llevar grilletes en sus
garfios; y de vivir bajo signos más rudos, pender de alguna cuerda para ejemplar
escarmiento, según bramaba Rosas. Mientras paralelamente, y con sobreactuada
estrategia, se omite remediar el cautiverio injusto de los soldados que batallaron
contra el marxismo, a la par que se conserva como política de Estado el sinfín
de patrañas urdidas por los derechohumanistas. El Macri gritando “¡Nunca más!”, e instando a todos a
pronunciar la guturalidad preferida de las izquierdas, es el símbolo de una
desvergüenza que no cesa, de una patraña que no retrocede, de una falsificación
histórica que no se sabe ni se desea destruir.
En la Historia de los Heterodoxos Españoles,
don Marcelino Menéndez y Pelayo nos narra el caso de Basílides de Astorga y
Marcial de Mérida, dos obispos traidores allá por el siglo III, a quienes
acudían los cristianos cobardes, acomodaticios y felones para obtener por
intermedio de ellos el llamado libelo; especie de certificación o de patente de
idolatría al sistema imperante, que los ponía a buen resguardo de las
persecuciones procedentes del mismo. Tener el libelo era lo políticamente
correcto, y a quienes lo ostentaban se dio en llamar libeláticos. Lo contrario, claro, era figurar en el Registro Nacional de Infractores de la
época, con la diferencia de que el dolo no se solucionaba oblando una módica
multa sino, por lo general, acabando bajo las fauces de los leones.
Saque la moraleja
el lector entrenado. Ni macrismo ni kirchnerismo –ni como vayan a llamarse
mañana los detritos del Régimen– nos quitan el sueño o nos asombran con sus previsibles
fechorías. Tenemos la mínima claridad que se necesita para saber cuanto ocurre
y aún lo que podrá proseguirse bajo el alero del liberalismo y de la
plutocracia gobernante. Y tenemos también la experiencia mínima y la recta
doctrina heredada, para saber que nuestra opción no es el abstencionismo sino
la ejecución de todo lo justo concreto que esté en nuestras manos; aunque sea más chico que un granito de anís,
diría Castellani.
Todo el espanto
nos lo causan en cambio estos cristianos complacientes si no colaboracionistas
activos, que ya no resisten, ni reaccionan, ni combaten, ni atestiguan. Los
neo-libeláticos, capaces de cualquier argucia discursiva, quienes bajo los
oropeles de una infértil erudición o de un rústico simplismo, acaban
justificando la infidelidad y el contubernio. Una voz que no es de la tierra
sino de más abajo, los ha convencido de que conviene conformarse con una
política que asegure el bienestar –sobre todo el de la porción socioeconómica en
que ellos se mueven– aún a expensas de la virtud y de la salvación. Que
conviene ser parte aquí y ahora de la bacanal naranja o amarilla, aunque por lo
mismo pongamos en riesgo el ser convidados mañana al ágape celeste.
Pedimos la gracia
de escuchar otra Voz; y que al final de nuestros días podamos ser merecedores
de repetir con la Sacra Escritura: “Bienaventurado
el varón que me oye, y vela a mis puertas día tras día, aguardando en el umbral
de mi entrada” (Proverbios, VIII, 34). Si bien se mira es una sana definición
de nuestra misión política: oír y velar en el umbral de la patria, para que el
mismo sólo sea traspasado por el Dios de los Ejércitos.
Antonio Caponnetto