martes, 28 de julio de 2009

Setentismo revolucionario y derechos humanos sodomitas


EL NUEVO DISCURSO
DE LA IZQUIERDA


La noticia ya es historia. Algunas revistas la titularon como la histórica boda gay de Roberto Piazza. En efecto, en setiembre del 2008, el modisto —¿cabría decirle la modista, sin que nadie haga por esta vez una cuestión gramatical?— formalizó su unión sodomítica con un varón de siete suelas como es Walter Vázquez.

Antonio Caponnetto se refirió al episodio en la columna editorial de “Cabildo” de octubre del año pasado. Entre otras cosas, señalaba allí la infeliz adhesión que Cristina Fernández de Kirchner ofreciera a la “feliz” pareja. Aquélla, en efecto, los felicitó por la decisión corajuda de transitar el camino viril de la lucha por el reconocimiento de los derechos humanos de diferentes y diversos. Señalada fue también la presencia y el madrinazgo nupcial ejercido por María José Lubertino para que quede claro, si alguna duda cabe, de cuáles son las discriminaciones que el INADI nunca habrá de condenar. Pero por sobre la crónica llana de este hecho infausto, el editorial denunciaba la inequívoca relación entre la democracia, el dominio ostensible de la contranaturalaza y la acción demoníaca sobre los protagonistas y los sucesos de nuestra actualidad política.

Sin embargo, rengo habría sido el apoyo político oficial que tuvieron los amancebados si hubiera faltado la importante adhesión de las Abuelas de Plaza de Mayo a través de su jefa política, la nona Barnes de Carlotto. Sí, señor, las Abuelas dijeron presente. ¡Al parecer, no hay lucha por la reivindicación de los derechos humanos que no las encuentre dispuestas a quebrar una lanza! Ayer fueron los derechos humanos del marxismo, hoy son los derechos humanos de los orgullosos gay-lésbicos; mañana, quizás, los derechos humanos de las vacas faenadas y de la yerba mate descafeinada. La carta de adhesión firmada por Carlotto felicitaba la unión entendida no sólo como el coronamiento de una suerte de “proyecto de vida individual”. Más aún, lo que se percibía y felicitaba en esa unión era el signo visible de una lucha que habrá de necesitar más hitos como el de Piazza y Vázquez para ganar crédito y legitimidad social.

Y en esto que acabo de decir radica la finalidad que anima esta contribución. No es casual la felicitación de Abuelas, Estela de Carlotto mediante. Se trata de un mensaje inequívoco que delata todo un programa. Es el programa de la nueva izquierda o el nuevo discurso de la izquierda. En rigor, demuestra el sentido profundo que tiene toda izquierda, no solo aquella denominada como setentista sino la actual designada por muchos como posmoderna. Y las previsibles mutaciones que van de aquélla a ésta. Puede explicarse este fenómeno con las palabras de tres importantes teóricos de izquierda contemporáneos.

El primero de ellos, Ernesto Laclau, neo-marxista argentino, profesor de Teoría Política en la Universidad de Essex y Director del Centro de Estudios Teóricos sobre Ideología. El 16 de abril de 1995 “Clarín” le hizo una entrevista en la que le preguntaba por el futuro de la izquierda para el nuevo milenio que se avecinaba. “Sí, claro que existe la izquierda, no aquélla que proyectaba la tomar del poder a partir de las luchas obreras sino una nueva izquierda más vinculada a reivindicaciones sociales como la del feminismo, los derechos de los grupos étnicos, la ecología y los derechos de las minorías sexuales” (pág. 18), respondió Laclau a la primera pregunta. El eufemismo minorías sexuales debe traducirse por lo que realmente es, los derechos de los homosexuales, las lesbianas, los travestis, los transexuales y otros “sexos disponibles” listos para la venta al público.

En la misma entrevista, y comparando los postulados tradicionales de la izquierda con las nuevas “ideas-fuerza”, agregó Laclau: “cambió la sociedad y la forma de ver la sociedad. El análisis tradicional de izquierda sostenía que la sociedad capitalista avanzaba hacia una homogeneización social —asalariados pobres y pequeña gran burguesía—. En ese contexto, la lucha social estaba clara. Pero las cosas se dieron de una manera distinta: la sociedad no es cada vez más homogénea, sino más diferente. Y cada uno vota por lo que le preocupa. Por eso las corrientes de izquierda dejaron de tener un solo motivo de lucha —la redención del proletariado como único sujeto del cambio histórico, aclaro— para pasar a agrupar a todas las corrientes de pensamiento que se sienten marginadas. Esa diversidad es la que hace su fuerza. No se trata de que todos pensemos lo mismo sino de unir a aquellos que se sienten discriminados y buscar una sociedad más plural y tolerante” (pág. 19).


Con el fin del marxismo soviético, el politólogo y profesor mexicano, Jorge Castañeda reflexionó también sobre las intrigas, los dilemas y la promesa de la izquierda en América Latina. Tal el subtítulo de un importante libro llamado La Utopía Desarmada. Escrito en 1994, y publicado por Ariel, Castañeda ofreció allí un programa de revisión de la izquierda sudamericana que tuviera en cuenta tres puntos. Primero, la reformulación del nacionalismo de la izquierda; segundo, el imperativo de democratizar la democracia y, tercero, la adopción de uno de los modelos de economía de mercado existentes (en ese entonces). Interesa destacar lo que este autor sostiene sobre la izquierda social. Desaparecida la vía revolucionaria, “la primera orden de batalla democrática para la izquierda es la de alentar cualquier expresión imaginable de la sociedad civil, cualquier movimiento social, cualquier forma de autogestión que la realidad latinoamericana genere” (pág. 409). Como para que no queden dudas sobre las relaciones íntimas entre izquierda y democracia, añade un poco más adelante: “la agenda política de la izquierda es, por lo tanto, obvia: empujar la democratización lo más lejos posible” (pág. 413) de suerte que “el programa democrático de la izquierda abarque el esfuerzo por extender la democracia allí donde está ausente” (pág. 425). ¿Hasta dónde ha de llegar el esfuerzo democratizador? “Para florecer, las «nuevas» áreas —los nuevos agentes históricos del campo social y político, adviértase— requieren un marco legal y político, además de recursos financieros: inmigrantes, grupos de mujeres, movimientos indígenas, grupos gay —nuestros múltiples Piazza y Vázquez— asociaciones estudiantiles y universitarias, movimientos del consumidor, redes de usuarios, necesitan un contexto institucional en el cual prosperar y supervisión para garantizar que las normas que aprueban se respetan. Si el Estado es excesivo, estos movimientos se marchitan; sin suficiente regulación y protección se exponen a que los manipulen y corrompan” (pág. 426). Buen servicio nos ha prestado Castañeda —ex canciller de México durante el gobierno de Fox— al poner blanco sobre negro la relación entre izquierda, democracia y “nuevos” derechos humanos.

Por último, el escritor de izquierda inglés, Steven Lukes, allá por el 1993 se preguntó sobre lo que era la izquierda y lo que había quedado de ella después del derrumbe del socialismo realmente existente. (What is left? según el doble sentido de dicha expresión inglesa, anota Giancarlo Bosetti en la Introducción de Izquierda Punto Cero, Paidós, 1996, pág. 11). “La izquierda —escribe Lukes— encarna una tradición y un proyecto nacido de la Ilustración y expresado en los principios de 1789 consistente en la realización de las promesas en ellos implícitas, reinterpretando progresivamente sus contenidos y transfiriéndolos de la esfera civil a las esferas política, económica, social y cultural, por medios políticos, movilizando apoyos y conquistando el poder” (pág. 52). La izquierda ideal es una suerte de estado permanente de lucha inacabable contra toda forma de explotación y opresión. Lukes cita muy oportunamente al político y escritor marxista alemán Karl Kautsky (1854-1938) cuando éste aseguró que el objetivo del socialismo era la abolición de todo tipo de explotación y de opresión, vayan éstas dirigidas directamente contra una clase, un partido, un sexo, una raza.

Piazza y Vázquez, seguramente no habían nacido cuando Kautsky ya escribía a favor de ellos. ¡Eso sí con un lenguaje francamente retrógrado pues de sexo y no de género hablaba el alemán! Karl Kautsky, y antes Friedrich Engels hablando del papel revolucionario de la mujer dentro de la familia, se anticiparon bastante a nuestros posmodernos profetas neo-marxistas. Por eso cabe preguntarse si de verdad es nuevo el discurso de la izquierda que, luchando por los derechos de las así llamadas “minorías sexuales”, pretende una conquista más en la batalla por el igualitarismo.


No creo que haya nada nuevo en la alianza entre los desclasados sexuales del siglo XXI y el lenguaje de la izquierda. En efecto, la izquierda seguirá siendo cada vez más puta y los maricones —ya se sabe— siempre han caminado por izquierda.

Ernesto R. Alonso

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