lunes, 11 de mayo de 2009

In memoriam


SALVAT:
GRATITUD POR SIEMPRE



Hace hoy un año que se nos murió don Ángel Luis Miguel Salvat. Poeta, cantor, catequista, hombre de campo, reciamente católico y profundamente argentino. Camarada de la primera y antigua hora, discípulo fiel de los mayores exponentes que tuvo el Nacionalismo en estas tierras.

No quisiéramos cerrar el doloroso capítulo de su despedida, sin decir dos palabras sobre lo que Salvat significó para nuestra Revista.

Miguel vendía la mayor cantidad de ejemplares en todo el país. Desde su San Rafael natal hacía circular por decenas y racimos los números que le alcanzábamos, y en no pocas ocasiones, cuando se quedaba corto, fotocopiaba notas o artículos para que nadie se quedara sin leer.

Iba Miguel conduciendo una bicicleta, de puerta en puerta, tras los comunes amigos; cuando no en su automóvil —gloriosamente desvencijado— al que llamaba, no sin motivos: Rocinante. Ambos medios “de locomoción” resultaban antiguallas, pidiendo antes un museo del transporte que una carretera. Pero Miguel los conducía con un señorío y una frescura tal, con un olvido tan sobrenatural de la tierra que pisaba, que verlo llegar era siempre una fiesta, la posibilidad misma de reír y cantar cristianamente.

Y Miguel pagaba prolijamente lo que vendía; que casi siempre salía de su bolsillo magnánimo, a la espera confiada de que el comprador, alguna vez , saldara su deuda. Y Miguel volvía semana tras semana a esas casas y parroquias vecinas, portador de buenos libros, de notas y recortes, de canciones puras, de ingenuidades niñas, de esperanzas acrisoladas. Y Miguel incansable, perseverante, obstinado, tenaz, eterno en el amor a la Verdad. Y Miguel… ¿Quién como Dios?

Lo que hizo por “Cabildo” fue el fruto de una convicción que lo acompañó toda su larga vida. La convicción heroica de que la Argentina sólo se salvará si en ella reinan Cristo y María Santísima. En consecuencia, veía como perentorio y coherente difundir todo aquel material que no renegara de la Realeza de Nuestro Señor y de su Santísima Madre. Todo aquel material bibliográfico que sostuviera el ideal de la Ciudad Católica. Solito con su alma, y a veces con su sombra, Salvat recorrió todo el pago sanrafaelino, consagrado a lo que alguna vez la Iglesia llamó el apostolado de la buena prensa. Tenía una ventaja para ejercitar tamaña tarea. La ventaja de su afabilidad gaucha, de su benevolencia inagotable, de su inocencia extraña al mundo, de su guitarra incorporada al cuero, casi una prolongación natural de su brazo.

Mientras vivió, y delante de testigos que no me dejarán mentir, dije seriamente que Miguel era un santo. ¿Quise o quiero abrir acaso alguna causa de beatificación? No; ¡para qué! ¿Para que lo confundan con Pironio, Angelelli y los palotinos? Sólo quise y quiero decir que muy pocas veces tuve la ocasión de conocer y de tratar a alguien a quien la gracia le quedaba a medida, como una pilcha. Alguien a quien la gracia le sentaba natural y fresca, como el vino cuyano, como el sol sobre los Andes, como el viento contra los ramajes verdes.

Ahora andará repartiendo “Cabildo” entre los coros angélicos. Turnándose para hacerles oír alguna zamba, un valsecito o cierta milonga flor. Acompañando las salmodias celestes con un silbido, un golpecito de mano o un punteo suave. ¡Vamos, Miguel! Anime esa fiesta con el sello de la criollidad hispánica y católica. Háganos un lugar, ya como dueño de casa, por si tenemos la suerte de compartir allí la última ronda del mate.

Antonio Caponnetto

Rogamos una oración por el alma de nuestro querido amigo.
Que su alma y la de todos los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios,
descansen en paz.
Amén.

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