domingo, 3 de mayo de 2009

Guiones homiléticos


EL MOMENTO PRESENTE

Dios, en su infinita bondad, nos ha permitido celebrar una Pascua más bajo el marco de una sociedad en descomposición: sin el amor a la Patria, sin la unidad familiar, sin valores morales ni éticos —ni mucho menos religiosos—, en una sociedad cada vez más doblemente pagana y mundanizada.

Quizá esta apreciación solo sea muy notoria para quienes todavía nos tocó algo de aquellas costumbres de nuestros antepasados y las lamentemos mirando, sin creer lo que vemos y nuestros sentidos perciben: una pesadilla continua sobre la actual sociedad humana. Quienes nacieron durante su proceso quizás no la perciban tan drástica y con razón nos digan que somos unos exagerados. El caso es que tanto unos como otros nos encontramos en el mismo barco en donde no se trata de porfiar quién tiene la razón o quién está equivocado, sino de vivir EL MOMENTO PRESENTE siguiendo los pasos de Jesucristo resucitado y bajo la mirada paternal de Nuestro Padre del cielo.

El deber que debemos cumplir de hora en hora es una manifestación de la voluntad de Dios, particularizada sobre cada uno de nosotros; de aquí que contenga una luz práctica muy santificadora tan necesaria e indispensable para nuestros tiempos.

Si a imitación de los Santos cada momento lo consideramos así, veríamos que cada uno contiene no solamente un deber que cumplir, sino también una gracia para que seamos fieles a ese deber.

A medida que se presentan nuevas circunstancias y con ellas nuevas obligaciones, Dios nos ofrece también nuevas gracias actuales para sacar de esas circunstancias el mayor provecho espiritual posible. Por encima de la serie de los hechos exteriores que forman la trama de nuestra vida, hay una serie paralela de gracias actuales que Dios nos ofrece para nuestra santificación.

Esa serie de gracias recibidas con fruto o desperdiciadas por cada uno de nosotros, constituye la historia individual de nuestra alma, tal como está escrita por Dios en el libro de la vida y tal como la veremos nosotros mismos el día de nuestra muerte. De esa manera Nuestro Señor continúa viviendo en su Cuerpo Místico, especialmente en las almas fieles, por ese influjo vital de cada momento, por esa serie de gracias y de operaciones de que hemos hablado en algún momento.

“¡Oh qué hermosa historia! ¡Qué hermoso libro el que actualmente escribe el Espíritu Santo! ¡Está en prensa, almas queridas, y no hay día en que no disponga los tipos, aplique la tinta, imprima el papel!”.

Pero ese Evangelio viviente que el Espíritu Santo escribe en cada una de nuestras almas no lo podremos leer sino en el cielo… Si las combinaciones que con las 24 letras pueden hacerse son incomprensibles, pues bastan para componer volúmenes sin fin, diferentes unos de otros y admirables todos en su género… ¿quién podrá comprender las maravillas que Dios realiza en las almas?

Para unirnos a Él, Dios se sirve de todas las criaturas, de las malas como de las más buenas, de los acontecimientos más contrarios como de los más favorables; y nuestra unión con Él puede ser tanto más meritoria cuanto más repugnantes sean los medios que la realizan.

El momento presente está siempre lleno de tesoros infinitos. Su capacidad es nuestra FE: encontraremos en él tanto cuanto queramos encontrar. Es también nuestro amor: cuanto más ama el corazón, más desea; cuanto más desea, más encuentra.

La voluntad de Dios se presenta en cada momento de nuestra existencia como un océano inmenso que en vano trataría el alma de agotar. Recibe en la medida en que se dilata por la fe, la confianza y el amor.

Es imposible que las criaturas, aún todas ellas, llenen el corazón cuya capacidad es más grande que todo lo que no sea Dios.

La voluntad divina es un abismo; y el momento presente es la abertura que nos da acceso a él: sumerjámonos en ese abismo y lo encontraremos siempre infinitamente más extenso que nuestros deseos.

La sola voluntad de Dios debe ser nuestra plenitud, que sólo ella no dejará vacío alguno: adorémosla, vayamos a ella directamente.

Dios es como un océano que sostiene y lleva al que confiadamente se entrega a Él y hace lo que está en su mano para seguir sus inspiraciones, como el navío dócil a los vientos favorables.

Mientras transcurre el minuto presente, recordemos que lo que existe no es sólo nuestro cuerpo, nuestra sensibilidad dolorosa o agradablemente impresionada; sino, sobre todo, nuestra alma espiritual e inmortal, la gracia actual que se nos ofrece para santificarnos, Cristo que con su influjo vital nos hace vivir, la Trinidad Beatísima que habita en nuestra alma…

Entonces comenzaremos a entrever la infinita riqueza del MOMENTO PRESENTE y su relación con el MOMENTO INMUTABLE de la eternidad a donde llegaremos, con la gracia de Dios, algún día.

Suceda lo que sucediere, digamos: “en este momento hay un Dios que me ama y me atrae hacia Él”.

En uno de los instantes más dolorosos de su vida, cuando creía perdida la congregación religiosa que acababa de fundar, San Alfonso oyó estas palabras de los labios de un seglar, amigo suyo: “Dios existe siempre, Padre Alfonso”. Y no solamente recobró su valor, sino que aquella hora fue una de las más fecundas de su vida.

Apliquémonos, pues, a aprovechar la gracia actual que de minuto a minuto se nos ofrece para el cumplimiento del deber presente.

Os encomienda a Nuestro Señor vuestro servidor:

Un Padre Fiel

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bellisima Homilia. ¿Podrian decirnos quien es su autor? Por el estilo no la veo como del Padre Castellani, de feliz memoria.

CabildoAbierto dijo...

Su autor es un sacerdote mexicano, el Padre Arturo Vargas Meza, y data del año 2006.

Ángel dijo...

Gracias por este post que nos permite compartir un contenido tan hermoso y poético como iluminado por el Espiritu Santo.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, amigos. No cabe duda que el Señor ha inspirado al Padre Arturo, en esa tierra gloriosa de martires.

Esos son los pastores que necesitamos.